LA SOCIOLOGIA CLÍNICA COMO PSICOSOCIOLOGIA DE LO COTIDIANO

LA SOCIOLOGIA CLÍNICA COMO PSICOSOCIOLOGIA DE LO COTIDIANO

                                                                         Rafael de Francisco, 2014

La denominada desde hace unas pocas décadas sociología clínica puede que no sea más que el síntoma del malestar e insatisfacción de algunos sociólogos ante los derroteros macrotemáticos, mensurativos y hegemónicos de las sociologías oficiales a partir de la consolidación de la sociedad fordista al filo de los años 50 del pasado siglo.

Mas allá de que funcione como un feliz hallazgo terminológico supone, sobre todo, la necesidad y la urgencia por encontrar una percha semántica que recoja las aspiraciones para construir prácticas sociológicas o mejor, psicosociales, que puedan dar respuesta a los problemas de las gentes desde su vivir cotidiano y concreto.

Desde aquí, parece clara la vocación práctica de la sociología clínica e, incluso de su vocación de herramienta sociopolítica de intervención y mejora de las condiciones de vida de las gentes. En definitiva, recordando a Vincent de Gaulejac[1] “…refus de tous les dogmatismos, intérêt por l’articulation théorie/pratique, sensibilité à la parole des gens et a la souffrance sociale…”

En esta línea, constituiría una perfecta articulación entre la psicología social y la sociología que podría estar en condiciones de superar, las insuficientes y, a menudo inadecuadas, oposiciones entre lo cuantitativo y lo cualitativo, o entre las sociologías y las psicologías sociales apuntando posiblemente, a otra refundición/refundación de las psicosociologías como reflexiones teórico-prácticas sobre individuos que son a la vez, productores y productos de relaciones concretas con lo social. Parafraseando a Bordieu[2] seres que hablan y sufren

De tal manera que cualquier sociología clínica que se considere como tal, estará siempre más cercana a los enfoques de la psicosociología que, a los de las lecturas estrictamente sociológicas. Estas cercanías psicosociales suponen sobre todo, un intenso acercamiento al lenguaje como elemento desvelador de los tensionamientos entre el individuo y el medio social; quizá también, uno de los pocos caminos para desanudar los complejos “bucles diabólicos” que engatillan y emborronan las relaciones entre los determinismos psicológicos y los sociales.

Otro aspecto singular de las sociologías clínicas será su agarre al terreno, a realidades concretas en las que el individuo y sus problemas son los protagonistas y sujetos de la investigación dentro de la vieja región sociológica del “análisis de casos” y por lo tanto constituyendo una verdadera microsociología que nos puede hacer rememorar el tiempo de la segunda época de los sociólogos de Chicago. Recordándola, nos viene a la memoria una ilustrativa anécdota que comentaría Yves Winkin a propósito de las diferencias de enfoque entre las gentes del Chicago de Erving Goffman y de otras universidades norteamericanas. Poniendo el ejemplo de cómo, titularían una tesis doctoral en Harvad, Columbia o Chicago, sobre el tema genérico del consumo de alcohol. En Harvad, lo titularían como “Modos de descompresión cultural en los sistemas sociales occidentales”; en Columbia: “Funciones latentes del consumo de alcohol…” y un doctorando de Chicago lo rotularía simplemente como: “La interacción social en Jimmy’s, bar de la calle 55”[3]

Sin embargo, la cosa no queda aquí. No se trata únicamente de que la mirada sociológica se circunscriba a escenarios micro y acotados, con objetivos preponderadamente descriptivos y asépticos.

Parece que los refundadores de esta sociología clínica presentan en general una patente vocación crítica descriptiva que los llevaría o les tendría que conducir a la “acción social” un poco en la línea post-mayista del sociopsicoanálisis de los situacionistas mendelianos.

La cuestión residiría en la superación del Chicago microdescriptivista para centrarse en la situación o lo que es lo mismo, ir más allá de la reducción sociologista o psicologista de la situación para tal vez, volver a encontrar lo político. Al final, una psicosociología clínica cabal, tendría que retomar las ilusiones o los tensionamientos utópicos de la posible/imposible sociología crítica de finales de los sesenta.

No se trataría tanto de ceñirse al “lecho”, a la situación como territorio de acontecimientos palpables, como espacio psicosocial, sino a la situación como significante de las contradicciones que lo sociopolítico grava y clavetea en el vivir cotidiano de mujeres y hombres en la sociedad posindustrial y que repalabreando a Sennett, corroe nuestras vidas.

De ahí, el interés y la voluntad de la nueva sociología clínica en trabajar en los territorios del conflicto posmoderno. En las posiblemente no tan nuevas regiones del sufrimiento humano, pero que ahora, se nos presentan si cabe, como más insoportables e inaprensibles. Insoportables porque se moverían en un marco emocional presidido por un gradiante mayor de sensibilidad, aunque a menudo, no sea más que el resultado de las moralidades de lo políticamente correcto. Inaprensible, porque su comprensión estructural se mantendría emborronada precisamente por el manejo tecnosincrónico, de toda la panoplia de exultantes ciencias blandas y duras disponibles.

Desde este panorama, existirían regiones de lo real, de los problemas concretos que atañen al vivir cotidiano de las gentes en donde esta sociología clínica podría ofrecer perspectivas operativas razonablemente productivas. De entre ellas el campo de la salud y especialmente el da la salud laboral podría ser una de ellas.

El diseño teórico-metodológico al uso en este terreno, tanto en la Unión Europea como particularmente en España, seguiría estando lleno de deficiencias teóricas e ineficacias prácticas. A pesar de las constantes advertencias de las agencias comunitarias y de las organizaciones sindicales junto con la publicación de una numerosa documentación sobre el particular, los denominados riesgos psicosociales e incluso, deterioros importantes en la salud de los trabajadores como los ocasionados sobre el sistema músculo-esquelético, siguen estando marginados e infravalorados.

Para agravar aún más las cosas, el desarrollo no solo preventivista sino además el terapéutico y asistencial en nuestro país, desdeña en la práctica los quebrantos ligados a los llamados riesgos psicosociales que por otra parte, -faltaría menos – se encuentran aburridamente contemplados en toda la literatura oficial sobre el asunto como una especie de placebo/coartada institucional políticamente correcta, pero sin modificar en profundidad el enfoque sobre la salud de los trabajadores que, sin exagerar, se mantendría aún engatillado en el paradigma del “hombre máquina”

Hace ya muchos años, uno de los olvidados padres fundadores de la psicología española, el Dr. Simarro[4], pronunciaría una memorable conferencia en el Museo Pedagógico Nacional de Madrid con el sugestivo y a la vez, inofensivo rótulo de: El exceso de trabajo mental en la enseñanza[5]

En el desarrollo de su discurso manifestaba lo siguiente:

“…Los casos de falta de reposo o nutrición insuficiente, por pobreza, provocan la neurastenia, por exceso de trabajo é insuficiencia de su remuneración, y comprenden numerosos hechos de gran importancia social, por ejemplo, la situación de la clase obrera, en cuyos individuos se reúnen aquellas dos causas combinándose con los trabajos duros y comprensivos de un gran número de horas, que hacen corto el descanso; la alimentación escasa y malsana que los jornales permiten…”[6]

Con estas palabras nuestro buen doctor estaba sentando la cimentación para entender la salud de los trabajadores desde diseños diferentes a como eran contemplados por la nueva Higiene Industrial que comenzaba en el último tercio del XIX a sustituir a los higienismos proto-tayloristas de la primera fase del industrialismo. Diseño que en el mejor de los casos había ido introduciendo el constructo de los modificadores sociales como acompañante de los operadores físico-ambientales que de alguna manera seguían la estela marcada por el médico italiano Bernardino Ramazzini casi dos siglos antes.

La doctrina de los modificadores sociales sería recepcionada en nuestro país durante los primeros años de la Restauración por intermediación de la obra de los nuevos higienistas-sociales franceses. En particular sería relevante la aportación de Lacassagne cuya Higiene Privada y Social se traduciría en 1876. En resumidas cuentas, Lacassagne contemplaba como operadores sobre la salud de las gentes modificadores físicos, modificadores químicos, modificadores biológicos y modificadores sociológicos. A pesar de lo sugestivo de esta rotulación en el fondo, no se establecerían grandes diferencias de fondo con el antañón y siempre significante discurso Hipocrático de “Aires, aguas y lugares[7]que en nuestro caso quedaría reducido a manifestar que “las enfermedades pueden resultar del trabajo mismo ó del medio donde se ejerce la profesión[8]

Las diferentes maneras de entender lo sociológico entre los médicos situados en el discurso higienista políticamente correcto de la Restauración y los higienistas críticos como Simarro o por ejemplo Enrique Lluria, Salcedo, Baltasar Pijoan, Correal, Ambrosio Rodríguez y tantos más, en general cercanos al movimiento obrero será la visualización de los modificadores sociales desde elementos significantes pegados a la realidad como la duración de la jornada, el salario, las condiciones de habitabilidad, los ritmos de trabajo y las presiones psicosociales relacionables con la consideración del trabajador como un ser al que continuamente se le niega el estatus de ciudadano. En último lugar, lo sociológico para los profesionales instalados en la moralidad de la Restauración no será otra cosa que el intento de armonizar los fantasmas de la cuestión social como apaciguamiento aparente de los conflictos de clase introduciendo tímidamente, un principio de racionalización de las condiciones de trabajo en donde la famosa Comisión de Reformas Sociales (1883) para bien o para mal, tendría un papel relevante.

En este juego de oposiciones entre lo sociológico teórico-institucionalizado y lo crítico agarrado a la realidad, destacaría por su potente significación, el constructo de la “fatiga”.

Es más, la manera de enfocar este concepto psico/socio/fisiológico por médicos, ingenieros, psicólogos y sociólogos que de alguna manera se acercaron a la salud de los trabajadores en el medio siglo que va desde la recepción de la obra de Lacassagne hasta la consolidación del diseño psicotécnico español al filo de la II República, serviría a modo de test para diferenciar dos concepciones de la salud laboral que aún en nuestros días, seguirían manteniéndose bajo metalenguajes diferentes.

La primera, supondría un atascamiento en el eje de recorridos físico-mecánicos que sin necesidad de recurrir al recuerdo de Descartes o al paradójico La Mettrie[9], se fue sedimentando desde finales del XVII[10] para llegar a su consolidación en las primeras décadas del ochocientos de la mano de Navier, Coulomb o Poncelet y, que, en España, tendrían su plasmación en la “Mecánica aplicada a las máquinas operando” (Madrid, 1839) obra del artillero guipuzcoano José de Odriozola y Oñativia (1785-1864)

Según este eje, la fatiga en el ejercicio de un oficio no era más que el resultado de una disfunción o contradicción en el diseño mecánico/ingenieril del motor humano, de la máquina humana. La adecuada disposición de tiempos, esfuerzos y dispositivos maquínicos desde la carretilla a los polipastos más refinados, podría darnos en principio, la adecuada ecuación de equilibrio entre esfuerzo, rendimiento y fatiga.

Posteriormente, las aportaciones de los fisiólogos completarían y perfeccionarían el primitivo diseño físico/mecánico para dibujar la nueva maqueta biomecánica del motor humano tan apreciada por el Taylorismo fundacional y los fisiólogos del trabajo europeos liderados por Jules Amar en los inicios del pasado siglo.

Para este enfoque, la fatiga no era más que el resultado de un atasco en la fisiología vascular y muscular del cuerpo de los trabajadores debido, sobre todo, a la ausencia de racionalización y control en la organización y ejecución de la tarea. Algo, de lo que de alguna manera sería responsable el trabajador y, en mucha menor medida, el empresario. 

El segundo eje, se nutriría inicialmente del mismo cuerpo teórico diseñado por los físico-mecánicos y fisiólogos del XVII y XVIII. Diseños que, a pesar de estos condicionamientos, fueron introduciendo modulaciones sustanciales sobre el juego de cálculos y rozamientos establecidos por el paradigma humano/maquínico. Incluso, muchos de los diseñadores del primer modelo como Vauban, Lavoisier o Jules Amar, introducen a menudo dudas y variaciones en sus propios modelos que apuntan a variables o condicionamientos que van más allá de lo puramente mecánico o fisiológico.

En el fondo, lo que estos otros recorridos estarían señalando no serán otros que los sustentados por un diseño del cuerpo y de la sustantividad humana desde el que la lectura de la enfermedad transciende la propia máquina somático/física. Recorridos no obstante complejos y paradójicos pero que siempre van a ir apuntando al desvelamiento de situaciones, operadores, vivencias y elementos que tienen algo o mucho que ver no solamente con la construcción de la individualidad como fenómeno y proceso psicosocial sino también con los enfoques teórico-prácticos sobre la productividad y la organización taylorista tanto del trabajo como de la sociedad moderna. Enfoques que, en el actual tiempo posindustrial, aunque sin duda travestidos, mantendrían en su esencialidad, idénticos caracteres básicos.

Situándonos en el terreno de lo concreto/cotidiano y circunscribiéndonos al campo de la salud de los trabajadores que, de cualquier manera, habría que ir entendiéndola como la salud de la mayoría de la población, nos encontraríamos con un escenario en el que la mirada y la práctica de una sociología clínica podría y debería admitir aplicaciones importantes. Sociología clínica, que en realidad tendría que funcionar como una psicosociología en la medida en que tanto enfermedad, accidente, trabajo, medio socioecómico, organización y persona humana forman un entramado relacional/dialógico y por tanto, eminentemente psicosocial.

Es más, podría ser que un adecuado enfoque psicosocio clínico sobre la salud laboral aparte de hacernos reflexionar sobre las realidades y disfunciones en los diseños actuales sobre el panorama general de la salud de la población nos lleve a encontrarnos /reencontrarnos con asuntos que van más allá de los horizontes al uso de las ciencias sociales y nos demos de bruces con preguntas y realidades que apuntan a la reconstrucción de la ciudadanía y en definitiva a lo psicosociopolítico.

En este sentido una psicosociología clínica que quiera ser consecuente y realmente válida, deberá superar el “bucle diabólico” que ha engatillado a las ciencias sociales e incluso a las políticas sociales a lo largo del tiempo.

Para abundar más en el asunto, y situándonos en los momentos actuales, esta psico/sociología clínica podría estar en mejores condiciones para no “hacer trampas” a los ciudadanos sobre el inventario de problemas que atenazan lo cotidiano y muy especialmente sobre las prácticas tácticas de manejo de los mismos o lo que es lo mismo sobre las metodologías y políticas de intervención sobre los social.

Probablemente una de las obsesiones de la nueva sociología crítica, especialmente en la América Latina, está en los intentos por romper el círculo maldito en el que se desarrollan los oficios de sociólogo o psicosociólogo con respecto a su poder sobre las organizaciones y la materialización/control de las estrategias de intervención. Esto que seguramente ha constituido la maldición histórica de la sociología aplicada, y que remite al eterno problema de la posición del sociólogo ante el poder o ante el cliente, podría formar parte de las posibles aporías o ilusiones de estas nuevas reformulaciones teórico/prácticas de las psicosociologías repensadas y reformuladas como clínicas.  

Sin excesivas esperanzas, pueden ser muchos los territorios en los que estos nuevos enfoques pudieran presentar una cierta productividad. En principio todos aquellos en donde esté presente el choque entre las aspiraciones del sujeto y los encorsetamientos/condicionamientos organizacionales que conformarían un amplio espacio de situaciones que van desde el campo de la salud laboral hasta el de las condiciones de la vida urbana, pasando por las condiciones de trabajo, el manejo general de la enfermedad o el tratamiento de las incapacidades.

En todos estos territorios de actuación posible, los bucles de engatillamiento de la práctica psicosocial, van a girar siempre en los encontronazos entre la doble aspiración de autonomía en el investigador y en el sujeto, con los detentadores de los poderes organizacionales. En este sentido, y ciñéndonos a la salud laboral, difícilmente puede sustentarse una verdadera cultura de prevención de accidentes y enfermedades en el trabajo, sin tener en cuenta aspectos como los del panorama organizacional, la estructura global de las relaciones/condiciones de trabajo más las aspiraciones de autonomía y realización vital de las gentes.

De cualquier manera, ya a nuestros años, no desearíamos engañarnos. Siendo probablemente necesarios estos nuevos horizontes de una posible/imposible sociología clínico/crítica, difícilmente se conseguirá desatascar el círculo diabólico del poder desde el estatus bendecido e institucionalizado de convidado de piedra del sociólogo, como notario fundante de la sociedad industrial y en la actualidad, como evaluador incómodo/insatisfecho de la posmodernidad.

Todas estas reflexiones/digresiones sobre la cosa, nos pueden llevar a la tentación que en los años setenta, conduciría a algunos psicosociólogos a plantarse desde el pesimismo y la lucidez militante el salto desde la práctica científica a la acción política ejemplificada con la expresión “la sociedad no es una familia” de Gérard Mendel[11]


[1] Vincent de Gaulejac et Shirley Roy: Sociologies cliniques, Paris, Desclée de Brouwer,1993:11

 

[2]  Pierre Bordieu hablaría de “objetos que hablan” en su Le métier de sociologue (1969) En esta misma línea del lenguaje y el sufrimiento se expresará también Gaulejac en la obra citada

[3] Referencia contenida en Yves Winkin: Los momentos y los hombres, Barcelona, Paidos,1991:38

[4] Luís Simarro Lacabra (1851-1921)

[5] La conferencia se celebró en 1887 estando referenciada en la revista de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) números 288, 291 y 309.

 

[6] Cita contenida también en Rafael de Francisco. Historia de la Prevención de Riesgos Laborales en España (2007:48)

 

[7] Aires, aguas y lugares, uno de los pocos escritos (siglo V a.n.e) del Corpus Hippocraticum atribuido directamente a Hipócrates de Cos (460-375) aunque mantenía un fuerte enfoque geográfico/climatológico introducía además una serie de condicionantes que podríamos considerar como socio/políticos

 

[8] A. Lacassagne: Resumen de higiene privada y social, Madrid, 1876:557

[9] Aunque los escritos de Julián Offray de La Mettrie y, en especial “El hombre máquina” (1747) se les confunda a veces o, se les considere como continuadores del “Traité de l’homme” (1633) puede que Descartes esté más cerca del paradigma mecanicista que La Mettrie en la medida que este último, desde su monismo materialista intuiría de alguna manera la presencia de lo psíquico, mientras que en Descartes la dualidad y disociación serían absolutas.

 

[10] En este recorrido no se pueden olvidar las pioneras aportaciones de ingenieros militares como Sebastien Prestre de Vauban (1633-1707) con su “Le director des fortifications” (1680) y su continuador Bernald Forest de Belidor (1698-1761)

De matemáticos y científicos vinculados a la “Académie Royal des Sciences” como Philippe de La Hire (1640-1719), Guillaume Amontons (1663-1705), Joseph Sauveur (1653-1716) o Antoine-Laurent Lavoisier (1743-1794) con sus “Memorias sobre la respiración y la transpiración de los animales” (1777) un escrito memorable en donde considerará la respiración como combustión y a la vez, como un esfuerzo que consume energía vital que, además, aumentará con el trabajo humano.

El cierre a esta saga inicial de los que nosotros consideramos como los primeros teóricos de la ergonomía continental recaerá sobre los diseñadores del fisiologismo mecánico-matemático durante las primeras décadas del XIX: Claude Navier con “Architecture hydraulique” (Paris, 1819) Charles Augustin de Coulomb (1736-1806) en su “Mémoire sur les forces des hommes” incorporado en la edición de 1821 de la “Théorie des machines simples” y Victor Poncelet con su “Cours de mécanique industrielle” (Metz, 1830)

[11] Gérard Mendel: La société n’est pas une famille. Editions La Découverte, Paris, 1992

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