TIEMPOS MODERNOS: O LA DIFÍCIL CONSTITUCIÓN DE LO PSICOSOCIAL EN LA PREVENCIÓN ESPAÑOLA

TIEMPOS MODERNOS: O LA DIFÍCIL CONSTITUCIÓN DE LO PSICOSOCIAL EN LA PREVENCIÓN ESPAÑOLA

Tiempos modernos: o la difícil constitución de lo psicosocial en la prevención española1

Rafael de Francisco López (2005)

Para los psicosociólogos que, en los últimos años, nos estamos ocupando en reflexionar sobre la salud de los trabajadores, nos está sorprendiendo continuamente, el enorme potencial de conexiones que observamos entre la historia de lo social, los dispositivos y estrategias de conformación del tratamiento de los riesgos en el trabajo, y, la propia construcción de la psico/socio/ subjetividad humana, atrapada continuamente, para mal o para bien, en las cambiantes redes del poder, o, para ser más discretos, de la racionalidad económica. Redes, unas veces inflexibles y deshumanizadas; otras, inundadas de benefactores sentimientos. Pero siempre pensadas, para la productividad y el rendimiento de mentes y cuerpos.

En principio, podríamos decir que la sociedad posmoderna, la de la flexibilidad y la globalización, ha engendrado sus propios riesgos y quebrantos en la salud de trabajadores y trabajadoras, de igual manera, en que al final de la primera fase del industrialismo, allá, por el último tercio del XIX, se iniciase la visualización del riesgo laboral desde la centralidad del accidente y la enfermedad químico/maquínica.

En aquellos tiempos, en los que, la nueva máquina herramienta y la electricidad se instalaban en los talleres más adelantados, y, la “fiebre del ladrillo,” ensanchaba hacia arriba las principales ciudades españolas, el protagonismo del accidente como lesión traumática y puntual, sobre el cuerpo, al igual que, la potenciación de las viejas intoxicaciones artesanales, estarían sobradamente justificadas. Los riesgos y deterioros para la salud de causalidad organizacional o psicosocial, estarían aún, muy alejados; entre otras cosas, porque formaban parte todavía, de un lenguaje obrero reprimido y, de construcciones médicas impensadas –a excepción de algunas neurosis profesionales como, las de los escribientes y telegrafistas2– y, sobre todo, porque se enfrentaban, a la imagen y concepción imperante del cuerpo del trabajador como máquina viviente. Y la máquina, únicamente sufre y experimenta descalabros materiales, nunca, emocionales.

Cuando la máquina se va haciendo cognitiva u “organizacional”, y, cuando la productividad del capital, irá necesitando trabajadores, empleados y profesionales asalariados, en los que, su “fuerza de trabajo” no sería ya, maquínica, será cuando se comenzarán a tener en cuenta, estos, nuevos riesgos, a partir de un lento proceso, que, se inicia, con lecturas cada vez más integrales de la fatiga, para finalizar en recorridos morbosos y de deterioro de la salud complejos, como el estrés y mobbing. Lo que ocurre es que, tampoco, las cosas son tan sencillas y lineales. Por una parte, como nos apuntase Khun hace ya algunas décadas (1962), las revoluciones científicas y los nuevos paradigmas que las sostienen, mantienen como flecos, parte de sus dispositivos y manifestaciones anteriores, dándose, repetidos solapamientos de todo orden. Entre otras razones, porque el poder económico necesita segmentar la producción, creando cartografías del trabajo de distintas velocidades y ubicaciones territoriales, que, suponen a su vez, condiciones de trabajo y de salud desiguales.

Así, en relación con la salud laboral, se yuxtaponen modelos de accidentalidad pre/fabriles (en el trabajo agrícola, la construcción y la pesquería) con los tradicionales del maquinismo, y la emergencia, de nuevos deterioros en la salud, de origen psicosocial y posindustrial.

La literatura experta sobre el particular y, los mecanismos técnico/científicos desde los que se intentó la visualización y manejo de los riesgos para la salud derivados del trabajo, aunque, se sustentaron sobre los paradigmas científicos dominantes, estuvieron sobre todo, “agarrados” al momento socioeconómico e, incluso, político.

De esta manera, entre el quinientos y las primeras décadas del ochocientos en donde emerge, triunfa y decae, el modelo político/económico estamental/mercantilista, se visualizaría el cuerpo y el trabajo, desde el paradigma cartesiano/newtoniano presidido, por las ciencias físico/naturales.

En este escenario precapitalista y prefabril, en donde junto al trabajo gremial, se desarrollaría una nueva minero/metalurgia intensiva acompañada de las primeras manufacturas y, de las industrias de guerra necesarias, para la expansión de los Imperios, lo importante, sería el desarrollo de las potencialidades del cuerpo como “caballo de sangre” o, como “máquina humana”. Para ello, con posteridad a las primeras miradas de visualización dinámica como las elaboradas por Da Vinci, Vesalio o Borelli, las obsesiones de las minorías de médicos, ingenieros militares3 o científicos que, se ocupan del trabajo, se centrarían casi exclusivamente, en calcular la productividad fisio/maquínica de jornaleros, cargadores, marineros, soldados, y obreros de manufacturas, arsenales, navíos u oficios urbanos. De alguna manera, estaríamos en una especie de madrugada del taylorismo, que, supondría una mirada dinámica, sobre la productividad fisiológica del cuerpo que, funcionaría como metáfora del progreso burgués frente al diseño aristocrático/feudal del cuerpo y, de la sociedad, basada en la sucesión sanguínea.

De las miradas al firmamento de la astronomía de Galileo y Copérnico se desciende a la visualización y a la disección de tejidos y vísceras,4 con los intentos de comprensión del movimiento de un cuerpo considerado como máquina y, por lo tanto, sometido a la misma mirada racionalizadora y contable de la naturaleza y del mercantilismo.

El tiempo del XVIII, el de la manufactura, inauguraría las dos miradas disciplinarias sobre las que de manera iniciática se montarían más tarde, los dispositivos preventivos sobre el trabajo; la higiene y la ergonomía. La higiene, como herramienta de productividad política y eugenésica acorde, con el ideal cameralista de la “Medizinische polizei” y la ergonomía, a su vez, de rendimientos corporales al hilo, de la nueva fisiología de la fibra, los tejidos y la irritación.

Diseños protofabriles que, aunque respondiesen posiblemente al ideario “desamortizador” de las burguesías ilustradas, funcionaron como estibadores del orden socioeconómico de la sociedad estamental. De una sociedad edificada y sostenida sobre la servidumbre. Sobre cuerpos, tierras e industrias “amortizadas” que, en principio, estaban necesitando únicamente de un disciplinamiento “iluminado” por la “legislación natural” y/o, las ciencias físico/naturales.

Mientras que, el “putting system” o el taller gremial, no presentaban problemas; por el contrario, las manufacturas (incluidas las minas y las obras públicas) en donde, trabajaban centenares de hombres y mujeres con baja cualificación y, muchos de ellos, sacados de prisiones y galeras, si, necesitarían de disciplinamientos fisiológicos y morales. La obra y escritos de estos protoergónomos, se inscribirían en los esfuerzos e intereses por conseguir vasallos productivos y dóciles para las últimas monarquías absolutas.

Las higienes del trabajo vendrían después. Hasta mediado el XIX y, a pesar, de algunos comentarios de los médicos ilustrados y de las denuncias y escritos de los primeros reformadores, filántropos y sociomédicos británicos, franceses y alemanes, bastante tendrían, con higienizar ciudades, iglesias, escuelas, embarcaciones, cementerios y presidios. Suficiente preocupación sanitaria, suponían ya, las epidemias de la miseria y, la ignorancia, como, el tifus, la viruela, el cólera o las hambrunas, para preocuparse de los riesgos laborales de una población trabajadora, disciplinada por los gremios, la familia, o la severidad carcelaria de las manufacturas. En último lugar, la bonhomía y los dictados productivos del mercantilismo y de la nueva economía fabril, alarmados y acuciados por los alarmantes índices de mortalidad y morbilidad infantil, harían que, las primeras miradas sobre la salud laboral se circunscribiesen casi exclusivamente, a las condiciones de trabajo de los niños.

La primera Higiene industrial; la que de manera lateral se va disgregando de las Higienes públicas a partir de mediados del XIX y, que en algunas ocasiones, se rotula explícitamente como tal, (Monlau, Vernois), se mantendrá todavía agarrada al diseño clásico de la “gesta” galénica5 como movimiento y esfuerzo del cuerpo, aunque, comiencen a visualizarse los riesgos ambientales derivados de la inicial contaminación industrial/fabril más, los accidentes ocasionados por las máquinas (Font y Mosella, Monlau, Giné).

Elementos de Higiene Pública o Arte de conservar la salud de los pueblos. Por el doctor D. Pedro Felipe Monlau. 1871.

Todavía, la máquina, sería el propio cuerpo del trabajador. Y este cuerpo/maquínico será aún, un recurso barato y abundante, aunque ya, a partir de 1830 y 1848 en Europa, y desde 1854, en España, comenzase a desencadenar inquietantes,6 reivindicativas y exigentes, insatisfacciones sobre las condiciones socioleborales que, se producirían, en el inicial proletariado fabril.

Será el momento en el que, el incipiente asociacionismo obrero, inaugure su provisional lenguaje reivindicativo sobre los efectos “fisiológicos” del trabajo. Pero, si prestamos atención a estas exposiciones que, más tarde, se condensarían en los resultados de la macroencuesta promovida en 1884 por la Comisión de Reformas Sociales, detrás, de las numerosas puntualizaciones y denuncias referidas a las condiciones generales de habitabilidad, instrucción, alimentación, más las genéricas de higienización de talleres y algunas referidas a la protección frente a la maquinaría,7el grueso de todas estas manifestaciones, gira y gira continuamente, alrededor de la exigencia de un estatus y una consideración de “dignidad” (salario, libertad de asociación, horarios, protección institucional) tanto, en la relación y trato cotidiano/laboral, como en el público y social, que, en el fondo, no supondría otra cosa que la reivindicación de la plena condición de ciudadano para el trabajador y, que, no deja de constituir para nosotros, una patente reivindicación psicosocial, que además, se reforzará o modularía años después, a partir de una nueva percepción de la fatiga, determinada por el ritmo de la máquina y asociada también, de alguna manera, a las condiciones psicosociales de la organización del trabajo industrial.

Sin embargo, la literatura médica oficial sobre la fatiga tardaría décadas en ser incorporada al discurso higienista oficial y, no digamos, los operadores psicosociales relacionados con las profundas modificaciones que se darían para muchos oficios, en el salto de condiciones de trabajo artesanal o familiar a los nuevos sistemas organizacionales presididos por la maquinaria, o la férrea disciplina y ritmos de trabajo del taller y la manufactura mecanizada.

A este respecto, será simplemente increíble la interpretación que lúcidos, y en cierta medida, comedidos higienistas como Giné i Partagás8 hacen, de una clara sintomatología psicosomática derivada del uso por muchachas costureras de las máquinas automáticas de coser y, en donde, en lugar de indagar sobre los ritmos de trabajo, las condiciones ambientales o la duración de la jornada, expone una retorcida interpretación sencillamente impresentable, que, hoy en día, sería de “juzgado de guardia9”. Y, lo peor de esta historia, es que, décadas más tarde, un higienista tan valorado como Ambrosio Rodríguez, seguiría exponiendo el mismo criterio en su “Higiene de los trabajadores” (1902, pág. 225).

Aunque sin caer, en estas simplificaciones intolerables, la mayoría de los higienistas anteriores a los primeros años del novecientos y, con contadas excepciones después, mantendrían una lectura excesivamente mecanicista y simple, sobre la causalidad de accidentes y enfermedades profesionales, cuando no, de manifiesto ocultamiento de los factores organizacionales y socio económicos.

El tratamiento de la fatiga, por ejemplo, constituirá un importante indicador de este proceso de desviación y enmascaramiento de todo lo que pudiese apuntar a los riesgos psicosociales, como podemos observar, a poco que hojeemos los manuales de autores consagrados como Francisco Laborde Winthuyssen, catedrático de Higiene en Sevilla; Francisco Javier Santero, catedrático de Madrid, o Víctor Sánchez Fernández en Valladolid. A lo más, que se llega, como sería la postura de Javier Santero, sería, a poner de relieve, la ingente cantidad de jóvenes inútiles que se detectan en los reconocimientos médicos previos al servicio militar, achacables, al trabajo infantil prematuro y, a la duración excesiva de la jornada de trabajo (Higiene Pública, 1885, tomo II, 529). Laborde, se limitaría a decir que:

“…Toda máquina requiere descanso y el hombre con mucho mayor motivo…” (Lecciones de Higiene Privada y Pública, 1894, tomo II, 263).

Esta lentitud10, cuando no, ocultamiento consciente, en incorporar lo socio/psíquico/emocional, a la comprensión de la fatiga, o, en el mejor de los casos, derivarlo hacia escenarios de las profesiones liberales o los escolares, bajo los constructos del surmenage, stress o malmenage11, no representaría otra cosa que, verdaderas resistencias de clase, interesadas en acotar y restringir al máximo, los umbrales de sufrimiento y quebranto del cuerpo de los trabajadores, para que, no superasen, la frontera del quebranto o del accidente puramente maquínico, que, en último lugar, ofrecería correcciones menos “comprometidas” que si, se tuviesen en cuenta, factores socio/psíquicos u organizacionales.

Derivar todo trastorno de causalidad emocional, al territorio de las profesiones liberales o de la escuela, o, incluso, relacionar la fatiga con un desgaste mecánico/energético estricto, o, con la duración de la jornada de trabajo, no dejaba de formar parte de un planteamiento pertinente –y hasta obvio–, desde los imaginarios paradójicos de una burguesía atrapada entre la “alabanza de aldea” y la productividad del taller y la escuela. Pero, el pasar al reconocimiento de factores emocionales, podía tener por el contrario, consecuencias inesperadas que hubieron podido llevar a establecer conexiones, relacionables con la estructura sociopolítica, y en concreto, con el peculiar modelo de manejo y organización de las condiciones de vida y trabajo que defendiera el régimen de la Restauración. Por supuesto, eso, si, que podría ser conflictivo.

EL HIGIENISMO ESCOLAR

Y aquí, nos encontramos con un momento no muy estudiado y, considerado por nosotros relevante, para entender cómo, se fueron construyendo en nuestro país, sensibilidades o, a lo menos, lenguajes y dispositivos que se puedan considerar como psicosociales.

Nos referiremos en primer lugar, al nacimiento y consolidación progresiva en España, por lo menos, en lo teórico y discursivo, del higienismo escolar alrededor de la década de los ochenta del XIX, de la mano, del fervor pedagógico/positivista, de las gentes de la Institución Libre de Enseñanza.

En repetidas ocasiones, hemos hecho hincapié en el carácter madrugador con respecto al ámbito laboral, que en nuestro país, presentaron los escritos de diversos institucionistas, con respecto a la ergonomía del “job”o, a la fatiga escolar, de la misma manera, que en nuestra primera ley sobre condiciones de trabajo proclamada durante la I República, fue fundamental y, casi exclusiva, la normativa sobre el trabajo infantil.

Seguramente, la especial y potente preocupación pedagógica/regeneracionista de los institucionistas sería decisiva, para esta polarización hacia lo escolar que, tendría también sus influencias en el despegue de otras disciplinas como la psicología experimental o, incluso, la constitución de la moderna psicología española12. De cualquier manera, este acercamiento temprano (ergonómico, psico/físico y sociológico) al cuerpo del niño y al mundo de la escuela, que, por otra parte, no estará excesivamente alejado de lo acontecido en otros países de nuestro entorno, lo entendemos, sobre todo, como algo facilitado por la ausencia de las derivaciones comprometidas que estos diseños “regeneracionistas” pudiesen haber podido representar en los escenarios del taller o la fábrica. Escenarios en los que la mirada ergonómica sobre el puesto de trabajo de hombres y mujeres, o, un diseño integral y no meramente mecanicista, sobre la fatiga, hubiese llevado a recomponer los durísimos trazos de toda la cartografía liberal del capitalismo español, dibujada/machacada, a golpe de salarios de miseria, largas jornadas y condiciones sociales y vitales de manifiesta precariedad y sometimiento.

Doctor Luis Simarro Lacabra (1851 – 1921).

Aparcando por ahora, las interesantes aportaciones a la ergonomía del mobiliario escolar manifestada en la obra de Alcántara García (1886) que, tuvo sus antecedentes, en los escritos de Pablo Montesino (1840); el tratamiento del surmenage, y, de la fatiga escolar, supuso sin duda alguna para nosotros, la primera aproximación para la constitución de un cuerpo teórico, reflexivo y experimental, que, enlazando posteriormente, con las aportaciones de los psicofísicos y psicotécnicos, pudo contribuir, cuando las circunstancias socioeconómicas lo pudieron hacer posible, al alumbramiento de la Psicosociología española del trabajo.

En relación con la fatiga, la aportación más interesante, –que sería completada al hilo de la recepción de la obra de Mosso y los psicofísicos alemanes– por pionera, por su rigurosidad científica y sobre todo, por la especial sensibilidad social de su autor, que, le llevaría a establecer conexiones, con el mundo laboral y a completar su intachable diseño fisiológico desde la realidad de las condiciones de trabajo, será sin duda alguna la debida, al ilustre doctor Luis Simarro Lacabra (1851-1921), en una conferencia pronunciada en el “institucionista”

La Psicofísica, Julián Besteiro. 1897.

Museo Pedagógico Nacional de Madrid, en 1887, titulada “El exceso de trabajo mental en la enseñanza” y publicada posteriormente, a lo largo de varios números en la revista/boletín de la ILE (números 288, 291 y 309), apuntando entre otros, los siguientes comentarios:

“…Los casos de falta de reposo o nutrición insuficiente, por pobreza, provocan la neurastenia, por exceso de trabajo é insuficiencia de su remuneración”, y comprenden numerosos hechos de gran importancia social, por ejemplo: la situación de la clase obrera, en cuyos individuos se reúnen aquellas dos causas, ( Simarro había mencionado anteriormente la falta del “debido reposo” y la “carencia en la nutrición de las condiciones necesarias”) combinándose con los trabajos rudos y comprensivos de un gran número de horas, que hacen corto el descanso; la alimentación escasa y malsana que los jornales permiten y que aún empeoran los malos hábitos producidos por la ignorancia: v. gr. el uso de los alcoholes como elementos nutritivos, la falta de higiene en las habitaciones, etc. Todos estos hechos reunidos promueven la neurastenia de las clases trabajadoras proletarias, cuyo natural malestar adquiere así explicación cumplida, que á su vez da fundamento y legitima las aspiraciones socialistas, en el punto que se refieren á reformas de la condición del obrero; como explica también las exageraciones y extravagancias que á veces hay en sus doctrinas, fruto de un desequilibrio nervioso intenso…” (BILE, nº309 de 31 de diciembre, 1889, pág. 370-371).

Este planteamiento de Simarro es de un gran interés para nosotros no, sólo, por la derivación de la fatiga desde la escuela al taller, sino por otra derivación todavía más interesante, representada, por la que efectúa desde el constructo de la “neurastenia”, al referirse a las clases trabajadoras y, que, mayoritariamente, desde su acuñamiento fundacional por Beard13, estuvo referida siempre, a las profesiones liberales y a las gentes de la burguesía en general.

Los nuevos retos y necesidades productivas de la segunda Revolución Industrial, junto, con las tímidas, pero reales mejoras, sobre sus condiciones higiénicas generales, harán necesarias14 miradas y estrategias sobre el cuerpo del trabajador que, vayan superando, el esquema clásico del higienismo público, e industrial vigente, durante la segunda mitad del ochocientos.

Esquema que se redujo al control o manejo de cuatro ejes causales, con apenas pocas variaciones sobre el modelo canónico inaugurado por Ramazzini en 1700, a saber:

  1. Los materiales manejados.
  2. El medio en que se vive y trabaja.
  3. Las posiciones forzadas.
  4. Los esfuerzos excesivos.

En su formato y en sus contenidos, este higienismo del primer tiempo del industrialismo fue sobre todo, una propuesta pedagógica, cuando no, una “policía médica”, del nuevo orden socioeconómico que aunque fuese lentamente incorporando, el discurso racionalista/materialista de Morgagni, Bichat, Fourcroy, Cabanis o Lafón, en lo que suponía de “desamortización” y redescubrimiento del cuerpo y por lo tanto, de entendimiento de la enfermedad como padecimiento somático/natural, y, de ello, frente a la mirada conjetural, el acercamiento clínico, localizando, analizando, experimentando y, nombrando, los padecimientos, quedará aún, un cierto trecho para que, la enfermedad, sea considerada, como un acontecimiento o fenómeno pluricausal, en el que, se articulen, operadores espacio/temporales, bio/fisiológicos y psicosociales.

Podríamos decir que, en el fondo, las cosas se limitaron al mantenimiento de dos criterios básicos. Uno, el que entendía la enfermedad como un arcano imprevisible, dependiente, pero a la vez, rebelde a la lectura de las ciencias físico/naturales, bajo la mirada de una Providencia de alguna manera presente y, otro, amparado por el optimismo, la seguridad y la confianza en la lectura clínico/experimental apoyada en las ciencias naturales15. El higienismo del XIX, participaría de este tensionamiento que se hará meridianamente patente cuando nos encaramos con las relaciones entre lo “moral y lo físico”16 o cuando intentamos establecer conexiones entre las emociones y las enfermedades.

En diversos escritos anteriores17 venimos señalando cómo hasta hace unas pocas décadas la lectura de la influencia de las emociones sobre la salud laboral, se circunscribió exclusivamente a las profesiones “intelectuales”. A los trabajadores urbanos y a los jornaleros del campo, únicamente les quedarían las “pasiones”, o los “vicios”. La embriaguez, el libertinaje, la pereza y la improvisación, actuarían como reforzadores e incluso como causas de su miseria y de sus enfermedades.

Las depresiones y los sufrimientos morales o emocionales corresponderían solamente a las gentes no dedicadas a los trabajos mecánicos. A cuerpos excesivamente sensibles o “asténicos” y no a cuerpos fisiológico y emocionalmente “esténicos”, como los de los trabajadores –sobre todo si son campesinos– que si se mantienen apartados de las “pasiones sociales”, siguiendo el mandato “armonizador” de las “higienes del alma”18 y del cuerpo, podrán perfectamente superar las miserias y quebrantos de la vida, la enfermedad y del trabajo.

Todos estos higienistas de las pasiones y del alma en el XIX, aunque parezcan en una lectura de superficie continuadores lineales de la obra de Tissot, se van a diferenciar sobre todo en que, su planteamiento superará el escenario de los “hombres de letras” o de los “poderosos”, para inscribirse en las gentes en general, o, en lo que podíamos llamar las burguesías medias.

Aunque en Tissot, vayan apareciendo los problemas de la nueva sociedad industrial, éstos se presentan todavía sin la consistencia y sin las sombras que, a la altura de 1848, se pondrían de manifiesto. De alguna manera, estos nuevos higienistas del espíritu estarían organizando un higienismo educador de la clase media e, incluso, del artesanado y de los obreros especializados, que, les pueda servir de estrategias de afrontamiento “laicas” o “psicológicas” ante, las inseguridades y contrariedades de la nueva sociedad del capital. Será fundamentalmente un higienismo a lo Rudyard Kipling. Una propuesta educadora del esfuerzo y de la voluntad. Una llamada al sacrificio y la sobriedad, como únicas armas posibles para vencer pasiones, enfermedades y dificultades.

El símil dietético en el rótulo de la obra de Feuchtersleben, sería ilustrativo de este énfasis, en alimentar el cuerpo con el disciplinamiento moral desde, un “deber social”, que, no es otro, que el de la ética “weberiana” de la burguesía y, que, al mismo tiempo, este discurso higienista intentaría a su vez prolongar y proyectar, hacia los trabajadores.

Habría mucho más que decir de estos higienismos psicológicos elaborados alrededor, del fracaso liberal/burgués de 1848, como, podría ser desde lo psicosocial, el trasfondo senequista y el pesimismo que se desprenden en algunas reflexiones, y, en el plano médico/filosófico especialmente; una serie de claves que nos señalan una visión holística de la enfermedad y del cuerpo, que, serviría, para ir anunciando los balbuceos de la medicina psicosomática y la relevancia de los cambios sociales, en el rompimiento del equilibrio orgánico, y, desencadenamiento, de procesos morbosos.

Esbozos que al filo del final del siglo, se irían viendo ya con mucha mayor nitidez, como reflejaría José Call en alguno de sus escritos:

“…La sociedad actual vive una vida febril, en todos los sentidos. La inteligencia, la industria, la ciencia y el arte, el ingenio y el vicio: todo lo bueno y malo que nos envuelve en torbellino y se agita en torno nuestro, es con vertiginosa actividad y camina con el siglo al compás del vapor y la chispa eléctrica. Y el espíritu del hombre torturado por esta lucha constante y agobiado el entendimiento por el caudal de nuevas ideas que se producen, vive una vida de alternativas, oscilación é impaciencia, funesta para el organismo…”.

(J. Call, Higiene de las pasiones y de sus relaciones con el organismo, 2ª ed/ Barcelona, sucesores de N. Ramírez, 1888, pág. 185).

Para entender el proceso que conduciría a la visualización sobre el cuerpo de los trabajadores de riesgos que, no tuviesen una relación directa con el trabajo muscular, tendremos que recorrer un camino paradójico en la medida, en que los recorridos o el eje final que, conduce a lo psicosocial alrededor de la década de los setenta del novecientos19, va a ser el resultado, de una compleja y larga interacción de condiciones y tensionamientos socioeconómicos e incluso militares, en donde los imaginarios regeneracionistas “fin de siglo,” con su no desdeñable carga eugenésica, se entrelazarían desde la necesidad de buscar soluciones “no conflictivas” ante lo social, con las puramente técnicas o científicas, que, entrelazarían los diseños psicofísicos sobre la fatiga de la escuela de Mosso y de Wundt con las preocupaciones sobre el surmenage y la fatiga escolar, de los higienistas franceses e institucionistas españoles, en, el nuevo discurso sobre disfunciones nerviosas asociados a la modernidad.

DE LA PSICOFÍSICA A LA PSICOTECNIA

De todos estos factores, nos interesa particularmente resaltar los recorridos en los que se funde el discurso del surmenage y de los trastornos de la civilización con el discurso psicofísico, como clave para ir entendiendo la construcción de los riesgos psicosociales en la actual sociedad posfabril.

En el transcurso de no más de cuarenta años, asistimos a la conformación provisional de un escenario en el que, por primera vez, el trabajador manual o de los oficios industriales al igual que el empleado especializado (telegrafistas, escribientes, mecanógrafas, conductores de tranvías etc.) puede sufrir daños o quebrantos en su salud, difícilmente catalogables como lesión traumática o enfermedad profesional tradicional.

Angelo Mosso (1846-1910).

Por otra parte, todas estas disfunciones apuntarían de una manera o de otra hacia una idéntica matriz nosológica, representada por la idea de “fatiga crónica” o de fracaso integral del sistema neuro/fisiológico de resistencias del organismo, que más tarde, con los estudios por ejemplo de Marañón (1915) se completarían con la idea de la ruptura del equilibrio endocrino.

Uno de los primeros pasos en el estudio moderno de la fatiga se deberá, al fisiólogo italiano Ángelo Mosso (1846-1910), autor de un espléndido libro titulado “La fatica” en 1891, y, traducido al castellano en 1893, con un prólogo de Rafael Salillas. Pocos años antes, había escrito otra obra memorable “La Paura” (1884), también, prologado por Salillas y, editado por Jorro en 1892. Con ambas obras Mosso va a sentar parte del terrado experimental y, explicativo, de los padecimientos de la modernidad industrial: el trabajo, las emociones, los miedos, las alteraciones y presiones socio/económicas.

En el primer capítulo de “La fatiga”, con una prosa hermosísima, casi poética, Mosso nos habla del titánico esfuerzo de las codornices en primavera para llegar hasta la campiña romana, y como, muchas de ellas al igual que, otras aves migratorias, rendidas por la fatiga mueren y se estrellan contra los edificios y los obstáculos del terreno, incapaces de evitarlos, por su cansancio o “anemia cerebral” (pág. 3). Con este relato naturalista/cinegético, parece que, Mosso nos quisiera estar advirtiendo de los efectos de la fatiga, sobre los accidentes, aunque, va mucho más allá, hablándonos también de sufrimiento emocional:

…Vuelan sobre el mar, atraviesan las nubes, desafían los rayos, pasan de ciudad en ciudad, debilitadas, atenuadas, cansadas, buscando su desván, vagando sobre los tejados, posándose sobre las torres para tomar aliento, buscando con espanto en los campos algún grano que les sirva de alimento, hasta que, después de la ansiedad de los días y las semanas pasadas errantes buscando ardientemente, llegan jadeando a su casa y se paran sobre los tejados cercanos, de frente a su ventana, y caen mirándola, como si les faltara las fuerzas y sucumbieran por la fatiga y las penas…” (op. c. pág. 18).

A pesar de ser una obra de divulgación, Mosso pasa revista concienzuda a los recorridos teóricos y experimentales acontecidos desde Borelli hasta von Helmohltz, Fechner, Kronecker, Regnier o Wundt, describiendo a su vez, con claridad fotográfica, su ergógrafo o “registrador del trabajo” (pág. 119) y manteniendo, su criterio sobre la complejidad de la fatiga:

“…va ampliándose el concepto de fatiga, cuyo proceso veremos hacerse mucho más complicado a medida que le vayamos examinando. En tanto, sabemos que la fatiga no se produce únicamente por falta de alguna cosa que se haya consumido en el trabajo, sino que depende en parte de la presencia de nuevas substancias debidas a la descomposición del organismo…” (pág. 164).

Aquí, Mosso hablaría de los venenos o “escorias” que genera el músculo agotado y “que se acumulan en la sangre” cuando experimentamos el cansancio y que, además, cuando “pasan el límite fisiológico, nos ponemos enfermos” (pág. 164). Algunas de estas escorias estarían apuntando sin duda, a la hipersegregación de corticoides y otras hormonas en los casos, de estrés y/o fatiga crónica.

Además, mencionaría su “Ley del agotamiento” a partir de los experimentos de su colaborador Arnaldo Maggiora (1888), por la que el tiempo de exposición a la fatiga constituye un considerable refuerzo de los umbrales mínimos de esfuerzo aceptables, poniendo el ejemplo del cartero que mientras por la mañana es capaz de diferenciar el peso de las cartas por centésimas de gramo, por las noches le es totalmente imposible (pág. 217).

Y, sin embargo, hay algo más en esta obra de Mosso, que es, su sensibilidad social que, le hace pasar de la frialdad de la psico/fisiología de laboratorio, a lo Leipzig, al taller, el campo y la mina; de igual forma que, en su laboratorio de Turín, saltase de la rana y el perro a la experimentación con seres humanos mediante el ergógrafo y a visitar y trabajar en su calidad de médico militar, las tierras de Sicilia en donde a los criterios estrictamente fisiológicos añadiría los económicos y sociales.

Este Mosso desconocido o acallado, se escapa del laboratorio y sin mirar ya a los pájaros, hace descender su mirada crítica sobre las condiciones de trabajo de los jornaleros de la Caltanisseta siciliana o los mineros del azufre; los “sonocarusi”, de los que comentaría que no se podía encontrar uno solo que fuese útil para el servicio militar (pág. 223), o cuando relata las condiciones en que se desarrolla el trabajo de niños y niñas menores de 11 años en las minas, y, las cargas de azufre, que tienen que trasportar:

“…es demasiado desproporcionado a sus fuerzas y a su edad. Con tan grandes pesos, sus huesos tiernos, ceden, e encorvan y e aprietan; así que estas pobres criaturas se quedan deformadas y estropeadas para toda la vida…” (pág. 231).

Más adelante, Mosso se referirá a los estragos para la salud ocasionados por la industrialización y el ilimitado régimen de ganancia que el capital impone a la sociedad moderna:

“El desarrollo prodigioso de la industria, la velocidad acrecentada de las máquinas nos persigue (…) hasta donde la ley del cansancio ponga un límite insuperable a la voracidad de la ganancia… (pág. 234).

Y continuará reflexionando sobre los efectos de este maquinismo exacerbado sobre la salud de los trabajadores con una radicalidad desconocida en los fisiólogos de su tiempo.

“…Se comprende además que aquellas máquinas no están hechas para aligerar la fatiga del hombre, como habían soñado los poetas. La velocidad con que giran las ruedas y el ruido de los martillos, dice que el tiempo entra como un factor precioso en el movimiento de la industria (…) El silbido del vapor, el crujido de las garruchas, el agitarse de las articulaciones, el modo con que bufan aquellos autómatas gigantes, nos advierten (…) que el hombre está condenado a seguirlos, que ya no hay reposo para él (…) Cada distracción, cada equivocación, puede arrastrar a aquellos operarios a los engranajes, entre los dientes de las ruedas que los triturarán…” (págs. 238-239).

Y, para terminar este capítulo de “La fatiga”, que, Mosso rotula bajo el epígrafe de la “La ley del agotamiento”, hay una larga referencia al Marx20 de “El Capital” (págs. 240-241) en su crítica del maquinismo, aunque al final del capítulo intentará distanciarse manifestando, que si bien …

“haya destruido el consorcio y la vida serena y libre de los operarios, y creado condiciones higiénicas y morales mal sanas; que la necesidad férrea de hacer trabajar las máquinas y de hacerlas producir noche y día, agote y corrompa la naturaleza humana (…) Sin embargo, en medio de la agitación que va creciendo, y que algunos quisieran apresurar hacia la revolución social, necesario es admitir que el bienestar del proletariado ha crecido en todas partes, o que por lo menos en sitio alguno ha empeorado…” (págs. 242-244).

Con Mosso, la estricta fisiología psicofísica de factura alemana, daría lugar a los primeros pasos de la psicotecnia como nuevo dispositivo parataylorista de racionalización y productividad del trabajo, en un momento del desarrollo industrial, en el que las máquinas, cada vez más automatizadas y complejas, exigirán operarios especializados y con mejor nivel profesional.

Los estudios e investigaciones psicofísicas centrados en la relación entre la fatiga muscular y la nerviosa a partir de los deterioros en la mecánica de la sensación, no resultaban del todo aclaradores para la resolución de los problemas con que, se encontraban, los pedagogos de la selección escolar y, los psicólogos e ingenieros del disciplinamiento mental y ergonómico, de los trabajadores de las grandes factorías europeas21 y norteamericanas.

En el espacio escolar, se tenía que contar ahora, en los países que habían “democratizado y generalizado” el acceso a la enseñanza primaria, (especialmente en la Francia de la III República), con la necesidad de segmentar al alumnado por capacidades cognitivas, intentando así, “racionalizar” los recursos pedagógicos del Estado, e, instaurar, sobre el discurso republicano/democrático, de “escuela para todos”, realidades de exclusión y de diferenciación de clase, con el Lycée, como frontera y, signo de pertenencia a la burguesía.

Alfred Binet (1857-1911) en Francia y Catell (1860-1944) en EEUU, construirán la psicotecnia escolar, basada en diversos modelos de tests de inteligencia y, de cuantificación del rendimiento escolar, con el objetivo –nunca confesado–, de aislar y “reconducir” a los niños y niñas difícilmente educables de las clases populares, por “itinerarios” más productivos y rentables, que, los de la enseñanza secundaria y, por supuesto, de la Universidad. En el espacio fabril, aunque se siga manteniendo el término “psicofísica” como adjetivo indicativo de las fuerzas o “energías psicofísicas” del trabajador (Erismann, 1926), la psicotecnia se constituiría, como psicología aplicada, como, una psicología práctica de las necesidades cotidianas de la escuela, las fuerzas armadas, la judicatura, la publicidad, la medicina, las profesiones y el trabajo.

En los escenarios laborales, algunos autores como el ruso/alemán Theodor Erismann (1883- 1961), la denominaron “telergética” dividiéndola en telergética física y psicológica.

Ergógrafo de Mosso.

El horizonte aplicativo de esta nueva disciplina que, seguiría básicamente, nutriéndose hasta los años treinta, del “catón psicofísico”, va a estar obsesivamente centrado, en la selección de los trabajadores, como mimesis de la psicotecnia escolar y, como deriva, en la consecución de mayores y mejores rendimientos para “la mejor aplicación de la energía psicofísica del trabajador” (Erismann y Moers, 1926).

Lo importante de este nuevo enfoque, es que, de una manera o de otra y, a pesar, de mantenerse el diseño psicofísico del que se alimenta el taylorismo, se manifestaría una “porosidad” que en cierta medida se iría rellenando con lo mental o psicológico. Con esa telergética psicológica que, mencionase Erismann en su “Psicología del trabajo profesional” (1923), y, que Münsterberg, la sabría plantear unos años antes con meridiana claridad:

“…Intentaremos determinar en primer término la característica de aquellos individuos por cuyas cualidades mentales hayan de ser más aptos para la obra que deban ejecutar; en segundo término, estudiaremos aquellas condiciones que mejor garanticen el más completo y satisfactorio resultado del trabajo en cada individuo, y finalmente, el modo mejor posible de disponer las influencias que contribuyen ventajosamente en el estado mental a beneficio del interés económico; en suma, intentaremos determinar las condiciones en que es dable hallar el hombre, el trabajo, y el rendimiento mejor posible…” (Hugo Münsterberg, “Psicología de la actividad industrial”, Madrid, Daniel Jorro, editor, 1914, pág. 19).

Psicología de la actividad industrial. Hugo Münsterberg. 1914.

En este sentido y, aunque, estemos aún, algo lejos, de las futuras sensibilidades de la escuela de Elton Mayo (sobre todo en España), el enfoque psicotécnico, con su afán racionalizador, pudo actuar de trampolín para superar el corto y mecanicista planteamiento psicofísico e, ir introduciendo, discretas miradas psico/organizacionales que, a su vez, determinaron nuevas lecturas de los riesgos y de la salud de los trabajadores, aunque. todo ello encaminado, como no podía ser de otra manera, “a beneficio del interés económico”. Así, y, aunque la psicotecnia, comenzara su andadura recordándonos la vecindad con el conductismo (todavía no habría llegado el tiempo de la palabra, de los psicosociólogos) y se moviese con un ingenuo instrumental a base de cartones, papel y latón, las aportaciones de Münsterberg, no dejan de tener un gran interés. Su obra nos ofrece investigaciones sobre diversos oficios como el de los conductores de tranvías, los pilotos de buques, las telefonistas o los linotipistas; profesiones ligadas precisamente con la modernidad del momento, y con los intereses de potentes grupos económicos. Los más relevante en estas investigaciones realizadas con el rigor experimental aprendido en la escuela de Wundt en Leipzig, es, que, sin apartarse del “canon psicofísico” del “tiempo de reacción” y las capacidades individuales, (sin olvidar el ramalazo eugenésico) tiene ya, claramente presente, variables cognitivas y sobre todo, se van acercando al reconocimiento de operadores emocionales y organizacionales.

“…En el caso de la linotipia, que tiene en función millares de máquinas, yo creía que la rapidez de la ejecución dependería de la velocidad en la reacción del dedo; mas se ha podido observar que la condición esencial para la velocidad en este trabajo hállase más bien supeditada á la capacidad para retener en la memoria gran número de palabras antes de ser escritas (…) será necesario discernir con cuidado aquellos caracteres mentales de la personalidad asignables á la disposición hereditaria y los desarrollados por influencias de ambiente mediante la instrucción y el adiestramiento, por malos ó buenos estímulos. Aunque los caracteres adquiridos pueden haberse hecho disposiciones relativamente permanentes, no dejará de ser posible su modificación, debiendo determinarse mediante exactos estudios dentro de qué límites cabe esperar que aquéllos se modifiquen…el ritmo psicológico individual, la atención, la emoción, la memoria, la energía voluntaria, la tendencia á la fatiga y al descanso, la imaginación, la sugestibilidad, la iniciativa y otras características habrán de entrar en examen por las relaciones que puedan guardar con los fines económicos especiales…” (op. c. págs. 111-112).

El problema está en que, para eso, la psicotecnia no se encontraría nunca metodológicamente preparada. El traspaso del latón, y la prueba de papel y lápiz a nuevos escenarios operativos para la captación de las “corrosiones emocionales”, tendría que venir necesariamente, de la mano de la palabra. De la incorporación del lenguaje a la investigación experimental, con la constitución de la psicosociología, y, escaparse a su vez, de sus fijaciones escolares de selección psicométricas y reconducción de las aptitudes.

DE LA PSICOTECNIA A LA PSICOSOCIOLOGÍA

De cualquier manera, la rápida recepción en nuestro país de la obra de los psicotécnicos22 como sería el caso, del libro que comentamos de Münsterberg23, reforzada por los viajes de estudios al extranjero de numeroso becarios promovidos, por la Junta de Ampliación de Estudios (1907-1936) más, la creación en 1903, del Instituto de Reformas Sociales y en 1908 del INP, se conseguiría una cierta plataforma de científicos, médicos, psicólogos y técnicos interesados en el estudio y remodelación de las condiciones de trabajo, que, tendrían productivas manifestaciones en la creación de instituciones24 como el “Museu Social”25 (Barna. 1908), del que dependía el “Secretariat d´aprenentatge” (Barna. 1914), y los Institutos de Orientación y Formación Profesional de Barcelona (1918) y Madrid (1922), con la incorporación a los mismos de prestigiosos médicos, ingenieros y psicólogos como Emilio Mira y López (1896-1964), Gonzalo Rodríguez Lafora (1886-1971), José Germain (1898-1986), César de Madariaga y Rojo, José Mallart (1897-1989), Mercedes Rodrigo o María Palancar.

El “Institut” barcelonés con Mira siempre de director desde 1927 hasta 1939, (a partir de 1931y, después de su clausura por la Dictadura primoriverista se denominó Institut Psicotécnic de la Generalitat) estuvo más volcado que el de Madrid, –siempre con una marcada tendencia hacia la selección escolar y profesional– en los aspectos industriales y de prevención de la accidentalidad, contando, con la colaboración de prestigiosos especialistas como el profesor belga Alexandre Chleusebairgue26, y entre otros, los españoles Mario Oliveras y Carlos Soler Dopff27.

Otro elemento de catalización, estuvo protagonizado por la incrustación en estas instituciones de formación y orientación profesional a partir de 1928, de la cultura de la Organización Científica del Trabajo28 creándose el Comité español de la OCT, presidido por el ingeniero de minas César de Madariaga29 contando en Madrid y Barcelona, con la colaboración de algunos empresarios, ingenieros y psicotécnicos como Pedro Gual Villalbí, Javier Ruiz Almansa, Josep Mª Tallada, Emilio D´Ocón o José Mallart, como secretario permanente de dicho Comité30.

Aunque la implantación real en España de la OCT, tardase décadas, la prédica entusiasta y a la vez, crítica, de estos personajes apoyados por la Revista de Orientación Científica (1928-1936) constituiría un indudable refuerzo en, los intentos de racionalización y modernización organizacional de las empresas españolas, permitiendo (hemos apuntado algunas en la nota 23), la edición de instructivas obras sobre el particular. Algunas interesantísimas como la de la profesora belga Teresa Ioteyko31. Y en general, como sería el caso de Tallada en su obra, “L´Organització Científica de la Industria” (1922), ofreciendo una exposición crítica, respecto al diseño fundacional del taylorismo, que, reflejaba incluso, con cierta simpatía, la dura postura de los sindicalistas franceses32 en relación al tratamiento de la fatiga, y, a la filosofía del taylorismo en su conjunto.

Esta crítica al taylorismo fundacional, constituyó una postura generalizada en la mayoría de los psicotécnicos españoles33, que, nos demostraría el importante papel que, representó su intento de introducir una OCT “reconstruida”, en las empresas y, en los procesos de formación profesional y técnica, en estos años anteriores a 1936.

Aparcando las resistencias y desacuerdos habituales con la sistemática elaborada por Frederick Winslow Taylor (1856-1915), nosotros pensamos, que, el intento de introducción y propagación en nuestro país, de la doctrina de la OCT desde fechas tempranas, por el círculo de los “psicotécnicos”, fue una tarea francamente positiva, aunque, solamente fuese, por lo que podía suponer de lanzadera modernizante en un panorama fabril e industrial, absolutamente atrasado desde el punto de vista técnico-organizacional. Si a esto añadimos el que, esta recepción se efectuó desde las sensibilidades ingenuamente “armonicistas”, pero también honestas y críticas de los hombres y mujeres de los Institutos de Orientación Profesional, y del INP, el balance final, puede perfectamente confirmar nuestro criterio. Piénsese, por ejemplo, que personalidades nada sospechosas como el propio general Marvá, en una serie de conferencias dadas en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación (2 y 4 de marzo de 1917) se expresaba ya, en estos términos en relación con el sistema Taylor, e incluso de Jules Amar34:

…La asimilación absoluta del hombre á un motor mecánico es, á la vez, un error fisiológico y psicológico. Cierto que el cuerpo humano funciona como un motor térmico y como éste desarrolla calor y potencia; cierto que tiene un hogar, el estómago, para el combustible llamado alimento (…); cierto que también se alimenta de oxígeno que en los pulmones quema la sangre venosa y la convierte en arterial; cierto es, en fin, que tiene órganos mecánicos, de transformación de movimientos y de ejecución del trabajo, osatura, músculos, tendones, que funcionan cual bielas, excéntricas, palancas, muelles, etc.; pero se diferencia de la máquina inanimada en varias cosas, y una de las más principales es que necesita mucha mayor discontinuidad, periodos de descanso más frecuentes que ésta. Así lo exige lo que es un efecto fisiológico y psicológico del trabajo: la fatiga...existe también la fatiga de los motores inanimados, pero se manifiesta de modo diferente al de la máquina humana (…) En la máquina humana las cosas pasan de otro modo: Hay fatiga muscular (…) Pero además de la fatiga muscular, hay fatiga nerviosa, producto de la actividad intelectual, más difícil de medir que la muscular. Esta fatiga se manifiesta proporcionalmente al grado de atención que se exige al obrero (…) La fatiga cerebral disminuye la sensibilidad táctil y la general, aumenta el llamado tiempo de reacción y debilita la aptitud para el trabajo (…) Influyen en el grado de fatiga de todas clases, elementos de orden físico (temperaturas, estado higrométrico, presión atmosférica), morales (porque la vida que lleva el obrero, entre sus compañeros y familia, influye en la potencia muscular y en la capacidad de atención) y sociales (higiene del cuerpo, alimentación, profilaxis, higiene y desarrollo del espíritu). Taylor concede escasa importancia á la fatiga psíquica. No es el único; según las experiencias sobre la actividad intelectual que publicó el Instituto de Washington en 1909, el consumo de energía es el mismo para el hombre que ejecuta trabajo mental que para el que no piensa en nada, con tal de que el cuerpo esté estrictamente en reposo. Esta aserción implica que el cerebro es una máquina de un género especial que trabaja y produce sin alimento, sin desgaste, sin fatiga. Por eso dijo Julio Amar: “Ya podéis quebraros la cabeza con las áridas nociones de metafísica, resolver complicados problemas matemáticos, etc., bastará que no se hayan contraído vuestros músculos, que del estado de reposo al de reflexión tan sólo se hayan añadido á vuestra existencia las operaciones del espíritu, para que nada os cueste ese trabajo mental (…) No puede aceptarse eso: el estudio del trabajo intelectual necesita de nuevos medios de investigación, no puede hacerse por los mismos métodos que el trabajo muscular…”(José Marvá y Mayer: Organización Científica del Trabajo, antes y, después, de la guerra actual, Madrid, Establecimiento Tipográfico de Jaime Ratés, 1917, págs. 27-28-29-30).

Como vemos, y, aunque, la psicotecnia industrial catalana y madrileña, comenzase su andadura recordándonos las vecindades fisiologistas y conductistas dirigidas a la racionalización del rendimiento (como decíamos, todavía no habría llegado el tiempo de la palabra de los psicosociólogos) y, se moviese como tenía que ser, en el horizonte tutelar de una explotación humanizada y controlada del trabajo, presentaría en su conjunto, un gran interés que, incluso, nos plantea problemas aún sin resolver adecuadamente, tanto, en lo teórico como en lo operativo.

Además, se producirían conexiones enormemente provechosas con otras instituciones de carácter sanitario como, los Institutos de Reeducación de Inválidos de Madrid y Barcelona, promotoras de la Medicina española del Trabajo, con personalidades médicas tan señeras como la del doctor Antonio Oller Martínez (1887-1937).

Allí, donde se estudiaban y atendían asuntos y operativas relacionables con la salud y las condiciones de trabajo, aparecerían constantemente los nombres de Mira, Lafora, Mallart, Madariaga o Rodrigo, y Marvá, que sin ser médico ni psicotécnico –era ingeniero militar–, sería el gran estratega y bruñidor de las políticas españolas de aseguramiento y prevención durante casi treinta años35.

Probablemente, hayan sido muy pocas, las cosas nuevas que, se hayan dicho o escrito posteriormente sobre prevención de riesgos laborales, y, seguramente, innumerables, las que se hayan olvidado. Fueron gentes además que, en su mayoría, sufrieron el rencor y la represión de los “vencedores” muriendo en el exilio. Algunas de ellas, como Mercedes Rodrigo Bellido (1891-1982), fallecería en Puerto Rico totalmente olvidada, donde tuvo que exiliarse por segunda vez en 1950, después de sufrir las consecuencias del “bogotazo” colombiano.

El momento que marcaría la madurez de la psicotecnia española, estaría representado para nosotros, por la celebración en Barcelona de la VI Conferencia Internacional de Psicotecnia36 (26-30 de abril) en 1930, con la presidencia conjunta de Madariaga y Mira y la asistencia de las figuras extranjeras más relevantes de la disciplina, como Lahy y Claparéde, junto al ruso Leo Vygotsky, 37 que, presentó una comunicación titulada, “El problema de las funciones intelectuales superiores en el sistema de investigaciones psicotécnicas” en donde, proclama, una clara lectura psicosocial para la comprensión integral de la fatiga y de los fenómenos psicofísicos en general.

…Le problème des fonctions intellectuelles supérieures est un des problèmes centraux de la psychotechnique moderne. Le travail n´est pas une catégorie naturelle, mais une catégorie historique. Cela permet supposer, que les fonctions psychologiques qui sont á la base de l´activité de travail présentent, elles aussi, des formes de comportements historiques. Les fonctions intellectuelles supérieures, de toutes les formes supérieures des comportements spécifiques pour l´homme. D´après l´expression de Engels, c´est le travail qui a créé l´homme même…» (pág. 340).

Esta Conferencia de Barcelona supuso no, solamente ,un verdadero espaldarazo internacional a la psicotecnia española, sino que, además serviría para reflejar el importante lugar que en la disciplina estaba ocupando la prevención de los riesgos en el trabajo.

De los tres apartados en los que se dividieron las ponencias: Estudios de la personalidad, Fatiga y Estadística; el dedicado a la fatiga ocupó 94 páginas en 4º, del volumen en donde se publicaron las intervenciones (Anals d´Orientacio Professional, Barcelona, 1930), La sección de estadística, 30 páginas y la de estudios sobre la personalidad, 18. De las treinta comunicaciones presentadas, cinco de ellas estaban referidas a la selección profesional (intérpretes, operadores radiotelegrafistas–2–, conductores del trasporte, y conductores de vehículos en general), incluyendo, consideraciones dirigidas a la prevención de accidentes y de la fatiga. Una de las comunicaciones más interesantes aparte la de Vygotsky, estuvo representada por Emili Mira, con el título: “Un nuevo test para la exploración de la afectividad”, que es una imaginativa mezcla de técnicas proyectivas y grupales, que nos recuerda algunos experimentos realizados por nosotros en los años setenta, introduciendo “provocadores” modelo TAT, en los grupos de discusión, y, que sin forzar mucho las cosas, estaría abriendo lentamente los caminos para la futura incorporación de diseños metodológicos de alcance psicosocial, como los que posteriormente tendría en cuenta el doctor Mira, en su etapa de responsable de salud mental del Ejército Español Republicano38. Por otra parte, la psicotecnia oficial sostenida por una cronoergonomía de la adecuación del oficio y de su rendimiento, se movería desde la Ley Dato, y sobre todo, desde su reestructuración por la nueva legislación de accidentes de 1922, bajo la doctrina del aseguramiento y su compensación económica. Este condicionante serviría entre otras cosas, no solo, para fomentar una cierta especialización médica que va a funcionar junto a la práctica rehabilitadora y ortopédica como trampolín para la formación de médicos especialistas de los que surgiría la Medicina del Trabajo, sino también, para que desde el campo específico de los psicotécnicos, se generen preocupaciones y dispositivos preventivos que, junto con las aportaciones higienistas de los médicos, irían creando una interesante cultura preventivista española.

Uno de los escenarios de confluencia de la práctica médico/laboral y la psicotécnica, fueron sin duda alguna los mencionados Institutos de Reeducacion Profesional, en donde como el de Madrid y Barcelona, trabajaron Mallart y Mercedes Rodrigo.

Sin embargo, hay que dejar las cosas claras. Esta primera orientación preventivista de los psicotécnicos españoles, va a estar encaminada sobre todo a la modificación conductual y perceptiva del trabajador al que se consideraba, como responsable de la mayor parte de la accidentalidad.

Mercedes Rodrigo, insistiría una y otra vez, sobre el asunto utilizando el testimonio de varios especialistas del momento y añadiendo – posiblemente condicionada por la corrección del poso “institucionalista” – de su propia cosecha:

“…No hay que echar toda la culpa a la clase de trabajo, malas condiciones del local, falta de dispositivos de protección, etc. Los accidentes del trabajo podemos asegurar que dependen, en gran parte, del factor humano…” (M. Rodrigo: La prevención de los accidentes del trabajo, en la obra colectiva coordinada por Oller: La práctica médica en los accidentes del trabajo; Madrid, Ed. Morata, 1929, pág. 414).

Este planteamiento les llevaría a interesarse por una línea de actuación, que, junto a la pedagógica preventiva que, acompañaba la orientación profesional y la formación industrial, regulada oficialmente desde 1928, contemplaría, una intensa dedicación propagandística, a base primero de cartelería y posteriormente incluso, del cinematógrafo; siguiendo criterios y modelos de realización norteamericanos y europeos.

Cartel, Los accidentes del trabajo en España, 1927.

Con los datos que manejamos pudo muy bien ser Mallart, el pionero39 de esta estrategia, a partir de un escrito incluido en 1927, en la Revista del Instituto de Reeducación, aunque ya, en 1923, César de Madariaga, había mandado confeccionar un curioso y sugerente cartel con la estadística de accidentalidad española durante ese año, (número de horas y minutos en las que muere un trabajador) que se seguiría editando durante algunos más, con los datos actualizados según mostramos en la imagen de la página siguiente.

Como justificación de esta práctica, apuntaría Mallart los siguientes argumentos:

“…Basta una simple observación para comprobar que la ignorancia es causa de muchos de los accidentes que ocurren en el trabajo, en la calle o en el mismo hogar. Los niños, los aprendices y los trabajadores incultos suelen ser los que pagan con más víctimas esa negra cantidad de muertes, mutilaciones e invalideces con que nos asombran las estadísticas de los accidentes…”

(Memorias del Instituto de Reeducación de Inválidos del Trabajo, Tomo I, nº4, 1927, pág. 73).

El artículo de Mercedes Rodrigo, insistiría en la misma línea argumental, desarrollando toda una teoría de la propaganda preventivista por medio de carteles, sobre la que ya hemos realizado diversos comentarios en algún que otro escrito nuestro, y, que, sobre todo, se moverían dentro de un diseño que, aunque en esos momentos, pudieran tener una cierta eficacia, eran de una ingenuidad escolar abrumadora40.

Al poco tiempo41, María Palancar, publicaría “La Prevención de los accidentes del trabajo por los modernos métodos psicológicos, gráficos y mecánicos” (Madrid, Sucesora de Minuesa, 1934), que puede ser considerada, como la obra más representativa y completa sobre prevención de la época, abarcando todos los registros y posibilidades de actuación; manteniendo, los criterios habituales sobre el peso de las causas psicológicas en la accidentalidad –recogiendo testimonios que van desde un 70% a un 90% (pág. 7)–, iría, tímidamente anotando, determinadas causalidades de cercanías psicosociales que, incluyen, la falta de atención, la indolencia, la insuficiencia profesional, etc. En relación con la falta de atención y con cualquier déficit cognitivo, por lo menos señala que “…probablemente, la causa principal y más frecuente de la falta de atención suele ser la fatiga…” (pág. 9).

Gráfico valorando diferentes modelos de carteles de prevención, según Reitynberg, 1931, en M. Palancar, 1934, 95

Diferenciando la fatiga individual de la fatiga industrial; la primera consistiría simplemente en un exceso de actividad, mientras que la industrial, la relaciona ya, con “factores de orden económico social y de organización” (pág. 10).

El tratamiento del capítulo dedicado a la propaganda preventiva por medio de carteles es técnicamente magnífico, reproduciendo un test “cuantitativo”, de una serie de 5 modelos de carteles con estrategias creativas diferentes (no atemorizadoras, neutras, cómicas, atemorizadoras y dobles), en cinco segmentos a su vez, de niveles profesionales, y cuyas conclusiones reproducimos en la tabla adjunta.

El modelo de cartel más valorado, fue el del “doble”, que supone una línea creativa parecida al “antes y al ahora” después de usar un crecepelo o, “sin gafas de protección o con ellas”, seguido por los de diseño “atemorizador”.

Curiosamente, los resultados de este experimento llevado a cabo por un psicólogo ruso alrededor de 1930, se han estado utilizando en el análisis de la publicidad comercial hasta casi nuestros días 42.

Lo importante para nosotros es resaltar, el afán experimentalista y el esfuerzo, por respaldar lo más “científicamente” posible, sus estrategias de comunicación y propaganda preventiva, aunque, su énfasis pedagógico nos pueda ahora, parecer insuficiente, excesivamente ingenuo, o incluso políticamente “interesado”.

El asunto reside, en que esta filosofía pedagógica/preventiva planteada en seco, nos puede escandalizar, y ser interpretada como excesivamente conservadora.

Sin embargo, a la hora de la verdad de esos años, posiblemente, no sea tal cosa y, muy bien, pudo tener otras connotaciones o justificaciones, en la España de principios del novecientos.

PEDAGOGÍA PREVENTIVA

En primer lugar, estos psicotécnicos de la talla de Rodrigo, o Mallart que, por supuesto, no comulgaron nunca con la beatería obrerista, ni tampoco, se les puede considerar de ninguna manera – teniendo en cuenta la época – ni siquiera cercanos a cualquier postura conservadora, tuvieron sobre todo, los pies en el suelo. Conocían como nadie “los tajos” de los oficios. Habían conocido las enormes eficiencias culturales y técnico/profesionales de una población fabril, sacada del campo o despojada de los saberes gremiales, que, se enfrentaban con instalaciones industriales y talleres provistos de una mecanización compleja que, exigía umbrales de atención y de profesionalización menos artesanales y, más específicos y técnicos.

La construcción urbana en las capitales más importantes del país, contemplaba ya, alturas mayores de 4 y 5 plantas. No eran las casas molineras o los casones de dos alturas como máximo, de los pueblos. Los ferrocarriles, la minería, la siderometalurgia, la industria química y los nuevos servicios públicos como la electricidad y los transportes, constituían nichos de riesgo no aprendidos desde las culturas rurales del trabajo.

Sin caer nunca en los juicios despectivos de los higienistas del XIX, no se engañaban, con respecto a los tremendos condicionantes “psicofísicos” que sobre las duras condiciones de trabajo, se reforzaban además, con el alcoholismo, la alimentación deficiente, la deshigiene individual o las condiciones de las viviendas, disminuyendo o deteriorando, la capacidad cognitiva y de reacción del obrero ante las situaciones de riesgo.

Incluso, cuando Mercedes Rodrigo, se expresa en términos tan controvertidos como:

“El problema de la prevención de accidentes hoy día es un problema psicológico” (op. c. pág. 395).

Probablemente, no debamos rasgarnos las vestiduras, y continuar leyendo para encontrarnos con la advertencia siguiente:

“No es necesario decir que la aplicación íntegra de todas las medidas técnicas de prevención de los accidentes es la primera condición para la eficacia de los métodos psicológicos.” (op. c. pág. 397).

Por otra parte, cuando Rodrigo, habla de causalidad personal o individual del trabajador, no está queriendo decir que ésta, se corresponda ni mucho menos, con ningún componente o esencialismo patológico (eugenésico o social) de la personalidad obrera, sino que (citando a un tal Dr. Peri que no tenemos localizado), se deben siempre a la inadaptabilidad individual del obrero a un determinado ambiente de trabajo. ” (op. c. pág. 393).

Siguiendo con la cita de Peri, enumera diez causas diferentes de inadaptación personal, entre las que se encontrarían, “condiciones psíquicas particulares en sujetos aparentemente normales”.

Algunas de estas especiales “condiciones psíquicas”, podría estar causadas por preocupaciones de varias clases por motivos inherentes o extraños al trabajo” (op. c. pág. 94). Motivos que previamente nuestra autora habría relacionado en unos párrafos anteriores con preocupaciones de índole moral” o de “quien no ha tenido durante la noche sueño profundo restaurador de las fuerzas agotadas en la lucha diaria” (op. c. pág. 392).

Aspectos que, de alguna manera, nos estarían apuntando otra vez más, indicios de un cierto acercamiento a la visualización de los efectos de un modelo de riesgo psicosocial.

En segundo lugar, para entender el lenguaje de esta saga de psicotécnicos españoles de los años veinte y treinta, cargado de ingenuo voluntarismo pedagógico, hay que comprender el contexto sociopolítico y cultural en el que se movieron y bañaron todos ellos, que, era el de una burguesía media profesional de sensibilidad y simpatías políticas (incluso, en cierta medida, Marvá) republicanas y progresistas, pero a la vez, distanciadas (y algunas veces razonablemente críticos) del obrerismo militante, y de su explicable pero también a veces, durísimas y radicales posiciones reivindicativas. Podríamos decir que, fueron gentes aculturalizadas emocional y profesionalmente por el discurso pedagógico/armonicista de la Institución Libre de Enseñanza e impregnadas por esa especie de mentalidad laicomisionera de la generación de intelectuales y profesionales “regeneracionistas”, que, no veían otra solución para los males del país que, los de la “escuela y la despensa”.

En principio, no tenemos nada que objetar a la crítica que, desde horizontes marxistas, se hace del papel “desmovilizador” y a la larga, de defensa y afianzamiento del capital, desde esta panacea pedagogista, permitiendo maniobras de recomposición táctica y de adaptación de la burguesía española a los nuevos tiempos de la industrialización; con la mirada siempre puesta, en el mensaje primoriverista de la imposible “paz social”, y en los temores a la revolución. Seguramente, las cosas no pudieron ser de otra manera y, como me comentaba hace casi treinta años un anciano compañero de la vieja Casa del Pueblo de “Ministriles”(calle del Madrid del Lavapiés) el problema estaba en que, entonces “¡había mucha hambre!”. De todas formas y, para ser realistas, el hecho es, que, estos psicólogos y técnicos de la selección y la orientación profesional, al igual, que los propagandistas de la organización científica del trabajo, sirvieron en cierta medida, para “desamortizar” el cuerpo y la mente del trabajador español de las sujeciones feudales del taller tradicional como “caballo de sangre”, e intentaron, “acondicionarle” para el nuevo orden productivo de la fábrica o de la gran explotación agrícola mecanizada.

Y eso, en principio, por lo menos para algunos, nos parece sino revolucionario, al menos positivo, aunque, no fuese más que, para conocer desde la propia carne, las famosas “contradicciones del capital”.

Constituyó un fenómeno, contra el que reaccionaron –entonces y ahora–, de manera similar, algunos izquierdistas de salón, a la de la crítica contra la escolarización obligatoria de los hijos de las clases populares, entendiéndola, como una sinuosa estrategia para inculcarles valores burgueses y a la larga, desmovilizar a la clase obrera. Todo lo contrario. Ojalá, la escuela española hubiese tenido, la gratuidad, obligatoriedad, recursos y calidad, de la escuela republicana francesa. Y, ojalá, la formación profesional, hubiese podido traspasar el bienintencionado listón del verbalismo propagandismo de esos años, para convertirse, como en Francia, Bélgica o Alemania, en una realidad tangible.

Pero pese a las contadas realizaciones prácticas (algunas maestranzas y fábricas militares, las emblemáticas “La Maquinista” y “La España Industrial”, las grandes ferroviarias, algunas siderúrgicas, …y, poco más) este empeño en la formación obrera y la pedagogía preventiva (que no olvidaría la presión institucional e inspectora sobre las empresas), a base de carteles, publicaciones, conferencias y proyecciones cinematográficas, serviría para ir creando un escenario discursivo sobre la prevención (en el fondo psicosocial) que, a la larga, pudo servir también para “desamortizar” el propio discurso preventivista del exclusivo control de los expertos (ingenieros, psicólogos y médicos) y permitir su contraste y enriquecimiento con el propio lenguaje obrero sobre los riesgos en el trabajo, que, como ejemplo se pondría de manifiesto, en las contestaciones de diversas agrupaciones y organizaciones obreras a la información promovida por el INP a partir de 1922 sobre la anticipación del retiro obrero en las “industrias agotadoras”.

Dos de las informaciones más completas y razonadas, estuvieron a nuestro juicio, representadas por la Federación Nacional de Mineros Españoles (UGT), y por el Sindicato Católico Obrero de Mineros españoles, de Moreda (Asturias). En ambos informes se detallan la situación en la que se encuentran los obreros de la minería después de veinte o treinta años de trabajo en el interior.

“…Los picadores de carbón es el oficio que sigue al de barrenista, y el único de los de la mina que puede igualársele (como agotador): El que empiece a los diez y seis años rampando carbón, pasando a los diez y ocho a picar, cuando llegue a los cuarenta y cinco años sus pulmones desaparecen bajo capas de polvillo de carbón, que llega a petrificarse, muriendo “expulmunados”, o como dicen los técnicos, tuberculosos, casi la totalidad… todo lo que pase de la edad de cuarenta y cinco años para retirarles, es una injusticia de lesa humanidad…” (Sindicato Católico Obrero de Mineros; Informe del 29 de diciembre de 1924, en La anticipación del retiro obrero en las industrias agotadoras; Madrid, Sobrinos de la Sucesora de Minuesa, 1925, págs. 131-132).

Sorpresivamente, nos hemos encontrado con que el informe-contestación promovido por la Federación Nacional de Mineros reclamaría la jubilación a los 50 años en lugar de los 45 del Sindicato Católico, aunque por supuesto exponiendo la situación en toda su crudeza:

“…A pesar de lo crecido del número de accidentes anual43, lo que denota un constante martirologio del minero (…) aun revisten mayor importancia los accidentes indirectos o enfermedades profesionales, llegando, en algunos ramos de la industria como el plomo, a estar atacados de la enfermedad anquilostomiasis más del 50 por 100 de los mineros; nada digamos de las enfermedades saturnismo, hidrargirismo, siderosis, nistagmus, reumatismo, catarros bronquio pulmonares, etc., (…) condenan al minero a vejez prematura, y a los cuarenta y cinco o cincuenta años no son otra cosa que selectos por depauperación fisiológica…” (Federación Nal. de Mineros; Informe del 27 de diciembre de 1923; op. c. págs. 92-93).

Además, también aquí, pudo ocurrir lo del conocido refrán del por qué, de “la bendición del vino”, (pero al revés), en la medida, en que, a partir de la triste primavera del 39 –aunque resonasen contados ecos teóricos– algo de intranquilizador pudo tener aquel afán preventivista para “los vencedores,” ya, que no se volverían a establecer estrategias institucionales de prevención, hasta casi treinta años más tarde, con la creación del Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo, INSHT(1968)44, y la promulgación de la Ordenanza de 1971 (9/3/71). Anteriormente y, para paliar la derogación de la legislación republicana, se promulgaría con un carácter provisional y de urgencia –una provisionalidad de más de treinta años–, el Reglamento General de Seguridad e Higiene del Trabajo de 31 de enero de 1940. En él, se hablaría únicamente de prevención en el apartado de intenciones, con un tono exclusivamente retórico y sin ningún contenido normativo: “…Tratar el accidente mediante una intensa labor preventiva…”.

En la Ordenanza del 71, por lo menos, se regulan los Comités de Seguridad e Higiene (Art. 8) y la figura del Vigilante de Seguridad (Art. 9). La prevención real sobre el terreno, quedaría reducida a la actuación del médico de empresa, creado sobre el papel en 1956, (regulación en 1959. –Decreto 10 de junio y OM de 21 Noviembre–) y sobre todo, a la meritoria labor de la Inspección de Trabajo, a pesar de sus contadísimos recursos.

Fue una prevención de mínimos, asentada exclusivamente sobre la seguridad; con el apoyo de algunas operaciones coyunturales de propaganda en sectores estratégicos de la producción que, a partir del Plan Nacional de Higiene y Seguridad de 1971 (OM del 9 de marzo) pudo adquirir una operativa más amplia y estructurada.

A comienzos de los sesenta, la Organización Sindical Española comenzó la publicación de una amplia y documentada colección de manuales de prevención (cerca de treinta temas), junto con la aportación de algunas instituciones, profesionales y centros de formación que, iniciaban por esas mismas fechas la edición de folletos y libros de divulgación preventivista.

Con muy contadísimas excepciones46 que podríamos considerar como prácticamente inexistentes hasta finales de los setenta –con la excepción, de las correcciones representadas por la Psicología Industrial del Dr. Arango–, en que se publica, la obra de Francisco Linaza “Causas psicosociales del accidente de trabajo”47, los aspectos psicosociales o simplemente psicológicos, estuvieron ausentes de las por otra parte, mínimas expresiones del tratamiento preventivista de los riesgos en el trabajo48. No obstante, la creación del nuevo INSHT y la promulgación de la Ordenanza de Seguridad e Higiene con su manifiesto interés por la prevención junto al esfuerzo formativo y organizacional de la Dirección Nacional de los Servicios Médicos de Empresa (dependiente del INP) supusieron e impulsó, aunque, solo fuese en el plano teórico, un apreciable y considerable cambio de rumbo.

Un indicador de este panorama quedaría reflejado en la publicación por el Servicio de publicaciones del INP, en 1971, de un documentado tratado de higiene y seguridad coordinado por el Dr. Narciso Perales, director nacional de los Servicios médicos de empresa en los que, a lo largo de tres voluminosos tomos, se contemplaron por ingenieros, químicos y médicos del trabajo, la totalidad de los aspectos referentes a la Higiene y a la Seguridad en el Trabajo, con un especial énfasis en los contenidos preventivos. Aparecerán referencias49 –aunque quizá sesgadas–, a los riesgos psicosociales y, por primera vez, en la literatura española preventivista, se comenzó a mencionar, comentar y hablar de Ergonomía50 en una publicación exclusivamente elaborada por profesionales españoles o de habla castellana51.

LA RECEPCIÓN DE LA PSICOSOCIOLOGÍA

Realmente, y, aunque de manera institucional, aparezca la psicosociología como una las cuatro disciplinas maestras, sobre las que la Ley de Prevención de Riesgos Laborales de noviembre del 1995, y su Reglamento de aplicación de 1997, han intentado, pivotar la prevención en nuestro país, el hecho real, es, que, a estas alturas del proceso, la denominada “Psicosociología aplicada” a la prevención de riesgos laborales, no es más que algo todavía por construir, y, que se emborrona aún más, por la forzada cohabitación con la Ergonomía, que, completaría el cuadro semántico de la disciplina, un poco, como si la disciplina “Seguridad Industrial”, se denominase “mecanismos preventivos y seguridad industrial”, de modo que, no sabes qué elemento es el dominante o cuál el complementario. Incluso, la estructura sintáctica de la doble disciplina “Ergonomía y Psicosociología aplicada”, parece dar a entender para la psicosociología, la asignación de un estatus de “prótesis” de la ergonomía.

El análisis y los intentos de comprensión de todo este panorama, será sumamente complejo. Por una parte, tendremos que reconocer que, si bien, no se han dado desajustes temporales tan intensos como en España, tampoco en otros países europeos, e incluso en el seno de las organizaciones internacionales, lo psicosocial como rotulación explícita y disciplinar no habría tenido una presencia central en las estrategias preventivas, hasta, la década de los ochenta del siglo pasado.

Por supuesto, que la psicosociología se ha utilizado coyuntural y lateralmente, pero siempre, como adjetivación de operativas metodológicas y/o técnicas, que funcionaban dentro de regiones disciplinarias más amplias como la ergonomía de cuño francés/canadiense o belga, o la psicología industrial norteamericana, británica y alemana. Podríamos decir, que la psicosociología nunca ha sido una disciplina acotada –y posiblemente no lo deba ser–, sino simplemente una mirada administrada/manipulada desde una cierta sospecha, probablemente intuyendo, su potencial crítico, especialmente cuando es “manejada” desde intereses y protagonismos de los propios trabajadores.

Por otra parte, lo que podríamos considerar como una verdadera psicosociología aplicada o “clínica”52, fue hasta hace unas décadas algo impensado en España53. Piénsese que, por lo menos para los picosociólogos de formación o sensibilidad sociológica, el ser humano, más que como objeto de conocimiento o de “recuperación clínica”, es sobre todo, “sujeto de subjetividades”, que se objetivan desde el lenguaje hacia la práctica o la acción. O, en último lugar, recordando a Bordieu (1969), un “objeto que habla”. Y, detrás de las palabras, siempre puede gestarse la acción. De ahí, nuestra insistencia preferencial y nunca excluyente, por las metodologías cualitativas, y la constatación de los reparos y temores que suele suscitar cualquier modelo de investigación psicosocial “no codificado” o abierto54.

Por eso, la utilización de enfoques psicosociales o de criterios metodológicos que, fuesen más allá de los test psicométricos, sería en nuestro entorno, poco menos que imposible. De ahí, nuestra profunda admiración por la obra de Celso Arango, que en una fecha tan problemática como la de 1958, se atreve dar a la imprenta un libro tan increíblemente moderno, como fuera su “Higiene Industrial”. Ya, en el prefacio –el prólogo fue escrito por Marañón–, redactado por Henri Desoille, leemos:

“…No hay que figurarse, sin embargo, que la predisposición a los accidentes sea siempre algo inmutable y fatal. No es una cuestión puramente constitucional. Numerosos casos hay en que esta pretendida predisposición es en realidad provocada por el juego de factores sociales y fisiológicos: los disgustos, la fatiga, la emoción, la edad, l formación profesional (…) Una entrevista prolongada con el sujeto examinado es, pues, siempre necesaria; hay que conocer sus antecedentes, sus preocupaciones, si se quiere comprender que él es. La psicotecnia se benefició grandemente de las investigaciones de la psicología experimental, las matemáticas le han dado una precisión remarcable; sin embargo, debe permanecer siendo una ciencia humana. Una fórmula no puede encerrar la complejidad de una personalidad…”. (op. c. pág. 19).

A lo largo de toda su obra, Arango, intentaría dejar claros los límites de la psicotecnia, a la vez, que, reconocía, sus conquistas sobre la psicofísica de laboratorio, proclamando que, lo que se fatiga no es un músculo, sino un ser vivo; un ser humano, el trabajador. Sometido a una infinidad de condicionantes, y de entre ellos, la existencia: “…de una matriz emocional en la génesis de la fatiga…” (pág. 117).

Y dejando claro que:

“…Podrán, pues, existir teóricamente una fatiga muscular y una fatiga mental puras, pero en la práctica –y concretamente en el ambiente laboral –la resultante será una imbricación de las dos en variables proporciones…” (pág. 119).

Posteriormente, dedicaría amplios comentarios a glosar la relevancia de las investigaciones de Elton Mayo en Hawthorne, siendo probablemente el primer autor español que ofrece alguna referencia de los mismos.

Al referirse al apartado de “condiciones psicofisiológicas del habitat laboral”, menciona expresamente las “condiciones psicosociales”, como:

“…Todas las referentes a relaciones humanas, las cuales ya desde las conclusiones de Mayo, se sabe influyen marcadamente en la patogenia de la fatiga. Dicha influencia se ejerce a través del mundo emocional del sujeto, es decir, de su situación emotivo-afectiva. Ya expusimos anteriormente el papel que juega la tensión emotiva, y su substrato orgánico, el hipotálamo, en la génesis de la fatiga…” (págs. 144-145).

Lo penoso será el tiempo que, trascurre desde estas minoritarias y excepcionales aportaciones individuales hasta su asentamiento, todavía incluso hoy, balbuceantes, en el día a día de la prevención.

Uno de los problemas de fondo para entender la situación que hay, está aún, atravesando la operatividad de nuestra disciplina en los territorios cotidianos de la prevención de riesgos en el trabajo, puede ser la confusión derivada del sentido de lo psicosocial, y, lo que a la vez, puede ser su encajonamiento en los flecos de la psicotecnia y la psicología clínica/conductivista.

A partir de nuestra prolija y quizá pesada exposición, hemos intentado dejar de manifiesto, cómo los diseños psicológicos sobre los quebrantos del cuerpo y la salud de los trabajadores, han venido moviéndose en recorridos que iban desde el músculo puro –como abstracción fisiologista–, en el escenario aséptico del laboratorio en la mediana del ochocientos, hasta, los enfoques productivistas de la psicotecnia industrial de los veinte. Y, en ese camino, el singular papel y significación ocupada por la gavilla de psicofisiólogos que como Simarro o Mosso, acertaron en la configuración de un nuevo escenario de investigación en el que sin olvidarse del laboratorio e, incluso apoyándose en él, comenzaron a sustituir el “músculo” por el hombre de carne, hueso, alma y sociedad.

Los endebles contenidos psicosociales de la psicotecnia industrial y escolar, asentados sobre la pedagogía de la selección/adecuación, y la ingenua racionalidad de las psicologías diferenciales, llegaron a la visualización de la fatiga desde los suelos de la problemática socioeconómica y política, que, atraviesa Europa y Norteamérica desde los inicios del pasado siglo.

Problemática, que seguía y necesitaba seguir haciendo del cuerpo del trabajador una máquina productiva, pero a diferencia del cuerpo/máquina del XIX, que, se suponía como objeto/prótesis de “usar y tirar”, ahora se trataría, como acuñara Jules Amar (1914) de un “motor humano”, de un dispositivo que habría que cuidar, atender, asegurar y seleccionar. Simplemente, porque ya no se trataba de un recurso barato e indiferenciado, sino porque la nueva industrialización del consumo, el petróleo, la máquina sofisticada, y la electricidad, necesitaba cada vez más, de trabajadores especializados y productivos que, además, eran escasos y costosos; con el añadido de su aseguramiento y protección obligatoria.

Esta psicología psicotécnica, estaba todavía lejos de la salud. Se mantendría aún emboscada en el rendimiento y desde él, en la fatiga. Como mucho, las experimentos de Hawthorne, las de los primeros sociotécnicos y ergónomos británicos y franceses, llegarían conclusiones que introducirían la presencia de operadores psicosociales, pero no nos confundamos, siempre, siempre, encaminados a la consecución de mayores umbrales de rendimiento en los trabajadores. A esto, se pudo unir el enfoque ergonómico institucional británico55 después de 1945, poniendo el énfasis en la fachada de la comodidad y el ajuste fisio/cognitivo, entre la máquina y el hombre. Pero seguiría siendo, un enfoque dirigido a la productividad de un motor humano que comenzaba a ser, un motor cognitivo y exigente. Un motor/humano, que se iba transformando en “cuerpo del ciudadano”, mediante el impulso de millones de hombres y mujeres que desde puestos diferentes; unos en el hogar, la fábrica y los servicios auxiliares; otros en el frente o la Resistencia, habían contribuido a la victoria contra los fascismos y, ahora, exigían nuevas condiciones sociopolíticas de vida y de trabajo.

La conversión de lo que podríamos llamar una siempre “interesada” psicosociología del rendimiento a una psicosociología de la salud o de la enfermedad en el trabajo, no va a ser obra de los psicólogos industriales sino de una o de otra manera, –y en general, indirectamente–, de algunos fisiólogos, médicos y psicosociólogos. Desde Cannon56 y Selye a Fromm, Friedmann, Naville57, o entre nosotros, Marañón, Arango, García Solbes o, incluso, el cardiólogo Francisco Vega Díaz58. De entre ellos, el austrocanadiense Hans Selye (1907-1982), fue claramente el biofisiólogo que supo dar el paso desde el laboratorio a la ciudad y a la vida cotidiana moderna. Seguramente en el Selye de 1936, habían calado ya, los ecos de la obra de Freud, su compatriota de nacimiento. Primero su “Psicopatología de la vida cotidiana” (1904) y posteriormente “El malestar en la cultura” de 1930, pero a diferencia de éste, su escenario clínico básico sería el laboratorio, frente al análisis y la palabra.

Medicina psicosomática y medicina del trabajo. Dr. Donato Boccia, 1953

Y, sin embargo, hay un Selye poco conocido, el de “The stress of Life” de 1956, y sobre todo, el de su obra póstuma, “Stress without Distress” (1974), en que se escapa del laboratorio, las ratas y la fisiobiología, para hablar de medicina y de salud y, por tanto de la vida humana y, casi sin querer, de la vida social. De cualquier manera, no debemos engañarnos. El enfoque selyeano, es sin duda conservador, pero a la vez, honesto. Sus soluciones contra la angustia y la insatisfacción de la vida moderna, serán de corte ético-senequista, apostando, por el altruismo individual y social junto, al dominio de las ambiciones personales y colectivas que, pudo tener una cierta pertinencia, en una sociedad como la canadiense, con unos niveles de vida y consumo, razonablemente aceptables, pero totalmente dominada, por el consumismo. No quiere sentar cátedra de sociólogo, se declara un humilde biólogo y solamente se permite recordar:

“… He tratado de esbozar la forma en que veo la relación entre la tensión (estrés), el trabajo y el ocio. Quizás este esbozo podría servir como base para una planificación de una filosofía mejor y más sana que la que orienta a nuestra sociedad actual. Pienso que deberíamos adaptar nuestro código moral y nuestros valores morales para hacer frente a las exigencias del próximo futuro, pero no me siento competente para predicar lo que he aprendido. Además, ello sería contrario a mi predilección básica por el profesionalismo, por mi inclinación a que cada uno se limite a lo que pueda hacer bien. He sido formado para la investigación médica. El trabajo realizado en el laboratorio acerca de la tensión puede proporcionar una sólida base científica para obtener perfeccionamientos sociales. Lo que necesitaremos son sociólogos, filósofos, psicólogos, economistas y políticos que puedan preparar el terreno, reajustando las motivaciones del público en general…”. (H. Selye: Tensión sin angustia; Madrid, Ed. Guadarrama, (1975, 90- 91). El traductor del original en inglés, “Stress without Distress”, Guillermo Solana, ha utilizado en toda la obra el término “tensión” como versión al castellano de la palabra “stress”).

Selye, va a superar el diseño psicotécnico de la fatiga y del agotamiento, como metáfora del “motor humano” y, como reproducción en los cuerpos, del segundo principio de la termodinámica, sustituido ahora por una especie de entropía biológica, que, se activa por mecanismos bioquímicos pero que tiene condicionantes y catalizantes psicosociales potentísimos. No lo manifestará nunca explícitamente, pero lo que, en algún momento menciona como “cicatrices químicas irreversibles” (1975,38), que agotan y trituran la capacidad homeostática del organismo; suponiendo cicatrices y heridas de la emoción, el carácter –como diría Sennett– o, la autoestima. Serán también cicatrices que, clavetean el cuerpo y el espíritu, pero cuyo origen más allá, de su mecánica hormonal, reposa sobre lo social.

El único reproche que se puede hacer a Selye, sería el de su diseño “sintóxico” de afrontamiento; lo que hemos denominado “ético/senequista”, basado en la resistencia pasiva o el ajuste “mimético”, frente la postura de lucha o “catatóxica”. Probablemente, desde su papel de científico, se puede justificar su elección por la apuesta menos crítica y conflictiva.

Su enfoque del trabajo y la actividad laboral en sentido estricto, no ocupó mucho espacio en su obra. Pero si escribió continuamente, sobre la satisfacción y la motivación de las gentes en el desarrollo de su vida cotidiana, como cuando nos cuenta, su charleta con un taxista a propósito de los incentivos emocionales:

“…A pesar de sus extraordinarias ventajas prácticas la cadena de montaje no puede satisfacer el deseo natural del trabajador de lograr una realización que identifique como suya. Ahora se estudian nuevos métodos de producción que ofrezcan incentivos para el trabajo en equipo con grupos de obreros que asuman una responsabilidad conjunta para aspectos diversos del proceso de fabricación (…) Pero seguirán existiendo muchas tareas que no exijan una habilidad determinada o un talento artístico especial y que, sin embargo, ofrezcan la satisfacción de una obra bien hecha. Cuando cojo un taxi, me gusta charlar con el conductor. Muchos de los taxistas me dicen que les gusta su trabajo, a pesar de las frustraciones que en ellos provoca el tráfico. Algunos de los de más edad han llegado a decirme que podrían permitirse el retiro, pero que pre f i eren seguir haciendo algo útil y que, en especial, les gusta hablar con sus clientes; y les complace ganar una sonrisa de agradecimiento por haberse mostrado eficaces y corteses…”. (op. c. págs. 97-98).

El trabajo de Selye, hilvanado desde la investigación pura y dura de laboratorio hasta su intuición de lo psicosocial, supone, la total superación del diseño del “hombre-máquina”, de nuestra cultura de la modernidad.

Otra cosa son las lecturas y utilizaciones minimizantes y reduccionistas de su obra. El no querer ver más allá, del Selye biologista y atrancarse en la jaula de las ratas, sin superar esa biomecánica del estrés para poder entender, las claves comprensivas que encierra sobre el sufrimiento de las gentes en contextos, situaciones y tiempos sociales concretos.

Si la psicofísica entendía la fatiga desde el músculo, y la psicotecnia desde un cuerpo para el rendimiento productivo en la escuela o en el taller, los enfoques sobre el estrés en Selye, sobrepasan la fatiga, para centrarse –ahora ya con el refrendo de una sólida base experimental–, en la idea de agotamiento integral de la persona, apuntando poco a poco hacia el quebranto y sufrimiento de las gentes en el espacio psicosocioeconómico de la gran ciudad occidental de los años cincuenta, para entrar posteriormente, en el mundo del trabajo. Desde la vida urbana y laboral del pleno empleo, o si se quiere del “agotamiento fordista,” a la corrosión emocional y, a la ansiedad en la vida y en el trabajo, de la sociedad globalizada y la empresa posfordista.

Este salto de la hiperactividad fordista o del agotamiento, a las “corrosiones del carácter” (recordando otra vez más a Sennett), no la entenderán nunca, algunos profesionales de la prevención obsesionados como los psicotécnicos, por la personalidad de los individuos, y, entender, que ahora, que los estresores arrancan –probablemente como siempre– de las formas de vida social, y en lo relacionable con el trabajo, –y para no ir a lo político– con su organización.

Quizás, uno de los engatillamientos que atrancan la comprensión del estado actual de inseguridad y confusión a la hora de diseñar y aplicar metodologías y estrategias de prevención, desde lo psicosocial, resida en este aspecto. En no entender, que, el tiempo de la psicotecnia y de su prolongación en la moderna ergonomía del ajuste antropo/cognitivo, nunca podrá manejar los nuevos quebrantos del trabajo. Sobre todo, porque esos quebrantos no nacen ni se organizan desde el individuo y sus capacidades, sino, de la estructura social, de la organización del trabajo y del modelo político ( lo sentimos, pero algunos sociólogos fronterizos, solemos ser así de puñeteros)

Por eso, los dispositivos de captura que utilizan en la actualidad los técnicos de prevención: cuestionarios, inventarios y test, repescados o reconstrucciones apañadas de la vieja psicotecnia59, no pueden menos que atascarse.

Es más, siendo importantísimas las derivaciones que la organización actual de  la estructura social y del trabajo determina sobre el sufrimiento y la salud de las personas, el tratamiento y manejo del asunto desde estas perspectivas metodológicas centradas en lo individual, como suele ser habitual en el caso por ejemplo del mobbing, estaría enmascarando su verdadero significado nosológico dependiente en general, de la estructura organizacional, y de una oculta pero efectiva táctica de manejo de la política de personal en las empresas de la flexilización posmoderna.

Y todavía más, si toda estrategia preventiva excesiva o preferentemente centrada, en la personalidad y características individuales del trabajador es ya, de por sí, perversa, cuando se trata de los riesgos psicosociales, lo puede ser todavía en mayor grado, por la sencilla razón, de que, al depender de contextos no maquínicos unidos al modelo socioeconómico dominante, se están alimentando y perpetuando hasta el infinito, mecanismos de organización de la producción y del trabajo, de una toxicidad, y al mismo tiempo, de una rentabilidad potentísima.

Y aún, podemos abundar más en el tema. Si bien es cierto que la accidentalidad soma/traumática se asienta preferentemente –y a primera vista60–, en los sectores más tradicionales de la producción constituyendo razonablemente, las preocupaciones más urgentes de prevención, lo cierto es, que, se tiende a pensar que los riesgos psicosociales emanan exclusivamente de escenarios de trabajo en el sector terciario.

En este sentido, una de las tareas futuras y necesarias de las políticas españolas de prevención debería ir dirigida también a la “visibilidad” del riesgo psicosocial, en la agricultura, las empresas industrial/fabriles que nos quedan, y sobre todo, en la construcción y obra civil, sin olvidarnos de los sectores opacos del sector terciario como el trabajo doméstico, la hostelería o, incluso el sanitario. Otro territorio opaco relacionado cono el riesgo psicosocial, estaría asentado sobre escenarios funcionariales como los representados por las instituciones de seguridad como Guardia Civil, Policía, o funcionarios de prisiones.

Y ya, para finalizar, un apunte relativo al necesario carácter integral y pluridisciplinar de la prevención y, muy especialmente, de la articulación de la medicina del trabajo –que por otra parte es cada vez más una medicina para la salud de los ciudadanos/as– y la psicosociología aplicada, –con la ubicación adecuada de la ergonomía61– junto, a la urgente reestructuración de la formación en todas las disciplinas y, muy especialmente, de los especialistas que se dediquen a la psicosociología.

Sinceramente y, desde el respeto a muchísimos profesionales actuales que, sin la debida formación dedican todos sus esfuerzos a esta disciplina, es absolutamente necesario para que, en nuestro país, se pueda desarrollar una operativa adecuada en la prevención de riesgos psicosociales, como sin duda, se ha conseguido en Seguridad, Higiene y Medicina, que, la formación en esta especialidad preventiva, sea enormemente rigurosa, y limitada exclusivamente, a titulados en ciencias psicosociales, sociología o trabajo social.

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  1. El presente trabajo se puede considerar como continuación de “Reflexiones sobre la aparición de operadores psicosociales en la salud de los trabajadores”, contenido en el nº 9 de “La Mutua” (2003).
  2. Ambrosio Rodríguez Rodríguez, apuntaba en su “Higiene de los trabajadores” (1902), aparte de comentar la angina de pecho de los escribientes (pág. 198), cómo los espasmos o calambres de estos empleados (señalado por Bell en 1830), se podían considerar como neurosis profesionales “…más frecuentes en los sujetos irritables, sensibles y nerviosos que soportan mal los excesos de trabajo…” (op. c. pág. 194).
  3. Sebastián Pestre de Vauban (1633-1717) o el franco-catalán Bernard Forest de Belidor (1693-1761), con su estudio sobre “Cronometría del trabajo” (1720) y su libro de 1729, “La Science des Ingénieurs dans la conduite des travaux des fortification”.
  4. Por ejemplo, el “De sedibus et causis morborum…” de Giovanni Battista Morgagni (1761).
  5. Monlau, hablaría también de “gimnástica” (1871) y Giné, de “higiostática industrial” (1872).
  6. Estas inquietudes y suspicacias quedarían meridianamente expuestas en la última edición de la “Higiene Pública” de Monlau, en donde en su capítulo III, dedicado a la Higiene Industrial, manifestaba:
  7. “…Los primores y prodigios de la industria moderna enaltecen á la inteligencia humana, y con razón podemos estar satisfechos de ellos; pero conste que nos salen caros, muy caros. La industria moderna con sus vastos talleres, populosas manufacturas, etc., ha venido a crear una población especial, la población fabril, ignorante en su inmensa mayoría, necesitada, imprevisora, disipada en su conducta, y que en las épocas de crisis suele traducir su malestar por el desorden, la sedición y la anarquía social…” Op.c. págs. 150-151, (1871)
  8. En la información escrita ante la Comisión de Reformas Sociales, (7 septiembre, 1884) el representante del Montepío de los Tipógrafos madrileños Enrique Mateo, a propósito de la accidentalidad maquínica, expondría lo siguiente: …Además la seguridad de los aparatos motores está tan sumamente descuidada, qué sólo á la casualidad se debe el que no ocurran continuas desgracias; las transmisiones son en general en las imprentas, cuyas máquinas se mueven por la fuerza mecánica, un peligro constante; sin que a los dueños se les haya exigido nunca responsabilidad en las desgracias ocurridas…Reformas Sociales, Madrid, Manuel Minuesa de los Ríos, (1890), Tomo II, págs. 492-493.
  9. Higienista que, presentaría una postura infinitamente menos moralista que la de Monlau y Salarich, no solo frente a la cuestión social, sino a la percepción de la personalidad y comportamiento de la población obrera. Para el, la higiene continua siendo una opción de equilibrio ante los problemas sociales, “el fiel de la balanza del litigio entre capital y trabajo”, aunque, reconocía a la vez, que, en la nueva sociedad liberal española (es el tiempo del Sexenio) “no hay cadenas para el trabajador, pero, en cambio, vive á expensas del capital”, manifestando que, la ciencia, en este caso la Fisiología, “diga, donde comienza el abuso de la naturaleza humana (…) las reglas para metodizar el ejercicio mecánico y la proporción entre éste y el consumo tropológico, y por consiguiente la relación entre el trabajo y el jornal…” Juan Giné y Partagás, Curso elemental de Higiene privada y pública, Tomo III, pp., 540-541, (1876).
  10. “…He aquí cómo se ha explicado la acción morbosa de las máquinas para coser: la mayor parte de estos aparatos tienen dos pedales, que se mueven comprimiéndolos alternativamente con el pie respectivo; de esto resulta que los muslos suben y bajan de un modo alterno y rozando recíprocamente; este movimiento no puede menos que transmitirse á la vulva, cuyos grandes labios están así en mútuo frotamiento, dando lugar á una excitación genital y hasta á un eretismo doloroso que á veces obliga a las costureras á dejar la labor para acudir á locionarse con agua fresca. Este estímulo es un incentivo de la masturbación, causa primordial, según M. Down, de todas las enfermedades de estas operarias…” J. G. y Partagás Higiene Industrial (Tomo IV, del Curso elemental de Higiene privada y pública) Barcelona, Imprenta de Narciso Ramírez y Compañía, pp., 84-85, (1872).
  11. En las primeras décadas del XX, se va notando en los escritos de los higienistas consagrados, Eleizegui, Enrique Salcedo, Ambrosio Rodríguez, un cambio de tendencia en el tratamiento de la fatiga, pasando –o por lo menos combinando–, del concepto de rendimiento al de salud. Rafael Forns y Romans, catedrático de Higiene en Barcelona, diría: “…El trabajo nunca debe llevarse hasta el cansancio, no solo por el peligro que para la salud representa, sino también porque la perfección del trabajo deja mucho que desear…” (Curso de Higiene individual y social; Madrid, Est. Tipográfico de V. Tordesillas, 1912, pág. 467).
  12. Algunos autores rastrean el uso del término “stress”, como aflicción o tensión, hasta el siglo XIV (Lumsden, 1981, en Lazarus y Folkman. 1986).
  13. En estos recorridos de constitución y recepción de la moderna psicología experimental europea, debemos mencionar por compensación al olvido en que se le suele tener, a Julián Besteiro (1840-1948), que en 1897, publicaría “La Psicofísica”. No es más que un libro didáctico y de fácil lectura; sin pretensiones científicas pero, meridianamente claro, y en donde al final y, entre una serie de conclusiones, parecería que el bueno de don Julián nos quisiese advertir sobre los efectos de la fatiga sobre la salud: “…Si la energía de la excitación continúa progresivamente aumentando, empieza por producir un malestar, después un dolor, hasta que por fin, causa la destrucción de nuestro l (J. Besteiro: “La Psicofísica”, Madrid, Imprenta de Ricardo Rojas, 1897, pág. 141).
  14. Este constructo, cercano al de neurosis, (formulado inicialmente por el médico escocés William Cullen en 1769), sería enunciado por el médico norteamericano George Miller Beard (1839-1883), en un artículo publicado en 1869, (y como libro, en 1880, en su A Pratical Treatise on Nervous Exhaustion) presentando, un cuadro clínico que hoy en día, podríamos perfectamente asociar con el de la fatiga crónica y, con muchas de las manifestaciones de estrés. La neurastenia fue denominada por algunos como la “enfermedad norteamericana” y, podría ser, considerada como un antecedente fisiológicamente rudimentario del SGA de Selye, pero enormemente interesante, desde una lectura psicosocial, en la medida en que, en el diseño de Beard, se trasparentaría el modelo canónico que, la nueva clase dirigente iba a tener sobre la salud y el equilibrio emocional de las gentes. En el fondo, únicamente los individuos sensibles, “asténicos”, dotados de mayor sensibilidad emocional, estarían mucho más expuestos a los desequilibrios y padecimientos nerviosos derivados de las profundas alteraciones de la vida social que el desarrollo del industrialismo y en este caso el modelo socio/político Nordista, intentaba consolidar en los Estados Unidos. Esta deriva de los padecimientos nerviosos hacia el cuerpo del caballero “sensible” (por herencia, constitución o hábitos) y de paso a la mujer, que también será reformulado por Freud en su Viena burguesa, expulsaba de alguna forma a los trabajadores, seres “esténicos” y endurecidos por antonomasia, de la posibilidad de experimentar estos desarreglos de carácter emocional y/o nervioso, quedando exclusivamente sujetos, a las enfermedades del cuerpo y a los efectos de las pasiones más groseras como la prostitución, el alcoholismo o la violencia.
  15. Sin olvidar la potente presión organizativa de partidos y sindicatos obreros que van saliendo de los programas maximalistas del XIX, para plantear reivindicaciones “pegadas al terreno”, en las que la prevención y la mejora de las condiciones de trabajo, irían teniendo una presencia mayor.
  16. Uno de los médicos franceses que pudo tener una cierta influencia junto con Cabanis, en la introducción de criterios holísticos y psicofisiológicos en nuestro país, pudo muy bien ser Jean-Baptiste-Timothée Lafon (1756-1828), cuya obra “Filosofía Médica o principios fundamentales de la ciencia y arte de mantener y restablecer la salud del hombre” escrita en 1796, se imprime en castellano (Madrid, Imprenta Real) en 1802. En ella Lafon resaltará el papel determinante del sistema nervioso en los fenómenos vitales y en particular la sensibilidad y la motilidad como plataforma para la posterior psicofísica, junto con el poder de los “estímulos nerviosos” en la economía total de la salud y la enfermedad humana. “…También se advertirá que los estímulo mentales por una reacción nerviosa transmitiendo sus efectos por los nervios á los órganos donde se distribuyen, producen en ellos una serie infinita de mutaciones, recibiendo estos órganos las modificaciones que hubiera hecho cualquiera otro estímulo físico…” (Op.c. pág. XX).
  17. Cuya referencia emblemática estará contenida en “Rapports du Physique et du Moral de L´Homme” (1802) de Pierre Jean George Cabanis (1757-1808). Obra que a diferencia de otras del mismo autor, no sería nunca traducida al castellano, y que presenta novedosas reflexiones sobre el trabajo como cuando comenta: “…Mais les différents travaux particuliers ont, suivant leur nature, des effets, ordinairement utiles, peuvent cependant quelquefois être pernicieux (…) Dans les ateliers clos, sur-tout dans ceux où l´air se renouvelle avec difficulté, les forces musculaires diminuent rapidement; (…) le systême nerveux peut tomber dans la stupeur (…) l´altération progressive de l´air agit d´un manière directe et pernicieuse, d´abord sur les poumons, dont le sang reçoit son caractère vital, et bientôt sur le cerveau lui-même, organe immédiat de la pensée. Ainsi donc, sans parler des émanations malfaisantes que les matières manufacturées, ou celles qu´on emploi dans leurs préparations, exhalent souvent, presque toutes les circonstances se réunissent pour rendre ces ateliers également mal-saines au physique et au moral…” Añadiendo más adelante que no solo es importante corregir los problemas ambientales estrictamente físicos sino además los organizacionales: “…qu´à prévenir les désordre moraux qui s´y développent, par des réglemens sévères et par la prompte répression des abus…” (Op. c. Tome II, págs. 139-141-142, 2ªed. Paris, Imprimérie de Crapelet, 1805.
  18. Especialmente “Reflexiones sobre la aparición de operadores psicosociales en la salud de los trabajadores” Revista La Mutua, nº 9 (2003)
  19. A partir de los años cuarenta del ochocientos, irán apareciendo en la literatura médica francesa y alemana, una serie de obras dedicadas al tratamiento higiénico del alma y las pasiones. Jean Baptiste Felix Descuret (1795-1872) con su Higiene de las pasiones de 1841, con versión en castellano de Monlau en 1849 y la renombrada Zur Diätetik der Seele (1838) de Ernst Freiherren von Feuchtersleben (1806-1849), que será también traducida por Monlau bajo el título de Higiene del alma y publicada por entregas mensuales en la Revista de Ambos Mundos en 1854 para ser editada como libro por Rivadeneyra en 1855. Por las mismas fechas un pedagogo catalán Miguel Arañó (1818-1881) publicaría también un librito de 47 pp., titulado Higiene moral y física (1852). En fechas bastante posteriores otro catalán, el Dr. JoséCall y Morros, siguiendo al barón de Feuchtersleben y posiblemente también los cercanos escritos del francés Joseph Henri Réveillé-Parise (1782-1852) sobre Hygiène de l´esprit (1880) escribe su Higiene del alma y de sus relaciones con el organismo (2ª edición de 1888). Casi por las mismas fechas otro médico español, Nicasio Mariscal y García de Rello, comenzaría a exponer y desarrollar nuevos enfoques sobre la influencia de los cambios y acontecimientos sociales en la salud y en el desencadenamiento de afecciones nerviosas. En 1890, con una conferencia en la Sociedad española de Higiene con el título “Higiene de las personas que se dedican a los trabajos de la inteligencia”. En 1898, con su libro “Ensayo de una higiene de la inteligencia”, y en 1901, con un ensayo bajo el título de “La neurastenia en los hombres de Estado”. En una dirección complementaria Ignacio de Llorens y Gallard, publicaría en 1896 un librito titulado “La enfermedad fin de siglo. El nerviosismo”, y el higienista Federico Rubio “Nota sobre el surmenage y medios para evitarlo o sea De la higiene del surmenage” en 1898, bajo la influencia de “Le surmenage intellectuel” de Aimé Riant (1889) y seguramente también de Victor Rendon , “fiebres de surmenage” (1888) y Albert Dufour “Contributions a l´étude des autointoxications des manifestations morbides du surmenage physique” (1889).
  20. Uno de los primeros documentos institucionales europeos sobre los riesgos psicosociales estaría representado por las conclusiones sobre “El estrés físico y psicológico en el trabajo” del Seminario patrocinado por la Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de vida y trabajo, celebrado en Dublín en septiembre de 1981.
  21. El análisis que Marx hiciera de la fatiga en el Libro I de El Capital, se podría considerar como un adelanto de los enfoques psicosociales de nuestros días. En la pág. 337 (edic. del FCE, de 1999), habla del “grado de condensación” del trabajo al referirse al aumento de la intensidad del ritmo de la maquinaria. En la 339, del doble estrujamiento del trabajo debido tanto al aumento de velocidad de las máquinas como del radio de acción del obrero. A continuación (págs. 344-345), citando un informe de un tal Dr. Greenhow, se referirá al “estado verdaderamente agotador de excitación necesario para atender a las máquinas, cuya marcha se ha acelerado en estos últimos años en proporciones tan extraordinarias” ocasionando aparte de la fatiga consecuente, “un exceso de mortalidad por enfermedades del pulmón”. En la pág. 349, haría referencia a un párrafo del “Die Lage der Arbeitenden Klasse in England” de Engels (1845): “Esa triste rutina de una tortura inacabable del trabajo, en la que se repite continuamente el mismo proceso mecánico, es como el tormento de Sísifo (…) El trabajo mecánico afecta enormemente al sistema nervioso, ahoga el juego variado de los músculos y confisca toda la libre actividad física y espiritual del obrero…” Al final en las págs. 352-353, comenta como “todos los sentidos se sienten perturbados” por la “tendencia a economizar los medios sociales de producción…” que “…se convierten en manos del capital en un saqueo sistemático contra las condiciones de vida del obrero durante el trabajo…”
  22. A este respecto, serán aclaradoras las dudas que Max Weber expondría en una no muy conocida investigación que realiza en varias factorías textiles alemanas y que publicaría bajo el título de “Zur Psychophysik der industriellen Arbeit”, en 1908, a propósito de las lagunas metodológicas y comprensivas en el enfoque tradicional psicofísico cuando el investigador se encontraba con la complejidad organizacional de una gran factoría.
  23. Aparte de Münsterberg, entre los autores extranjeros de obras de psicotecnia traducidos al castellano, tendríamos: Erismann y Moers. “Psicología del trabajo profesional (Psicotecnia)”, Barcelona, Editorial Labor, 1926. Erismann. “Psicología Aplicada”. Barcelona, Editorial Labor, 1928. Braunschausen, “Introducción a la psicología experimental”, Barcelona, Editorial Labor, 1930. Fritz Giese, “Psicotecnia”, Barcelona, Editorial Labor, 1933. A. Chleusebairgue, “Psicología del trabajo profesional”, Barcelona, editorial labor, 1934.
  24. La obra original de Münsterberg “Psychologie und Wirtschftsleben”, fue publicada en 1912.
  25. En el caso barcelonés no debemos pasar por alto el potente influjo de la presión ejercida por el movimiento obrero y sin duda también el clima de renovación y dinamismo social derivado de la Renaixenca con el inteligente oportunismo político de algunos representantes de la burguesía catalana como el alcalde Prat de la Riba promotor, precisamente en 1907 del Institut d´Estudis Catalans, de cuyo seno nacería el Museu Social, bajo la dirección de J. M. Tallada.
  26. Dirigido inicialmente por el economista e ingeniero Josep Mª Tallada i Pauli (1848-1946), promotor en Cataluña (junto con Madariaga en Madrid) de la Organización Científica del Trabajo, no abriría sus puertas al público hasta comienzos de 1911, precisamente al hilo de su primer acto público consistente en una Exposición de Economía Social y de Seguridad e Higiene Industrial, que se convertiría en permanente. El objetivo de esta institución como el de otras existentes en Europa, estaba directamente encaminado a la prevención de accidentes y enfermedades profesionales. Su creación constituyó un empeño de las personalidades de la época más preocupadas por lo social, entre ellas, el filántropo barcelonés Ramón Albó, autor además de un interesantísimo catálogo de las instituciones “sociales” barcelonesas titulado: “Barcelona caritativa y social”, (1914), que sería prologado por el general Marvá, el cual, se dedicó años antes a visitar los museos sociales de Berlín (el denominado de Charlottenburgo), el Museo de Higiene Industrial de Viena, y el del Conservatorio de Artes y Oficios de Paris. Como resultado de este periplo, Marvá escribiría un librito titulado “Museos de Higiene y Seguridad del Trabajo”, editado en Madrid, por los Sucesores de Minuesa de Los Ríos en 1907, en cuya introducción se expresaría en los siguientes términos: “…Enorme es el número de víctimas en las rudas labores de la actividad industrial. Suman al cabo del año cientos de miles de muertos, heridos e inválidos; número mucho mayor que el que puedan producir las guerras más cruentas (…) en todos los países cultos, la prevención de los accidentes del trabajo y el mejoramiento de sus condiciones higiénicas han sido objeto de constante preocupación para cuantos se entregan al estudio de los problemas sociales y económicos (…) En España, doloroso es decirlo, estamos aún en la infancia de este asunto: carecemos de legislación obrera, falta el conocimiento de la materia, no existe interés en asimilarla, y, lo que es más, personas, ilustradas la desconocen, desdeñan su estudio y afectan no creer en su utilidad…” (op. c. págs. 5-7).
  27. Chleusebairgue publicaría en la Editorial Labor de Barcelona un interesante manual de Psicología del trabajo profesional (1934), con un novedoso capítulo titulado “Factores psicológicos del trabajo humano” en donde expone una crítica al olvido en Taylor, de los aspectos psicológicos, desarrollando con criterios realmente ergonómicos la necesidad del estudio y consideración integral de todos los factores actuantes sobre el puesto de trabajo. También critica el diseño excesivamente artificial de los estudios de Kraepelin y Pauli sobre la fatiga contenidos en su “Die Arbeitskurve” de 1902, para terminar diciendo: “…El primer paso de la Psicoergología es la supresión o por lo menos la posible disminución en el trabajo de todos aquellos efectos nocivos que las condiciones inadecuadas de su realización producen en la naturaleza psicofisiológica de su ejecutor. La mayor evidencia de este carácter social y humanitario de la Ciencia ergológica es la atención que en sus investigaciones dedica a oficios que, como el de chofer y camarero, no es el aspecto productivo, sino el colectivo y social el que ocupa el primer lugar (…) Las soluciones que ella propone tienden más bien a la creación de un ambiente profesional armónico y pacífico en el que el operario participe en los provechos materiales que la adaptación psicológica de su actividad (…) pueden traer a la empresa. Por eso la moderna Psicología profesional dedica tanta atención a las cuestiones del trato humano, de convivencia entre patrón y empleado, que tanto influyen también en la vida profesional…”. (op. c. pág.212).
  28. Estos dos personajes publicaron una de las mejores síntesis de la época sobre prevención de accidentes y enfermedades profesionales con el título de “Elementos de Higiene Industrial” acompañada de un prólogo de César de Madariaga (Barcelona, Librería Bosch, 1929).
  29. La primera obra de Taylor traducida al castellano fue “El arte de cortar los metales” Barcelona, 1912, seguida de “La Dirección de los talleres”; Barcelona, Feliu y Susana, 1914. Otros escritos introductorios fueron: C. Montoliú: “El sistema Taylor y su crítica”; Barcelona, Editorial estudio, (1916). Marvá y Mayer: “La Organización científica del trabajo, antes y después de la Guerra actual”, Madrid, Jaime Ratés, (1917). Pedro Gual Villalbí: “El verdadero significado de la Organización Científica del trabajo”, Barcelona, (1920). D´Ocón Cortés: “Organización científica del trabajo y racionalización de la producción”, Toledo, (1927). P. Devinat: “La organización científica del trabajo en Europa”, Madrid, Aguilar, (1928). Leprevost: “Economía industrial y organización de talleres, Barcelona”, (1928). Pedro Gual Villalbí: “Principios y aplicaciones de la Organización Científica del Trabajo”, Barcelona, (1929). César de Madariaga: “Organización científica del trabajo”, Madrid, Juan Ortiz, (1930). José Mallart: “La organización científica del trabajo en España”, Madrid, Ed. Huelves y Cª, (1932). José Mallart: “Organización científica del trabajo agrícola”, Madrid, Salvat Editores, (1934). José Mallart: “Organización científica del trabajo”, Barcelona, Labor, (1942).
  30. La aportación de Madariaga (nacido en 1893) a la racionalización y modernización de las condiciones de trabajo en España, fue importantísima tanto desde sus funciones en el Comité de la OCT, como desde 1923 en que bajo la dirección de Oller se responsabilizó de la sección de “reeducación” y “formación” del Instituto de R, de Inválidos de “Vista Alegre”. Entre la amplia producción escrita y conferencial de Madariaga, hemos podido encontrar las siguientes obras; algunas como las dos últimas, aunque editadas por Aguilar, redactadas en el exilio. “La orientación del obrero: Estudio de un esquema normal de formación obrera”, Madrid, Industria y Economía, 1921. “La orientación profesional psicotécnica y su aplicación a los inválidos del trabajo”, Madrid, Ed. “La Lectura”, 1925. “Organización científica del trabajo”, Madrid, Biblioteca Marvá, Juan Ortiz, 1930. “La reeducación profesional”, Madrid, Aguilar, 1931. “La formación profesional de los trabajadores”, Madrid, Aguilar, 1933. “Aspectos fisiotécnicos y psicotécnicos de la producción”, Madrid, Imprenta Reformatorio de Menores, 1934. “Iniciación al estudio del factor humano en la actividad económica”, Madrid, Aguilar, 1953. “Las metas actuales de la capacitación y de la rehabilitación profesional”, Madrid, Aguilar, 1961.
  31. Debemos a José Mallart la primera y acaso una de las contadísimas obras en castellano dedicada a la organización científica del trabajo agrícola. Llevaba por título: “Organización Científica del Trabajo Agrícola”, y fue editada por la Editorial Salvat de Barcelona en 1934. Mallart había manifestado siempre una clara preocupación por las condiciones de trabajo agrícola posiblemente por su origen rural (nació en un pueblecito gerundense), y ya, en 1924, publicó un artículo en la Revista Agricultura de Barcelona sobre la organización científica en la agricultura. También con anterioridad, había publicado una obrita titulada “La elevación moral y material del campesinado” (Madrid, Gráfica Mundial, 1933) en donde vuelve a insistir en la conveniencia de la “organización científica” y, en donde desarrollaría interesantísimas reflexiones de contenido psicosocial sobre la educación y el trabajo agrícola. A lo largo del libro de 1934, intercaló numerosas reproducciones de carteles del Comité español de lo OCT, expresamente relacionados con el trabajo en el campo, dedicando a su vez, un capítulo a tratar los accidentes en el trabajo agrícola. En 1942, la Editorial Labor de Barcelona editaría su “Organización Científica del Trabajo”, obra escrita antes del triunfo de la sublevación fascista, y que por la tradicional incuria y analfabetismo de la censura, es permitida su impresión, sin advertir la existencia de un largo y entusiasta comentario a propósito del tratamiento en la Unión Soviética de las condiciones de trabajo y de la introducción de criterios de la “organización científica” (págs. 63-64-65).
  32. La Drª Josefa Ioteyko, fue jefe del Laboratorio de psicofisiología de la Universidad de Bruselas y se la conoció en España a partir de la traducción y edición por Daniel Jorro (1926) de su libro “La Science du Travail et son Organisation” (Paris, ALcan, 1917). El libro constituye una obra fundamental para entender la postura de muchos fisiólogos y psicotécnicos europeos frente al planteamiento de Taylor sobre la fatiga. En uno de sus párrafos comentaría lo siguiente: “…(Taylor)…Ha empleado para el trabajo humano los mismos procedimientos que para el trabajo mecánico, lo cual es un error por la intervención de la fatiga en el funcionamiento del motor humano (…) Taylor no conoce la fisiología (…) En realidad su sistema se refiere a las maniobras, pero conduce a una depreciación del obrero cualificado (…) Los problemas psíquicos, los que se refieren, por ejemplo, al ritmo de trabajo y del reposo, cosas esencialmente individuales, han quedado desconocidas para Taylor…”. (op. c. págs. 97-98-99). Dentro de la crítica de los psicotécnicos europeos al taylorismo hay una obra fundamental escrita por otro de los grandes maestros franceses, J-M. Lahy (1872-1943) a la que se refiere Ioteyko, (pág. 96), titulada, 2 Le systême Taylor et la physiologie du travail professionnel, (Paris, Gauthier-Villars, 1916), que al igual que la obra de Amar no fue nunca traducida al castellano.
  33. El famoso escrito de crítica del taylorismo del sindicalista radical francés Émile Pouget (1860-1931) en la “Revue Socialiste” y más tarde como folleto bajo el título de: “L´Organisation scientifique du surmenage” (Paris, Marcel Rivière, 1914).
  34. César de Madariaga, escribiría al respecto: “…Pero ya hemos advertido que la organización científica del trabajo no es eso con que en un principio se cubría una forma de intensificación del trabajo, rodeándola de toda una política de salarios que ha llegado a originar una verdadera rama de la Matemática aplicada (…) y no es eso (…) mal podríamos llamar científico a un sistema en el que en determinado momento medimos el esfuerzo de un hombre numéricamente y numéricamente también le valoramos como una clase aislada sin relación alguna con su “mundo interior” y el mundo que le rodea…” (C. de Madariaga: Organización Científica del Trabajo; Madrid, Biblioteca Marvá, 1930, pág. 68).
  35. Jules Amar (1879-1935), fue inicialmente médico militar, convirtiéndose en uno de los fisiólogos del trabajo más renombrados, siguiendo la estela dejada por Étienne-Jules Marey (1830-1904) en el Conservatoire des Arts et Métiers de Paris, la cuna de la ergonomía francesa. Para nosotros sus obras más interesantes estarían representadas por: “Le motear humaine et les bases scintifiques du travail professionnel”, Paris, H. Dunod, 1914. “Organisation et Hygiène Sociales; Essai D´hominiculture”, Paris, Dunod, 1927.
  36. De don José Marvá y Mayer (1846-1937), hemos comentado bastante en diferentes trabajos y artículos. Sin embargo, no nos cansaremos nunca de glosar su imponente figura y su contribución a la prevención en nuestro país. El teniente coronel que como Director-Inspector de las baterías de costa de La Habana en 1895, monta los mortíferos y respetables “Ordóñez” a lo largo de la bahía (hoy en día queda aún una, la batería de los jardines del Hotel Nacional), se va transformando poco a poco en un verdadero “militante” de “lo social”. En 1902, en la madurez de su formación técnica y de su carrera militar, se encargaría de la organización de la Sección de Industria y Comercio del Ministerio de Agricultura, Industria y Comercio. Su primera contribución sería la redacción de la RO del 2 de octubre de 1902, en la que hace hincapié en la “reglamentación de la seguridad en las industrias” tanto en lo referente a los trabajadores como a la ciudadanía en general. En 1904, tomaría posesión de la dirección de la Inspección del Instituto de Reformas Sociales (la 2ª sección del Instituto), con Adolfo Posada y Buylla como compañeros en la dirección de las otras dos secciones de la casa. En 1906, crea y organiza la Inspección de Trabajo y llega a presidente del INP, sustituyendo a Dato, en 1913. En fin, hasta su forzada y obligada jubilación en 1934, cuando contaba ya 88 años, este infatigable soldado y científico, que nunca desdeñó como cuentan sus biógrafos colocarse sobre el uniforme el blusón de fogonero y conducir una locomotora, estaría presente en la elaboración de toda la legislación de prevención española desde el Proyecto de Reglamento general de Seguridad e Higiene del Trabajo de 1906, hasta la Reglamentación de cargas y pesos máximos transportables por obreros de 1921, pasando por la Ley de Silla de 1912, o la Reglamentación y obligación de utilizar en la minería explosivos de seguridad en 1907, a partir de unos de los accidentes más graves ocurridos en esos años en la minería (6, junio,1906), en que hubo 14 muertos por una explosión de grisú en el pozo de Melendreros (Caborana, Oviedo), que indignó enormemente a Marvá. Un dato no muy conocido de la vida de este ejemplar general, es que contó con la amistad y respeto de Pablo Iglesias, acrecentada a partir de la intervención de Marvá como perito en el juicio sobre otro de los accidentes más sangrientos en esos años, ocurrido en Madrid al desplomarse la bóveda de un Depósito del Canal de Isabel II, con el resultado de 32 obreros muertos y más de 100 heridos, en abril de 1905. Uno de sus escritos e intervenciones que para nosotros nos parecen más representativas del talante y la preocupación de Marvá por la modernización y “reconducción” de las condiciones de trabajo estaría dado por su Conferencia del 22 de octubre de 1908, en la Facultad de Medicina y Ciencias de Madrid, dirigida a los ingenieros españoles, bajo el membrete “Función técnica-social del Ingeniero”, en donde aunque fuese de manera informal, inaugura y promueve la función preventiva por parte de los ingenieros como una tarea primordial de su actividad técnica: “…El papel de ingeniero … no solo velar por la buena ejecución del trabajo … Ha de demostrar al obrero el interés que le inspira su salud, su vida, su bienestar, su enseñanza profesional…” (Asociación Española para el Progreso de las Ciencias. Zaragoza, 1910, pág. 373).
  37. La 2ª Conferencia de 1921, se celebró también en Barcelona.
  38. Lev S. Vygotsky (1896-1934), puede ser considerado como una referencia inigualable para la reconstrucción de la psicología social, creando una escuela que aunque silenciada durante 20 años por el estalinismo, perviviría en la obra de Alexandr Luria o Alexei Leontiev. La aportación que hemos rescatado de Vygotsky, en esta Conferencia de Psicotecnia de Barcelona, serviría para completar la comprensión de su pensamiento desde el análisis del trabajo y sus consecuencias para la salud, a la vez que plantea las limitaciones de la psicotecnia, “saliendo de los límites del organismo” e intentando rastrear, “no en las profundidades del alma, sino en las condiciones externas de la vida y, en primer lugar, de la vida social, en las formas histórico-sociales de la existencia del hombre “, como nos recordaría Eduardo Crespo, al analizar la figura de Vygotsky, retomando un comentario de Luria, en su “Introducción a la Psicología Social” (Madrid, 1995, págs. 116, 117). Además y, aunque algunos crean que aquí no viene mucho al caso, este diseño vygotskiano nos puede servir además, para entender la validez de las metodologías cualitativas o “estructurales” a la hora de realizar estudios e investigaciones sobre las consecuencias de los riesgos psicosociales aunque solamente sea, por agarrar el “sub-texto”, que las condiciones de trabajo suelen reprimir y/o enmascarar, cuando se utilizan cuestionarios cerrados. “…Un pensamiento puede compararse a una nube que arroja una lluvia de palabras. Precisamente, porque el pensamiento tiene una contrapartida automática en las palabras, la transacción de pensamiento a palabra conduce al significado. En nuestro lenguaje siempre hay un pensamiento oculto, sub-texto (…) Detrás de cada pensamiento hay una tendencia afectiva-volitiva que implica la respuesta al último porqué del análisis del pensamiento. Una comprensión verdadera y completa del pensamiento del otro es posible sólo cuando comprendemos su base afectiva-volitiva…” L. S. Vygotsky: “Pensamiento y Lenguaje”, Buenos Aires, Ed. Fausto, 1993, págs. 193-1194.
  39. Aunque por supuesto Mira, nunca utilizó herramientas analíticas que hoy en día calificaríamos de “cualitativas”, si, manejaría, los tests proyectivos, y, se acercaría a la utilización de cuestionarios cercanos a la técnica de la “entrevista abierta” o “en profundidad”, como por ejemplo, el diseñado por él mismo, para la selección y aptitud de los reclutas, formado por 16 ítems, (el primero era: ¿Qué es el fascismo?) que aunque luego serían cuantificados están organizados de manera abierta y permiten una lectura enormemente rica (estructural) de la personalidad del entrevistado.
  40. Esta militancia propagandística no fue únicamente protagonizada por los “psicotécnicos”, sino además por algún que otro médico como el vallisoletano Vicente de Andrés, que ejerció como médico de empresa en los talleres de “Campo Grande” de los Ferrocarriles del “Norte”. Este médico escribió en 1933, uno de los contadísimos libros dedicados a la salud laboral en la agricultura titulado “Accidentes del trabajo agrícola: Estudio médico legal” en donde señala que: “…El mejor sistema para que los obreros conozcan los riesgos del trabajo, la manera de producirse los accidentes y el medio de evitarlos, es la propaganda constante…” (pág. 218). Incluimos algunos de los carteles contenidos en el texto. Anteriormente, en las primeras páginas de esta obra realmente memorable el Dr. de Andrés, comentando las condiciones de trabajo de los temporeros de cuota, adelantaba lo que bien podría ser considerado en algunos casos como riesgos en el trabajo agrícola de causalidad psicosocial. “…Los sin trabajo ocupados en las labores del campo por obligación impuesta a patronos y Ayuntamientos (…) serán con facilidad un terreno abonado a los accidentes por inadaptación: desconocimiento de la técnica, predisposición a la fatiga y “surmenage”, insuficiente resistencia para trabajar bajo un sol abrasador o en días de mucho río…” (pág.4) El tratamiento de los riesgos en el trabajo agrícola con anterioridad a nuestros días estuvo muy parcamente contemplado en la literatura higienista o social. A modo de ejemplo recordamos tan solo a los siguientes autores desde mediados del XIX : Joaquín Salarich: “Higiene del Campo”, incluida a los largo de tres tomos (VI, VIII y IX) de la Revista de Agricultura práctica; Barcelona, (1857-1860). Cartilla rústica ó sean (sic) principios de agricultura práctica; Barcelona Imprenta del Diario de Barcelona, 1859. Juan Giné y Partagás: “Tratado de Higiene Rural”, Barcelona, Imprenta de José Tauló, 1860. Arsenio Marín Perujo: “Higiene Rural”, Madrid, Tipografía de F. García, 1886. Luis Jordana de Pozas: “Los accidentes del trabajo agrícola en España”, Madrid, hijos de Reus – Editores, 1913. “Accidentes del trabajo en la agricultura”, Madrid, Calpe, 1921. Vicente de Andrés Bueno: “Accidentes del trabajo agrícola”, Valladolid, Tipografía “Cuesta”, 1933.
  41. En general, fueron carteles diseñados por los propios pensionados del Instituto a partir de una línea creativa “positiva” mostrando las ventajas y beneficios de un comportamiento prudente por parte del trabajador, que bien pudo constituir una especie de publicidad subliminal, de un modelo general de comportamiento adecuado y razonable del trabajador ante cualquier tipo de conflicto, riesgo o contratiempo, incluidos lo sociales y políticos. Pero esto posiblemente no es más que la interpretación maliciosa de un psicosociólogo, y seguramente no respondió, más que al bien intencionado criterio de unos psicotécnicos excesivamente apegados a sus raíces con el mundo escolar. También existieron otros formatos creativos de tipo “negativo”, debidos a la pluma del Dr. Oliver, que utilizaban como operadores motivantes el temor y el tremendismo de las imágenes. En el fondo el cartelismo preventivista laboral, no se escapaba hace 75 años de los vaivenes creativos en los anuncios televisivos de nuestra Dirección General de Tráfico. La pedagogía imposible del principio de placer o la tanática de la realidad y la muerte.
  42. En ese mismo año de 1934, la editorial Reus de Madrid, publica “La prevención de los accidentes por los métodos psicológicos” del ingeniero belga Fernan Mercx, en donde se resalta el papel del “ingeniero de seguridad” y se insiste como en las obras españolas en la propaganda preventivista por medio de cartelería.
  43. Probablemente si en esa época se hubiese utilizado técnicas cualitativas como las del “grupo de discusión”, (técnicas que comenzamos a utilizar algunos psicosociólogos españoles a comienzos de los 70, bajo el liderazgo de Jesús Ibáñez), los resultados quizá hubiesen sido diferentes.
  44. Piénsese que, en 1917, el número total de accidentados en la minería española (un colectivo en ese año de 164.260 trabajadores y empleados) fue 24.890 personas. De las cuales 254, murieron. En 1918, el número de accidentes mortales ascendió a 300, para comenzar a descender a partir de 1921 (185 muertes); 1922 (155 muertes). Estadística Minera del Mº de Fomento, 1925.
  45. Como reestructuración y deslinde técnico/higiénico del antiguo Instituto Nacional de Medicina, Higiene y Seguridad del Trabajo, creado en 1944, que en la práctica no tuvo casi ninguna incidencia en la organización de una verdadera estrategia preventivista en nuestro país. La constitución de este Instituto fue una de las conclusiones emanadas de la celebración en Madrid (1944) del primer Congreso Nacional de Medicina del Trabajo. En el mismo, de 51 comunicaciones que tenemos reseñadas, solamente una, presenta un contenido directo relacionado con la prevención. Su autor es el Dr. Nogales Puertas y su rótulo: Prevención del accidente y de la invalidez en las industrias conserveras y pesquera.
  46. En este capitulo de las excepciones, una de las pocas, pudo estar representada por la Escuela Social de Barcelona, con publicaciones de obras de Medicina del Trabajo, Higiene Industrial, Organización Científica y Fisiología del Trabajo. Incluimos las portadas de un folletos de la OIT de 1965, Otra sobre riesgos en la construcción de 1966, y de un librito sobre riesgos eléctricos bastante anterior (1948), escrito por Esteban Salinas profesor en la Escuela de Peritos de Bilbao.
  47. Puede que haya alguno más, pero nosotros hemos reseñado la obra en tres tomos del ingeniero santanderino Santiago Esteras Gil, titulada “El bienestar en el trabajo industrial” (Santander, Editorial Cantabria, 1951), y la remarcable Psicología Industrial del Dr. Celso Arango, de 1958, obra importantísima y sin duda pionera en la introducción de criterios psicosociales en el tratamiento de la accidentalidad, sobre la que volveremos más tarde. No obstante, y aunque no con la profundidad y la sensibilidad psicosocial de Arango, se siguieron incluyendo algunas referencias a la fatiga y sus causas, en las publicaciones realizadas por los principales higienistas del momento titulares de las cátedras de Higiene en las diferentes universidades o instituciones de Sanidad Pública, como el Tratado de Higiene y Sanidad (1952) coordinado por el Dr. Valentín Matilla y en el que participan Balén, Covaleda, Piédrola, Pierna Catalán y Villanueva Castro. Como comentario para reflexionar, el primer Tratado de Higiene publicado después de la guerra, en 1941, coordinado por el Dr. Cienfuegos y, en el que escriben Valentín Matilla, Zapatero y otros, presentado amplios capítulos dedicados a la higiene militar, naval o escolar, no contiene ninguna referencia a la higiene industrial, accidentes o enfermedades de los trabajadores. Una obra interesante por la fecha de publicación sería el “Curso de Higiene del Trabajo” en dos volúmenes realizado por Primitivo de la Quintana y Dantín Gallego en 1944, en donde el Dr. Quintana redacta un amplio y valioso capítulo dedicado al estudio de la fatiga, aunque al mencionar la “fatiga crónica” la circunscriba exclusivamente al ámbito de los directivos (pág. 751 del Vol., II). Otra obra de interés, podría ser La Higiene Industrial de dos hermanos médicos, los doctores Luis y José Mª Ortiz Aragonés, profesores de Higiene Industrial en las Escuelas de Peritos de Madrid y Linares, (Madrid, 1948) en donde dedicarían dos capítulos a la Psicotecnia (el XXXI) y a la Organización Científica del Trabajo, (XXXII).
  48. En 1961, la Editorial Kapeluz de Buenos Aires, editó la traducción de la obra de Favargue y Leplat “La Adaptación de la Máquina al Hombre” (1958), que supondría el inicio de la recepción en castellano de le Ergonomía francesa que se continuaría con uno de los primeros escritos específicos de psicología social del trabajo en el libro “Psicología Social del Trabajo”, que en 1977, publicó Ed. Deusto, obra del profesor Michel Argyle, y la traducción por la Ed. Trillas de México del libro de Favergue, “Psicosociología de los accidentes del trabajo”.
  49. Una excepción sería la representada por dos profesores de la Escola Social de Barcelona: el ingeniero Isidro Rius Sintes y el médico Mariano Pañella, que publican en 1955, su “Seguridad, Higiene y Medicina del Trabajo”, dedicando un apartado a la “seguridad industrial y la psicotecnia” y un capítulo entero a la “prevención de accidentes”. Hace unos pocos días, nos ha gratamente sorprendido encontrar una Higiene Industrial escrita en solitario por Isidro Rius, cuando era profesor en la Escuela de tejidos de punto de Canet de Mar y publicada nada menos que en 1942, dentro del conjunto de publicaciones amparadas por la Escuela Social de Barcelona. Constituye un ejemplar valiosísimo, pues supone una prolongación de la cultura preventivista anterior al triunfo de la sublevación en 1939, y nos reafirma en nuestra opinión sobre la pervivencia en algunas instituciones catalanas, de las sensibilidades sociales de los psicotécnicos. En esta obra Rius, dedicará dos capítulos (de un total de doce), a tratar el factor humano y uno a la propaganda de la seguridad industrial.
  50. El Dr. Perales, al enumerar en la introducción al Tomo II, la variada morbilidad del trabajo moderno, manifestaba: “…Tenemos además las dermatosis profesionales, alérgicas y ortoérgicas, el asma y las bronquitis profesionales, el cáncer por sustancias químicas, las neumoconiosis, cada día más numerosas, las enfermedades por el trabajo sedentario, el “stress” de los directivos (…) Pero por otra parte, muchas de las enfermedades comunes pueden ser producidas o desencadenadas por el trabajo, aunque quizá no lo sepan el enfermo y su médico: el angor pectoris, el infarto de miocardio, las lumbalgias, las hernias de los discos intervertebrales, las vasculopatías cerebrales, la nefroesclerosis, la hipertensión, las varices, las hernias abdominales, el ulcus péptico, la colitis mucosa, las osteoartropatías y tantas otras afecciones resultan ser auténticas enfermedades profesionales en el sentido etiológico, que difícilmente serán compensadas por la legislación específica…” (op.c. pág. Tomo II, pág. 3).
  51. Como por ejemplo, aparte una serie de cometarios iniciales del propio Narciso Perales, (Tomo II, págs. 5-6-7), en las siguientes colaboraciones: Dr. Leandro Ródenas Bonet: Fichas de aptitud y principios de ergonomía, Tomo III, págs. 659-666. Dr. Antonio Álvarez Dardet: Estudio ergonómico de los puestos e trabajo, Tomo III, págs. 697-7º2.
  52. En esta obra que comentamos intervinieron varios especialistas latinos-americanos.
  53. En y con el sentido que Vincent de Gaulejac (1993) da, a la sociología clínica, como reflexión y comprensión desde el terreno de las relaciones entre el individuo, su práctica y el medio, y por lo tanto, como producto y productor de su relación con lo social.
  54. La propia Psicología Social teórica y/o académica, fue en nuestro país una desconocida hasta finales de los setenta en que nos graduamos los primeros psicosociólogos españoles, curiosamente, no, en una Facultad de Psicología, sino en la de Ciencias Políticas y Sociología de la Complutense, bajo el magisterio de José Ramón Torregrosa, que, había conseguido la primera cátedra de la disciplina en 1977. Los inicios y recorridos de la psicología social española fueron obscuros, enormemente lentos y vinculados a la exclusiva lectura a partir de la década de los sesenta de traducciones de autores extranjeros, que, para mayor dificultad fueron en general, editados en México o Argentina. Los centros de formación y de alguna posibilidad práctica, fueron a su vez, absolutamente paradójicos, como el INP (que quizá sería el más interesante), un denominado Instituto de Sociología Aplicada de Madrid, dirigido por un voluntarista –y bastante bien formado en el trabajo de campo– fraile dominico, el padre Vázquez, y por último, CEISA, y la Escuela de Sociología de San Bernardo, en donde a pesar de todo nuestro cariño por lo que pudieron suponer de visión crítica, modelo abierto de enseñanza, esfuerzo y dedicación de los profesores, su rigor teórico fue endeble y, las posibilidades experimentales totalmente inexistentes. A modo de información y para quien interese, los primeros escritos que se publican en España durante las primeras décadas del siglo XX, con el rótulo de “psicología social”, de manera exclusiva o lateral, se deben a un sociólogo argentino, Carlos Octavio Bunge (1875-1918), del que se edita por Jorro en 1903, sus “Principios de Psicología Individual y Social”, y un interesante libro con el despistador título de “El Histrionismo español: Ensayo de Psicología política”, del orensano Eloy Luis André (1876-1935), vinculado a la ILE, y alumno de Wundt en Leipzig. En esta peculiar obra, uno de sus capítulos, el tercero lleva por título, “Psicología social del municipio español”, y realmente, a pesar de su estilo retórico y florido supone una aportación indiscutible a la comprensión de la sociedad rural española de la Restauración. A modo de ejemplo/muestra, incluimos el siguiente párrafo: “… En un pueblo tan vehemente como España, el corazón es lo primero que hay que educar…el corazón del pueblo, individualista, empedernido, y núcleo germinal, por consiguiente, de toda democracia si careta; y el corazón del Estado, el Municipio, su núcleo celular también, sobre el cual vino el aluvión constitucional, sepultando toda libertad secularmente constituida, bajo los escombros del privilegio señorial. Tierra de acarreo más ligera sirvió de cemento al conjunto abirragado de antiguallas, en cuya rugosa superficie, si jamás pudo basarse la escuela, brotó en cambio exuberante la maleza caciquil, algo del privilegio antes derribado, pero no muerto, que encontró ambiente y roturó la corteza…” (E. L. André: “El Histrionismo Español”, Barcelona, Imprenta de Henrich y Cª, 1906, 87). Pocos años más tarde comenzarían a traducirse los escritos de Tarde, Le Bon y Rossi. La Psicología Social de Bernad, sería el primer tratado moderno que se traduce y edita por el FCE de México en 1946, y dudamos que en esas fechas pudiese haber sido distribuido en España. En la década de los sesenta, comenzarían a distribuirse las traducciones al castellano de manuales editados en México y Argentina. “La Psicología Social” de Peter R. Hofstätter, por la Ed. Hispano-Americana de México en 1960. “La Psicología Social” de Otto Klinberg, por el FCE, mexicano en 1963. Por la prolífica editorial EUDEBA de Buenos Aires, el “Manual de Psicología Social” de Teodore Newcomb, la “Psicología Social” de Solomon Asch, y “El Grupo Humano” de George Homans. Todas ellas en 1964. Por editoras españolas, la “Psicología Social” de Jean Stoetzel (Alcoy, Ed. Marfil, 1965) y la “Psicología Social” de Philipp Lersch, por la Ed. Scientia de Barcelona en 1967. En 1974, el profesor To rre grosa publica el primer compendio de autores representativos de la psicología social moderna editado por el IOP, y titulado “Teoría e Investigación en Psicología Social”.
  55. Recordamos cómo en el verano de 1973, al concluir un “grupo de discusión” en un Hotel de Dos Hermanas a propósito de un estudio encargado por una multinacional norteamericana sobre “higiene bucal”, fuimos “retenidos” durante más de dos horas por la “Brigadilla” de la Guardia Civil, que no entendía eso de que once amas de casa, pudiesen estar hablando de nada, aunque ese “nada” fuese algo tan inocente como el limpiarse los dientes. En una línea parecida, y al hilo de este artículo, me recordaba hace unos días la profesora Ana García Bernal, una verdadera pionera de la psicosociología aplicada en nuestro país, como en esos años antes de realizar una encuesta teníamos que presentar el cuestionario para su visado en la DGS.
  56. Y de la saga de ergónomos franceses liderada por Montmollin, Wisner, Favergue o Leplat.
  57. Al fisiólogo norteamericano Walter Bradford Cannon (1871-1945), le debemos la acuñación del concepto de “homeostasis” y la explicación inicial de los mecanismo desencadenante de los estados traumáticos de origen emocional (Traumatic Schok, 1923; y The Wisdom of the Body, 1932), aunque no llegaría a la formulación de Selye (1936), del proceso de respuesta como SGA.
  58. “Problemas humanos del maquinismo industrial” de Georges Friedmann, se publicaría por primera vez en castellano por la Editorial Sudamericana de Buenos Aires en 1956, y el “Tratado de Sociología del Trabajo” de Friedmann y Pierre Naville, por el FCE en 1963. A comienzos de los sesenta, quizá se pudo distribuir en España el libro del ítalo argentino Donato Boccia, “Medicina psicosomática y Medicina del Trabajo” (Buenos Aires, Ed. Alfa, 1953), centrado en el “trauma psíquico”, pero que apunta ya, a los trastornos en la salud laboral derivados de estresores psicosociales. En 1965, se publicarían por la editorial Fontanella de Barcelona, las conclusiones de un interesantísimo coloquio celebrado en París en 1963, que presidido por el Dr. Henri Desoille, reunió un plantel de médicos, ingenieros y psicólogos para discutir sobre los efectos de la fatiga industrial sobre la salud. El libro lleva por título “Trabajo y fatiga mental”. Otras obras interesantes que plantean la problemática de la salud laboral, desde un horizonte que comienza a ser posindustrial, será “La salud de los trabajadores” coordinada por Basaglia y editada por Ed. Nueva Imagen de México (1978) y “Nuevas perspectivas en el estudio del trabajo” por Montmollin (Buenos Aires, Herder, 1980).
  59. Sin olvidarnos del Sigmund Freud (1856-1939) de la “Psicopatología de la vida cotidiana” (1904).
  60. En general y, en el mejor de los casos psicólogos clínicos, cuando no, diplomados en las más diversas disciplinas que eso sí, han aprobado un macdonalizado curso superior de riesgos en la especialidad de ergonomía y psicosociología aplicada.
  61. Los accidentes mortales “in itinere” supusieron en España en el 2004, el 34%, del total de la accidentalidad mortal. En este porcentaje que supone la cifra nada despreciable de 488 muertes, entran cada vez más, trabajadores y profesionales del sector terciario, y por ejemplo, un sector en principio tan alejado de los traumatismos mortales como el de los profesionales de la enseñanza, estaría presentando en los últimos años índices elevados de mortalidad “initinere”.
  62. Para nosotros, la Ergonomía, más que una disciplina científica es un dispositivo pluridisciplinar, que se nutre y a la vez, se operativiza desde la actuación y la práctica preventivista de la Higiene, la Seguridad, la Vigilancia de la Salud o la Psicosociología. Por lo tanto, no debe ser ni una disciplina preventiva aislada ni una prótesis de la psicosociología, sino que tendría que tener una fuerte presencia como tal dispositivo o herramienta, en el currículo de todas disciplinas preventivas y muy especialmente de la Vigilancia de la Salud.

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