INTENTANDO UNA SOCIOLOGÍA DE LAS CATÁSTROFES

Imagen de la portada:
El Arca de Noé. Theodore Poulakis. Segunda mitad del siglo XVII. Témpera y pan de oro sobre tabla. 1 cm X 63,5 cm. Instituto Helénico de Estudios Bizantinos y Post-Bizantinos en Venecia. Foto crédito: Wikimedia Commons.
I.- INTRODUCCIÓN
Probablemente sería algo ambicioso y sin duda, patentemente ingenuo y sociocentrico, plantear el asunto de las catástrofes o los grandes riesgos catastróficos, desde el ámbito exclusivo de la sociología. La sociología en esto de las catástrofes, como en cualquier otro ámbito o acontecimientos que actúan sobre unos seres humanos hechos en sociedad solamente, puede aportar un especial modo de saber y de mirar que, necesariamente, forma parte del agavillamiento con otros saberes. En último lugar la mirada desde la sociología nunca podrá aportar estrategias o praxis estrictamente operativas, funcionales, tácticas y únicas. Su papel y lugar en las catástrofes consistiría -como cualquier otra sociología cabal[1]-, en un peculiar modo de mirar y escuchar su objeto de estudio, intentando ver y sobre todo, comprender lo rizomático, lo complejo y en ocasiones velado, de los fenómenos, acontecimientos y situaciones en los que se encuentran los humanos en estas materializaciones catastróficas de los grandes riesgos, constituyendo una suerte de lectura/mirada, sobre lo aparentemente no visto y en general, nunca o, parcialmente relatado. Lecturas sobre los sombreados de la vida humana que, precisamente pueden constituir ayudas o delinear horizontes reflexivos para las diferentes disciplinas y saberes específicos.[2] Así y, solo en principio, el lugar que ocupan los mitos y las religiones junto con su espacio/tiempo, en la percepción de las catástrofes en la mayoría de las gentes de nuestro canon cultural/emocional occidental y cómo, se va produciendo un recorrido que termina en su algorimatización, en nuestro tiempo de la tardomodernidad.
Probablemente el asunto y, especialmente su posible lectura desde la sociología siga respondiendo al antiguo, pero aún valioso enfoque aristotélico sobre los accidentes (como término de algún modo englobador del de “catástrofe”) como algo que no tiene su causalidad en ellos mismos, sino que, existen en función de otra cosa. Y precisamente esa otra cosa no es la tempestad ni los piratas a los que se refería Aristóteles, como esencia sustancia por la que, la nave llega perdida a Egina[3]
En cuanto a nuestro enfoque, y desde la sociología esa otra cosa, posiblemente no sea más que el poder, entendido este, como metonimia de una gavilla de factores/operadores sociales, económicos, tecnocientíficos y políticos. En este sentido respetando totalmente las valiosísimas y sugerentes aportaciones de sociourbanistas como Paul Virilio y sociólogos de la tardomodernidad como el alemán Hartmut Rosa[4], esa otra cosa para nosotros habría – sobre todo- que ir cazándola, desde la matriz de esas formas actuales de poder, que, en buen paladino puede que no sean otras que, las del capital travestido/líquido y silícico (aunque suene a antiguo) y, no tanto como, la velocidad o la aceleración. Aspectos que desde una lectura sosegada estarían claramente implícitos en los enfoques de Virilio y Rosa por otra parte – y lo queremos remarcar-, enormemente sugestivos. El asunto posiblemente resida en la necesidad contínua de contemplar y leer nuestra sociedad de la modernidad tardía/digitalizada, como un espacio/tiempo, carcomido en toda su telonado, en la trama de la vida que diría Jason W. Moore[5], por el capitalismo.
Por lo tanto, las catástrofes y su manejo no son las mismas y, no pueden ser percibidas o gobernadas de igual manera, si se mueven en el espacio/tiempo de la sociedad feudal/medieval, presidida por una economía de la salvación o, si se dan, en nuestra sociedad hipertecnologizada del modernismo tardío con una apropiación de la naturaleza como un objeto más de consumo y su consiguiente consideración, como un territorio absolutamente colonizable/consumible por el hombre. Si una gran inundación o un terremoto se percibían como un castigo divino y solamente era manejable (y tampoco siempre)[6] con rituales mágicos o religiosos, un acontecimiento catastrófico en la actualidad será vivido desde una potente sensación de frustración asentada, en la creencia de vivir en una sociedad en la que, la ciencia lo puede todo. En las sociedades antiguas y hasta más o menos el tiempo de la modernidad sociotécnica, los acontecimientos vividos y sentidos como catastróficos no suponían otra cosa que la materialización del designio de Dios o los dioses. Al ser humano no le quedaba en principio, otra salida que, las plegarias o los rituales de expiación, las rogativas o el tañer de las campanas.[7]
En la actual sociedad de la modernidad tardía, la confianza en la ciencia, el sentimiento de que la ciencia lo puede todo, o por lo menos, lo puede conseguir si se maneja adecuadamente, habría alterado las sensaciones de impotencia resignada de tiempos pasados y habría dado paso a todo un abanico de respuestas psicosociales que, en líneas generales, las podríamos denominar como de impotencia contestaria, incluso de impotencia rabiosa y reivindicativa, ante acontecimientos considerados ahora, absolutamente intolerables que ya, no se digieren como plegarias los dioses sino, que claman y exigen, responsabilidades al Estado e instituciones públicas y empresariales.
Probablemente sea la idea de responsabilidad y exigencia al Estado, incluidas las grandes corporaciones que, tienen que ver con las catástrofes tecnológicas, una de las derivas más representativas de la modernidad democrática relacionable especialmente, con aspectos relativos a la salud, la seguridad y las estrategias preventivas en general, y que, se van esbozando en el XVIII para iniciar su recorrido de consolidación a partir del relato de los ideólogos de la Convención[8] antecedido por Johann Peter Frank (1790) y seguido del de Virchow (1848) inauguradores de la medicina social y a su vez, en cierta medida, de la medicina pública/estatal.
Entender, comprender desde el hacer sociológico las catástrofes, en una sociedad en la que, se han institucionalizado interesados imaginarios sobre el progreso y la felicidad y, aunque, hayan sido efectuadas desde los intereses del mercado y del nuevo capitalismo financiero, habrían tenido un robusto calado mítico/simbólico en la psicología colectiva, de manera, que, la respuesta, por parte de la ciudadanía ante las catástrofes, no es solamente de pérdida de vidas y bienes muchas veces acompañada, de resignación mítico/religiosa sino, de profunda crítica social, de rabia contenida que, en algunos momentos es claramente expresada y que, en otros, desencadena potentes respuestas de solidaridad, buscando en y desde el nosotros informal y voluntarista, las respuestas que, el nosotros societario/institucional no habría sabido proporcional.
En suma, en la actualidad, el adecuado manejo institucional de las catástrofes, no es solamente una posibilidad técnica que puede paliar o minimizar sus efectos (y posiblemente impedirlos) sino, también algo que, sustenta el sentido y existencia de toda la arquitectura del Estado, como proveedora de mecanismos tutelares adecuados para la existencia cohesionadora/ordenadora del nosotros, de la totalidad de las gentes que, componen una colectividad nacional en un tiempo, en que, paradójicamente, el progreso lleva consigo una especie de entropía sociotecnológica en la que, riesgos y catástrofes conforman un novedoso y corrosivo componente estructural que acompaña de manera sistémica, toda nuestra vida presente.[9] Aquí, podríamos utilizar a modo de retruécano, la consideración de que, si antes de la actual modernidad la vida era un bien escaso, pero sublimable en mitologías de esperanza religiosa; ahora en que, incluso, el Dios escondido (Goldmann, 1959) de Pascal, ha sido después de Nietzsche (1882) sencillamente borrado y, sustituido, por la felicidades líquidas del consumo más, las fantasías de abundancia, felicidad, progreso y democracia de modo que ahora, la vida de los humanos se desenvolvería paradójicamente, en un continuo de angustias e inseguridades que, probablemente maten menos ¿? pero, de una camuflada robustez corrosiva de almas y cuerpos. Inseguridades de las que, también formarían parte las grandes catástrofes, erupciones volcánicas, terremotos, tsunamis, deforestación, pandemias, contaminación global e incluso terrorismo[10] y guerras regionales.
Abundando en el asunto, nuestro prudente/provisional intento, de construir una sociología de las catástrofes, pretende superar el enfoque tradicionalmente consagrado por la Academia sobre la sociología como ciencia de la sociedad, Para nosotros, la sociología puede ser a la vez, o también, un saber, una ciencia de las cosas, entendidas las cosas, como realidades naturales, que, estando materializadas en la Naturaleza y que, por lo tanto, no son en sí, sociedad sino, a su vez, naturaleza, constituyen una trama sistémica en donde lo humano/social, ofrecería una inestimable presencia interarticulada y significante. Los llamados hechos sociales y los tenidos como hechos/fenómenos naturales, como cosas y, las mismas cosas como realidades tangibles, vistas, colocables espacialmente, olfateadas y palpables o construidas desde los mares a los suelos y las montañas, pasando por las máquinas y la escritura, han constituido y siguen formando, una totalidad sistémica que, supone una trama, un enlosado biosociohumano inseparable, a lo menos, desde hace 3 o 4 millones de años ( y a lo más, desde la explosión Cámbrica) en que, se va delineando la peculiar especie de los vertebrados, de los mamíferos y en último lugar, de los humanos. Un espacio tiempo, en que se va constituyendo/conformando un sociobiogenotipo que, irá construyendo deixis, como sistemas deícticos de señalamiento y de notaría lingüística de las cosas. Desde aquí, los fenómenos naturales, los terremotos, las catástrofes y las cosas junto a la propia vida de los humanos no solamente forman la trama de la vida, sino que, además coo/forman un proceso evolutivo transversal por el que, las cosas y, la misma naturaleza, junto a la vida de los humanos, constituyen hechos, acontecimientos en cierta medida considerables como sociales y, por lo tanto, perfectamente legibles desde la Sociología.
Por supuesto, que no se nos escapa (somos atrevidos, pero no, imbéciles) que los terremotos y muchas catástrofes consideradas como naturales, son en principio un saber de las sismología o delas ciencias físico-naturales, pero cuando son leídas, sufridas, utilizadas, por los humanos y se enmarcan en determinados modelos societarios, se transforman en hechos sociales, pueden perfectamente constituir un objeto de estudio, reflexión y análisis específico, desde la sociología yendo, en la línea marcada por las sociologías del riesgo ofrecidas en los escritos de Bretón, Beck, Giddens, Bauman y Luhmann[11]y, muy especialmente en las derivas sociopolíticas desarrolladas por Noemí Klein y Jason W. Moore.
En el fondo, nuestro escrito, utilizando una perspectiva o eje sociogenealógico, no va a intentar otra cosa que, desvelar cómo desde la actual sociedad de la tardomodernidad digital, la cual, supondría a su vez, la reconversión de un nuevo modelo de capitalismo global/digital, se cimenta la clave de bóveda, desde donde se tiene que, comenzar a contemplar y sustentar, toda la arquitectura de las estrategias modernas y futuras de comprensión de las catástrofes y de su manejo por las administraciones públicas…o, un poco en román paladino, no podemos hacer la mili con lanza para entender y manejar unos acontecimientos que, se mueven en un espacio/tiempo social y tecnocientífico diferente al de tan solo, poco menos de 50 años. En momentos en los que se engarzan, fantasías de progreso y bienestar para todos los gustos, que van desde las más alpargateras del pisito en la primera línea de playa, a los viajes espaciales para multimillonarios, pasando por la contaminación ambiental de automóviles, barcos, autobuses y aviones con masas turísticas de usar y tirar que, fagocitan ciudades y bosques; y eso, sin olvidarnos de las industrias/negocios del ocio/deporte, o de la rapacidad urbanística del capitalismo global/financiero, más las interesadas rutinas de edificación utilizando masivamente, elementos naturales cuando probablemente, podrían atenerse al uso de materiales sintéticos/reciclados, menos roedores para el medio ambiente, terminando, con un modelo de alimentación y agricultura intensiva, al que probablemente haya que añadir una medicina excesivamente asentada sobre la farmacoterapia y la pantalla. Todo ello como ejemplos a vuela pluma, pero que, en principio, puede iniciarnos en la compresión y conocimiento de una inmensa panoplia de vectores corrosivos que, lleva a su culminación desde hace probablemente algo más de un siglo[12] estaría, matando la vida de nuestro entorno bioambiental y, que, en nuestra rabiosa actualidad necesitan de estrategias diferentes incluso, a las utilizadas apenas 40 o 60 años atrás, en el tiempo de la “gota fría”[13]
En suma, lo que pretendemos manifestar es que, nuestra sociedad de la modernidad tardía o tecnodigital, soporta una mochila de inseguridades que suponen una suerte de cierre de todo un paradójico recorrido humano en el que, desde esas huellas dejadas en la playa de Rodas[14] hasta las marcas de los primeros astronautas en la Luna, habría estado presidida cada vez más, por encima o por debajo de los avances tecnocientíficos y por las diferentes modulaciones históricas de las economías de la supervivencia, por potentes intereses económico/financieros que, organizan la urdimbre estructural del canon cultural y científico de la modernidad. Todo un tejido, una jaula de hierro y silicio que conforma una infraestructura sistémica de una robustez líquida a penas pensada, por el Marx de El Capital.
Los riegos de nuestros días y sus patentes efectos catastróficos han sido inicialmente el resultado de la propia entropía de la Naturaleza, pero a medida que esas pisadas humanas sobre playas sabanas y montañas se fueron haciendo más numerosas y densas, se fue inaugurando un contumaz e imparable recorrido de colonización de los aires, aguas y lugares, que habría dado como resultado final, probablemente desde hace algunos pocos años, a lo que en nuestros días se etiqueta bondadosa y discretamente, como “Cambio climático” y que, con toda seguridad va a suponer un sistémico cambio de paradigma mucho más allá del que acuñaría el físico y sociólogo de la ciencia norteamericano Thomas Khun (1962) en su obra “La estructura de las revoluciones científicas”
Incluso, es más; esos cambios de paradigma, esas diferentes cosmovisiones catalizadas desde la ciencia y la tecnología no hubiesen sido posibles sin que la Naturaleza, no hubiese presentado un cierto sosiego climático ambiental como el que se daría desde el final del medievo hasta aproximadamente, los finales del XX[15]en que, el clima aunque no se haya comportado de manera uniforme, si se le puede considerar en general como benigno y razonablemente estabilizado (con modas que sobre la base de los 16º presentaron entornos de más o menos 8º) en comparación con los siglos anteriores y de alguna forma, relacionables con el progreso económico y demográfico de la sociedad fabril/industrial.
Sin embargo, el verdadero cambio sistémico, en relación con el cambio climático y la estructura de la sociedad -según nuestra opinión-, tendría su primer momento en el Neolítico, con la terminación/aminoramiento de la glaciación cuaternaria (3ma-11.500 años) Un momento que supuso en general y con algunas pocas excepciones, no solamente el salto a un nuevo modelo de supervivencia alimentaria sino al mismo tiempo la apropiación/domesticación del suelo y los animales. En definitiva, la domesticación progresiva de la Naturaleza en un recorrido paradójico en el que se irían dando dos ejes o dos momentos significantes. El primero, de carácter mágico/teológico con una potente influencia del medio ambiente sobre los humanos y, el segundo, presidido por una peculiar manera de acción humana sobre el suelo, los demás seres vivos[16] y el medio ambiente en general, en donde se van a entrecruzar resultados funcionalmente productivos[17], que, con el desarrollo de las tecnologías mecánicas y sociopolíticas, darían como resultado final, una corrosión progresiva de ese inicial solado nutricio de la Tierra que, se inicia en el denominado “óptimo climático del Holoceno” (ca. 8.000 años) para dar paso alrededor del tiempo de la consolidación del industrialismo al antropoceno, (Vide: supra nota 1) como espacio/tiempo de la canibalización sistemática del medio ambiente por el hombre, o el trasvase de la domesticación productiva de la Tierra a su vasallaje destructivo como alteración sistémica, de un periodo de relativa estabilidad climática/ambiental, de casi 10.000 años.[18]
De cualquier manera, quedaría por ver, cómo las nuevas sociedades de nuestra modernidad tardía van a contribuir al refuerzo o a la aminoración de esas corrosiones. Probablemente esos nuevos escenarios de colonización puedan ser mucho más corrosivos que, los de la modernidad fabril. Entre otras razones porque su ejecutor no va ser el hombre mecanizado – ya, antes del taylorismo -,sino una máquina pretendidamente neurohumanizada entregada a la insaciable codicia de nuevos formatos de poder económico y político, en un futuro cercano en el que además el viejo Homo sapiens, el antropoide de la palabra, la emoción y la ficción se vaya reconvirtiendo en un Homo digitalis,[19] increíblemente funcional y productivo pero sin emoción, quizá sin palabra y posiblemente también sin ensoñaciones…
Si no es posible una sociología de acontecimientos y hechos biofísicos como los que tuvieron lugar en la Tierra, antes de la aparición de los primeros homínidos[20] hace unos 7 millones de años[21], si lo puede ser, cuando de trata de hechos sociales que, iniciarían su presencia cuando el eje hominización/humanización dio lugar, a la aparición de los HAM[22] y, al momento de la socialización de tal manera que, el núcleo duro de nuestro escrito intentará mantener como hipótesis de trabajo que, tanto el cambio climático, como las demás alteraciones biofísicas de nuestro entorno habitable no son solamente explicables, por la propia y azarosa entropía de la naturaleza ni, por una diferencial estructura y arquitectura neuronal o su misma funcionalidad bio/neural, desde una simple mano, a toda la acción y comportamiento humano, sino que, se corresponden y se pueden comprender, como una compleja y rizomática construcción social (incluso socio/neuronal)[23] en la que estarían velados y camuflados intereses evolutivos de supervivencia, biofísicos, económicos y sociopolíticos y en donde la sobre/articulación de Sociedad, y Naturaleza organizarían la estructura sistémica de la vida en general y a su lado, de la propia vida de los humanos…en suma, necesitando no solamente desembarazarnos, del canon dualista arrastrado desde Descartes por el que, las almas no tienen cuerpo y, los cuerpos la carne, son, tan solo, mecanismos o, si se quiere, superando este dualismo, con el ingenuo sumando de Sociedad + Naturaleza o, Cuerpo más Alma, sino además, rastrear, cazar, la complejidad de una trama de la Naturaleza/Vida/Sociedad, que no se puede reducir al binomio cartesiano ni, tampoco, a la aritmética ilustrada. En este eje reflexivo, el sociólogo norteamericano Jason W. Moore (2020,51) y en relación con la complejidad de la articulación vida humana, vida social y naturaleza, nos hablaría de “Sociedad sin naturaleza…y, de una Naturaleza sin seres humanos…”
Al final, el asunto nos conduce, ahora sí, dentro del ámbito de la sociología, a considerar tanto el diseño cartesiano como su reconducción sumatoria de “Naturaleza más Sociedad” a una comprensión sin trampas del telonado de fondo sobre el que reposa, nuestra cultura tardomoderna sobre el clima, el medio ambiente o el cambio climático, incluidos terremotos, inundaciones y grandes desastres. En suma, las catástrofes ecoambientales y telúricas.
Un párrafo de la obra de Jason W. Moore nos puede servir de guía:
“…Se necesita un concepto, que creo implícito en un estrato del pensamiento verde, que pase de la interacción de unidades independientes – la Naturaleza y la Sociedad – a la dialéctica de los seres humanos en la trama de la vida. Un concepto así centraría nuestra atención en la dialéctica concreta de las relaciones intrincadamente enlazadas, entreveradas e independientes de las naturalezas humanas y extrahumanas. Se necesita, en otras palabras, un concepto que permita un vocabulario proliferante de la humanidad-en-la-naturaleza en vez de uno basado en la premisa de la humanidad y la naturaleza…” (Moore, 2020,53)
Abundando en las notas precedentes, habría además otro hilo conductor que canalizaría toda nuestra exposición y que, para nosotros se ladea de la mirada sociológica para entrar de lleno en el campo de la filosofía de la naturaleza y la ciencia y sobre todo, de un diseño más complejo y menos linealista de la evolución, tal como sería expuesto por Darwin (1859-1871) que por otra parte se sitúa en pertinencia, con ese ilusorio senderismo “Ad astra” característico de toda nuestra moderna cultura occidental, únicamente cortado/ensombrecido, por el relato cristiano/paulino del apocalipsis del final de los tiempos. Un camino además que, como apuntaba Séneca no solamente está lleno de dificultades “…non est ad astra mollis e terris via…” [24]sino que, al mismo tiempo, nunca habría presentado una continuidad tan lineal y nítida, como la que, parece desprenderse del relato darwinista. Probablemente, en todo este recorrido “hacia las estrellas” más que ejes de crecimiento y progreso catalizados desde la propia selección natural para conseguir como culminación, una peculiar especie de antropoides que llegarían hace en tan solo unos 300 o 200.000 años a ser sapiens, encarnados en una estructura biofísica y sobre todo genética, no muy diferente a las de un simio bípedo. Pues bien, y posiblemente desde esa primera gran catástrofe biofísica del Cámbrico (500-573 ma) la historia de la vida y por tanto, la de los humanos no haya sido sino el resultado, de un rizomático, imprevisible y azaroso proceso de extinciones catastróficas, en las que, no solo los dioses tuviesen nada que ver, sino, que la participación de los humanos fue inexistente, para ir materializándose mucho más tardíamente y, probablemente inaugurada, con el comportamiento de canibalización cazadora de los últimos Homo erectus (ca 500.000 años)[25]
Junto a lo que podemos considerar la explanación reflexiva de todo lo anterior, incluimos en el presente escrito las conclusiones (con sus referentes metodológicos) de un estudio que realizamos en el 2007 sobre las Percepciones de los españoles sobre riesgos y catástrofes
Y, a modo de aviso y disculpa, por nuestra quizá torpe escritura, las peculiares notas a pie de página son muchas veces más que, una referencia puntual, otro texto, otro escrito paralelo que, quizá nos está señalando lo incompleto y abierto, de cualquier indagación pretendidamente sociológica
II.- GENEALOGIA DE RIESGOS Y CATASTROFES; DESDE LOS DIOSES A LA CIENCIA
Si en principio la idea de riesgo estaría relacionado con acontecimientos que, aunque sucedan, son sobre todo considerados como una posibilidad tangible, como una probabilidad que, en algún momento de la vida de los humanos habría sido constatado, o relatado oral o icónicamente, mediante algunos de los registros escriturados desde la antigüedad. Por el contrario, las catástrofes son hechos manifiestos que, aunque también recogidos en la memoria emocional/cultural, acontecen en un aquí y ahora claro, tangible, y concreto. Los riesgos se pueden y de hecho a menudo, se hacen realidad… pero las catástrofes son siempre, crudas realidades; suponen un modo de ser, de hacerse hecho real y manifiesto, a modo de un determinado modelo de riesgo que, parece escaparse de la mano del hombre e, incluso, del propio cálculo de probabilidades. Las catástrofes son riesgos, y en ocasiones – especialmente en la antigüedad -, difícilmente predecibles, pero los riesgos, no siempre derivan en catástrofes y en general son o pueden ser, científicamente avistados en nuestros días. Por otra parte, los riesgos presentan una horquilla variable de acontecimientos, intensidad y destrucción en la mayoría de las veces centrados en el individuo[26] – o en pocos individuos -, más que en la comunidad. La catástrofe, es colectiva y vivida/sufrida comunitariamente, siendo además acumulativa, destruyendo vidas, haciendas, emociones y territorio. Mientras que hay muchos tipos de riesgos, solamente hay un modelo de catástrofe[27]-más allá de su componente o desencadenante concreto, aguas, fuego, tierra, epidemias, transportes, etc.-, el del desastre, la destrucción y el sufrimiento casi absoluto, el de un acontecimiento que, en principio parece escaparse a su manejo por el hombre y que, además se intentaría – y, nunca inocentemente -, inscribir en el espacio/tiempo de la Naturaleza y de los dioses, en un lugar que inicialmente se nos presenta como ajeno a los actos y situaciones de la vida de los hombres[28] o de la sociedad, como causantes…los co/causantes en su sentido más generalizado y, ésto, de alguna manera modificado desde el tiempo de la segunda industrialización en donde, el protagonismo hegemónico de la naturaleza y su natural entropía biofísica, va a estar compartido/reforzado/catalizado, con potentes operadores mecánico/energéticos y socioeconómicos, como los artificios de automoción desde los más individuales a los colectivos; ferrocarril, la navegación mecánica, la aviación o las innumerables formas de manejar la alimentación, la ropa, la comunicación o incluso el urbanismo o, el ocio, el turismo, el consumo, y, por supuesto, las tecnologías nucleares y digitales que, a su vez, nos son más, que la punta de un iceberg que camufla potentísimos intereses económicos y de poder, de tal manera que, erosionan y corroen toda la trama y el equilibrio de la vida, la sociedad y la naturaleza
Podríamos decir, y así se creyó durante siglos, que las catástrofes eran cosa de los dioses y que, solamente nos correspondía a los humanos el manejo más o menos satisfactorio de los riesgos presentes en la cotidianidad del trabajo, la vida o la convivencia, aunque hasta casi la premodernidad renacentista con sus flecos y prolongaciones hasta el siglo XX, se mantuviese presente la mano y el designio divino.
De hecho, durante un largo recorrido histórico, que comienza a resquebrajarse hace tan solo algo más de dos siglos, las grandes catástrofes naturales han estado apartadas del sistema de riesgos, hechos y acontecimientos manejables directa o indirectamente por los humanos de manera que, durante un largo periodo de tiempo, posiblemente aún presente, perviva una patente intermediación de todo tipo de iglesias y, en particular las judeo/cristianas, que no obstante, no evitaría que hasta los inicios de la modernidad inaugurada o arrastrada desde el Renacimiento, las catástrofes supusieron acontecimientos exclusivamente manejados por poderes inescrutables y ajenos, a la voluntad de los humanos y por lo tanto, exclusivamente controlados nada más que, por la magia o la teología.
El despegue de las percepciones mágico/míticas y religiosas habría constituido un proceso lento e incluso, aún todavía sin cerrar y en el que, además, siempre estuvo de alguna manera presente no tanto, la mano del hombre, sino sus faltas, pecados y desobediencias a la moral mítica/religiosa de una determinada cultura. En esta línea, nos podemos topar con dos acontecimientos; uno, que míticamente relaciona al hombre con el destrozo de la tierra, contenido en el poema acadio/sumerio de Gilgamesh (ca.2.150 a.C.) y otro, de dimensiones claramente catastróficas como sería el Diluvio universal relatado también en las tablillas del poema babilónico y posteriormente en sanscrito, por el Mahabharata (ca siglo III a.C.) pero sobre todo conocido por su inclusión en la Biblia hebrea (ca siglos VIII-VI, a.C) En estos relatos están presentes comportamientos humanos relacionables de alguna forma con actitudes que no satisfacen a los dioses; en el fondo, con el pecado, la soberbia de los poderosos o la transgresión de normas dadas por la divinidad. En el caso de Gilgamesh con la prepotencia y la angustia de un de un héroe obsesionado por la muerte, que, se atreve en su compulsiva búsqueda de la vida eterna, a destrozar el mítico “Bosque de los cedros” después de matar a su guardián, mereciendo por ello, la condena divina:
“…el que ha despojado la Montaña de los cedros debe morir…” [29]
Todo este recorrido en el que se combinan acontecimientos biofísicos tan remotos que, posiblemente solamente dieron lugar a una memoria mítica/universal sin escritural por su propia antigüedad, como pudo ser, la erupción del volcán del Lago Toba (70.000 años) que pudo contribuir a la construcción universal del relato del Diluvio o, la destrucción de Sodoma/Gomorra que darían lugar a relatos mítico/históricos repartidos en numerosas leyendas constatadas en todo el mundo y que, como hechos reales, estuvieron durante siglos fuera de la racionalidad humana, conformando junto a otros acontecimientos no escriturados el núcleo de una memoria colectiva que, muy lentamente comienzaría a perder su hegemonía mitológica desde las primeras escrituras precientíficas de los filósofos griegos, precisamente habitantes de una tierra continuamente asolado por terremotos de diversa intensidad. Tales de Mileto como Aristóteles[30], manejando sin duda nociones pertinentes con su mundo científico/cultural asentado, sobre el equilibrio de los cuatro elementos, intentan introducir claves físico/naturales para explicar los terremotos que, de alguna manera, se irían apartando del relato mitológico griego en el que éstos, eran causados por la furia de Poseidón al hacer chocar su tridente contra el suelo.
Sin embargo, este camino que parece conducir de los dioses y los mitos a la ciencia, inaugurado como casi todo (a lo menos, en nuestra cultura occidental) por los griegos y, en lo que se refiere a las catástrofes naturales (sobre todo, terremotos e inundaciones) no se habría desligado totalmente de la teodicea y de los inescrutables caminos del Señor, especialmente en España. Así, con motivo del terremoto de Lisboa (1755) que se sintió y sufrió en varias ciudades españolas; mientras que, en la propia capital portuguesa, surgieron rápidamente lecturas y estrategias laicas propias del tiempo de la Ilustración como las del Marqués de Pombal y del primer relato naturalista moderno (que nosotros conozcamos) sobre los terremotos del médico Antonio Riveiro Sanches publicado en 1756, llevando como título, Tratado de Conservaçäo da Saúde do Povos, y, siendo traducido al castellano por Benito Bails en 1781, en nuestro país, y en las poblaciones afectadas en diversos grados por el terremoto de Lisboa se realizarían novenarias y severos ayunos.
Curiosamente sería en la Hispania visigoda y de la pluma de San Isidoro de Sevilla[31], cuando tenemos constancia de intentos de racionalizar terremotos y grandes catástrofes, aunque siempre manteniendo su origen primero en los designios de Dios. Planteamiento último que, de algún modo se mantendría hasta los inicios del siglo XX, siendo definitivamente laicado por la teoría del rebote elástico (Harry F. Reid, 1910) como resultado del terremoto de San Francisco (1910) teniendo su remache final en la moderna teoría de placas tectónicas (John T. Wilson, 1965)
Hasta casi nuestros días, el recorrido ha estado continuamente presidido por el relato del designio, cohabitando de alguna forma, con las explicaciones naturalistas o pretendidamente científicas como las planteadas desde el siglo XVII por Athanasius Kircher y emblematizadas en la Teodicea (1710) de Leibniz, en donde las desgracias, los desastres y el mal en general estarían marcando una especie de armonía universal querida por Dios. En esta dirección habría que entender los enfoques naturalistas de San Isidoro, San Alberto Magno[32] o Santo Tomás de Aquino[33], que, en el fondo, lo que pretendendieron sería cristianizar/modernizar, el relato mitológico/naturalista greco/romano y, que, posiblemente, todavía estaría presente en la actualidad bajo paradójicos escondites como podrían ser, las nuevas ciencias y tecnologías digito/neuronales a modo de una teología de la tardomodernidad sustentada/explicada desde el algoritmo y en donde el enfoque sociológico habría estado ausente.
III.- AIRES AGUAS Y LUGARES O LA CONSTRUCCIÓN DE LA SALUD DE LOS PUEBLOS
Descontando las estrategias egipcias y chinas en la prevención y manejo racional de inundaciones y terremotos (supra, nota 4) el documento más significativo sería el escriturado por Hipócrates bajo el rótulo Sobre aires aguas y lugares (ca siglo IV a. C.) en donde este médico griego, introduce el clima y en definitiva la Naturaleza y la Tierra, como un factor esencial no solamente en la salud de las gentes sino, a su vez, en los comportamientos y costumbres de los pueblos inaugurando -probablemente junto a Heródoto -, el determinismo ambiental, como preludio de las sensibilidades ecológicas modernas y en cierta medida, de la teoría del cambio climático aunque no contemple fenómenos telúricos como los terremotos, y su relato se mueva por encima de las entrañas de la Tierra; ese espacio tenebroso que, al médico y alquimista suizo Paracelso, se le presentaba como demoníaco e infectado por vapores mercuriales[34]
De alguna forma, el relato griego sobre catástrofes telúricas incorporó siempre el diseño climatológico recogido de Hipócrates como quedaría patente, en los escritos sismológicos de Aristóteles contenidos en su tratado “Metereológicos” (Libro II, cap. VII-VIII, ca 350 a.C.)[35]
Hipócrates, en este escrito, al igual que hiciera con el arte de la cura, comienza a desvincular al cuerpo de las manos caprichosas de los dioses yendo en dos direcciones más allá de la salud, como asunto médico/clínico. Uno, al considerar las “mores” en general, como algo, también condicionado por la naturaleza en su conjunto. En cierta medida este texto del médico de Cos podría ser considerado como un lejano adelanto de algunas de las ciencias sociales de la modernidad y en especial, de la psicología social…en último lugar, solamente habría que esperar al trascurso del tiempo histórico, para que Marx (1867) encontrase en la economía, la otra cara escondida de la Naturaleza o como diría Jason W. More (2015), al capitalismo como “trama de la vida” … En segundo lugar, Hipócrates introduce el clima, el medio ambiente (aguas, aires, suelos, fauna, flora) en general, como una constante relacionable con la salud y el bien/estar de las poblaciones, aunque aún, no contenga explícitamente medidas preventivas o tutelables que, en la actualidad se puedan considerar como ecológicas. Medidas por otra parte oteables en la antigüedad escriturada, como se puede reflejar – aunque sea lateralmente y algo forzado-, en el ya comentado poema de Gilgamesh o en el Código de Hammurabi (ca 1750 a.C.) pero que no se hacen realmente palpables hasta Roma[36] y la Baja Edad Media, precisamente cuando la ciudad representa el nivel más desarrollado de vida social. Así, podríamos decir que, ésto del medio ambiente, las aguas y el clima, es o va siendo, a pesar de Hipócrates, un asunto de la ciudad.
Y esta azarosa trama de la vida de los humanos que incluye inicialmente -a lo menos- desde el relato bíblico- a la enfermedad y sufrimientos como el trabajo, iría incorporando progresivamente desastres y acontecimientos dolorosos situables en territorios extracorporales o centrífugoantropológicos como la Naturaleza, en su sentido más amplio y geológico, de manera que, los terremotos como significante englobador de todo tipo de catástrofes, con excepción de guerras y hambrunas, entren de lleno en la procura de la salud de los pueblos.
Como ya hemos comentado (supra págs. 16-17) hace ya algunos siglos, Benito Bails, un afamado matemático catalán, traducía un libro de un médico portugués, Antonio Riveiro Sánchez, en 1781, titulado Tratado de la conservación de la salud de los pueblos y consideraciones sobre los terremotos. En esta obra, escrita en 1756 y, con toda seguridad promovida por el terremoto de Lisboa de 1755, de alguna manera se hurtaba a los dioses y a la teología, el manejo de las catástrofes y de los terremotos, planteando que, éstos, pueden manejarse por los hombres, pueden escaparse de esa especie de maldición bíblica del designio, de algo que solamente puede ser manejado por Dios. Esta obra, en general desconocida, marca una nueva era, un nuevo tiempo, en el manejo civil y político de las catástrofes. Libro en cierta medida continuado por otro autor olvidado, pionero de las topografías médico/sociales, como sería el naturalista valenciano Antonio José Cavanilles y Palop (1745-1803) autor de Observaciones sobre Historia Natural, Geografía, Agricultura del Reyno de Valencia (Madrid, Imp. Real, 1795) que, precisamente relata poniendo sobre aviso y, casi como si fuese hoy día, una tragedia similar a la de la actual Dana, ocurrida en la misma zona, pero hace más de cuatro siglos, en 1775.
“…Siguiendo hacia el sur desde Alaquás como a un quarto de legua se atraviesa el barranco, que empieza en las montañas de Buñol con dirección a Chiva, entra en esta villa y continúa por el término de Cheste, donde recibe otro considerable: engrosado con este aumento y con las vertientes de aquellos montes, cruza el llano de Quart junto a la venta de Poyo, pasa después por las cercanías de Torrent, que dexa a su derecha, como igualmente Catarroja, y desagua en la Albufera de Valencia. Su profundo y ancho cauce siempre está seco, salvo en las avenidas quando recibe tantas aguas y corre tan furiosamente, que destruye quanto encuentra. En 1775 causó muchísimas desgracias en Chivas, sorprendiendo a media noche a sus vecinos; asoló un número considerable de edificios, esparciendo por más de dos leguas los tristes despojos y los cadáveres de los pobres que no pudieron evitar la muerte…”
Op.c. Tomo I pág 159.
Un relato cercano a lo fotográfico/televisivo que, desde diferentes formatos, e intenciones, se venía planteando por los Regimientos medievales castellanos e instituciones aragonesas[37] como el Libro del consulado del Mar (1260) con precauciones y tutelas entorno al, comercio marítimo, construcción de viviendas, canalizaciones, medidas higiénicas y de, lo que, constituye el comienzo del diseño moderno de las higienes y de las estrategias públicas de salvaguarda de la salud pública. Un concepto que, lo englobaba todo, desde la medicina y la higiene social, pasando por las políticas municipales contra incendios, hasta las primeras legislaciones urbanas sobre el control de residuos urbanos que, por otra parte, en cierta medida, adelantadas por los romanos, especialmente en la higiene de la ciudad y, en nuestra sociedad ibérica, por los reinos musulmanes, principalmente en ciudades como Córdoba.

Este manejo civil de la salud de las gentes marca, en cierta medida, los inicios de la modernidad occidental. De cualquier manera, hay otro aspecto, también estructural y enormemente significativo relacionado con el peso del clima, del medio ambiente, de la climatología y que puede ser el propio desarrollo de la sociedad humana, e incluso de ese eje basal en el proceso evolutivo, que va desde la hominización a la socialización pasando por la humanización. Un eje tan antiguo y profundo que, probablemente, se inicia con un cambio climatológico de una importancia casi revolucionaria como el de la última desglaciación del planeta, hace sesenta o setenta mil años, permitiendo el paso del sapiens africano a Eurasia y, salir de las cavernas junto con los neandertales, para formalizar las primeras culturas de finales del paleolítico y principios del neolítico. De alguna manera el comienzo de la domesticación del mundo, y paradójicamente de su destrucción, en esa andadura tan paradójica que es la del ser humano sobre la Tierra. Esa andadura que el sociólogo americano Clarence J. Glacken titulado Huellas en la playa de Rodas (1996). En esta obra, cuya lectura para nosotros completa otro escrito a tener en cuenta que es La estructura de las revoluciones científicas (1962), de Thomas Khun. Para este autor, los grandes cambios de paradigma, las cosmovisiones del mundo están en relación con el recorrido de las revoluciones culturales y científicas. El libro de Glacken completa el relato de Khun en la medida en que introduce una nueva variable en los cambios de paradigma. Esa nueva variable, junto con lo cultural y lo científico la relaciona con el cambio climático. Ese cambio climático, que comentaba anteriormente, supuso el comienzo del potente asentamiento sobre la tierra de los sapiens, de los humanos, que lleva consigo un manejo del mundo, en principio, homogeneizado por los dioses, pero como hemos comentado al principio, poco a poco controlado por los humanos. Teniendo en cuenta que este asunto de los cambios de paradigma, o de los cambios estructurales, en la manera de manejar el mundo han tenido un papel importante los aspectos ambientales climatológicos. Para un humilde sociólogo como yo, pienso que estos cambios climáticos han estado presentes y han contribuido a la construcción de la modernidad occidental en la medida en que, a parte de ese fenómeno de la desglaciación en el neolítico, hubo otro en la edad media en la que en cierta medida se produjo un cambio climático, a partir del siglo XIV, que fue aminorando el largo invierno de la edad media; una etapa geológica-socioambiental, en la cual los fríos fueron potentísimos. Sin intentar corregir al maestro Max Weber, no solamente el calvinismo tuvo algo que ver, o mucho que ver, en la construcción de la modernidad occidental, sino que, esa modernidad occidental no hubiese sido posible sin esa especie de aminoración climática, que permitió incluso el renacimiento y la navegación oceánica, y con ello el descubrimiento de nuevos mundos a finales del siglo XV. En suma, el medio ambiente es un componente estructural de la cultura y la sociedad humana que, además, está sufriendo otro cambio sistémico, una especie de segunda revolución climática a partir de algo tan real y patente desde hace una treintena de años como es la degradación de la capa de ozono junto a la elevación gradual del nivel y temperatura del mar. Un cambio climático que supone para algunos un verdadero cambio de paradigma en todo, en la vida cotidiana, en la vida social, en la vida política y en la salud de los pueblos.
Podríamos decir entonces que la sociedad moderna es posible porque hay un recorrido climatológico estable desde aproximadamente el siglo XV hasta hace una veintena o una treintena de años en los que se comienza a desarrollar un cambio estructural en el clima, originado por lo que se viene a llamar el cambio climático. Un cambio climático que es fundamentalmente, algo cercano a una nueva/diferente, revolución sistémica en la que se engarzarían aspectos tecnológicos, culturales, económicos y sociopolíticos. De tal manera que las estrategias el relato preventivo y causal de la sociedad tardomoderna, serían absolutamente diferentes a las del tiempo de Benito Bails. Una cultura de la prevención hasta hora, sostenida casi exclusivamente unida a la máquina, a esa cultura de la chimenea y de la fábrica, incluso del motor y del avión, que aunque constituya junto al discurso de la Ilustración el sedimento de nuestra cultura moderna va siendo remplazada, por la cultura líquida/virtual del mercado/consumo y las nuevas caras de los fascismos patentemente puestas de relieve en los populismos de todos conocidos y, probablemente de difícil parada, en una sociedad avocada al olvido de la palabra y la memoria.
Ahora nos encontramos en un tiempo en el cual la nueva sociedad digitalizada y descarnalizada de la tardomodernidad se une a la revolución climática. De tal manera que las herramientas que hemos utilizado hasta hace pocos años, incluso las que utilizamos, mal o bien, en las inundaciones de Vizcaya del año 1983, no nos valen. No nos valen porque son herramientas para otro tiempo. Un tiempo que ya empieza a no existir, un tiempo que, como hemos comentado, une la revolución digital con la corrosión ambiental y el espesor/globalizado de los nuevos formatos de capitalismo. Tres cambios estructurales que dan lugar a un nuevo paradigma sistémico: el de la cultura sociopolítica de la tardomodernidad. Una cultura compleja, descarnada, líquida, que va siendo cada vez más deshumanizada y va a crear nuevas precariedades para “la salud de los pueblos”.
¿A qué reflexión nos tiene que llevar estas digresiones? La primera la hemos apuntado de alguna manera: las herramientas que se fueron construyendo a partir del siglo XVIII, y que consiguieron una especie de cima a finales del siglo XX, no nos sirven porque están pensadas para otro escenario no solo ambiental sino, económico, político y sociológico. En la actualidad, el siglo XXI, el siglo de la tardo modernidad, nos exige herramientas diferentes para si no, controlar el mundo, por lo menos para intentar no destruirle más, necesitando ser pensadas desde un horizonte, desde un panorama absolutamente diferente al que hemos manejado hasta ahora, que es esa Tierra habitada/deshabitada, creada, destruida por los humanos, que lleva elementos relativos y, posiblemente, muy significativos de progreso pero en la actualidad, prisionera de nuevas y teologizadas formas de poder con la ayuda de nuevas tecnologías neurodigitales y una corrosión ambiental que nunca la entenderemos si continuamos leyéndola desde la ingenuidad de la propia entropía de la naturaleza o de la mano cainita de los humanos. Probablemente y, una vez más, no haya otra entropía ni una mano que no sea, la del poder/capital/globalizado y, por lo tanto, olvidarnos o saltar de la entropía de la naturaleza o la propia entropía de la tecnología a las realidades del capital, esa realidad obscura que ya fue desvelada – aunque suene antiguo, pero que hay que recordar- hace ya, más de siglo y medio por la escritura marxengeliana. Es más: Atrevernos a decir que ese nuevo constructo medio ambiental al que llamamos cambio climático teniendo que ver con la mano del hombre y con la naturaleza es sobre todo algo construido/destruido desde el poder económico/político, necesitando además comprender incluso a la Naturaleza desde parámetros diferentes. Una naturaleza que hemos olvidado que también es vida y sociedad Curiosamente, Darwin tuvo como libro de cabecera el de un no muy conocido, pero enormemente significativo geólo/geógrafo[38] británico, Charles Lyell, cuyo planteamiento geológico era una premonición: la naturaleza, la tierra, las montañas, todo tiene vida. Todo esto, en cierta medida, lo hemos olvidado. Los políticos han olvidado que están en un mundo que es diferente al de hace 30, 40, o 50 años. Incluso los sociólogos nos hemos olvidado de que la sociología como el saber sobre las formas de socialización, como diría el maestro Simmel, son diferentes. Lo que actualmente conocemos como sociología, no es ni siquiera un acertado relato realizado por Auguste Comte curiosamente tras el establecimiento de una monarquía más moderad que la de la Santa Alianza. Posiblemente, la sociología con sus prolegómenos más o menos institucionales no supone otra cosa que, el resultado de formas de socialización concretas y diversas. En este caso, derivadas de una nueva estructura sociopolítica, marcada por la revolución francesa y protagonizada por el tercer estado, como bien lo advirtió un cura: el abad Emmanuel-Joseph Sieyès, cuando acuñó por primera vez el neologismo sociología como una especial forma de relacionarse, de vivir en/con nosotros a partir de un espacio sociopolítico marcado e inaugurado precisamente por la burguesía bajo el formato político del Tercer Estado. Etapa que termina cuando ese Tercer Estado se engatilla y ya no es la llave de la historia. La llave de la historia va a ser, a pesar de la ingenuidad, pero también de la lucidez de Marx, el proletariado, que, se convierte en la nueva clave para entender la historia. Dejándonos de elucubraciones teóricas, el hecho es que, más allá de las razonables divergencias ideológicas/culturales, la situación actual va más lejos del relato y la práctica política cotidiana necesitando, exigiendo, estrategias posiblemente difíciles: complejas, pluridisciplinares, plurideológicas, absolutamente transversales, como dicen los modernos, pero con una transversalidad diacrónica/estructural, en la que empecemos a comprender que nuestro mundo actual es otro. Lo que hicimos los responsables políticos del 83 no nos sirve, lo hiciéramos bien o mal. Empecemos a organizar sosegada, pero urgentemente, nuevas estrategias para la procura de la salud de los pueblos.

Esas estrategias, en principio frágiles pero seminales en los ilustrados, y los políticos del XIX y del XX; estrategias que pasan de unas ordenanzas municipales de bomberos, de construcción, de tutela del hábitat, a modo de tecnologías preventivas en cierto modo culminadas, en el tiempo de la Segunda Guerra Mundial a estrategias para la vida de los humanos y a la propia vida del planeta alejada de los simples enfoques militar/civiles del diseño actual y canónico de protección civil. Curiosamente en España, la primera estrategia de prevención civil, bajo el epígrafe de defensa civil, la hace el franquismo en el año 1945, probablemente intranquilo, por lo que podía suponer para España la victoria de los aliados.
En definitiva, aparte de digresiones, elucubraciones teóricas, de alguien que ya no es más que un viejo sociólogo, lo importante sería pensar/establecer urgentemente, nuevas estrategias de prevención de la salud de los pueblos. Es más, el cambio climático no es algo que solamente va a influir sobre un determinado espacio territorial, como puede ser el Mediterráneo, sino que en los próximos decenios va a tocar – y está tocando ya-, toda Eurasia y posiblemente todo el planeta Tierra. Es un cambio estructural mundial, absolutamente unido a lo que teóricamente se puede considerar cambio de paradigma, necesitando, saltar de las en general mezquinas luchas políticas y llegar a un pacto estructural y de Estados (concierne a la Unión Europea y a la ONU) sobre el manejo de una situación que es absolutamente nueva y estructural. El problema no es que no hayamos sabido manejar las herramientas tradicionales que podíamos tener a mano, lo que no tenemos, son nuevas herramientas (posible y paradójicamente la I.A.) para una nueva situación derivada del cambio climático y eso lo deben tener claro los políticos, los científicos y toda la sociedad, no solamente española, sino mundial.
IV.- LA PERCEPCIÓN SOCIAL DEL RIESGO EN ESPAÑA
IV-I.- REFLEXIONES METODOLÓGICAS.
El presente estudio se realizó en el marco de una petición de colaboración con el Colegio Nacional de Doctores y Licenciados en Ciencias Políticas y Sociología, por parte de la Dirección de Protección Civil del Ministerio del Interior en el año 2007.
Dicho trabajo, queremos pensar, pudo contribuir para que el Gobierno de España potenciase dispositivos de control de riesgos y catástrofes como la UME.
Por otra parte, puede servir como material didáctico para que los estudiantes de sociología vean, en la práctica, cómo se puede organizar y desarrollar la arquitectura metodológica y operativa de una investigación sociológica, o psicosocial, mediante la técnica del grupo de discusión.
Adentrarnos en el estudio de la percepción supone ir más allá de lo psicológico; o lo que es lo mismo, superar los diseños cognitivos sobre la percepción como simple racionalización de la realidad y de la naturaleza. Las percepciones se construyen social o, psicosocialmente. Son elaboraciones culturales sometidas a los cambios de paradigma que presiden y sustentan los diferentes modelos de sociedad.
En relación con el “riesgo” o los “riesgos» esta constructividad social se presentaría como algo mucho más pertinente o, a lo menos, tan estrecha como la referida a la salud, la familia, la autoridad, la libertad o las relaciones sexuales.
Incluso podríamos afirmar que, en la actualidad, la especial percepción del riesgo en las sociedades del primer mundo constituye una de las marcas más intensas para rotular las características estructurales del mundo postindustrial1.
El acercamiento de las ciencias sociales al estudio del riesgo ha sido una dedicación moderna, por no decir modernísima, con la sola excepción de las ciencias actuariales2 y su amplio despliegue matemático y probabilístico desde el siglo XVII. Un riesgo centrado en el transporte marino de mercancías que se asentaba sobre los criterios de productividad y poder del mercantilismo3. Riesgos que por otra parte se movían sobre un escenario causal limitado a circunstancias climatológicas o bélicas, sin constituir una clave estructural del modelo de sociedad, aunque, sin embargo, comenzaban a estar sujetas a las primeras estrategias de comunicación de la prensa de la época, condicionando e influyendo de alguna manera, sobre el precio de los fletes y el coste de las pólizas de seguros.
Dentro de un diseño matemático/probabilístico parecido, se desarrollarían los primeros estudios sobre la duración de la vida humana y por lo tanto, sobre el binomio morbilidad/mortalidad, con las primeras tablas estadísticas sobre esperanza de vida al hilo del nacimiento de las asociaciones de socorros y previsión en la primera mitad del ochocientos.
Si observamos los contenidos de negocio de estas primeras sociedades de seguros veríamos como su inventario de riesgos se reduce a las aguas, el fuego, los viajes y las enfermedades. Únicamente en algún texto británico aparecen referencias a la vida cotidiana -en este caso- de las clases acomodadas como accidentes del ocio y los deportes.5

Para la sociedad de la mediana de la revolución industrial el riesgo constituiría algo manejable desde la certeza otorgada por la fe en el progreso de las ciencias. La población europea-incluida la española- se habría liberado de las grandes epidemias de peste, pero todavía la esperanza de vida era limitada, continuaba la mortalidad infantil y puerperal de la mujer, presentes los estragos de la viruela y el cólera, más los brotes del tifus y paludismo en zonas económicamente deprimidas o climatológicamente sensibles. Los accidentes fabriles y las enfermedades profesionales, aunque comenzaban a ser visualizados no constituían un riesgo generalizable y, en último lugar, preocupaban más como «conflicto social» que como «problema higiénico». Al fin y al cabo, era un asunto intrínseco al trabajo y muchas veces a los modos de vida “descontrolados e irracionales” de los obreros.

El abanico de riesgos y amenazas a la propiedad y a la vida, comenzaron a ser cubiertos por la combinación de dos herramientas técnicas: Las compañías de seguros (amparadas en la teoría de las probabilidades) y las estrategias preventivas de carácter higiénico sobre las enfermedades consideradas evitables. Todo ello, además, cubierto emocional o psicosocialmente, por una potentísima confianza en la tecnología y en el progreso de las ciencias físico-naturales.
Aunque el trasfondo epistémico, pudo partir del Renacimiento7 como tiempo en donde los diseños medievales de carácter salvífico serían sustituidos por otros de contenido terrenal y, en donde, las economías de la salvación de las almas darán paso a las economías de la producción de riqueza protocapitalistas, el momento característico para los inicios de las estrategias modernas de prevención y manejo de contingencias le tendríamos que situar alrededor de la segunda mitad del setecientos cuando se establece con una cierta dimensión y profundidad la cultura de la Ilustración. Cultura laica y, posiblemente más paradójica que lo que muchos piensan, al pretender sustituir las seguridades religiosas por las emanadas de las ciencias y el progreso material.
A partir del XVIII, comenzaría el proceso de construcción de un cada vez más potente imaginario sobre las posibilidades humanas de control y prevención de las contingencias amenazantes para la vida de las gentes, más allá de la voluntad divina o de los desarreglos y alteraciones imprevisibles de carácter telúrico8.
Será en el terreno de la salubridad e higiene pública en donde se noten con mayor intensidad estas nuevas estrategias preventivas que abarcarán desde la construcción de lazaretos con la primera legislación española moderna de policía higiénica del territorio, hasta la prohibición de enterramientos en las iglesias y la ordenación higiénica de manufacturas, inmuebles y calles en las ciudades e, incluso, aparecen los primeros informes y disposiciones relativas a la prevención de los efectos de los terremotos y de las primeras instalaciones fabriles. ‘Escritos médicos, científicos y legislativos que, no obstante, tienen que cohabitar aún -y, casi hasta nuestros días- con dispositivos mágico/religiosos a base de novenarios, procesiones y rogativas como la novena propuesta por el fraile sevillano Cristóbal de la Iglesia, para que San Cristóbal proteja a los vecinos de tormentas y enfermedades1o.
A pesar de los intentos de racionalización, previsión y cobertura del riesgo, éstos seguirían filtrados por comportamientos presididos por potentes imaginarios míticos y religiosos, que se mantendrían en medios rurales hasta bien entrado el siglo XX.
Además, las lecturas sobre la enfermedad, la muerte y las catástrofes se mantenían en un horizonte local o a lo mucho, regional y comarcal; de forma que se podrían establecer articulaciones entre una economía autárquica y su propia percepción doméstica del riesgo Los riesgos no tenían todavía lenguaje. Su lenguaje era sobre todo su realidad, su semiología cotidiana: La fuga de lo cotidiano estaría únicamente representado por algunas leyendas de tradición oral, que servían para rememorar catástrofes, incendios o hechos bélicos traumáticos como las incursiones de corsarios en las costas mediterráneas. Además, las noticias o comunicaciones sobre acontecimientos luctuosos para la comunidad se entendieron durante largas décadas por los poderes públicos como algo que habría que controlar de manera, que solamente los pliegos de cordel o las «aucas», junto a octavillas y pliegos, muchos de ellos manuscritos, servían de mecanismos de comunicación popular de tales acontecimientos intranquilizantes o sangrientos11.
La invención de la imprenta alrededor de la mediana del siglo XV serviría tan solo para la reproducción de la literatura clásica y religiosa. La información noticieril, seguiría siendo en general, anónima y manuscrita. Nuestras notas sobre las primeras informaciones impresas a propósito de catástrofes y devastaciones se limitan a la toma de Caffa por los turcos en 1475 y al terremoto que azotó Londres en 1580.
El periodismo oficial, como la Gaceta de Madrid, fundado en 1661, o la famosa Gazette de France (1631) controlada por Richelieu, no representaba más que los lenguajes políticamente correctos del momento sobre una realidad idealizada y maquillada para mayor honra de la monarquía. Por supuesto que existieron excepciones, pero éstas, serían contadas. Entre ellas, tenemos constancia documental del Diario de Valladolid dirigido por Ventura Pérez entre los años de 1720 y 1784. En éste periódico, en el que por supuesto, estará fuertemente presente la crónica sacralizada de una ciudad «levítica» al mismo tiempo, aparecerá casi con la misma intensidad, la vida cotidiana de las gentes12 y los acontecimientos catastróficos que la alteran; como por ejemplo, la gran inundación de Valladolid de 1739, las continuas heladas y nevadas que paralizaban la vida comercial de la ciudad, los continuos accidentes en la construcción o la inquietud desencadenada por la noticia del terremoto de Lisboa en 1755.
Sin embargo, será el siglo XIX el que inaugurará, sobre todo durante el trienio constitucional, la aparición13 de una prensa controlada, pero relativamente capaz de ir construyendo lecturas de la vida cotidiana alejadas de la crónica y hagiografía cortesana, eclesial o militar, con un alcance que, se irá haciendo más masivo, en la medida en que vayan descendiendo los elevados índices de analfabetismo.
En el traspaso o salto de un periodismo de información y/o comunicación a otro de tipo sensacionalista probablemente habría que contar con el papel representado por el modelo «tabloide» británico y norteamericano, cuya ergonomía de manejo le haría enormemente cómodo para su lectura en amplios momentos de la vida ciudadana. En la década de 1910, el Daily News en Chicago o el Daily Mirror londinense formarían parte de este nuevo modelo de prensa sensacionalista que ya habría sido apuntado en cierta medida con la revista ilustrada desde la segunda mitad de la anterior centuria. Le Petit Journal Illustré (1863) o en España, la Ilustración Española y Americana (1869) representarían este formado comunicativo que sirvió entre otras cosas para globalizar acontecimientos políticos, culturales -como las Exposiciones Universales- y muy especialmente bélicos o militares acompañados de las grandes catástrofes de la época14.
A partir de aquí, entramos en un periodo en donde riesgos, catástrofes y desgracias colectivas entrarán a formar una parte sustancial en la comunicación de masas, curiosamente de manera paralela a las actividades deportivas. En un momento en que el capitalismo y la fe en la tecnología y el progreso no había sido aún erosionada por las “Tempestades de acero» de que nos hablaba Ernst Jünger al finalizar la sangrienta Guerra Europea, da la impresión de que la visualización, la “estética» del dolor y el sufrimiento, se van estableciendo como objeto preferencial del consumo masivo de las gentes. La incorporación de la radio al relato y la imagen iconográfica funcionará como cierre de la primera etapa de consumo de riesgos, catástrofes y acontecimientos sobrecogedores. Un momento relevante de esta cultura del riesgo, que podríamos denominar «fordista» nos le podía dar el afamado programa radiofónico en la CBS protagonizado por Orson Welles (1915-1985) retomando el texto de la novela «La guerra de los mundos» publicada en 1898 por Herbert George Wells (1866-1946). Este programa radiofónico, bien lo podemos considerar como una de las primeras señales para ir comprendiendo las potentísimas implicaciones de los medios de comunicación en la construcción y condicionamiento de las percepciones del público ante riesgos, peligros y calamidades.
Seguramente, los horrores, y la palpable realidad de las guerras posteriores superaron con creces la ficción, pero la cuestión con la que nos tendremos que enfrentar en los tiempos actuales es con los significados que va a presentar la percepción del riesgo frente, por ejemplo, a los experimentados en esos años terribles de los fascismos o del maquinismo fordista, en la primera mitad del novecientos.
A pesar del pesimismo de Jünger, o de la saludable ironía del Julio Camba de «La ciudad. automática”, los riesgos de la guerra y de la máquina, todavía eran considerados como se dice ahora, de manera «sostenible». Se percibían como disfunciones derivadas de la propia perversión humana. No eran elementos intrínsecos a la tecnología. Al final, la taumaturgia de unas democracias aliadas con el progreso científico sería capaces, de acabar con las negruras de esos años. Lo tremendo, entre otros acontecimientos, es que la tragedia finalizaría con un hecho que iniciaba un cambio de paradigma en la lectura de la ciencia y la tecnología, como fueron las explosiones atómicas de Hiroshima y Nagasaki.
Aunque la percepción posmoderna del riesgo nazca realmente con la catástrofe de Chernóbil, sus inicios habría que fijarlos en 1945. De cualquier manera, la sociedad posindustrial parece que va a suponer un cambio de paradigma en relación con los riesgos, calamidades y catástrofes que pueden acontecer a la humanidad. Un cambio de paradigma ejemplificado en la enunciación que Prigogine rotulase en 1997 como el “fin de las certidumbres» y, que supondría en parte, la disolución de todo el entramado de seguridades del discurso científico desde que Descartes y posteriormente Leibniz, intentasen la búsqueda de un lenguaje universal y científico que asegurando la paz entre los hombres pudiesen inyectar un futuro de confianza en el progreso y, en la domesticación y control de la naturaleza. A partir de Einstein parece que las cosas no van a ser tan simples. La lógica del acontecimiento previsible y predecible presente en la física clásica y por lo tanto, de equilibrio entre razón y naturaleza se rompe con la aparición de la física del «no/equilibrio» y de los sistemas dinámicos inestables instaurándose en la lectura general de lo real, una prolongación del segundo principio de la termodinámica de manera que, el concepto de «entropía» envuelva, el funcionamiento de naturaleza y sociedad, instaurando en los diseños de la ciencia moderna el discurso de la inestabilidad, frente al prometeico espejismo del progreso irreversible. Y para un sociólogo, lo paradójico del asunto reside en que este proceso de resquebrajamiento en las seguridades lineales de la ciencia y la tecnología se comienza a visualizar ya, en el tiempo de culminación del bienestar, en donde la sociedad fordista habría accedido a completísimos recursos en la cobertura pública de riesgos e infortunios. Una Europa surgida de la victoria contra los fascismos y, que soñó con la construcción de una sociedad del ciudadano plena de seguridades y derechos.
La clave residiría en que este ensoñamiento, sería pasajero. Las últimas décadas del novecientos irían travistiendo las esperanzas de seguridad en realidades de precariedad. Probablemente las inseguridades de base tecnológica o medio ambiental, no sean más que la proyección de malestares e inseguridades sociológicas de una población instalada en incertidumbres vitales, emocionales y cotidianas a las que se les ha privado de los colchones de afrontamiento tradicionales y, sobre los que se actúa desde el discurso políticamente correcto (de instituciones y medios de comunicación) de manera, que la “cultura del riesgo” formaría parte de las estrategias privilegiadas del control social, reproduciendo en alguna medida, la función del doctrinarismo higienista en la segunda mitad del XIX.
El hecho real, es que en la actualidad las gentes del primer mundo se verían instaladas en una «sociedad del riesgo” en la que más acá o más allá de los acontecimientos, parece estar presente, un potentísimo – y muchas veces enmascarado – proceso de construcción social, posiblemente interesado o dirigido
Sociedad del riesgo, con escenarios más o menos clarificados contenidos en:
– Las Nuevas Tecnologías
– Ecología y Medio Ambiente
– Vida Laboral
– Vida Cotidiana
– Sociabilidad
Escenarios que, además, parecen presentarse fuertemente catalizados o «resonados» por los medios de comunicación e, incluso, por instancias institucionales o políticas.
De alguna manera podríamos decir que en la actualidad el riesgo como entidad psicosocial funcionaría como un producto de consumo más.
Riesgo que, además, se presenta como un acontecimiento globalizado escapándose a sus visualizaciones localistas propias de la sociedad tradicional. Las nuevas tecnologías de la comunicación reforzarían hasta el infinito la proximidad, instantaneidad y potencia de sus efectos emocionales sobre el público, instalándose como un elemento estructural de la vida cotidiana que, rememorando a Sébastien Charles15, puede que suponga interiorizar la consigna «hipermoderna» de «temblar durante toda la vida», y que psicosocialmente se han instalado con mayor potencia si cabe, en las sociedades del primer mundo.
Hasta aquí, tenemos solamente una parte de la teoría que, en principio, puede presentar una cierta coherencia discursiva. Pero el hecho real, es que no sabemos mucho sobre cómo se generan y, especialmente, sobre el modo de organizarse en España las percepciones sobre el riesgo.
En los últimos años diversas encuestas institucionales han intentado elaborar inventarios distributivos sobre amenazas o acontecimientos amenazantes de carácter puntual como el terrorismo o la inmigración, más otros aspectos de contenido sociológico con mayor o menor carga de insatisfacción o intranquilidad (vivienda, trabajo, paro, salarios, carestía de la vida, sanidad, etc., etc.) Pero aún seguiría siendo una asignatura pendiente para los sociólogos, un acercamiento estructural o cualitativo al entramado contextual que nos permita conocer y analizar, los significados profundos de estas percepciones, constreñidas por los cuestionarios cerrados en simples opiniones acotadas y comprimidas en datos.
Necesitamos entender, cómo se están generando en nuestro país las lecturas del riesgo. Cómo y desde que suelos culturales se construye su percepción. Cómo se organiza y delimita. ¿Qué riesgos se perciben como artificiales como políticamente correctos e interesados y qué riesgos presentan realmente un carácter significante?
Para ello, sin menospreciar por supuesto la utilidad de los estudios cuantitativos por la técnica de encuesta, propondríamos la realización de investigaciones de metodología cualitativa sostenidas desde la técnica del grupo de discusión.
NUESTRA PROPUESTA METODOLÓGICA
Como hemos adelantado sería únicamente cualitativa utilizando como herramienta técnica para la recogida de la información el GRUPO DE DISCUSIÓN.
Como apoyo referencial proponemos complementar la investigación con un análisis de contenido de los medios de comunicación (prensa y TV) de los últimos 5 años.
En la medida en que partimos de la creencia en el potente carácter de construcción social del sistema de percepciones sobre el riesgo, el análisis de contenidos sobre una muestra (según el EGMM) de medios de comunicación, nos puede permitir estar en disposición de conocer y analizar los mecanismos semiológicos y semánticos sobre los que se construye en nuestro país la lectura pública -y a menudo institucional- sobre el riesgo.
Mecanismos que, muy posiblemente tengan algo que ver con las percepciones de estos entre el público en general.
Pero el núcleo duro del estudio seguiría sostenido por los grupos de discusión. La pertinencia de esta técnica radica simplemente en que el sujeto de la investigación habla libremente. Su lenguaje no se encuentra encorsetado por una sistemática preconstruida de preguntas y respuestas.
Los mecanismos de percepción de los riesgos a los que presumiblemente se encuentra sometida un población en un aquí y ahora concreto aparte, de su carácter genérico de «construcción social» responde a modulaciones y condicionantes complejísimos que tiene que ver no solo con resonancias culturales profundas sino con operadores de estatus y sociodemográficos que se ven además modulados por potentes influjos institucionales que van desde la escuela hasta la vida laboral o cotidiana, los mensajes políticos y por supuesto, los medios de comunicación.
Y, precisamente estas modulaciones nunca bipolares se expresan y captan desde el lenguaje espontáneo de las gentes. Probablemente, nos podamos llevar una sorpresa, pues este tipo de investigaciones algunas veces desvelan ejes de sentido no advertidos previamente por los «expertos» que a menudo se aferran a lecturas de gabinete sobre la realidad.
INTRODUCCIÓN AL ANÁLISIS
Los estudios cualitativos, siempre más psicosociales que estrictamente sociológicos, aunque deban ser a menudo completados por investigaciones cuantitativas según las técnicas de encuesta, nos pueden, sin embargo, ser útiles para comprender la estructura del o de los fenómenos estudiados.
Realmente, mientras que la investigación cuantitativa constituye una herramienta explicativa la cualitativa es tan solo compresiva del problema a investigar. Pero este «tan solo», suele ser fundamental para la lectura comprensible del dato explicativo que proporciona la encuesta.
Una encuesta nos puede señalar cómo un porcentaje determinado de ciudadanos españoles considera la inmigración como riesgo y, además cuantificar el conjunto de éstos, que pueden pensar que este riesgo es muy grave o elevado. El adecuado cruce con una serie de variables (edad, género, hábitat, estatus…) nos proporcionará en principio, una explicación adecuada o «correcta sociológicamente» del asunto.
Pero ese dato, esa «explicación» porcentual, necesita la mayoría de las veces ser leída desde la comprensión del fenómeno en lo que tiene de trasfondo cultural e incluso simbólico. Elementos estos, que se encuentran desperdigados en los lenguajes espontáneos de las gentes y que difícilmente pueden ser expresados y recogidos desde los cuestionarios cerrados de las técnicas de encuesta.
En nuestro caso, la aparición o la lectura de la inmigración como «incomodidad” o riesgo, o su innegable presencia -aparte su valoración cuantitativa -como uno de los nuevos malestares– seguramente repicado desde intereses espurios de la sociedad española, nos lleva a la necesidad de comprender los procesos de transformación y evolución de las percepciones sobre el riesgo en nuestra sociedad actual, del peso y significación sobre los mismos del modelo sociocultural posmoderno o posindustrial y, en este caso además la influencia de los medios de comunicación y determinados discursos políticos, con la consiguiente aparición de modelos de riesgo rotulables como psicosociales – o percibidos- frente a los tradicionales riesgos físico-naturales.
Esta constatación tan simple, puede resultar al final altamente compleja pues nos puede llevar a la necesidad de reflexionar sobre los modelos actuales de gestión y de enmaquetamiento de las estructuras europeas de Protección Civil aparte, la consideración, de la existencia de nuevos ejes condicionantes que probablemente estarían modificando el espacio semántico y perceptivo del riesgo tradicionalmente organizado desde los imaginarios y realidades de la supervivencia.
Por otra parte, uno de los objetivos basales de nuestra investigación giraba alrededor de la semántica de la CATÁSTROFE, intentando la comprensión que para las percepciones del público tenía esta palabra con sus significaciones y sus diferencias (su semiótica) con relación a los riesgos o peligros de la vida cotidiana. Fenómeno, concepto o asunto, que difícilmente puede ser «agarrado» desde las técnicas de encuesta. En este sentido como veremos más tarde, la semántica de la catástrofe admitiría en España tanto significaciones de corte social, como médico o accidental, siempre agavilladas desde una potente magnitud destructora. Son riesgos cuyos efectos sobrepasan la medida y la asignación individual para convertirse en colectivos.
Que nosotros sepamos el uso del término en España pudo acuñarse en los inicios del XIX, aunque en nuestros estudios sobre salud laboral tenemos detectado un informe del médico catalán Joseph Parés i Franqués (ca. 1720-1798) titulado «Catástrofe morboso de las minas mercuriales de la Villa de Almadén del Azogue» redactado en 177816. En este manuscrito se utiliza el término “catástrofe” haciendo referencia a la espantosa mortandad y penosidad del trabajo en la minería del mercurio, como así mismo, a su carácter fatalista. En décadas posteriores un escrito de solidaridad de la Junta de Sevilla con ocasión de los sucesos del 2 de mayo está encabezado con estas palabras «Pueblo de Madrid, Sevilla ha sabido con espanto vuestra catástrofe del 2 de mayo» atribuyendo en este caso al término catástrofe una clara significación y causalidad sociopolítica.
A comienzos del pasado siglo (27-6-1903) y en el término de Torremontalbo próximo a Cenicero tendría lugar un luctuoso accidente ferroviario con 43 muertos y 75 heridos que en la prensa de la época sería conocido como la «catástrofe de Torremontalbo«17.
Aunque a partir de aquí y aunque la referencia más habitual venga referida a los diversos modos de accidentalidad, los «cataclismos» socioeconómicos y sociopolíticos entrarían también en la significación del término abriendo en cierta medida el camino hacia este posible modelo de riesgo que nosotros etiquetamos como «psicosocial».
En resumidas cuentas, el acercamiento al sentido perceptivo de la catástrofe desde el lenguaje supone un ejercicio intelectual y una práctica operativa (a modo de sociología clínica) que nos permita incluso entender cómo su semántica y sus signos diferenciales constituyen construcciones sociales que se han ido consolidando en los últimos siglos manteniendo connotaciones y simbolismos que suponen formas de comprensión del fenómeno propias del industrialismo y que, precisamente, estarían en la actualidad dando paso a lecturas emergentes que pareciendo inicialmente (sobre todo en su semiótica) no excesivamente novedosas, van por el contrario acompañadas de significaciones relevantes de que algo está cambiando en la percepción por la ciudadanía de los riesgos y las catástrofes.
Esta novedad semántica, imposible de rastrear en los estudios exclusivamente cuantitativos reposa en la aparición en el lenguaje (como expresión de un imaginario colectivo) -de nuevos o nuevas modulaciones- constructos como el de la prevención.
Incluso en el «Catástrofe morboso» de Parés i Franqués, apareciendo interesantes anotaciones y recomendaciones preventivas sobre las condiciones de trabajo de los mineros, el contenido estructura un fuerte y permanente diseño filantrópico18 que combinado con el tratamiento «post morten» de toda tragedia o accidente hace que el manejo preventivo sea realmente algo definitivamente reciente que, aunque se podría rastrear desde finales del ochocientos (especialmente en el campo de los riesgos laborales y de la Higiene Social) no tomará cuerpo o formato perceptivo generalizado hasta casi nuestros días.
En este sentido será necesario diferenciar entre los metalenguajes institucionales y las disposiciones administrativas, del lenguaje popular como vehiculador de percepciones e imaginarios a ras del suelo sobre riesgos y catástrofes.
Lenguajes que, materializados en costumbres, refraneros, escritos de literatura popular y crónicas periodísticas harían hincapié en hechos y actitudes filantrópicas situables casi siempre en los momentos posteriores a las catástrofes pasando muy de puntillas sobre los aspectos preventivos.
Lo significativo de la situación actual es, que la prevención, parece haber calado en las percepciones colectivas. Ha saltado desde el discurso administrativo al lenguaje de la gente, a las hablas de la calle, interiorizando plenamente no solo que los riesgos son perfectamente prevenibles, sino que también sus derivaciones más severas e, incluso, la mayoría de las catástrofes admitirían estrategias preventivas.
En este panorama, nuestra investigación ha constatado la reiterada presencia como referente de esta posibilidad preventiva de los riesgos en el trabajo. En todos los grupos los participantes harán mención a la siniestralidad laboral como ejemplo de que las medidas preventivas sobre riesgos laborales son necesarias y posibles. Algo por supuesto reseñable, pero también desgraciadamente penoso a más de un siglo de la proclamación al hilo de la Ley Dato del primer «Catálogo español de mecanismos preventivos de accidentes de trabajo»19.
Posiblemente esto no sea suficiente para trasladar exclusivamente la pertinencia y posibilidad de la prevención a fenómenos más potentes y complejos como los que se entienden como catástrofes. Pero lo importante, es que la idea de que «la prevención es posible» está en el lenguaje y por lo tanto, en las percepciones colectivas.
El traspaso de esta idea del riesgo laboral o cotidiano al gran riesgo o a la catástrofe será tan solo un asunto de complejidades funcionales aliñadas o constreñidas por las inercias del inconsciente colectivo, pero que también, se verán cada día más sustentadas por este componente semántico/discursivo que va considerándolas -con excepciones- como la materialización de riesgos ocasionados de una u otra manera por la mano del hombre.
Alrededor de todo esto, es también relevante en nuestro análisis cómo se produce en los sujetos del estudio la superación de los imaginarios mitológicos sobre las catástrofes para dar paso a su percepción moderna o posmoderna.
En general, la lectura inicial y espontánea (no racionalizada) sobre las catástrofes (incluidos en algunos casos ciertos riesgos domésticos y cotidianos) aparece verbalizada por imaginarios tradicionales de fatalismo, azar, imprevisibilidad e impotencia que nos recuerda la ancestral mitológica sobre vidas y muertes que escapa a la voluntad y posibilidades humanas.
Yo creo que la catástrofe es mejor no pensarlo…y no puedes hacer nada…no está en nuestras manos…» (Grupo de amas de casa de Jaén).
Percepciones más presentes en los grupos de perfil más tradicional como el de Jaén pero que se van desdibujando a través de la propia dinámica conversacional y que en último lugar se quedarían casi únicamente limitadas a determinadas catástrofes telúricas como los terre/maremotos o grandes erupciones volcánicas.
En este peculiar tensionamiento entre lo tradicional/fatalista con lo moderno y previsible, la emergencia de nuevos imaginarios sobre riesgos y catástrofes como los que giran alrededor de la expresión CAMBIO CLIMÁTICO, van a determinar una revisión de todo el escenario doctrinario sobre el que se ha estado sustentado el concepto de catástrofe durante la modernidad.
Aunque sea un fenómeno que de alguna manera supone una novedosa lectura “milenarista” que sustituye y recompone las versiones apocalípticas tradicionales, va a introducir una potente significación laica y cienticifista en la genealogía de estos fenómenos al abrir -aunque todavía entornadas– las puertas a su tratamiento como fenómeno manejable por la ciencia, las decisiones humanas o la tecnología. Lecturas en las que estará no solo presente la prevención sino además nuevos modos y modelos en las estrategias para su control y gestión.
De alguna manera podríamos adelantar que, la percepción del cambio climático como emblema posmoderno de las catástrofes, estaría proporcionando posiblemente nuevas lecturas en la gestión administrativa y/o política de loa grandes desastres en la actualidad.
Nuevas lecturas que tendrían sus consecuencias para todo el andamiaje administrativo que organiza la arquitectura organizacional de la Protección Civil no solamente en España sino en todos los países de la Unión y, que probablemente también, nos presente algunas nuevas preguntas y reflexiones sobre los modelos tanto organizacionales como de filosofía política desde los que se ha construido en Europa, su diseño administrativo mayoritariamente engarzado en los Ministerios de Interior.
RIESGOS, MIEDOS, MALESTARES Y TEMORES DE LOS ESPAÑOLES
Todos los grupos se inician con la discusión o expresión de comentarios sobre aquello que se considera como riesgo por los sujetos de nuestro estudio.
En principio, la impresión es que se está en una situación en donde la lectura o percepción del riesgo no parece presentarse dentro de un clima o marco emocional dramático.
El ciudadano español percibiría que vive en un medio social que no está sometido a grandes riesgos, conflictos o temores.
No obstante, y, dicho esto, se verbalizan una serie de riesgos que de alguna manera forman parte de la vida. cotidiana y que adquieren modulaciones diferenciadas según el género, la clase social y el hábitat.
Variaciones diferenciadas que presentan hilos de articulación común y que nos pueden dar las claves para entender cómo se están percibiendo por los españoles las situaciones, momentos y materializaciones de riesgos, malestares y temores.
Este clima o esta lectura desdramatizada del riesgo nos estará señalando que el ciudadano/a español/a ha superado los modelos de «riesgo de supervivencia» y se ha instalado en sus fases o etapas posmodernas organizadas alrededor de lo que nosotros denominaríamos «riesgos de acompañamiento «o «riesgos de retorno».
Los riesgos de supervivencia constituirían un modelo de incertidumbre, malestar y agresión potente contra la vida y la existencia de la gente. Hambrunas, ausencia patente de libertades, guerra, calamidades públicas, pobreza generalizada, sequías, tsunamis, inundaciones, erupciones volcánicas, serían exponentes manifiestos de los mismos.
Lo que nosotros rotulamos como “riesgos de retorno» no serían otra cosa que la excrecencia y el resultado de un determinado modo de vida, de un modelo de sociedad instalado en un tiempo de considerables recursos sociales y tecnológicos que caracteriza a los países del primer mundo y que de alguna manera podría asimilarse o asemejarse con el término con que la «poliorcética”20 moderna acuña como “riesgos colaterales».
Por lo tanto, bajo este aparente clima de estar viviendo en una sociedad relativamente cómoda y satisfactoria paradójicamente aparecen verbalizaciones que exteriorizan diferentes ejemplos y situaciones que se viven con variados umbrales de ansiedad ofreciendo modulaciones relacionables con las distintas variables sociodemográficas.
El patrón psicosocial que agavilla todas estas verbalizaciones se situaría como hemos adelantado más allá de la supervivencia en su sentido más radical. Más allá de las necesidades básicas elementales. Recordando a Maslow21 podríamos decir que se colocarían manifiestamente por encima de los niveles inferiores de su conocida «Pirámide de necesidades» y por lo tanto, dando lugar a necesidades de identidad o de realización que algunos psicosociólogos consideran como “necesidades de ser» pero que no dejan de olvidar las necesidades básicas o «de déficit». Simplemente, las modulan de manera diferente.
Esta modulación no impide que determinadas amenazas como la inseguridad y peligros en el uso de vehículos, o los robos, atracos y agresiones corporales y sexuales no se perciban en muchos casos con una clara intensidad. La diferencia consiste en que esta percepción se realiza desde vivencias que no son de déficit estructural sino desde la asunción de incompatibilidad con una sociedad que paradójicamente ha conseguido niveles de prosperidad y equilibrio social razonables y por lo tanto, exigiría el mismo umbral de seguridad cotidiana.
Podríamos decir que este modelo de percepción del riesgo se realiza desde un modelo de sociedad en donde el progreso social y colectivo, debería haber anulado totalmente determinados miedos e inseguridades. Una sociedad del «bienestar» frente a una sociedad de la precariedad y la miseria que hace que las percepciones sobre sus contradicciones presenten rasgos psicológicos y emocionales diferentes. En las sociedades tradicionales. En la Europa del XIX -y esto sin mencionar épocas anteriores- y sobre todo en España y los países meridionales se vivían los riesgos desde la inmediatez más absoluta y desesperada. Con suerte la esperanza de vida llegaba a los 35 años y entre otras calamidades la mortalidad infantil hacía la vida como un regalo divino para casi el 60% de la población.
En nuestra sociedad posindustrial, los riesgos y amenazas sobre la vida puede que hayan saltado de las vivencias personalmente sentidas o sufridas a las percibidas, desde una situación de partida en principio satisfactoria.
De un panorama de riesgos vividos, hemos llegado a una sociedad de riesgos percibidos como proyección de inseguridades y amenazas paradójicamente instaladas en el bienestar y el progreso y, seguramente también, construidas psicosocialmente a través del masaje de los medios.
Podríamos atrevernos a decir que, si en las sociedades tradicionales los riesgos producían la muerte, en las sociedades del bienestar producen estrés que, sin duda, es también un tipo de muerte, pero en este caso diferida y claramente psicosocial.
De ahí, la potente fuerza reivindicativa y política que tienen en la sociedad española actual las «inseguridades percibidas» que generalmente, no suelen tener mucho que ver con las estadísticas oficiales y las supuestas realidades de los considerados como datos objetivos.
La también paradójica consecuencia observada, es la de que se viviría en una sociedad tecnológicamente desarrollada en la que el riesgo de alguna manera te rodea
dad del bienestar/consumo, nos atenaza moralmente y nos hace olvidar que:
«…La vida es un desafío permanente…»
De tal manera, que junto a la señalada apariencia de que los españoles pueden pasar en una primera lectura por gentes despreocupadas o no excesivamente atemorizadas e incluso, manifestando en muchas ocasiones un patente talante desdramatizador, al hilo de la investigación lo que se irá desvelando realmente es la existencia de enraizadas sensaciones de impotencia derivadas de una existencia en cohabitación cotidiana con modelos de riesgo y con amenazas que aunque no sean de «déficit» en el sentido tradicional producen ansiedad y temor formando un solado estructural lleno de ansiedad e inseguridades pero a la vez, integrado en nuestra vida cotidiana.
Van a ser riesgos que se distribuyen desde lo cotidiano a lo excepcional, que nos tocan a nosotros con gradientes de mayor o menor proximidad pero que ocurren aquí y por lo tanto se diferencian de los que les ocurre a los otros.
Son riesgos que además no obedecen a causas naturales o alejadas de la acción humana
“…El levantarse por la mañana y salir a la calle ya es un riesgo…el miedo es una cosa que está en la sociedad…y en la misma casa…» (Grupo de Canarias).
En el grupo más sensibilizado sobre la problemática del riesgo que es sin duda alguna el realizado en Las Palmas surgen manifestaciones ilustrativas de los imaginarios profundos desde los que se perciben los miedos e inseguridades cotidianas como algo profundamente interiorizado «…el riesgo está dentro de nosotros…» que formando parte de la sociedad y de nuestra propia vida enraizado en los modos de vida globalmente satisfactorios y tentadores de la sociedad
Son riesgos que por su alcance o dimensiones pueden ser considerados en algunos casos como catastróficos
Son riesgos que, como algo producido directa o indirectamente por el hombre admiten estrategias de prevención
Su grado de prevalencia y su intensidad dependerá de infinitas variables cuya comprensión y evaluación se escapan a los objetivos del presente estudio. Su lectura emocional siendo compleja, parece apuntar continuamente a una situación generalizada de asunción del riesgo. De que se vive en una sociedad próspera, pero al mismo tiempo llena de disfunciones e inseguridades. Como si estos riesgos «posmodernos» se hubiesen instalado en nuestra vida cotidiana como pago o como consecuencia de los avances tecnológicos y de sus contradicciones.
Probablemente constituyen amenazas que a pesar de sus diferencias cuantitativas con los riesgos del industrialismo siguen organizados alrededor de las mismas pautas de causación humana y social, frente a la percepción teológica o mágico/telúrica de las sociedades tradicionales.
Las diferencias residirían en que su percepción se realiza desde una sociedad de necesidades estabilizadas en lugar de hacerse desde medios sociales deficitarios lo que determina desde un punto de vista psicosocial potentes frustraciones
Si para un usuario del ferrocarril de la segunda mitad del XIX, la velocidad de 30 ó 40 Km/h. junto a las «sofocaciones» y la sintomatología neuro/estresante que acompañaba a su espera en las estaciones formaba parte de un malestar asumido como necesario y lateral al infinito progreso representado por el tren22, para el barcelonés de nuestros días las disfunciones en los trenes de cercanías se viven desde la indignación como algo que no es compatible con los adelantos tecnológicos actuales
De tal manera, que estas percepciones posindustriales del riesgo producen a menudo, lenguajes de insatisfacción política y social no existentes hace un siglo y seguramente tampoco hace unas décadas. Los males, amenazas y riesgos en la sociedad industrial -por lo menos hasta después de 1918 – eran estructuralmente pertinentes con el desarrollo tecnológico. A partir de los finales del novecientos serían consecuencia de desajustes y deficiencias intolerables en la organización de una sociedad que tendría medios y recursos suficientes para su prevención y manejo.

EI CAMBIO CLIMÁTICO emerge en nuestra investigación como un nuevo milenarismo posmoderno que refuerza todavía más la sensación de que los riesgos se presentan como vecinos y compañeros de viaje permanentes e ineludibles en la sociedad actual, confirmando la tesis defendida por Luhmann23 hace casi dos décadas.
La propia complejidad funcional de los riesgos derivados del Cambio climático hace que se construya sobre el mismo un imaginario espaciotemporal que supone alterar la percepción de la catástrofe como algo que les ocurre a los otros en espacios lejanos y acotable en sus efectos.
Los efectos del cambio climático no son solamente polivalentes, sino que su propia extensibilidad y variedad determina que en algún momento todos los habitantes del planeta podemos ser vulnerables o sensibles a alguno de ellos.

LA SEMÁNTICA DE LOS RIESGOS
En el lenguaje de la gente hablar de riesgos supone siempre algo cercano que incluso se coloca en muchas ocasiones en el propio espacio de la casa o de la familia, aunque sin duda, los umbrales percibidos como de mayor riesgo se proyectan siempre fuera del hogar.
Con la expresión «…salir a la calle…» se visualizaría perfectamente esta diferencia. En la calle, en la carretera, en el trabajo y en la vida social y de relación se encontrarían las mayores y más intranquilizadoras amenazas.
La semántica del riesgo se presenta además con una cierta carga de atribución centrífuga «les pasa a los otros» pero siempre mucho menos potente que cuando se habla de catástrofes.
Como señalábamos anteriormente esta mezcla y algunas veces confusión entre algo que en la mayoría de las veces no te toca personalmente y que se aleja de los tradicionales riesgos de déficit hace que funcione como un riesgo percibido y por lo tanto adquiera fuertes connotaciones psicosociales.
En este sentido es frecuente que las referencias a la influencia de los medios de comunicación aparezcan espontáneamente en el discurso de los grupos de nuestro estudio como constructores de las sensaciones y percepciones sobre el riesgo y como poderosos agentes de dramatización y manipulación de manera que los riesgos no son ya desgracias delimitadas que les sucede a determinados colectivos profesionales o humanos sino amenazas universales que inciden sobre todos nosotros y que forman estructuralmente parte de la sociedad de consumo.
De alguna manera la semántica del riesgo se movería en un escenario emocional que, aunque mezclando lo light con lo virtual, no deja de ocasionar una profunda ansiedad, con angustias que nos producen quebrantos emocionales en general reprimidos -que sin duda- organizan el particular «malestar en la cultura» de nuestro tiempo.
Los riesgos no suponen desgracias lejanas o acotables a determinados colectivos como pudo ocurrir en las sociedades tradicionales con los navegantes («navegar entre riscos») la población campesina o los desheredados.
Los riesgos se viven desde una percepción globalizante que los convierte en próximos y universales. «Nos hemos acostumbrado a vivir con ellos».
Sin embargo, esto no evita que se perciban determinados riesgos como algo más amenazante o intolerable dependiendo de la edad, la clase social, el género o el lugar de residencia.
La consideración de la inmigración como un riesgo posmoderno, no será la misma en Torrelavega que en un pueblo valenciano o en las Palmas de Gran Canaria sometidos a una potente presión migratoria. Las formas de vida de la juventud o el consumo de drogas no tendrán en otros grupos el peso que presenta entra las madres y amas de casa de una sociedad tradicional como la jienense.
Lo significativo del asunto es la constatación de que la idea de riesgo se presenta en la actualidad bajo un lenguaje de universalidad omnipresente que sin suponer niveles excesivamente angustiosos (cohabita con nosotros), es capaz de «corroer nuestro carácter»24 desencadenados malestares de naturaleza psicosocial cuyas causas organizan atribuciones que en general se proyectan especialmente sobre la organización de la sociedad y los poderes políticos y económicos.
A todo esto, se uniría la asunción de una cierta responsabilidad personal y colectiva en la línea de que «…en este país nadie se preocupa por la prevención…» de tal manera que la mayor parte de los grandes accidentes ocurridos en los últimos años desde la avalancha de Biescas hasta el metro de Valencia, los derrumbes de Barcelona o el chapapote del Prestige se podrían haber evitado.
Por otra parte mientras que el lenguaje sobre riesgos y amenazas cotidianas es fluido y espontáneo, el referido al término o palabra «catástrofe» se ha presentado siempre en un segundo término como algo reprimido en las manifestaciones espontáneas del habla que, solamente emerge, cuando se sugiere o la propia dinámica del grupo le hace surgir como un desarrollo lógico del discurso como por ejemplo, al considerar la catástrofe como la consecuencia o materialización de grandes riesgos o amenazas como un atentado terrorista o como derivada grave del cambio climático.

LA CARTOGRAFÍA DE LOS RIESGOS EN ESPAÑA
Bajo la estructura general de las características que organizan el mapa semántico del riesgo existe una especie de SOCIOTOPOGRAFÍA DIFERENCIAL que determina una mayor o menor polarización hacia un determinado modelo de riesgo dependiendo de las características sociodemográficas de los grupos de discusión.
Todo ello, manteniendo el escenario general que hemos esquematizado anteriormente.


El polo tradicional concentraría con mayor intensidad emocional los riesgos telúricos de carácter natural ocasionados por los cuatro elementos de la cultura antigua: agua, aire, tierra y fuego.
El agua como escasez, desborde o granizo
El aire como vendaval y tormenta
La tierra como movimiento sísmico
El fuego como incendio forestal, o caída de rayos
En el grupo de Jaén formado exclusivamente por mujeres amas de casa emergen con fuerza imaginarios de raíz psicosocial relacionados con los modos de vida de los jóvenes y los nuevos valores morales de la sociedad actual.
Son comportamientos que inquietan y se perciben como algo que no se entiende y que les supera cognitiva y emocionalmente.
Junto a estas preocupaciones se colocaría también el miedo a la enfermedad bajo el formato de las aún no controladas y de baja prevalencia como las denominadas «Rare Diseases»25
Curiosamente, en este polo tradicional se presenta con una considerable potencia una versión emergente de riesgo psicosocial que gira alrededor de la inmigración como algo intranquilizador que comenzaría a percibirse como una importante amenaza percibida. De todas formas, esta lectura emocional y “alarmada» sobre la inmigración no se ubicaría ni clara ni exclusivamente en los espacios sociodemográficos tradicional/rurales.
Partiendo de la base de que España no es ya, una sociedad rural y que al final la distinción sociológica clásica entre lo rural y urbano constituye hoy en día una frontera difícilmente acotable, la percepción de la inmigración como amenaza necesita de la confluencia de otras variables, siendo a nuestro entender la más significativa el propio índice cuantitativo de presión migratoria sobre una población socioculturalmente sensible, de la misma manera que un colectivo de amas de casa de estatus medio, aunque vivan en un hábitat urbano como Jaén, desarrollan percepciones tradicionales sobre el riesgo y, sin embargo, su lectura sobre la inmigración sería más «sosegada» que en un pueblo de Valencia como Benimodo sometido a una intensa presión migratoria o a una ciudad isleña como Las Palmas en donde la inmigración se la considera como algo cercano a una verdadera catástrofe socioeconómica.
Nuestra resolución para colocar la lectura “dramatizante” de la inmigración en un espacio emocional tradicional se debe a la contaminación añadida que sobre la misma produce el contacto y el «rozamiento» cotidiano con inmigrantes precisamente en los umbrales de menor estatus y en donde la población indígena se encuentra sobredimensionada, apiñada o saturada como suele ocurrir en un pueblo o en una isla.
La consideración psicosocial del extranjero o el inmigrante como amenaza está sobradamente abordada en la bibliografía sociológica desde los escritos de Simmel26 teniendo mucho que ver con la competencia y uso común de espacios y servicios.
Imaginarios como los de usurpación y contaminación de espacios y servicios, acompañados con sensaciones de agravio comparativo como expresión de situaciones vividas como usurpación de lo propio, son constantes manifiestas en nuestro estudio.
Las lecturas problematizadas sobre la inmigración nacen siempre de un fenómeno de cohabitación horizontal que siempre tiene que ver con el consumo de recursos compartidos como la sanidad, la escuela, las becas, la calle o la vecindad. Por eso, las clases populares, las que en su vida cotidiana y laboral cohabitan con inmigrantes son infinitamente más sensibles a este «rozamiento psicosocial» con la población inmigrante. Las clases sociales con mayores recursos y no digamos sus segmentos dirigentes o más elitistas nunca cohabitan con inmigrantes en lo que este término supone de interacción horizontal. Su contacto se sostiene siempre desde posiciones verticales o asimétricas (los inmigrantes como sirvientes o servidores y no, como competidores) sin dar lugar, por tanto, al «rozamiento psicosocial» vivible como competencia y conflicto.
«…Si un ministro tuviera en la escalera de su casa 50 rumanos o 50 moros, tampoco viviría tranquilo…» Grupo de Benimodo (Valencia)
Por lo tanto, la percepción de la inmigración como riesgo o amenaza parece que se estaría constituyendo como un problema generalizado a considerar y, en donde, los segmentos sociodemográficos más débiles económicamente o más sensibles por sus condiciones demotopográficas serían más influenciables.
Por otra parte, en estos aspectos estrictamente sociológicos puede estar actuando una variable espuria de carácter político intoxicador que, repicado por algunos medios de comunicación estaría reforzando la percepción de la inmigración en los términos alarmistas que hemos captado lo que además nos estaría desvelando una vez más la potente influencia de los operadores psicosociales en la construcción de los imaginarios posmodernos sobre riesgos y amenazas.
Aunque la inmigración como riesgo no entre en la maqueta de competencias administrativas de la gestión de Protección Civil, lo cierto es, que la estructura perceptiva actual estaría modificando el mapa de amenazas tradicionalmente polarizado en significaciones físico/ambientales
La percepción del cambio climático como amenaza en el polo tradicional compartiría también esta situación ambigua.
Como riesgo emergente “globalizado”, es asumido universalmente por todos los componentes de nuestro estudio, aunque su modulación más modernizante se corresponde con los perfiles urbanos y de estatus más elevado.
La lectura de los riesgos derivados del cambio climático se realiza y modula en los colectivos más tradicionales desde la tierra, por ejemplo, la sequía o en el grupo isleño de las Palmas, incluso desde imaginarios catastrofistas como la desaparición de la isla. En los grupos de Madrid y Barcelona desde la idea de contaminación atmosférica y alimentaria o de la aparición de nuevas enfermedades y patologías.
En otros lugares como en La Coruña, el panorama es más ambiguo observando el condicionante geográfico.
Se presentan imaginarios urbanos relacionados con el cambio climático y el terrorismo, pero están fuertemente presentes el mar y los incendios forestales como referentes regionales y topográficos del riesgo. Podríamos decir que mientras en el polo emergente el cambio climático apunta a la ciudad, la salud y la contaminación urbana, incluyendo la contaminación y calidad alimenticia, en el tradicional, las referencias se concentran en la tierra, haciendo hincapié en las sequías y los fenómenos atmosféricos violentos. Igualmente, la violencia, la inseguridad ciudadana o el terrorismo, aunque sean en ocasiones verbalizados en estos grupos con polarización tradicional, presentan umbrales emocionales de tono más bajo o de menor ansiedad que en los colectivos con polarización emergente
Como conclusión, diríamos que los espacios en donde podemos hablar de polarización o lectura del riesgo más tradicional, no serían exclusiva o puramente rurales, sino aquellos en donde probablemente lo rural acompañado de lo sociocultural y topográfico introduce modulaciones diferentes que en este caso girarían alrededor de los peligros considerados como más estrictamente naturales y sobre todo, las resistencias a la comprensión y aceptación de un mundo y una sociedad que no terminaría de entenderse. El polo urbano-emergente constituye un espacio semántico en donde los riesgos se centran fundamentalmente alrededor de:
– SEGURIDAD VIAL
– CAMBIO CLIMÁTICO Y SUS DERIVACIONES SOBRE LA SALUD Y LA CALIDAD DE VIDA
-TERRORISMO
– INMIGRACIÓN
– VIOLENCIA
En niveles menos profundos y casi anecdóticos aparecen referencias a sucesos domésticos como los hundimientos en Barcelona (edificios y accesos ferroviarios), el recuerdo de un nonato proyecto de depósito de residuos radioactivos en Valladolid (Grupo de Palencia) o posibles guerras y conflictos internacionales (Madrid) así como contadísimas referencias al paro o a problemas económicos.
Resulta interesante el peso y consistencia que presenta la inseguridad vial y el accidente de circulación como riesgo central/emergente en los grupos de Madrid y Barcelona.
Será la primera amenaza verbalizada presentándose como el referente más cotidiano y presente en la gente.
Salir a la calle, estar en ella, ir a trabajar suponen un riesgo en relación con los peligros del tráfico. Abundando en el asunto, estas percepciones de peligro se relacionarían con las significaciones que la modernidad ha introducido en la vida de la ciudad posindustrial en donde toda la actividad humana está de una u otra forma dependiendo de las posibilidades, modalidades y situaciones marcadas necesariamente por una constante movilidad automatizada y mecanizada.
Si las amenazas sustentadas por el CAMBIO CLIMÁTICO se perciben en las pequeñas ciudades y en los núcleos rurales (o excepcionalmente en Las Palmas) desde la falta de agua o los desequilibrios de la naturaleza, en la gran ciudad y entre personas con mayor nivel sociocultural, la percepción de los peligros derivables del CAMBIO CLIMÁTICO se vive en relación con la contaminación y la salud adquiriendo significaciones en cierta medida relacionables con el DETERIORO DE LA CALIDAD DE VIDA. Deterioros centrados en la «calidad del aire que se respira», el «aumento de la temperatura» la «contaminación y calidad de los alimentos» y la mayor prevalencia de «enfermedades degenerativas y raras,» constituyendo amenazas que se mueven todavía más en los terrenos de la calidad de vida pero que sin duda, son asumidas como algo que no tardará mucho en constituir una severa amenaza.
Posiblemente estas percepciones se encontrarían todavía alejadas de umbrales catastrofistas. El traspaso de su percepción como riesgo inmediato es aún leve. Se sigue proyectando hacia el futuro, pero ahora, a un futuro cada vez, más cercano y, sobre todo, palpablemente posible.
El caso de Las Palmas sería una excepción que nos señala la especial sensibilización de los canarios por LOS PELIGROS DEL CAMBIO CLIMÁTICO Lo viven con gran ansiedad y preocupación:
“Si aumenta el nivel del mar, las islas desaparecen”
En este sentido, y a pesar de presentar una semántica en general light, la presencia emergente del cambio climático como riesgo posmoderno puede convertirse en muy poco tiempo en un imaginario que emblematice y represente lo que podríamos considerar como nuevo miedo o amenaza milenarista sustituyendo y reproduciendo los miedos de la última fase del industrialismo organizados alrededor de la amenaza nuclear.
Un indicador de su carácter milenarista vendría dado por la constante insistencia que se hace con respecto a su causalidad humana.
Una causalidad perversa derivada del egoísmo, la comodidad y los intereses económicos desmedidos. Además, unos intereses que se consideran como resultado de un desequilibrio entre países y continentes.
Una especie de nueva depredación colonial de dimensiones infinitamente mayores que las del XIX cualitativa y cuantitativamente diferente que no solo afecta a las llamadas materias primas, sino que toca la tierra, el mar y el cielo como símbolos totalizadores del hábitat humano y, que además ahora, afecta a nuestras calles, ciudades, ríos, aires y alimentos. Como todo miedo milenarista, exige una purificación y una ascesis que en este caso va a residir en el consumo y en general, en los hábitos de vida.
Esta nueva penitencia que sustituye al milenarismo medieval basado en el pecado, o al «fin de siglo» del XIX con su «cuestión social» no «armonizada», o incluso al posfordista de la hecatombe nuclear girando alrededor de lo interese de poder, no va a ser otra que la modificación de los hábitos de vida y consumo. En el fondo, la reproducción de la ascesis anacoreta y ruralista de la “alabanza de aldea».
Desde esta nueva perspectiva mitológica/ascética del reciclaje, andar en bici y no fumar, la gente parece confusa. No tiene claro si el mal se puede parar o al menos reparar y reconducir. Incluso como luego veremos, qué instancias administrativas o gubernamentales pueden gestionar este nuevo modelo de amenaza que se vive como basal y por lo tanto, cercano y territorialmente próximo pero a la vez, universal.
EL TERRORISMO como riesgo, sería otro exponente de las amenazas percibidas en este espacio semántico de lo urbano y emergente. Muy presente en Madrid y Barcelona.
Por supuesto potentemente presente en Madrid, pero en Barcelona no se olvida «Hipercor».
La aparición del terrorismo islamista habría balanceado las percepciones sobre este modelo de violencia.
Nuestro análisis, apunta a una nueva simbología en la que los significados tradicionales o anteriores a los años noventa basados en una actividad de las bandas terroristas territorializada y acotada en sus objetivos se habrían transformado considerablemente.
Podríamos decir que ese terrorismo doméstico y focalizado, ha dado paso a un terrorismo globalizado en donde además las bandas domésticas han universalizado sus objetivos. El resultado se percibe como una amenaza que no se circunscribe exclusivamente a una parte de la geografía española ni a un determinado colectivo de ciudadanos sino a todo el territorio nacional y a todos los españoles y, que posiblemente, se esté -a pesar de su realidad – convirtiendo en un riesgo mediático más que, además, y para mayor complejidad, entra con insistencia perversa y constante en el discurso político cotidiano.
A pesar de esta hiperpresencia, estamos observando una interesante lectura funcional del terrorismo que en el lenguaje de la gente -y a pesar de su manejo partidista- se estaría alejando considerablemente de las connotaciones políticas. Esta lectura funcional del terrorismo como violencia pura y dura estaría en contra de los aún considerables intentos por seguir «politizando» el asunto y en general, magnificándolo y aumentando.
Algunas veces la gente de la calle suele ser más sabía que los políticos.
Unido a lo anterior y probablemente como resultado del esfuerzo de las agencias de seguridad españolas el terrorismo es percibido por el público como una actividad criminal difícil, pero perfectamente previsible y controlable.
Si frente al cambio climático como riesgo la gente ofrece una postura escéptica y anómica (de no saber a qué atenerse) frente al terrorismo parece emerger un claro clima de seguridad y confianza en la labor preventiva de las instituciones competentes.
Los otros dos ejes de riesgo la inmigración y la violencia, estando también presentes en estos grupos se perciben en general sin el dramatismo con que se viven en los grupos más tradicionales, aunque en el grupo de Barcelona emergen en algún momento imaginarios de intranquilidad y malestar sobre la excesiva presencia de inmigrantes.
De la misma manera la lectura de la violencia como inseguridad se haría más intensa en Barcelona que en los dos grupos de Madrid.
En ambas ciudades el asalto a la vivienda como forma de atraco junto a la violencia de género parece resumir las percepciones más relevantes en el campo de la seguridad ciudadana.
Los asaltos a establecimientos comerciales parece que desde estos aspectos del lenguaje y de lo que la gente de la calle percibe como amenaza pasarían desapercibidos. Es algo que les pasa a los otros, a los joyeros y comerciantes.
En cambio, los asaltos en el hogar nos pueden ocurrir a nosotros.
Probablemente este desplazamiento del atraco en la calle o del antiguo tirón al asalto doméstico estaría introduciendo en la percepción de la violencia delictiva fuertes componentes emocionales que estarían elevando los umbrales de «riesgo percibido» más allá de las estadísticas oficiales.
El LENGUAJE SOBRE LAS CATÁSTROFES
Desde un punto de vista estrictamente semiótico (de manifestación de signos) la catástrofe en si misma se resistiría a tener una presencia espontánea en el lenguaje.
Es simplemente una continuación significante del riesgo con dimensiones cuantitativas y cualitativas extremas.
Incluso parece como si existiese una tendencia inconsciente, una resistencia emocional a verbalizar la palabra catástrofe.
Semánticamente o desde sus significados, las catástrofes son tanto el resultado de la materialización de riesgos no excesivamente graves como de riesgos severos y potentes.
Solamente en el caso de los grandes cataclismos o riesgos telúricos la catástrofe poseería una identidad propia. Un terremoto es percibido de por sí, como una catástrofe. Un atentado terrorista se convierte únicamente en catástrofe en determinadas ocasiones. La caída de un avión al mar o su explosión en vuelo supone un acontecimiento claramente catastrófico. Un muerto en un accidente de tráfico será tan solo eso, un accidente, aunque el cómputo final de muertos anuales en la carretera admita en el lenguaje la consideración de catástrofe.
Por otra parte, la semántica, el sentido de las catástrofes presenta un potente componente cultural en el que los elementos míticos y simbólicos estarían todavía presentes.
Los imaginarios referentes a la culpa, la trasgresión o los viejos animismos sobre una naturaleza que se venga de la maldad humana ante la mirada complaciente de los dioses permanecen en las profundidades del lenguaje.
Las diferencias se establecerían en el proceso de transferencia psicosociocultural que se va construyendo desde los siglos XVI y XVII (el despegue del enfoque cameralista e ilustrado) con el desenvolvimiento del pensamiento científico moderno que hace de las catástrofes algo entendible en último lugar como resultado o confluencia de una causalidad humana o por lo menos explicable desde las ciencias positivas que al mismo tiempo su control y gobernabilidad debe formar parte de las competencias del Estado.
El resultado es sin embargo complejo. El lenguaje humano es una herramienta psicosocial que la carga el diablo del preconsciente colectivo.
La percepción de los españoles de hoy día sobre las catástrofes todavía presenta atavismos y reminiscencias del pensamiento mágico tradicional sobre la fatalidad e imposibilidad de su previsión especialmente, si se trata de potentes terremotos, erupciones volcánicas, grandes inundaciones o extremadas perturbaciones climatológicas.
Tal es así que, en una primera lectura de las catástrofes por parte de casi todos los participantes en nuestro estudio, la idea que prevalece es que frente a los riesgos cotidianos incluido el terrorismo, que de una forma u otra se pueden prevenir o a lo menos controlar,
LAS CATÁSTROFES SEGUIRÍAN ADMITIENDO LA IMAGEN DE ALGO PROBABLEMENTE PREVISIBLE, PERO DIFÍCILMENTE CONTROLABLE
Algo que parece se escaparía aun, al saber tecnocientífico moderno y seguiría inscrito en los territorios insondables de la naturaleza y la providencia divina.
Pero esto es tan solo un espejismo cultural.
Una primera lectura del problema que en último lugar podría tener su pertinencia con relación a un reducido y peculiar modelo de catástrofe natural en el sentido más arcaico y puro del término estaría apuntando a la posibilidad racional de la prevención Sobre el resto de las catástrofes modernas o posmodernas, la gente irá poco a poco considerando la posibilidad de prevención, control y minimización de sus efectos en la medida en que van siendo considerados como resultado de la acción humana.
Mientras que el comportamiento de la naturaleza “bruta» se percibe como algo resistente a la racionalidad de la ciencia o las tecnologías, el comportamiento humano y sus obras, admitirían por el contrario mecanismos, procedimientos y estrategias de control.
LOS RIESGOS COTIDIANOS SE PUEDEN PREVENIRY CONTROLAR
LAS CATÁSTROFES ORIGINADAS POR LA ACCIÓN HUMANA, SE PUEDEN PREVENIR, CONTROLAR Y, SOBRE TODO, MINIMIZAR SUS EFECTOS
LAS CATÁSTROFES, EN SENTIDO ESTRICTOY DE ORIGEN NATURAL, DIFICILMENTE SE PUEDEN PREVENIR NI CONTROLAR.
LA SEMIÓTICA DE LA CATÁSTROFE
El mapa de signos diferenciales entre riesgos y catástrofes estaría presidido por la idea y sensación de DISTANCIAMIENTO
Un distanciamiento crono-espacial que hace que la catástrofe se perciba como algo que les ocurre a los otros. A unos otros alejados en el espacio y en el tiempo.
Tierras alejadas y recuerdos del tiempo pasado. Otros que en general, habitarían en países y sociedades empobrecidas. En el Tercer Mundo.
Un distanciamiento emocional que determina a la vez, una resistencia a considerarlo como propio. Esta represión emocional se reconvierte en espectáculo por la acción de los medios de comunicación.
«No queremos pensar en ello, pero nos lo tragamos por la televisión…»
Únicamente cuando la catástrofe es próxima como en el IIM se produciría el choque, la sinapsis emocional.
«No nos lo pudimos quitar de la cabeza durante mucho tiempo…pasabas por Atocha y había un silencio impresionante…»
Distanciamiento operativo que se mueve aún bajo un panorama paradójico.
A pesar de que se reconoce o se racionaliza la posibilidad de su prevención y control a partir del reconocimiento de que la sociedad actual tiene herramientas y conocimientos suficientes para ello, todavía está presente el imaginario mágico/fatalista de que las catástrofes son imprevisibles e inmanejables.
APROXIMACIÓN A UNA LECTURA PSICOSOCIAL DE LAS ACTUALES PERCEPCIONES SOBRE RIESGOS Y CATÁSTROFES EN ESPAÑA
Vivimos en una sociedad tecnológicamente avanzada que no impide que paradójicamente los sujetos de nuestro estudio manifiesten repetidamente que “…los riesgos nos rodean…”
Los riesgos se perciben como amenazas integradas en la vida cotidiana sobre todo si se vive en una gran ciudad, la casa, la calle, el colegio, el trabajo y el ocio pueden ser espacios llenos de amenazas.
Son percibidos como riesgos colaterales como coste del progreso y del particular modelo que conforma la sociedad posindustrial.
En este sentido este nuevo modelo de riesgo omnipresente y continuo va siendo cada vez más una amenaza sociotécnica que se diferencia de los peligros neotécnicos o de la sociedad industrial desarrollada tal como lo acuñase Mumford27 hace tres cuartos de siglo.
Los riesgos ahora superarían incluso el modelo sociotécnico en donde la máquina y la sociedad compartirían la producción de peligros y amenazas.
En una sociedad sin máquinas. En una sociedad presidida por las tecnologías de la información y la comunicación, sin máquinas ni sociedad, (desde el sentido de estabilidad del fordismo) el riesgo se hace omnipresente e intangible como articulación fantasmática entre lo real y lo virtual de manera que este inventario infinito de amenazas funcionaría fundamentalmente como un riesgo percibido e introyectado, como un riesgo sobre todo psicosocial, transversal e interrelacionar.
Riesgos además que se perciben de maneras paradójicas. Anclados en una sociedad de acumulación de saberes y tecnologías, pero cohabitando con imaginarios ancestrales de condena de la técnica y el progreso como reproducción actualizada del discurso de la contrailustración.
Contradicción probablemente entendible desde la confusión desasosiego e inseguridades de la posmodernidad.
El resultado parece ser, la emergencia de una situación perceptiva pervertida en donde la inseguridad y el riesgo se habrían instalado en nuestra vida cotidiana aceptándolo como un incómodo compañero de viaje que emborrona las perspectivas de calidad de vida. Convirtiendo en un espejismo asumido las ingenuas esperanzas de felicidad y seguridad con que se nos anunciaba la nueva sociedad.
El cambio climático como riesgo a caballo entre la realidad y lo virtual. Como riesgo que ya se masca, pero también como riesgo construido, como amenaza repicada desde la comunidad científica y desde los medios de comunicación será la expresión más clara de este nuevo modelo de riesgo percibido/comunicado, de riesgo psicosocial. Podríamos decir que nos encontramos en una situación en donde se ha dado un desplazamiento de la SECURITY a la SAFETY.
Probablemente lo anterior no constituya más que una respuesta fácil ante un problema más complejo pues esta nueva percepción de amenazas se organiza articulando la seguridad antiviolencia con las amenazas a la calidad de vida, de alguna manera sumando la safety a la security.
Lo que puede estar ocurriendo es que se estaría derrumbando el esquema diseñado por Maslow para el modelo de sociedad fordista de la posguerra.
En una sociedad así, y España lo va siendo, no habría diferencias estructurales entre riesgos de supervivencia y déficit y riesgos de autorrealización o de ser. No hay solución de continuidad posible.
Este modelo de riesgo psicosocial integra supervivencia básica, posibilidades de consumo y estatus con frustraciones e inseguridades profundas. Modelos de riesgo previsibles y controlables, con miedos ancestrales e imprevisibles. Riesgos cotidianos que se pueden convertir en espeluznantes catástrofes.
Catástrofes que se nos ofrecen como espectáculo lejano pero que, a su vez, nos puede ocurrir a nosotros. Un II de septiembre se convirtió de la noche a la mañana en un II de marzo.
Estas sensaciones de inseguridad estructural, de inseguridad percibida y asumida, de inseguridad sin anclajes y referentes claros de control y manejo marcarían el clima emocional desde el que nuestro análisis entendería las actuales percepciones de riesgos y catástrofes en la España de nuestros días.
LA PERCEPCIÓN DE LA PREVENCIÓN Y CONTROL DE RIESGOS Y CATÁSTROFES EN ESPAÑA
Aunque como ya hemos apuntado previamente seguiría persistiendo un cierto rescoldo fatalista en la lectura de las grandes amenazas de origen natural, como percepción emergente, el concepto de prevención habría adquirido un peso relevante en el imaginario colectivo español sobre riesgos y catástrofes. Probablemente el esfuerzo de comunicación institucional sobre los campos de la salud, el tráfico y los riesgos en el trabajo ha podido influir en esta situación.
La densidad que en nuestro estudio ofrecen las repetidas alusiones a la prevención de riesgos laborales como ejemplo de que la prevención es posible incluso en casos de catástrofe será la constatación palpable de nuestra aseveración enlazando con la sedimentación en nuestro país de uno de los valores socioculturales de la sociedad posmoderna que precisamente reposa sobre la prevención como desiderátum globalizado del discurso de los higienistas sociales del final del ochocientos.
Vivimos en una sociedad del riesgo, pero también en una sociedad obsesionada en parte por la prevención y su correlato la «evaluación».
Lo evaluamos todo e intentamos -por lo menos desde la cultura del protocolo– prevenir el más mínimo riesgo.
La safety de lo cotidiano se nos presenta como una potente constante psicosociocultural que atraviesa. todas nuestras actividades desde la circulación, el ocio, el trabajo, la alimentación o incluso la guerra y la tortura.
La instalación de la sociedad posindustrial en la inseguridad estructural requiere como deriva y compensación una constante cultura de la evaluación y de la prevención.
Desde este panorama, es perfectamente entendible que nada se escape a este modelo preventivo/evaluativo, incluidos los territorios más propensos a la lectura mágico/fatalista que son siempre los que atañen a la vida y a la muerte.
Sin embargo, determinados riesgos y especialmente las grandes catástrofes parece que siguen resistiéndose al manejo preventivista.
En el discurso de los sujetos de nuestro estudio se trasluce una mezcla voluntarista de deseo y posibilidad de control preventivo con enraizados brotes de fatalismo y pesimismo.
Desde lo racional se ve posible el control. Desde el preconsciente, sumamente difícil o imposible.
Nos movemos en un campo de la investigación social absolutamente novedoso y complejo en el que habrá que continuar investigando.
Por ahora, y desde las limitaciones en tiempo y extensión de nuestro estudio nos estamos limitando o arriesgando, a señalar hipotéticos ejes de reflexión y desarrollo.
Desde lo racional se ve posible el control. Desde el preconsciente, sumamente difícil o imposible.
De entre ellos, nos podemos encontrar con la percepción de inseguridad y desconfianza que el público tiene sobre la gestión institucional de las catástrofes a pesar de los recursos modernos.
Detrás de esta desconfianza que algunos pueden considerar desde la facilona lectura regeneracionista de la existencia de un pesimismo antropológico / administrativo innato en el español, puede que existan resortes más pertinentes que pueden residir simplemente en la persistencia de un modelo de gestión de la prevención distante, poco o mal «comunicado» que permanece opaco ante la opinión pública o que su modelo de gestión es esencialmente «post» o reactivo.
Como añadido, probablemente un modelo de sociedad que ya no es la del maquinismo. Una sociedad que existe y trabaja en red. Que no responde a la estructuración lineal y unívoca del industrialismo esté exigiendo modelos de gestión diferentes.
El hecho real es, que existiendo y constatándose, un convencido deseo que la prevención es posible, se presente acompañada de un fuerte componente pesimista en cuanto a su materialización operativa.
Si en principio los riesgos pueden admitir todavía modelos de prevención y manejo tradicionales posiblemente por su proximidad y dimensionamiento funcional, no ocurre lo mismo con las catástrofes.
La catástrofe es un hecho puntual e imprevisto con una causalidad múltiple.
Su prevención es compleja y difícil.
Su acción desastrosa en vidas y bienes suele ser potentísima.
Sus consecuencias son de alcance colectivo y territorialmente extenso.
Admitida la pertinencia de la acción humana como consecuencia de que es precisamente ésta la que está detrás de la mayoría de los acontecimientos que generan las catástrofes el problema residiría en que en la actualidad.
LA CAUSACIÓN DE LAS CATÁSTROFES Y POR LO TANTO SU MANEJO PREVENTIVO E INCLUSO SU GESTIÓN, UNA VEZ PRODUCIDA REQUERIRÍA UN MODELO DIFERENTE ASENTADO EN LA TRANSVERSALIDAD Y LA COORDINACIÓN.
Con razón o sin ella, la gente hace bastante hincapié en que en nuestro país no existen mecanismos preventivos y que las primeras estrategias de control y manejo de los acontecimientos más luctuosos que están en la memoria colectiva se han llevado a cabo principalmente por la solidaridad de la ciudadanía. El correlato a este panorama lo definen como
DESCOORDINACIÓN
La administración actúa tarde, no con excesiva eficacia y cuando lo más grave o urgente de la tragedia se ha controlado ya por los vecinos.
Existiendo una especie de confianza atávica – y seguramente justificada – en la cobertura de algunas instituciones o colectivos profesionales como el Ejército, Guardia Civil, Bomberos o Cruz Roja, el clima perceptivo general HACIA LO QUE SERÍA LA COBERTURA ADMINISTRATIVA O GUBERNAMENTAL.
LA RELACIÓN ENTRE CONFIANZA Y COORDINACIÓN SE PROYECTARÍA ÚNICAMENTE HACIA UNAS CUANTOS ORGANISMOS OPERATIVOS.PARECE EXISTIR EN ESPAÑA LA IDEA DE QUE MÁS ALLÁ DE LOS POCOS O MUCHOS RECURSOS, EL VERDADERO PROBLEMA ES QUE ESOS RECURSOS NO SE SABRÍAN GESTIONAR Y COORDINAR ADECUADAMENTE
REFLEXIONES SOBRE LOS MODELOS DE CONTROLY MANEJO DE LAS CATÁSTROFES EN ESPAÑA
Cuando la gente se refiere a la panoplia de riesgos cotidianos. Aquellos con los que hemos dicho que se «convive» incluidos muchas veces riesgos de un cierto calado como incendios de bajo nivel en el medio rural o urbano, la propia proximidad espacial y psicológica del acontecimiento lleva consigo estrategias de manejo también próximas circunscritas a la familia, los vecinos, los no profesionales en general. En último lugar, el Ayuntamiento con sus recursos (policía local, bomberos, sanitarios, retenes) sería la institución responsable de la cobertura administrativa del suceso.
Estas estrategias se organizan desde registros organizacionales horizontales que según las verbalizaciones de los sujetos del estudio parece estar siempre presente el término y la atribución de «solidaridad”. Son siempre comportamientos voluntaristas, «beneméritos» y pocas veces realmente profesionalizados o expertos, aunque intervengan recursos administrativos locales como los del Ayuntamiento.
De alguna manera nuestro análisis del texto de los grupos apuntaría a una fuerte presencia de imaginarios y proyecciones con potentes connotaciones «femeninas» de arropamiento y cercanía emocional y, sobre todo, de ausencia de proyecciones organizacionales en donde esté presente el poder.
La filosofía o el tablado logístico se correspondería con el modelo organizacional «mecánico» o primario diseñado por Durkheim.
Por el contrario, el lenguaje sobre la prevención y control de las catástrofes está continuamente impregnado de referencias «apolíneas y organizacionales» que simbólicamente remiten a valores masculinos y relaciones de poder y control verticales. Incluso la insistencia en la “necesidad de coordinación» o en los valores, virtudes y bondades de este recurso logístico nos está desvelando el carácter «orgánico-normativo» (si se quiere burocrático) de este formato de solidaridad forzada. Los comportamientos vecinales de auxilio o las expresiones de solidaridad horizontal (las mantas, tazas de caldo, etc……..) nunca responden a ninguna estrategia organizada sino simplemente a la mecánica natural de la solidaridad bio/cultural de la especie humana.
De todas formas, habrá que continuar investigando y profundizando en el análisis.
LA PREVENCIÓN Y CONTROL DEL RIESGO ADMITIRÍA PERFECTAMENTE LOGÍSTICAS HORIZONTALES EN CUANTO PARTICIPACIÓN ARTICULADA DE ADMINISTRACIONESY CIUDADANOS.
EN ESTE SENTIDO PODRÍAMOS DECIR QUE LOS IMAGINARIOS DE SOLIDARIDAD, CONSENSO Y ARTICULACIÓN MECANICA (Durkheniana) SERÍAN PERFECTAMENTE VÁLIDOS.
LA PREVENCIÓN Y MANEJO DE LAS CATÁSTROFES PARECE EXIGIR UNA LOGÍSTICA DEL PODER, UN CONTROL FUERTE COMO METONIMIA DE LA PROPIA ACCIÓN DEVASTADORA DE LA CATÁSTROFE. AQUÍ, LO QUE FUNCIONARÍA SERÍA «EL MANDO ÚNICO», LA CENTRALIZACIÓN Y LA VERTICALIDAD, LA DISCIPLINA, LAS SOLIDARIDADES ORGANIZADAS Y RIGUROSAMENTE PROTOCOLARIZADAS (Como modelos de organización del industrialismo al hilo de Durkheim, Weber o Taylor).
La persistencia de las constantes referencias a la coordinación y la propia complejidad de las catástrofes en la actualidad, reforzadas y ejemplarizadas por la percepción del cambio climático como amenaza milenarista, va resaltando la idea de que el manejo y prevención de las catástrofes es tarea de todos, pero tarea coordinada por una dirección o inteligencia centralizada y estatal, pero sin olvidar que esta nueva amenaza milenarista reposa sobre espacios y territorios en red.
En este sentido la coordinación supone poder, pero también transversalidad.
LA PRIMERA ARTICULACIÓN SEMÁNTICA ENTRE PODER, ORGANIZACIÓN VERTICAL Y COORDINACIÓN PARECE QUE NOS ESTÁ QUERIENDO DECIR QUE SOLO UNA GESTIÓN GUBERNAMENTAL POTENTE ES CAPAZ DE «COORDINAR» ADECUADAMENTE LAS CATÁSTROFES.
PERO TAMBIÉN QUE EL DISEÑO DE ESTE MODELO DE PODER NO PUEDE SER YA EL DE LA SOCIEDAD FORDISTA; TIENE QUE TRABAJAR «TRANSVERSALMENTE» EN RED, COORDINANDO RECURSOS, ADMINISTRACIONES Y TERRITORIOS DIFERENTES.
LA IMAGEN Y PERCEPCIÓN DE LAS ADMINISTRACIONES, ORGANISMOS Y AGENCIAS RELACIONABLES CON EL CONTROL Y MANEJO DE LAS CATÁSTROFES EN ESPAÑA
Lo primero que hemos observado es la presencia de una gran desinformación y desconocimiento de la maqueta administrativa española responsable de la gestión de los grandes riesgos y catástrofes.
El conocimiento de la maqueta administrativa del Estado de las Autonomías sigue siendo una asignatura pendiente en España, QUE GENERA UNA PATENTE SENSACIÓN DE CONFUSIÓN Y DESORIENTACIÓN.
Se conoce poco un servicio básico como el 112. No se identifican las responsabilidades gestoras de los gobiernos autonómicos en las emergencias regionales. La existencia, competencias y funciones de los efectivos y recursos operativos de los efectivos de Protección civil están totalmente desdibujados. Al final resulta una imagen estereotipada de una muchachada voluntarista y sin ninguna profesionalidad que se utiliza como servicio de orden en eventos culturales y deportivos o repartiendo mantas en diversas situaciones de emergencias y accidentes.
Las responsabilidades, competencias y organigrama del Ministerio del Interior del Gobierno de la Nación es un gran desconocido. La vertiente «safety» de Interior es totalmente opaca. Es un Ministerio centrado exclusivamente en la «security».
La existencia de la nueva unidad militar dedicada a la cobertura de emergencias solamente es recordada espontáneamente en uno solo de los grupos de discusión Y DE CUALQUIER MANERA QUEDARÍA SEMÁNTICAMENTE BLOQUEADA POR EL POTENTE PESO DEL EJÉRCITO EN GENERAL.
El segundo componente de estas imágenes sería LA DESCONFIANZA que se racionaliza a partir de reiteradas manifestaciones de descoordinación operativa, de ausencia de información preventivista y de falta de recursos humanos y materiales, aunque el eje comprensivo basal esté presidido por la imagen de
CONFUSIÓN LOGÍSTICA Y OPERATIVA, ejemplarizada en el lenguaje y en la memoria por los sucesos del Prestige, los socavones y apagones de Barcelona o el trágico incendio forestal de Guadalajara. Para el público, lo único que se conoce y además se valora son las agencias exclusivamente operativas como la Guardia Civil, el Ejército, los Bomberos o la Cruz Roja.
Las instituciones administrativas de gestión serían lejanas, desdibujadas, confusas, sin fiabilidad y opacas.
Dicho esto, que sobre todo tiene una presencia potente en el lenguaje espontáneo, racionalizaciones posteriores e incluso en la propia simbólica emocional connotada en la discusión observamos claras y sólidas referencias a que sea el Gobierno de la Nación el gestor de las catástrofes y grandes emergencias de la misma manera que los Ayuntamientos se entienden como los gestores de los pequeños riesgos y emergencias.
Lo interesante del asunto es que en esta atribución de competencias las Comunidades Autonómicas se mantendrían absolutamente opacas.
Parece que en nuestro país la imagen gestora y operativa de los gobiernos autonómicos se estaría percibiendo desde una funcionalidad exclusivamente asistencial que en último lugar admite derivaciones en el territorio de la educación o la sanidad.
Simbólicamente en un espacio atributivo femenino o protectivo que parece no haber llegado al terreno de las estrategias organizadas de safety regional y por supuesto de security, campo semántico ocupado totalmente por el Gobierno de la Nación.
Aunque desde un discurso racionalizado y emergente de la gestión de la catástrofe vaya abriéndose paso la necesidad de interacción y trasversalidad entre la security y la safety, hoy por hoy sigue teniendo una potente presencia la percepción de que en los casos de grandes desastres o emergencias importantes tiene que ser el Gobierno de la Nación el gestor de los acontecimientos.
Además, los Gobiernos y las administraciones autonómicas se presentan sesgadas por la progresiva y continuada atribución a que se mueven excesivamente condicionadas por intereses político/partidista que desvirtúan su operatividad y eficacia en las situaciones de emergencia.
Curiosamente esta atribución de «perversión política» siendo hasta casi pertinente en todo discurso sobre el poder o los gobiernos, estaría más difuminada en el caso del Gobierno de la Nación.
GOBIERNOS AUTONÓMICOS – MÁS PRÓXIMOS A LAS TENTACIONES POLÍTICOPARTIDISTAS
GOBIERNO DE LA NACIÓN – MÁS ALEJADO DEL PARTIDISMO
En un plano más general, la desconfianza hacia la gestión de las emergencias por los políticos constituye una percepción potentísima en todo el desarrollo de nuestra investigación.
Otra vez más el recuerdo del Prestige podría estar (incluso se menciona) en la construcción de este imaginario.
La desconfianza hacia la gestión de emergencias por parte de los políticos hace emerger la urgente necesidad de que los grandes riesgos y catástrofes sean manejados y gestionados exclusivamente por técnico y profesionales y nunca por los políticos.
En esta línea instituciones como el Ejército, Guardia Civil, Bomberos o Cruz Roja aunque con conexiones con el poder ejecutivo son entendidas más como dispositivos asépticos y exclusivamente profesionalizados, que como recursos contaminados por intereses políticos partidistas.
INSTITUCIONES Y AGENCIAS MÁS REQUERIDAS, VISUALIZADAS Y VALORADAS EN LA GESTIÓN DE LAS CATÁSTROFES.
• EJÉRCITO. METÁFORA DEL PODER Y LA CENTRALIZACIÓN
• GUARDIA CIVIL
• DELEGACIONES Y SUBDELEGACIONES DEL GOBIERNO.
• BOMBEROS
• CRUZ ROJA
• EFECTIVOS SANITARIOS (MÉDICOS, ENFERMEROS/AS).
• PROTECCIÓN CIVIL, MINISTERIO DEL INTERIOR (Una funcionalidad en este terreno desdibujada. No se visualiza la Dirección General de Protección Civil y Emergencias).
LA IMAGEN DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN
Anteriormente hemos insistido sobre la particular significación del riesgo posmoderno como fenómeno psicosocial y como acontecer que reposa sobre una sociedad estructuralmente organizada desde las tecnologías de la información y la comunicación.
A partir de aquí, no se nos escapa que la relación entre estos medios y el manejo de las emergencias es de una pertinencia excepcional.
La impresión, comentarios y opiniones de la gente son absolutamente coincidentes en lo que respecta a las siguientes atribuciones:
• LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN MANEJAN EL TRATAMIENTO INFORMATIVO DE LAS CATÁSTROFES DESDE LA EXCLUSIVA ÓPTICA DE LOS INTERESES DE AUDIENCIA.
• LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y EN ESPECIAL LA TELEVISIÓN CONVIERTEN LAS TRAGEDIAS EN ESPECTÁCULO.
• AUNQUE SE DISFRACEN CON MOTIVACIONES ALTRUISTAS SON UNA PODEROSA HERRAMIENTA DE INSENSIBLIZACIÓN COLECTIVA.
• DRAMATIZAN INNECESARIAMENTE Y AL DEPENDER MUCHAS VECES DE GRANDES MULTINACIONALES DE LA COMUNICACIÓN DRAMATIZAN O DESDRAMATIZAN DE MANERA INTERESADA.
• NO FUNCIONAN COMO OPERADORES INFORMATIVOS QUE PROMUEVAN O AYUDEN A LA INSTAURACIÓN DE UNA CULTURA PREVENTIVA RAZONABLE. ÚNICAMENTE SIRVEN PARA LA DRAMATIZACIÓN INNECESARIA HACIENDO DEL SUFRIMIENTO UN ACONTECIMIENTO/OBJETO DE USAR Y TIRAR.
NOTAS
1. De todos nosotros es conocido el planteamiento sobre el particular acuñado por Ulrich Beck (1986) en «Risikogesellschaft» (La sociedad del riesgo, Barcelona, Paidós, 1998)
2. Los orígenes de la ciencia actuarial hundirían sus raíces teóricas en los escritos de «aritmética política» de Leibnitz, John Graunt especialmente sus «Natural and Political Observations» de 1662 -y William Petty, en la segunda mitad del XVII. Ya en sus versión estrictamente actuarial, con la obra del político holandés Jan de Wit (1625-1672) «Waerdye van Lyf-Renten Naer Proportie van Los- Renten» (1671) aunque el autor más conocido, resulte ser el famoso astrónomo y secretario de la Royal Society Sir Edmond Halley (1656-1742) autor en 1693 de su «An Estimate of the Degrees of Mortality of Mankind, Drawn from Curious Tables of the Births and Funerals at the City of Breslau» entre los años 1687 y 1691, inventariando todos los datos mensuales sobre defunciones y nacimientos cruzados por sexos, más la edad, al producirse el fallecimiento. Estas tablas -no excesivamente rigurosas- servirían a las iniciales compañías de seguros de vida británicas para fijar los montantes de las primas o anualidades vitalicias, que unas décadas después admitirán diseños matemáticos más rigurosos, con las curvas de mortalidad empírica acuñadas por el matemático francés Abraham de Moivre (1667-1754) que se adelanta en un siglo al descubrimiento de la curva de distribución normal atribuido a Carl Friedrich Gauss (1777-1885) en su escrito «Teoría combinationis» de 1823.
3. Aunque el aseguramiento del transporte por mar se puede remontar a la antigüedad clásica – se habla de los chinos en el 3000 a.n.e. las primeras compañías modernas de seguros marítimos se crearían en Londres alrededor de 1680 (los «underwriters” del café Lloyd’s).
En España se encuentran disposiciones reguladoras del aseguramiento de mercancías y «casco» en el Libro del Consulado del Mar desde su redacción inicial entre 1260 y 1270. Las referencias continuarían en diversas ordenanzas castellanas como la de Burgos (1538) y las de la Casa de Contratación de Sevilla (1566)
4. Las primeras sociedades de seguros «terrestres» propiamente dichas se remontan a finales del XVIII como la «Real Compañía de Seguros Terrestres y Marítimos» de Madrid (1785) o la posterior «Antigua Sociedad de Seguros Mutuos de Casas de Madrid» (1822). No obstante, será a partir de 1840 cuando se da el gran salto para la sustitución y superación del aseguramiento gremial representado por Hermandades y Cofradías y, asentado principalmente, sobre la cobertura de funerales y enterramientos a, un nuevo modelo centrado en las Asociaciones de Socorros Mutuos; cubriendo además las contingencias cotidianas (incendios, enfermedad, vejez, viudedad) y, de esta manera, pasando de la vida eterna a la terrenal, o del aseguramiento del alma, al seguro sobre la propiedad y la vida. Se trataría de superar un modelo de asistencia medieval basado en la «economía de la salvación» a otro típicamente burgués y heredero del mercantilismo, para el que los cuerpos de las gentes, eran, sobre todo, bienes útiles para la prosperidad de la república. A propósito de estas primeras sociedades de socorro mutuo en nuestro país, el historiador Antonio Pirala (1824-1903) publicaría en su semanario «Instrucción para el pueblo” (Madrid, no 66, 1849) un ilustrativo trabajo divulgativo sobre estas sociedades en donde presenta numerosas tablas de mortalidad, enfermedades y accidentes profesionales, con significativos comentarios sobre la morbimortalidad de algunos oficios y su relación con la prima de aseguramiento.
5. Nos referimos a un librito de Newton Bosworth titulado «The Accidents of Human Life; with Hints for their Prevention», Londres, 1813.
6. Aunque haya referencias desde finales del XVIII, los primeros escritos en sentido estricto de autor español sobre riesgos y enfermedades en el trabajo se deben al médico catalán Pedro Felipe Monlau i Roca (1808-1870) estando contenidos en el 2° tomo de sus Elementos de Higiene Pública, Barcelona, 1847.
7. En estos inicios de las estrategias laicas en el manejo de las contingencias y riesgos sobre los cuerpos habrá que tener presente la aportación de Luís Vives (1492-1540) con su De subventione pauperum, editada por vez primera en Brujas en el 1525. Durante la segunda mitad del XV, comenzará la publicación de diversos escritos bajo el rótulo genérico de tratados sobre la prolongación de la vida como exponente de que la vida humana se puede hurtar a los designios divinos y, de alguna manera, racionalizar su duración. Un autor que tuvo una cierta significación sería el veneciano Luigi Cornaro (1475-1566), que publica en Padua (1558) su Trattato de la vita sobria. Un libro traducido a casi todas las lenguas europeas y reeditadas con profusión en muchos países hasta los primeros años del siglo XX. En España, se realizaron dos impresiones. Una en Madrid por Joachin Ibarra en 1782 y otra en Vitoria en la Imprenta de Egaña en 1845.
En el XVII, van apareciendo en nuestro país algunos escritos y dictámenes relacionados con la prevención de las enfermedades. Entre otros, queremos resaltar el realizado por el médico milanés Juan Bautista Juanini (1632-1691) bajo el título “Discurso phísico y político…» sobre las sustancias que «perturban» el «ambiente de la villa de Madrid», editado en 1679 y ampliado en su segunda edición por la Imprenta Real en 1689. Este dictamen bien puede ser considerado como el primer documento español dedicado a la Higiene Pública. Unos años más tarde (1698) el médico zaragozano -y también «novator» como Juanini- José Lucas Casalete (anotado por López Piñero, 1989) elabora a instancias de la Inquisición un informe sobre las posibles consecuencias para la salud de la población derivadas de la instalación en el interior de las ciudades de fábricas de tabaco.
Por otra parte, tenemos constancia de la existencia en la Biblioteca Nacional (Signatura A2, B-K2) de un documento que hace referencia a un pleito de los vecinos de la ciudad de Sevilla a propósito de los continuos incendios ocasionados por la existencia de fábricas y almacenes de pólvora en el interior de la ciudad. El documento de 40 pp., está fechado en Sevilla en 1711, pero hace referencia a 1626 como data de resolución del pleito.
8. Benjamin Franklin (1706-1790), inventaría el pararrayos como resultado de sus estudios sobre la electricidad desarrollados entre 1747 y 1752. En 1782 la ciudad de Filadelfia (Pensilvania) contaba ya, con cerca de 400 de estos artilugios de protección contra las tormentas eléctricas.
9. La segunda mitad del setecientos funcionaría como el tiempo fundante para el asentamiento de la higiene pública en nuestro país, siendo numerosos los autores, publicaciones y disposiciones legales sobre prevención de epidemias, catástrofes y enfermedades, higienización de la ciudad, policía de la construcción e, incluso, dictámenes sobre la prevención de enfermedades laborales. En 1747, se publica una Instrucción dirigida a los Regidores de los nuevos cuarteles en los que se dividió Madrid para:
“…….la limpieza…….empedrados–y demás reglas de buen Gobierno…en las Fábricas, en los incendios y asseo de las calles de la corte policía de ella…»
El peculiar escritor y matemático salmantino Diego Torres Villarroel (1693-1770) publica un no muy conocido libro que titularía: «Tratados phisicos y médicos de los temblores y otros movimientos de la tierra llamados vulgarmente terremotos…» Madrid, Imprenta del Convento de la Merced, 1748.
La obra del médico suizo Samuel André Tissot (1728-1797) Avisos al pueblo sobre su salud, pionera de la higiene pública europea, se editaría por primera vez en Pamplona (1773)
El matemático catalán Benito Bails (1730-1797) traduce en 1781, el Tratado de la conservación de los pueblos y consideraciones sobre los terremotos del médico portugués Antonio Ribeiro Sánchez, y él mismo, escribe una obra sobre los prejuicios sobre la salud producidos por los enterramientos en las iglesias y en el interior de las ciudades (Madrid, Joachin Ibarra, 1785)
En 1784, los dictámenes de dos ilustres médicos catalanes Pedro Güell Pellicer (1712-1791) y Joseph Masdevall (1740-1801), aunque indirectamente, y por requerimientos diferentes, señalan las intoxicaciones y riesgos higiénicos a los que se ven sometidos los trabajadores de las industrias barcelonesas de la época.
Ignacio Ma Ruíz de Luzuriaga (1736-1822) presentaría en 1796 su Disertación sobre el cólico de Madrid ante la Academia de Ciencias Matritense y el 8 de noviembre de 1790, Carlos IV rubrica un Bando pionero sobre la prevención de incendios en Madrid, como culminación de la Instrucción de 16 de septiembre de 1789. En 1791, se compilan por el arquitecto real Don Teodoro Ardemans, las Ordenanzas de Madrid, como recopilación de toda la legislación de policía urbana de la villa con interesantes apuntes relativos a la higiene pública, la construcción de edificios, el abastecimiento de agua y el saneamiento de manufacturas y establecimientos públicos, donde no faltan recomendaciones preventivas sobre «…lo que se ha de observar en la Plaza Mayor para Fiestas de Toros…» La regulación de policía higiénica/urbana española presentaría durante el XIX, dimensiones más importantes, cubriendo toda la cartografía nacional publicándose numerosos manuales y publicaciones recopiladoras. Una de ellas fue el Manual completo de Policía Urbana y de Construcciones Civiles, editado en 1863 por la Redacción de Boletín de Administración Local y de los Pósitos de Madrid. En esta publicación se adjuntaba un Proyecto de Ordenanzas municipales que sería refrendado por muchos ayuntamientos durante el Sexenio. Como curiosidad, señalaremos como en el artículo 131, se propondría que en las obras urbanas, los «…andamios, castilletes y puntales» (…) deben ser examinados por el arquitecto municipal, «…quien podrá desecharles, cuando no ofrezcan garantía de seguridad para los operarios…»
10. Publicada en Sevilla, Imprenta de Juan de la Puerta, 1724.
Del siglo XVII, tenemos referencia de un documento por el que el Papa Clemente X, confirma las indulgencias concedidas a los cofrades de la Santa Cruz de la Casa y Hospital de Santo Toribio de Lieuana (Liébana), “… Santísima Cruz, en que Christo nuestro bien murió, cuyo braço izquierdo está en dicho Conuento, por cuyo abujero del clauo donde fue enclavada la sagrada mano de Nuestro señor…se passan las cruzes, y candelas, cuya virtud es cada día experimentada contra tempestades, incendios, calenturas, y enfermedades diversas, y remedio vnico contra endemoniados…» Impresso en Madrid, 1670.
11. En un plano paralelo pero distanciado de las masas populares, comerciantes y banqueros organizaron sus propios mecanismos de información. Los venecianos desde el siglo XII con las noticias manuscritas, los denominados «avvisi» y los banqueros alemanes con la «Zeitungen».
12. La lectura sosegada de las páginas de este periódico supone un apasionante acercamiento sociológico a la vida cotidiana en el Valladolid de los años centrales del XVIII, más allá de los escritos y crónicas oficiales. Son páginas en las que ronda la muerte y los riesgos y accidentes continuados. Accidentes laborales y de circulación, aunque éstos sean debidos a caballerías y carromatos. Inundaciones del a primera vista inofensivo Esgueva, que se cobra víctimas todos los años. Una mortalidad promedio del 40 por mil e infantil en los expósitos, cercana al 90%. Unas 150 referencias a hechos mortales como consecuencia de peleas y altercados. Los incendios urbanos. Las repetidas muertes de toreros en los numerosos eventos taurinos. Referencias a 134 penitenciados por la Inquisición; tres de ellos quemados, más la descripción de los ajusticiamientos civiles con el espectáculo de los encubados -como castigo de parricidas- y los «cuartos» o descuartizamiento, para sacrílegos, homicidas y salteadores. Cuartos que permanecían expuestos hasta el día de San Lázaro (primeros de abril) en la plazoleta de San Juan con lo que suponía a lo menos, para la higiene pública.
13. François Botrel (1993) cifra en 400 periódicos los editados en España en el periodo entre 1820 y 1840. Durante el Sexenio pasarían ya, de 500.
14. Entre otros muchos ejemplos, en el número de la Ilustración Española y Americana de 15 de enero de 1887, encontramos una amplia información gráfica y documental sobre el incendio acaecido en el Alcázar de Toledo.
15. En su magnífica introducción al libro de Gilles Lipovetsky, «Les temps hypermodernes» Paris, Ed. Grassert &Fasquelle, 2004.
16. Obra relevante y pionera de la Medicina del Trabajo española y que traspapelada durante más de dos siglos en los Archivos del Ministerio de Hacienda ha sido rescatada del olvido por el profesor Alfredo Menéndez Navarro hace unos pocos años.
17. Curiosamente y como ejemplo temprano del tratamiento sensacionalista de las catástrofes una crónica periodística encontrada en la Biblioteca Nacional (CCPB0000843904-4) y firmada en Pontevedra por Rogelio Quintana lleva como título: «Narración en la que se da cuenta de la horrorosa catástrofe ocurrida en el pueblo de Ceniceros, provincia de Logroño, donde se cayó un tren desde el puente de Montalvo al río Najerilla, habiendo más de ciento cincuenta muertos y muchísimos heridos»
18. A propósito de la mencionada “catástrofe de Torremontalbo” un somero repaso de la prensa de la época (especialmente el periódico regional LA RIOJA, del 28 al 9 de julio de 1903) nos proporciona interesantes pistas sobre este tratamiento filantrópico del accidente. Aunque algunos heridos fueron trasladados a centros hospitalarios de Logroño y al Hospital Municipal de Cenicero, muchos de ellos permanecieron durante semanas en casas particulares. Por otra parte, el accidente sirvió como catalizante y disculpa para la celebración de actos cívico-patrióticos de exaltación del heroísmo de los lugareños en las tareas de socorro y salvamento. Uno de estos reconocimientos públicos de heroísmo recayó precisamente sobre la hija de una familia de aristócratas del lugar mientras que el nombre de un humilde guardia civil que murió extenuado por su labor de auxilio y recogida de muertos y heridos ha permanecido en el olvido.
Como resultado, el Gobierno otorgaría el título de Ciudad a Cenicero (RD de 19 enero de 1904).
En relación con la prevención y el tratamiento judicial del asunto y aunque hubo investigación judicial y posiblemente un incumplimiento de la normativa ferroviaria se dio carpetazo al asunto manifestando que todo había sido normal y el resultado de una fatalidad.
19. R.O. del 2 de agosto de 1900.
20. El primer escrito conocido de Poliorcética o tratado de táctica militar se lo debemos al estratega griego Eneas de Estínfalo conocido como «El Táctico» y que vivió en el siglo IV a.C.
21. Abraham Maslow (1908-1970) expondría originalmente su teoría de la «jerarquización de las necesidades» en un artículo de la Psychological Revieu en 1943 aunque sería en 1954 con la publicación de «Motivation and Personality» cuando fue definitivamente acuñada y conocida.
22. Hasta la segunda mitad del ochocientos los viajes serían considerados en general como fuentes de salud incorporando el discurso ilustrado sobre el cambio y la movilidad presente en las «Cartas Persas» y en el “Espíritu de las Leyes» de Montesquieu. A partir de 1850-60 la literatura higienista europea comienza a mencionar el «malestar psicológico» de los viajeros del ferrocarril rotulado por los higienistas británicos como «railway neuroses» (Thomas Wharton, 1855) o por el francés Charcot (1870) como «railway spine».
23. Niklas Luhmann: Soziologie des Risikos, Berlin, 1991.
24. Acercándonos y ampliando de alguna manera al sentido de la expresión utilizada por Sennett como título de su libro «The Corrosion of Characterr» (N.Y.1998)
25. Con una prevalencia según la OMS menor a 5 casos por 10.000 habitantes.
26. Georg Simmel (1858-1918) en su “Digresión sobre el extranjero” contenida en Soziologie, Untersuchungen über die Formen der Vergesellschauftung (1908) traducida y editada por primera vez en castellano por la Revista de Occidente en 1927.
27. Lewis Mumford (1895-1990) en Technics and Civilization (1934).
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V.- A MODO DE EPÍLOGO
Después de todo lo escrito tenemos el presentimiento de que, ésto de las catástrofes, puede admitir perfectamente, una lectura sociológica descontando por supuesto, los aspectos que, respondieron a fenómenos estrictamente tectónico/telúricos y naturales antes de la canibalización humana en los límites del Holoceno. No obstante, y, hasta casi nuestros días, ese cainismo arcaico realizado por el Homo erectus y, posteriormente por los habilísimos sapiens cazadores, era en el fondo, o suponía tan solo, pequeños mordiscos y deterioros, en el hábitat y en la salud global de la Tierra. Solamente a partir del espacio/tiempo del antropoceno/capitaloceno, se inaugura un recorrido de corrosión generalizada y global de nuestro mundo natural que, abarcaría toda la biosfera, el suelo, los mares, las aguas, la flora, la fauna, el clima y los cielos y, probablemente la salud de los pueblos, a pesar de los indudables y, jánicos “avances” médicos, tecnológicos y sociopolíticos de la tardomodernidad en nuestros días; alumbrando el tiempo mediante el cual, el capitalismo entra, inunda toda “la trama de la vida” (J.W. More, 2015)
La aparición de un nuevo constructo como el cambio climático, admitirá junto a sus pertinentes lecturas y derivas físico/químicas, necesarias escuchas y miradas desde la sociología aunque solamente sea, porque ese modelo de acontecimientos y desastres son ya, claramente, construcciones sociales con un profundo calado socio/económico y político inaugurando el tiempo de la corrosión sistémica de la Tierra, a partir de un modo de producción instalado desde hace tan solo, dos siglos antes, y que, salta de la obtención de plusvalías del cuerpo del trabajador, para ahora, instalarlas en los recursos de la naturaleza cerrando, un circuito diabólico consecuente, con la esencia del capitalismo global/financiero tardomoderno.
En este sentido, el del desvelamiento de la trama de intereses que, desde diferentes enmascaramientos, tramas y trampas, estaría detrás de las catástrofes y de la casi totalidad de sufrimientos colectivos y desastres en nuestros días, sí es posible, sí, sería necesario un intento de sociología de las catástrofes que supere la sociología desde el algoritmo. Es más, situándonos en un terreno más cotidiano como, por ejemplo, el de un incendio provocado por el mal uso de un soplete manejado por un trabajador inmigrante, con toda seguridad, la ausencia y la avaricia patronal en impartir una formación preventiva adecuada, tendría algo que ver con el accidente en cuestión.
No nos equivocaremos mucho, si decimos que, en la actualidad, la mayoría de acontecimientos considerados como grandes desastres, accidentes de medios de transporte y locomoción colectivos, incendios estacionales, inundaciones, determinadas pandemias, terremotos, erupciones volcánicas, inundaciones catastróficas, incluso, con todo lo que pueden tener de aleatorio o telúrico, presentan un punto, un momento, en el que ha faltado la mano no solamente humana sino al mismo tiempo la política/institucional como factor de previsión, control, mantenimiento, legislación, recursos de diferente grado, o tutela previa. Algo siempre costoso, incómodo y molesto, para quien domina la caja registradora de beneficios, plusvalías o determinadas políticas públicas probablemente de cualquier signo político. A estas alturas de nuestra vida, no nos atreveríamos a decir que, los de una u otra bandera gestionan mejor o peor, las políticas de tutela, previsión y control de los grandes desastres y catástrofes. Lo que, si podemos casi, o prudentemente afirmar, es, que, con los recursos presupuestarios actuales y con los beneficios de las grandes empresas más, el añadido de las tecnologías modernas, algo, o más que algo, se puede hacer o pesimistamente, no se quiere saber lo que se pueda hacer.
Nuestra conclusión se mueve en un cierto e indeciso optimismo relativo, absolutamente aprisionado, por la convicción de que nuestra sociedad de la modernidad tardía sigue aprisionada en una jaula que, ya no sería de hierro sino de un enmarañado silicio, del que va a ser muy difícil la escapatoria…simplemente, porque como escribía uno de esos antecesores de los malditos de la Ilustración como Étienne de La Boétie (1572) nos mantenemos atrapados en una líquida servidumbre voluntaria…
[1] Cuanta tinta se haya quizá malgastado en intentar definir y acotar el objeto y función de la Sociología, como una ciencia positiva, como un saber epistémico moderno que, se pueda codear sin complejos por ese territorio tan inconcluso como es, el de las ciencias físico/naturales. Posiblemente porque en otras cosas, la sociología no puede jugar en el mismo campo episte/metodológico de las ciencias físico/naturales; un territorio presidido por la variable independiente y el laboratorio. Los hechos sociales, como objeto de las sociologías, son acontecimientos que conforman un todo, una totalidad que no se puede subdividir en parcelas en las que unas, son significativas y otras, no, presentan referentes distributivos. Los hechos sociales como formas de socialización (dixit, Simmel, 1908) emergen de un todo biosocial, económico y político, del que no se puede despreciar ni aislar absolutamente nada…todo es aprovechable…todo constituye un significante y todo tiene su significado…aunque en principio, de la impresión qué, se nos escapa y resbala entre las manos. Incluso ésto, nos vale para una pretendida sociología de las catástrofes, cuando nos topamos con ese nebuloso significante de algunos acontecimientos catastróficos, que al final, reposa sobre el azar, ese hilo mágico que no es otra cosa que una versión más del principio de incertidumbre, que inunda y preside nuestra vida y nuestro mundo. Al final el pretendido orden del universo conseguido en el traspaso del Caos al Cosmos no será otra cosa que, una ilusión, sino contamos, con el polvo azaroso de los acontecimientos…Por eso, siempre decimos que, la sociología no supone otra cosa que, una manera de mirar y escuchar… las formas que, tenemos los humanos, para estar con los otros. Quizá por eso, podemos considerar al abate Sieyès (ca1790), más que, al reverenciado Augusto Comte (1839), como el más lúcido acuñador del significado de la sociología, como modo de estar con los otros/iguales, a partir del relato y la práctica sociopolítica inaugurada y heredada del Tercer Estado. En último lugar para Comte, la sociología es fundamentalmente un intento de construir una episteme sobre una sociedad que ya no presenta el optimismo o la potencia social de 1789…para Sieyès, sin renunciar a una episteme, su relato puede que no sea más que una doxa; pero resulta que, muchas veces, las opiniones y las emociones pisan más adecuadamente la realidad que las ciencias. Quizá, en el hoy día de los “trum/trampismos” la sociología por hacer sea simplemente la de escaparse del algoritmo, que, no es poco.
[2] De todas formas, no se nos escapa que, probablemente nuestro planteamiento sea incompleto y peque de un excesivo generalismo retórico. Cada uno con sus errores e insuficiencias; pero a la vez, reconocemos y queremos dejar patente que, cuando los sociólogos planteamos alguna reflexión sobre los saberes, alcance y dianas de la sociología, nos topamos con algo que, como decía con su sabia ironía el maestro Alfonso Ortí, “sirve para un roto y un descosido” y, por lo tanto, es muy difícil de acotar en un marco epistémico cerrado y concreto como ocurre no solo en las ciencias físico/naturales sino a veces, con algunas de las mal llamadas ciencias humanas. Realmente para la sociología, todo es aprovechable; no hay hecho o acontecer, que no tenga sus especiales repercusiones, aprovechamientos o lecturas sociológicas. En el caso de las catástrofes, los grandes riesgos, calamidades y desastres, los campos de indagación sociológica pueden ser numerosos. Sin ir más lejos, los aspectos de reproducción económica y beneficio relacionados con los procesos de reconstrucción y reparación para grandes empresas. El propio marketing y negocio de las grandes aseguradoras y reaseguradoras, sin hablar de los negocietes modelo “mascarillas”, hasta aspectos de microsociología demográfica, cambios de comportamiento social e, incluso de erosión o de beneficio para las instituciones políticas o los medios de comunicación con su repercusión por ejemplo, en la publicidad o yendo a lo sociohistórico, la conformación de la feudalidad en el Levante ibérico a partir del manejo del agua en los marjales, por los cristianos ( Vide en M.ª Isabel del Val Valdivieso, ED, 2015) Desde la sociología política y la historia de los pueblos. En algunos imperios como el romano, el cambio climático y las enfermedades pudieron condicionar en cierta medida, el fin de su poderío (K. Harper,2019) ….Uno ya no tiene tiempo para mucho, pero nos gustaría que algún joven sociólogo consiga datos y estudie cómo posiblemente ( es lo que se nos malicia) durante las semanas de la Dana valenciana en el otoño del 2024, se modificaron a la alta, los costes de inserción de los anuncios publicitarios, así, como la realización de estudios periódicos sobre percepción sobre las catástrofes y riesgos, al hilo de las recientes inundaciones en el Levante, combinando metodologías cuantitativas y cualitativas como hicimos en el Colegio de Doctores y Licenciados en CC. PP. y Sociología (Madrid, 2007)
Otro territorio de investigación abierto sería el de las relaciones entre pobreza, catástrofes y grandes riesgos, recordando El Decamerón y el relato de un fraile y médico dominico, Francisco Gavaldá, cuando relataba los efectos de la peste valenciana de 1647. En este sentido, el campo de investigación, utilizaciones y utilidades de riesgos y catástrofes es casi infinito, para la mirada sociológica
[3] Aquí, Aristóteles que pocas veces da, puntadas sin hilo, como fervoroso ateniense la pérdida de rumbo condujo la nave a Egina; precisamente la isla que, siempre se mantuvo independiente de Atenas y, cuyo puerto era por entonces Pireo (anteriormente lo habría sido Faluso) Los comentarios de Aristóteles sobre los accidentes están principalmente contenidos en el libro V, cap.XXX de su Metafísica.
[4] Vide: Paul Virilio; El accidente original, Buenos Aires, Amorrortu,2010
Hartmut Rosa; Remedio a la aceleración, Barcelona, Ned ediciones, 2019
[5] Jason W. Moore; El capitalismo en la trama de la vida, Madrid, Traficantes de sueños, 2020
[6] Por ejemplo, los egipcios no solamente construyeron diques y presas (incluso recientemente) para protegerse de las periódicas crecidas del Nilo, sino que usaban una especie de contadores o medidores preventivos de las inundaciones que llamaban nilómetro (Vide: Victoria Roselló Botey; El cambio climático en el III milenio,2016) Posteriormente se habrían utilizado en Egipto, Grecia y en la Península Ibérica pozos de diferentes profundidades y anchuras para dejar salir los gases del interior de la tierra, siguiendo la doctrina de Aristóteles sobre las causas de los terremotos. En la Hispania prerromana, está documentado (Ruiz Morales, 2021; Pozo Felguera, 2017) la existencia de un artificio de estas características denominado Pozo Airón en la antigua Granada (Iliberis) de factura probablemente ibero/turdetana (siglos V-IV a.C.) mantenido por los musulmanes y posteriormente cegado por los cristianos y a su vez, intentando su apertura después de los seísmos de 1788, a través de un edicto del Alcalde del Crimen en Granada, el ilustrado Gutierre Joaquín Vaca de Guzmán en 1779.
Por otra parte, en las culturas y tradiciones orientales qué, con la única excepción (conocida por nosotros) de un padre fundador de la sociología española, Don Manuel Sales y Ferré, se nos suele escapar a los pretendidos/prepotentes, sociólogos occidentales, tendríamos al matemático y astrólogo chino Zhang Heng (78-139) el cual, idearía un artificio, el sismoscopio (ca 132) para detectar la localización de los terremotos.
Sobre este asunto de las tradiciones orientales, habría mucho que, conocer y escribir. A lo más, estamos comenzando a percibir la robustez de las culturas y sociedades del creciente fértil – en particular la sumeria/babilónica-, pero nos quedamos siempre mirando al Oeste. De las culturas del Este, de China y, sobre todo, de la India – la posible cuna junto o adelantada, por Sumeria, de nuestra pomposa sociedad occidental-, los sociólogos españoles no sabemos nada. Posiblemente de la misma manera que desconocemos las aportaciones de esas sociedades pre/icono/escriturales anteriores a Mesopotamia, Grecia o Roma, a esos “barbaros” de los que nos hablaba Carlos Alonso del Real en su “Esperando a los bárbaros” (1972) que, irían construyendo la mente y las primitivas sociedades desde eltiempo de las cavernas y además recordando nuestro eurocentrismo, de una cavernas que probablemente también las podemos encontrar en la América precolombina y muy especialmente en el Perú preincaico, con dataciones de hace más de 20.000 años de antigüedad.
Vide: Luis Jacolliot; India, la cuna de la civilización occidental, Madrid, 2021.
Mario Ruíz Morales; Terremotos, Unv. De Granada, 2021
Gabriel Pozo Felguera; El Pozo Airón de la calle Elvira; El Imparcial de Granada, 24 diciembre, 2017
David Lewis-Williams & David Pearce; La mente en la caverna, Madrid 2005
David Lewis-Williams & David Pearce; Dentro de la mente neolítica, Madrid, 2009
J.J. Benítez; Existió otra humanidad, Barcelona, Plaza & Janés, 2015
[7] Sobre la utilización de rogativas para traer la lluvia, o la utilización de las campanas de las iglesias para romper las nubes, ver el artículo de Eduardo Jiménez Aguado; El agua imaginada: rogativas y lluvias en el Madrid medieval, en María Isabel del Val Valdivieso CD, La percepción del agua en la Edad Media (2015, 276-312)
[8] Particularmente Cabanis y Destutt de Tracy
[9] Por supuesto, que esto no supone que en sociedades y tiempos anteriores los humanos no estuviesen constreñidos por grandes riesgos y catástrofes. Lo que les hace diferentes son precisamente dos rasgos comprensivos: El primero en que, los riesgos antiguos y en especial los catastróficos eran un designio, (contemplada en toda nuestra historia cultural desde los sumerios, los hindúes, hebreos, griegos, romanos y cristianos, entraban en el plan de Dios sobre los hombres y solamente eran manejables por la divinidad y sus sacerdotes. O en último lugar, se correspondían con los ciclos de vida y muerte de la Naturaleza, ajenos a la voluntad humana y, por lo tanto, entendidos dentro de la jánica normalidad de la vida. Lo segundo, que fueron desastres relacionables mayoritariamente, con la entropía biofísica de la Naturaleza y en donde, de alguna manera, la mano del hombre como metáfora de la tecnología y del modo de producción, presentaba un peso que aunque en apariencia mínimo e inocente en sus comienzos, en realidad no sería ni lo uno ni lo otro, simplemente diferente, pero al mismo tiempo, con su repetición y potenciación con el trascurso de los siglos, tendría consecuencias devastadoras especialmente, sobre la fauna, la flora, las aguas y el clima, a partir de los millones de años de su vida como cazador implacable, probablemente desde finales del Pleistoceno (Vide: Leakey Richard & Lewin Roger, 1995, y Leakey Richard, 2005) con la plenitud cognitiva y maestría cazadora del Homo erectus ( ca 0,5 ma) y los primeros sapiens.
[10] En concreto y en cuanto a los españoles de los ochenta y noventa, el terrorismo de las bandas etarras fue una verdadera catástrofe no solamente en la siega de vidas humanas sino, en el daño que hizo a los ritmos de consolidación de la democracia a pesar, de que, paradójicamente, sería esa misma democracia – junto a las instituciones de seguridad-, las que al final les acorraló y desactivó. Nosotros siempre hemos sostenido – y posiblemente hecho-, que fue desde las libertades, esas libertades continuamente negadas por los terroristas, desde donde se venció. Aparte su maldad y cobardía el error de esas bandas, su gran equivocación estratégica era que mataron en el campo, suelo y emoción de una democracia; ni eran ni fueron nunca gudaris, ni guerrilleros que, actuarían frente a momentos o situaciones no democráticas o patentemente fascistas; fueron simplemente partidas de mal/hechores; un modelo sociopolítico de catástrofe corrosiva que actuó precisamente, en el tiempo de inauguración/restitución de las libertades en España.
[11] Vide:
Josetxo Beriain, comp: Giddens, Bauman, Luhmann y Beck, Las consecuencias perversas de la modernidad, Barcelona, Anthopos, 1996
V.I. Arnold; Teoría de catástrofes, Madrid, Alianza, 1987
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Ulrich Beck; La sociedad del Riesgo; Barcelona, Paidós, 1988
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Andreas Reckwitz y Harmunt Rosa; Tardomodernidad en crisis, Barcelona, Ned Ediciones, 2022
Papa Francisco; Laudate Deum, sobre la crisis climática, Pamplona, Gráficas Astarriaga, 2023
[12] Todo este tiempo de corrosiones y agresiones a la vida y a la naturaleza, que podríamos situar en ese difuso tiempo más o menos moderno, pero que, tendría raíces lejanísimas en el Pleistoceno, para continuar en el tiempo corto y denso del Holoceno (escasamente de 12 0 10.000 años) para llegar casi en nuestros días, a un punto probablemente sin retorno, al que un químico neerlandés Paul Crutzen (1933-2001) vino en rotular (ca. 2000) como Antropoceno y que, en realidad, son casi infinitos los intentos de acotar en una cronología concreta, pero en el que, los humanos sapiens no solo domesticarían a la naturaleza sino a la vez, comenzaron a destruirla…para unos, tamaña operativa se iniciaría en los albores del Neolítico; para otros, en el tiempo del primer maquinismo analógico representado por la máquina de vapor. Otros en 1945 con la catástrofe nuclear de Hiroshima. Como se trata de un territorio opinable, nosotros pensamos que el llamado Antropoceno, que, por otra parte, debería rotularse como Socioantropoceno o, en expresión de Jason W. Moore (2015) Capitaloceno, no es más que otro modo de denominar el espacio/tiempo de la etapa sociotécnica de la humanidad en la que, se hibridan y confluyen diversos ejes formales/sustanciales de organización de la vida humana. Los de las nuevas formas de socialización/urbanización rastreables desde el Renacimiento, con nuevos artefactos maquínico/tecnológicos, oteados posiblemente también, desde tiempos cercanos al siglo XV y XVI y, que, probablemente llegan a su cénit, con el espacio/tiempo que transcurre desde la mediana del XIX hasta las Tempestades de acero alrededor de 1916, recordadas por Ernst Jünger en 1920, a los que habría que añadir la evolución de los modos de producción y obtención de la plusvalía por el capital, que habría ido traspasando el ámbito del trabajo del hombre para fijarse/centrarse en la Naturaleza, como medio de producción y obtención de plusvalías directas, manteniendo al hombre como sujeto de plusvalías cada vez, más centradas en el consumo y añadiendo, una nueva fuente de plusvalías en las nuevas tecnologías de la comunicación. Todo un nuevo y complejo entramado productivo coherente con un modelo global/virtual, de capitalismo que ya no se conforma con obtener sus recursos básicos en el trabajo y cuerpo del hombre, sino que, ahora lo amplía a toda la trama de la vida(Jason W. Moore, 2015) incluida la tecnología y el medio ambiente… desde sus aires, aguas, fuegos y suelos.
De cualquier manera, e independientemente de como se coja el rábano, desde eses primeras huellas que dejaron los primeros homininos sapiens o presapiens, sobre las playas de Rodas, lo que, se nos presenta como constatable es que, esas pisadas esas huellas de homínidos que han dejado los árboles y caminan bípedamente por playas, sabanas y montañas habrían ido en su largo recorrido evolutivo desde los antropoides a la hominización y desde ésta a la humanización con el consiguiente proceso de socialización/encefalización, desde los cerca de 7 millones de años hasta hace tan solo unos 6.500 años con la cultura sumeria, más las culturas indias, chinas, incas y mayas; domesticado, animales, plantas, espacios, seres y emociones humanas; y, qué, al mismo tiempo, serían una continuación de un proceso iniciado con respecto a la Tierra, a la biosfera en su conjunto, con el pre/neolítico como un recorrido de colonización/alteración/apropiación que, habría corroído y modificado sustancialmente su estructura y su equilibrio. En suma, no se trata tan solo de fijar un tiempo concreto sino, en tener claro que ese peculiar linaje que se iría cada vez más, alejándose del tronco de los grandes simios y a medida que avanzaba su índice de encefalización y de socialización, aumentaba paralelamente una imparable y paradójica voluntad de dominio sobre todo su entorno que, de algún modo, supuso la implantación de una sistemática de domesticación esclavista, convirtiendo todo lo vivo, en artificios tecno herramentales y en proveedores de supervivencia, poder y posteriormente de plusvalías, sin caer en cuentas que, algunos de ellos, como los aires, las aguas y loslugares (y, por supuesto, los humanos) son también entes de alguna manera vivos, y en ocasiones pueden rebelarse/vengarse de los que, los utilizaron como herramienta y medios para obtener beneficios.
[13] Con motivo de la reciente Dana valenciana y a instancias de un periodista, hicimos un escrito en el que relatábamos una manera de actuar relativamente exitosa del Ministerio de Interior español ante las inundaciones de Vizcaya en septiembre del 83, gestionado en su fase de respuesta rápida por un servidor ( por aquella época Asesor Ejecutivo en el Gabinete del Ministro ) como delegado del entonces ministro Barrionuevo… aparte, de lo mucho que tuvo de improvisación y de fallos en el sistema preventivo, las condiciones climatológicas globales estaban menos deterioradas y carcomidas que en nuestro tiempo actual, en el que, los efectos y deterioros del cambio climático son más claros y potentes y en donde además, “meter “rápidamente a los ejércitos (incuída la gendarmería) en el terreno, probablemente suponía un cierto riesgo psicosociopolítico absolutamente diferente al hoy, de la sociedad valenciana.
[14] Siempre que utilicemos esta expresión “Huellas en o sobre la playa de Rodas” estamos refiriéndonos a la luminosa obra del socioecólogo norteamericano Clerence J. Glacken (1967) De igual forma, los términos anteriormente utilizados y subrayados por nosotros referidos a “aires, aguas y lugares” constituyen el rótulo de un escrito del Corpus Hippocraticum (ca siglo VI a.C) con toda seguridad o muy probablemente, obra del mismo Hipócrates.
[15] Vide: José Miguel Viñas Rubio; El clima de la tierra a lo largo de la historia. Universidad de Alicante,2012
[16] Según investigaciones más o menos recientes, el primer protagonista de los homínidos en esta destrucción progresiva de la fauna preneolítica, habría sido el Homo erectus con su potente dedicación cazadora de la que hay constancia documental en yacimientos de Kenia (Olorgesailie) y España (Torralba y Ambrona) En Kenia, se habrían desenterrado restos de más de 50 papiones gigantes y cerca de 10.000 hachas de mano en una extensión de tan solo 240 metros cuadrados, como prueba de la intensa actividad cazadora ( y posiblemente de su alto grado de cooperación/socialización) de este hóminido presapiens, con una datación de 500.000 años. Un peculiar homínido que pasa en pocos milenios de comerse entre sí (posiblemente el Homo antecessor a diferencia de sus descendientes Homo heidelbergensis y Homo sapiens) a devorar la Tierra
Vide: Leakey Richard, La formación de la humanidad, 2005,87
[17] Incluso con el significado de crear Naturaleza en el sentido de una nueva fauna y flora que probablemente sin la acción humana no hubiese sido posible
[18] Vide: Leakey Richard (1997) La sexta extinción; Fagan Brian (2007) El largo verano: Bartra Roger (1992) El salvaje en el espejo
[19] Término acuñado por el neurocientífico francés Michel Desmurgets, en su escrito: La fábrica de cretinos digitales; Barcelona, Península,2020
[20] O simios bípedos como apuntan Richard Leakey y Roger Lewin (1992)
[21] Un espacio tiempo en el que la palabra es la de los paleoantropólogos y los bioquímicos y en donde la sociología tiene muy poco espacio o ninguno
[22] Acrónimo de “Humanos anatómicamente modernos”
[23] Siguiendo en parte, pero sin compartir del todo, los planteamientos de David Lewis-Williams y David Pearce (2005) expuestos en “Dentro de la mente neolítica” (Madrid, Akal, 2009)
[24] Frase contenida en la tragedia “Hercules furens” (ca 54 d. C.) y reutilizada más tarde por San Benito en su Regula 58,8 (ca 516) También y abreviada, “per aspera ad astra” sería el lema del Ejército del aire y del espacio español “
[25] Vide: Leakey Richard & Lewin Roger; La sexta extinción, 1995 y Gould Stephen; La vida maravillosa,1989.
[26] Otras veces, especialmente en las sociedades agrícolas, en la pérdida de una determinada cantidad de ganado
[27] En este asunto puede que olvidemos un constructo qué en nuestra actualidad algo tiene que ver, con las catástrofes, como es, el de los medios de comunicación. De tal manera, que, son catástrofes, los acontecimientos que los rotativos y sobre todo las televisiones presentan como catástrofes
[28] Obviando el componente teológico del pecado en la cultura religiosa judeo/cristiana
[29]Como en todo poema estrictamente mítico de la antigüedad antes de la antigüedad bíblica/griega, bajo un fondo siempre inseguro y lleno de vacíos o deterioros, con una escritura no alfabética sin una etimología concreta de referencia y complicada, por sucesivas y diferentes maneras de traducción, siempre es posible dejarse llevar por la imaginación. En este pasaje de la Montaña de los cedros, nosotros queremos ver, una especie de comportamiento agresivo contra la naturaleza, materializado precisamente en un tipo de árbol sagrado en la cultura babilónica como es, el cedro; de tal manera, como ocurriría en la Biblia con la manzana; pudiéndose otear una especial relación manifestada siempre, a través del relato mitológico, entre transgresión, castigo, y algún tipo de agresión a la naturaleza a través de sus productos más o menos sagrados, con consecuencias de algún modo o claramente catastróficas desde entramados que, a veces desencadenan males individualizados como en el caso de Gilgamesh, o colectivos como se daría en Adán y Eva o en el Diluvio, dando la impresión que, los dioses aunque regulen la vida y la naturaleza en su conjunto, es al final, el ser humano con su proceder, el que, desencadena todo tipo de castigos y desastres. Este planteamiento absolutamente personal y sin duda arriesgado e insuficiente, no deja de ser una más, de las posibles lecturas sobre un asunto, que, en general, se escapa a la acción humana y entra en ese territorio insondable no solo de los dioses sino de la propia entropía y del azar, que continuamente acompaña a la naturaleza y la vida. Lo cierto es que, antes de cualquier relato mítico o si se quiere, acompañando al relato mítico antes del tiempo en que se hayan rastreado estos escritos, se dieron potentes acontecimientos catastróficos que, alguna huella debió dejar en la memoria y en la construcción de una iconoescritura mítica sobre desastres y catástrofes, como pudo ser la erupción volcánica del lago Toba (isla de Sumatra, ca. 70-75.000 años) y con toda seguridad otras mucho más recientes, como el llamado Diluvio universal (con evidencias de hace unos 10.000 años a. C.) relatado en el poema de Gilgamesh, el Mahabharata y en el Génesis con una diferencia de unos siete siglos, pero que parece escaparse a espacios difícilmente acotables a regiones únicas y concretas sino más bien situables en un amplio espacio desde Turquía hasta Arabia, Persia, e incluso hasta la América precolombina y Australia.
Respecto a otros acontecimientos catastróficos que también pudieron dejar algún rastro mito/escritural podríamos apuntar el tsunami de la isla volcánica de Santorini, la antigua Helike de la Ilíada de Homero, acontecido hace 3.600 años y que, en la actualidad aún en lo que se refiere a su repetición, parece que los vulcanólogos, no tienen suficientemente agarrado.
Vide: Sobre el poema de Gilgamesh; la traducción y notas utilizada por nosotros ha sido la de Jorge Silva Castillo en Gilgamesh o la angustia por la muerte, Barcelona, Kairós, 2006
Vide: Sobre el volcán de Santorini; Robin G. Andrews, N. Geographic, 2024.
[30] Realmente, de una manera o de otra, serían muchos los filósofos griegos que intentaron ir más allá del tridente de Poseidón para explicar los terremotos (la gran catástrofe en la antigüedad, relacionable directamente con las erupciones volcánicas y los tsunamis) de manera natural y, aunque estas explicaciones se correspondiesen con la particular cultura científica o precientífica griega, constituyeron una nueva mirada que se iría ladeando parcialmente de la mitológica. Así, aparte de Tales y Aristóteles tendríamos a toda una saga de filósofos griegos, romanos, visigodos y medievales que, iría desde Anaximandro de Mileto (ca.550 a.C.) hasta Raimundo Lulio que, en su escrito El Libro de las Maravillas (ca.1289) hace referencia a las causas naturales de los terremotos, pasando por otros dos milesios, Anaxímedes de Mileto y Arquelao, seguidos por Anaxágoras, Demócrito y Eurípides …todos ellos, como hemos apuntado, de una u otra manera basados en los desequilibrios y presiones incontroladas de vapores, aguas y fuegos en el interior de la tierra y continuamente centrados en dos protagonistas interrelacionados, los volcanes y los terremotos, en un tiempo en el que aún predominaba la azarosa entropía mágico/telúrica de la vida y la Naturaleza.
[31] De Terrae motus, cap. XLVI en De Natura Rerum (ca 612-615)
[32] En su obra Liber metheorum (ca 1275)
[33] Sin una referencia explícita más allá de la Cuestión 125 de la Summa Theologica (1266-1273) pero que, en toda la obra de Aquino, se manifiesta continuamente la identificación de los fenómenos naturales como causa segunda, y, por lo tanto, siempre dependiente de la causa primera que, sería Dios. De alguna forma, la filosofía cristiana bajo medieval supuso un marco de pensamiento por el que se pudo instalar las bases de los saberes científicos modernos en la medida en que, las causas segundas suponían hechos y acontecimientos naturales en la que la magia y los dioses antiguos, no tenían cabida y por lo tanto, era el logos en el formato de causa segunda, el principio contingente de las cosas de la tierra.
[34] Vide: T. Paracelso; Tratado de las enfermedades de las montañas y de otras semejantes (1534)
Sobre las enfermedades tartáricas (1538)
[35] Este diseño ambientalista o climatológica/meteorológica, de los terremotos se continuaría en la Roma clásica por el historiador Plinio el Viejo en su Historia Natural (ca año 77, cap. LXXIX-LXXII)
[36] Si los griegos fueron los que establecieron la inauguración de un relato precientífico sobre el medio ambiente y su relación con la salud, serían los romanos y posteriormente los árabes, los primeros en establecer estrategias concretas de salubridad pública y de prevención ambiental en lo que se refiere a la tutela púbica de las aguas, residuos y viviendas, como se puede ver en escritos de Cicerón (incineraciones de cadáveres) o Vitrubio (sobre el modo de construir las viviendas) y en todo el Derecho Administrativo romano. Sobre la higiene pública y medio ambiental en las ciudades árabes/musulmanas dos referencias: la primera histórica y generalizada contenida en la obra del protosociológico e historiador egipcio de raíces andalusíes Ibn Jaldún titulada Al-Muqaddimahs (siglo IV) en su libro cuarto, capítulos V y X (México, FCE, 1997)
La segunda referencia: la arqueóloga lituana afianzada en Zaragoza, leva Reklaityte, en sus numerosos escritos sobre el agua y el saneamiento en Al-Ándalus. Podemos citar su artículo El saneamiento en las ciudades andalusíes (Anales de arqueología cordobesa, nº 16, 2005)
Vide: Ana Rodríguez González; Derecho y espacio urbano en dos ciudades de la antigüedad, Rida, 2012. José Luis Zamora Manzano; La administración romana ante la gestión de residuos y tutela del hábitat, Revista digital de Derecho Administrativo nº 17,2017
[37] Vide: Rafael de Francisco López; Más allá de la máquina, Valladolid, Pandorado, 2025
[38] A propósito de la relación Geografía – Naturaleza – Sociedad, ver el escrito del geógrafo norteamericano Alexander B. Murphy; Geografía, cap. IV, Naturaleza y sociedad, Madrid, Alianza Ed.,2020, págs. 95 y ss.