CUERPOS DESMENUZADOS – CAPÍTULO 2

CUERPOS DESMENUZADOS – CAPÍTULO 2

II.- PARA IR COMENZANDO.

Probablemente todo o casi todo, esté dicho ya desde los griegos, y, ésto de la neurosociología, en cuanto parece suponer una nueva vuelta de tuerca a la relación naturaleza – sociedad no haría otra cosa que, intentar otra vez más, reflexiones y respuestas ante las piedras basales del existir humano. Un existir socio/bio/evolutivo machaconamente presidido por preguntas que desde los rituales chamánicos, pasando por las diferentes, mitos, religiones y filosofías, completadas/presididas desde hace apenas tres siglos por el paradigma científico, se abrían movido en la misma dirección: Preguntar a la esfinge, a los dioses o a la ciencia por el ser y el estar y hacer de las gentes. Pero dicha esta obviedad, el nuevo enfoque neurosociológico introduce a nuestro entender algo profundamente diferente que tiene que ver tanto con la naturaleza como con la sociedad; con lo orgánico/biológico como con lo inorgánico/social. Dos polos referenciales que no serían más que dos caras de la misma moneda evolutiva y, que se vendrían repensando e, intentando articular con menor o mayor suerte hasta nuestros días. Esta diferencia sería estructural en la medida en que, va a sostenerse, sobre un modelo humano, social tecnológico y ecológico que en líneas generales se puede suponer con diferencias o, mejor dicho, desde un proceso de evolución/transformación distante – pero también sociohistóricamente conexionado/derivado al conocido que, en menos de una centuria pueden ir haciendo irreconocible[1] al Homo sapiens que conocemos, desde por lo menos, 100 o 75.000 años antes del Neolítico[2]. Todos los datos aportados por la paleoantropología vienen considerando el volumen y la complejidad encefálica como el núcleo central de la estructura del hominino moderno sin lo cual, no hubiesen sido posibles las habilidades herramentales específicas de los sapiens como también, su  capacidad para desarrollar la mente[3], como su herramienta más potente y diferenciada. Algo inexistente fuera de los humanos y cuya funcionalidad solamente es posible gracias a un cerebro que se construye y desarrolla no solamente sobre bases filogenéticas y anatómicas, sino a través de escenarios evolutivos que están fuera de su estructura física y, en donde lo psicosocioambiental y tecnológico irá teniendo un papel fundamental  Algo sin duda, imposible de conseguir sin una base fisiosomática determinada como es, la bipedestación y la posteriormente compleja arquitectura neuronal reposada en el cerebro más el añadido de algo que estando ahí, se nos escapa de las manos, y,  que como diría el profesor Bartra (2006) se sitúa, siendo cerebro, fuera del cerebro: esto es, en el exocerebro humano como retén y significante neuro/cultural. Pues bien, si consideramos los cerca de 900.000 a 400.000 años[4] de presencia sobre la tierra de una especie de homininos cercana  al humano actual en cuanto a su armazón somatofisiológico inaugurando de manera definitiva el linaje de la familia Homo, podemos observar como a partir de un momento indeterminado – posiblemente desde el Homo habilis (circa 2,4 ma) van apareciendo habilidades psicosociales, herramentales y simbólicas que van recreando lenta – y de alguna manera, rápidamente en comparación con el tiempo evolutivo de la naturaleza – el nuevo ramal de los  sapiens, pudiendo constatarse a partir de rigurosas – no obstante siempre sujetas a revisión – evidencias paleoantropológicas[5] que descontando algunas diferencias anatómicas formales, parece llegarse a un momento en que la arquitectura neuroanatómica de estos protosapiens – incluidos los neandertales[6] – sería semejante a la mantenida desde el Neolítico y, por lo tanto, sin experimentar modificaciones sustanciales hasta nuestros días. Por el contrario, todo aquello que podemos considerar como redes exocerebrales/culturales relacionables con los modos de interacción social, las tecnologías, los sistemas de comunicación, la alimentación, las instituciones sociales, los comportamientos simbólicos, la vida cotidiana, habrían sufrido modificaciones que si ser aun claramente estructurales, ofrecerían una movilidad evolutiva infinitamente más potente y rápida, que la resultante de la evolución bioanatómica y filogenética hacia el Homo sapiens, incluida su estructura neuronal. En suma, con un potente volumen encefálico más o menos semejante – y algunas veces algo menor -y en general, la misma estructura anatómica y en tan solo, 100.000 o 60.000 años, estos sapiens van a ser capaces de poblar, enseñorearse de la totalidad del planeta y, posiblemente capaces de destruirlo. Una misma cartografía neuronal un mismo volumen encefálico durante posiblemente no más de 200.000 años y un proceso de cambio tecnológico/cultural a un ritmo de apretada velocidad absolutamente diferente al experimentado por el resto de seres del género Homo que con la excepción de los grandes simios del orden de los primates, habrían desaparecido, en los últimos 30 – 40.000 años. Cambio aún más acelerado y relevante,  si consideramos solamente los últimos 120 años.

Lo novedoso de la situación actual y, especialmente en lo que atañe a sus expectativas próximas será la percepción – aparte distopías como la ilusión del proyecto Gilgamesh — de que algo puede estar cambiando en relación con las asimetrías en el proceso evolutivo del sistema naturaleza/sociedad. Como línea de partida mantenemos la constatación, amparada por la casi totalidad de la comunidad científica, que todo este proceso cultural y socio/tecnológico, supera en mucho al ritmo/velocidad de evolución general de lo bio/neuro/anatómico. La cultura habría sido más productiva y dinámica que la naturaleza. Pero paradójicamente resulta que en las últimas más o menos cinco décadas, ese proceso evolutivo socio/tecno/cultural sustentado desde las nuevas biotecnologías del cuerpo, la comunicación y el mercado,  parecen apuntar a la posible/acelerada configuración de un nuevo modelo de Homo sapiens en un potente y nuevo nicho socio/tecnológico desde el que presumiblemente la arquitectura cerebro/neuronal, experimente una especie de deseencarnadura nunca contemplada en el mecanismo básico/canónico de la evolución para dar paso, a cuerpos semirobotizados y desmenuzados dotados de potentes prótesis neuro/fisiológicas que incluso, vayan más allá de la neurona y se organicen desde los propios genes, dando lugar a un novedoso paradigma societario con herramientas comprensivas y disciplinas quizá aún, más distópicas; de las cuales, algunas de ellas, probablemente, algunos iluminados las acuñen como genomasociologías. Desde el plio-preistoceno (entre 2,5 y 1,5 ma) los homininos presapiens han sabido y podido actuar sobre un medio circundante a través de un sistema tecnoherramental y cultural de carácter protésico exterior a la fisioanatomía humana que, en lo estructural/anatómico, no habría alterado ni modificado sustancialmente la posterior maqueta soma/neuro/anatómica del hominino sapiens. Prótesis para el trabajo y la guerra y prótesis para el desarrollo cultural, social y económico como prolongaciones del potencial cultural/fisiosomático básico sin que éste, se haya modificado en su estructura original. Una azada, una lanza un caballo domesticado, unas lentes, una carne cocinada, una escritura, un libro, una pintura, un mito, una religión, una institución social, un código de conducta o una práctica sexual, se habrían desarrollado hasta ahora, dentro de unas potencialidades bio/culturales e incluso ecológicas, que habría experimentado variaciones tecno/funcionales como, por ejemplo, el uso del estribo en los caballos o la misma invención de la imprenta. Pero desde una lectura estructural del asunto, sostenido todo ello, desde hace miles de años, por un solado neurocerebral que, en cuanto a volumen y complejidad se habría mantenido sin modificaciones relevantes ni sustanciales[7] desde la aparición de los primeros sapiens. Tanto estas prótesis herramentales como las psicosocioculturales – incluida la escritura –  no han sido más que prolongaciones funcional/evolutivas que no han modificado esencialmente la estructura basal de partida contenida en la arquitectura neuronal de los primeros sapiens, a lo más, un punto de complejidad/cultural/agilidad mayor en su potencial de plasticidad. El neocórtex – y no digamos el sistema límbico – del monje que en el altomedievo lee, traduce y escribe no se diferenciará sensiblemente del siervo analfabeto que trabaja en las tierras de la abadía conventual salvo, en que el siervo, ha sido adecuadamente entrenado desde su infancia en estos menesteres del trabajo y la servidumbre. Sus diferencias desde las kinésicas a las cognitivas y comportamentales serían exclusivamente socio/culturales. Dependen como decíamos, de que hayan sido educados/entrenados para el poder o la sumisión. Probablemente, podríamos decir lo mismo de los humanos sapiens del Paleolítico Superior hace 40.000 años con los moradores en las tierras del Nilo durante la III Dinastía hace algo menos que 3.000 años.

Para nosotros este asunto de la neurosociología iría, algo más allá de los bruñidores del término que la consideraron y consideran, como una disciplina/saber que intenta sustentar/contemplar la sociabilidad humana fundamentalmente desde lo neurológico. Probablemente no exista nada sin el cuerpo –aunque sí, fuera del cuerpo – pero fuera de esto, la socialidad humana pudo a su vez, ser un factor determinante desde el pleistoceno medio en la construcción de nuestra arquitectura neuronal, sin entender que es, desde esta misma sociabilidad humana, como se ha conseguido una potente complejidad neuronal. Pueda ser una boutade, pero aparte de la neurona como estructura/orgánico/celular especializada y creada/desarrollada desde la evolución biogenética de la propia Naturaleza, la  arquitectura neuronal conseguida por los humanos actuales, quizá no sería otra cosa que el resultado de un proceso en el que junto a lo biogenético se une lo socio/tecno/comportamental, como sustitución de la acción evolutiva de la Naturaleza de manera, que ya no podemos considerar tan unívoco lo bio/filo/genético como la llave maestra y el nicho evolutivo de la vida humana sino desde la acción/influencia de lo cultural/exo/neural como dispositivo catalizante de recorridos y mecanismos presentes ya, en la prolífica robustez plástica  de la vida.

Como nos estamos situando en unas disquisiciones previas, dejaremos esta reflexión para más tarde y consideremos inicialmente, que este nuevo protagonismo de un cerebro hecho mente – y por lo tanto, con incrustaciones socio/culturales –  sustentado exclusivamente desde la neurona, puede que no suponga más que un nuevo y por supuesto, sugestivo intento, de reconciliar las sociologías/psicologías sociales con las ciencias naturales/biológicas y en especial, con sus enfoques más emergentes en un momento en el que además, parece que se presentan cambios significativos en los  epistemas sustantivos de nuestro tiempo.

En esta trayectoria, como ya hemos adelantado, intentaremos algunas reflexiones/digresiones sociológicas sobre un asunto, que nos parece inicialmente relevante como es para nosotros, esta suerte de nueva disociación/desmenuzamiento del cuerpo sustentado desde las neurociencias superando en mucho, el modelo de racionalización matemático/maquínico cartesiano. Y aquí, otra vez más nos encontramos con la obra de Lluria que, desde sus dos escritos señalados de 1905 y 1906, habría que añadir su inacabado libro previo El medio social y la perfectibilidad de la salud (1898) representaría una madrugada singular– no exento de provisionalidad – en el intento de explicar/relacionar lo social con lo orgánico/biológico, desde esa mezcla de fundamentalismo/Ingenuísmo característico de muchos intelectuales finiseculares agarrados al enfoque positivo/evolucionista, como único tablón de salvamento ante la cerrazón y agresividad del pensamiento político/eclesial correcto/hegemónico de la época. En esta línea, Lluria, retomando y, a la vez, pareciendo que daba la vuelta al Virchow de 1848 se expresaba así:

“…En el curso de esta obra decimos que la salud está íntimamente ligada al estado social y que no se resolverá éste sin resolver aquella, en el sentido de lograr su perfectibilidad (…) Consecuentes a nuestro propósito, pronto daremos a conocer nuestra solución biológica del problema social…[8]

Palabras que inicialmente nos pueden llevar a una cierta confusión dado que este desiderátum lluriano va a ser protagonizado por alguien, al que nunca podremos considerar como portavoz del pensamiento eugenésico/conservador español. Lluria es un médico que muy bien podemos engarzar dentro de la gavilla de profesionales de la medicina que como Sentillón y García Viñas pregonaban la solución a la problemática de la salud/enfermedad desde estrategias socio/políticas. A Lluria como con muchos autores hay que saber leerlo y tener un poco de paciencia a la hora de sacar conclusiones apresuradas. Probablemente cuando LLuria se refiere a lo biológico en sus primeros escritos de 1898 no ha madurado aún en su compromiso anarco/socialista y quizá, se encuentra demasiado influido por un biologismo espenceriano excesivamente ingenuo/positivista e incluso presentando un desconcertante posicionamiento religioso[9], manifiestamente creacionista. En cuanto a su énfasis en su peculiar diseño socio/biológico no es ni mucho menos, de corte eugenésico/frenológico sino en un diseño de hipervaloración de lo biológico como manifestación de “la ciencia de la vida[10] de modo que:

“El hombre, por su error y su injusticia, está harto castigado pues violando las leyes naturales se ha conseguido un medio social en que ha encontrado todas las enfermedades que le aquejan y se ha encontrado todas las enfermedades que le aquejan y se ha hecho completamente desgraciado en vez de ser completamente feliz, cual cumple á la  armonía universal…el hombre debe dirigirse á la Naturaleza si quiere resolver el problema social; con el capital dinero no hay solución posible: el dinero es un medio arbitrario, es un error, y es querer edificar el organismo social sobre una base falsa; con un error no puede llegarse á una solución verdad. El organismo humano como producto natural que es, no puede regirse más que por leyes naturales…En las fuerzas naturales está el gran venero de la felicidad humana, y es una injusticia que algunos hombres, valiéndose del régimen actual, monopolicen las fuerzas de sus semejantes en beneficio propio” (op. c. pp., 72-73)

Por lo tanto, y a pesar de que ese apunte inicial sobre lo biológico que nos puede confundir, parece que para Lluria lo natural/biológico se entienden como el conjunto de “recursos con que le ofrece la Naturaleza para su felicidad[11] que se encontrarían anulados por “el capital dinero”, siendo en sus escritos posteriores tratados con un énfasis más rotundo. No nos confundamos, Lluria presentó siempre una patente sensibilidad socio/obrerista como lo demuestran sus escritos sobre la fatiga en el trabajo y las conferencias en la Casa del pueblo de Madrid o en su exposición en el Congreso Internacional de Higiene y Demografía de Madrid (supra, p.15) sobre los efectos de la maquinaria fabril en la salud de los trabajadores. Por otra parte, ese planteamiento naturalista que nos ha podido confundir, tan radicalmente biologista, del Lluria de 1898 será matizado siete años más tarde, cuando redacta y publica su obra principal Evolución Superorgánica en donde con la ingenuidad de todo relato propio de la época, parte de la suposición de que la bondad intrínseca de la naturaleza de la que benévolamente/bienintencionadamente se puede suponer la participación de toda la humanidad en una especie de banquete de la vida, es continuamente circuitada/bloqueada por una injusta  organización socioeconómica de la sociedad.

El pensamiento de Lluria alimentado desde el evolucionismo y el positivismo se moverá en general, dentro de un viejo recorrido socio/reflexivo que otorgaría a lo sociopolítico – incluido lo eclesial – un intenso peso en la morbimortalidad de las gentes. Sin embargo, su enfoque final será más complejo. Si para los pioneros de la medicina social como Johann Peter Frank[12], los deterioros en la salud de la mayoría de la población derivaban de su miseria y de las condiciones materiales en las que transcurre su vida cotidiana; para Lluria siempre está presente una suerte de contradicción entre la bondad y racionalidad en la perfección progresiva de la evolución de la Naturaleza y las disfunciones que introduce el régimen del Capital que de alguna manera, se pueden situar en la avanzadilla de nuevas lecturas y reflexiones sobre la relación naturaleza/sociedad que, para nosotros podrían tener algunas derivaciones sobre lo que pueden suponer los posteriores enfoques emergentes  planteados desde las neurosociologías y neurociencias en general. La importancia de retrotraer el relato lluriano a nuestro espacio/tiempo posindustrial junto con lo que pueden suponer nuevos planteamientos   de las ciencias sociales en un momento que parece apuntar a un nuevo paradigma, nos abren el camino para incidir y preguntarnos sobre un futuro que va siendo insistentemente más presente, y que quizá, necesite ya, urgentes dispositivos multidisciplinares para su manejo comprensivo. Sin duda, uno de ellos puede residir en una nueva mirada sociológica que no tiene que ser exclusivamente rotulada como neurosociológica pero que tenga en cuenta los anclajes bio/evolutivos del ser y existir humano. En este sentido, quizás – y en donde lo neuro no funcione como prefijo condicionante -, disciplinas nuevas como una neurosociología desprovista de fundamentalismos nos pueden ayudar a entender una sociedad en la que precisamente los aspectos relacionados con nuevas potencialidades cerebrales y nuevas estructuras comunicativas y cognitivas renuevan el lugar que las sociologías tradicionales tendrán que ser capaces de aprehender y manejar.

De ahí, el que se nos presenten o barruntemos ahora con mayor nitidez, la idea reconocida por la comunidad científica de que hubo un momento en la historia de la hominización en el que diversos catalizadores socioambientales y culturales se entrecruzaron con los soportes bio/morfológicos y neuronales del hombre arcaico para dar lugar, desde un proceso evolutivo complejo y nunca lineal, a la aparición de los hominoideos sapiens. Y desde aquí, ya nos podemos atrever a decir o a lo menos, a intuir que los perfiles significantes del hombre moderno y fundamentalmente las habilidades interactivas, cognitivas, emocionales y simbólicas humanas, fueron y son fundamentalmente, construcciones de articulación/conexión bio/social. Por supuesto, que una determinada conformación morfoantropofísica –fundamentalmente la bipedestación- constituyen condiciones basales imprescindibles; pero cuando llegamos al tiempo de la aparición de los hominoideos más cercanos como los australopitecus,dotados de habilidades de subsistencia proactivas y fundamentalmente capaces de recrear determinados dispositivos protésico/herramentales y culturales como sus rudimentarias habilidades manual/cognitivas en la elaboración de útiles y la posible utilización de los lenguajes sintáctico/simbólicos no nos basta, con la sola evolución/perfección anatómica, de modo y manera, que lo estrictamente biológico hay que entenderlo como una condición constituida y recreada en interacción con lo social/cultural. En este sentido, nos podríamos aventurar a considerar que no es solamente una determinada complejidad neuro/cerebral lo que hace a algunos homínidos ser sapiens, sino toda una compleja sociabilidad alimentada desde mecanismos de adaptación exocerebrales  a modo de prótesis culturales las que construyen y perfeccionan básicamente la anatomía cerebral. Probablemente esto no sería posible sin que el cerebro humano presentase una enorme robustez plástica. Pero esta plasticidad cerebral no es algo exclusivo de los humanos ni tan solo de los vertebrados, es algo enclavado en la propia estructura de la vida quizá incluso antes que la vida, en la propia estructura evolutiva de la célula procariota a partir de un sendero evolutivo en que la célula se hace neurona.

Por otra parte, lo que hay de sustantivo en estas digresiones como en la misma construcción de las bio/sociologías atraviesa toda la historia del pensamiento occidental  

Si hemos mencionado lo arqueológico en lugar de lo histórico al redactar, estas notas y detenernos en la figura de Lluria en relación con la neurosociología es porque también, presenta cierto paralelismo con los propios recorridos de la sociología española en general. Toda una larga, aunque estrecha, saga de sociólogos fronterizos y/o trasterrados (dixit Arboleya, 1958)[13] habrían sido frecuentemente ladeados. Paradójicamente ha tenido que ser Don Marcelino Menéndez Pelayo (1876 y 1882) un polígrafo nada sospechoso de progresismo quien a modo mandevilliano, puso negro sobre blanco a muchos de estos científicos sociales antes de la sociología. Olvidos, cuyos rastreos, en los territorios de las ciencias en general y de las sociales en particular, suelen ocasionar aproximaciones bibliográficas y referenciales trabajosas; metafóricamente cercanas a las polvorientas y penosas excavaciones del arqueólogo, que nosotros hemos constatado personalmente, en el dificultoso rastreo de los escritos de este casi desconocido médico y protosociólogo Enrique LLuria y Despau en relación con la neurosociología…pero habría más; si nos ponemos en plan de echar doctrina al asunto, nos daremos de bruces con las reflexiones que Foucault desarrolla en su “Arqueología del saber” (1969)

Transmutando los referentes disciplinarios utilizados por Foucault (historia de las ideas y literatura) a la sociología, la mirada arqueológica sobre estas versiones laterizadas sería una mirada de lo flotante, la de sus conocimientos imperfectos, en los anexos y los márgenes de discursos y relatos que “jamás han podido alcanzar las formas de la cientificidad…la historia de esas sociologías en la sombra…”[14]

Pues bien, los escritos del Dr. Enrique LLuria, su obra sobre todo – sociológica y neurológica – siguiendo a Spencer y Cajal – la queremos leer desde esta aproximación arqueológica y fronteriza de los saberes no disciplinados por las academias, sin duda, metodológica y canónicamente imperfectos pero dotados, de robustas productividades sociales a la hora de desvelar realidades y trozas que de alguna manera, darían también sentido a los procesos de construcción de las ideas y las practicas científicas. Procesos rizomáticos en claro/obscuro que en el terreno de las ciencias sociales – o incluso en el de las ciencias naturales, por ejemplo con los alquimistas[15] – supusieron nudos de acumulación significante para la constitución de los saberes actuales[16]. En estos recorridos de algunos sociólogos que probablemente nunca pensaron que hacían sociología y menos aún neurosociología es, donde vamos a situar la obra de LLuria

 Dado por asentado que esta especie de percha comprensiva a la que llamamos neurosociología es cosa de ahora y, además, disciplina sin o con muy pocos neurosociólogos, hubo un tiempo en España en que una significativa aunque minuta gavilla de estudiosos; en general, médicos, filósofos, naturalistas,  juristas; pioneros de la sociología o de las ciencias naturales, iniciaban su peculiar aproximación y reflexión a las preguntas que desde incluso antes de la Ilustración,[17] intentaron situar el comportamiento y la naturaleza humana fuera, o al menos prudentemente ladeados – y en general entrelineados – de los cánones ortodoxos y académico/políticos correctos[18]. Aspectos a los que ya, en las postrimerías del XIX, la cruda realidad de la cuestión o las cuestiones sociales, aportaba nuevos interrogantes abriendo un posible escenario de respuestas en las que la organización industrialista/capitalista de la sociedad, introduciría problemáticas complejas superando, la simple discusión teórica de manera que, lo superorgánico, al modo espenceriano[19], requeriría de lo sociopolítico como lo entenderá  el propio Dr. LLuria en las primeras páginas de su “Evolución super-orgánica” de 1905.

“Lo que si sorprende es que no haya descubierto esa relación que existe entre una y otra el gran H. Spencer, pues toda su filosofía conduce directamente al nuevo y ansiado estado social. Este insigne filósofo llega, con su teoría de la evolución, hasta los organismos superorgánicos; pero al aplicar la ley de la evolución a la humanidad, que es un organismo de ese género, no alcanza a fijar la conclusión precisa a que debían llevarle sus propias ideas…Por no haber desarrollado lógicamente esa deducción es por lo que no ha resuelto H. Spencer el gran problema social…” [20]

Por lo tanto, y aunque el actual enfoque neurocientífico aplicado a las ciencias sociales y en especial, al comportamiento social humano se encuentre aún en proceso de construcción formando parte de un conjunto de ramificaciones comprensivas de la realidad a modo de un nuevo paradigma  que, estaría intentando sustituir o reconstruir esbozos anteriores en la relación BIOLOGÍA Y CULTURA o CUERPO Y SOCIEDAD, se podrían rastrear preámbulos o recorridos previos que alumbraron sensibilidades positivistas, organicistas, evolucionistas o biosociológicas, como prolegómenos, esbozos o acercamientos, a lo que hoy en día estaríamos intentando acuñar como neurosociología[21] e, incluso, todo el conjunto de perspectivas abiertas sobre el futuro de la humanidad a través de la nanotecnología, la ingeniería biológica, la biología molecular, la robótica el transhumanismo o incluso el proyecto Gilgamesh,  como  brotes de una posible  segunda revolución cognitiva[22] en la que la evolución de los homínidos sapiens sobrepasase las características neuroanatómicas y las circunstancias socioambientales que se irían desarrollando probablemente hace más de 800.000 años[23] y que se consolidarían/fijarían muy significativamente en los últimos 70.000 años, estableciéndose formas y estructuras bio/psico/culturales  diferentes, a las de las otras variedades de Homos cohabitantes próximos o alejados, en las tierras del paleolítico.

Para nosotros la neurosociología, más allá de su conceptualización y aplicabilidad supone, sobre todo, una apuesta comprensiva del modelo de sociedad/humanidad que se estaría vislumbrando en esta ya casi finalizada segunda década del siglo XXI. Sociedad que con toda seguridad puede determinar un cambio de paradigma que aunque se mueva con los flecos del modelo kuhniano (1962) pueda suponer transformaciones en lo socio/político y en lo antropológico tan, o más significantes, que las transcurridas en los últimos 40.000 años. La inicial revolución cognitiva que se iría estableciendo alrededor de estas fechas corredizas y además presumiblemente provisionales, supuso una especie de bóveda estructural que sustentó las diversas revoluciones menores posteriores como la agrícola[24] – con ciertas dudas – la científica o la industrial. Todas estas revoluciones menores o funcionales fueron posibles porque desde probablemente cinco o seis millones de años  antes, nuevas especies de antropoides hominoideos se desgajaron del tronco original de los grandes simios consiguiendo bajo sendas rizomáticas una arquitectura anatómica bípeda junto con  una estructura neuronal cada vez más voluminosa y plástica que además, iría progresivamente elaborando y desarrollando estrategias simbólico/culturales y herramental/tecnológicas de comportamiento comunicación y supervivencia, que le convertirían en una especie diferenciada de otros “homos” más o menos coetáneos como los neandertales[25]

Aunque las denominemos como menores esas grandes revoluciones funcionales de los primeros milenios del Neolítico de hace 12.000 o 6.000 años puede que no se las pueda comparar con las transformaciones evolutivas de fondo, que se dieron alrededor de los dos o tres millones de años en que fueron apareciendo humanos arcaicos con estructura musculoesquelética bípeda y prensil que determinarían habilidades herramentales, comunicativas y culturales cada vez más perfeccionadas; pero todo ello, partiendo de un soporte neuro/cerebral, presidido por una fijación/evolución embrionaria compartida con el orden taxonómico de los otros mamíferos, aunque simultáneamente, dotada de una gran plasticidad que podía responder a los condicionantes de entornos climáticos/ambientales completándose, con  nuevas presiones socio/ambientales y robustas herramientas exocerebrales de carácter no solo simbólico/cultural sino musculo/anatómico como el desarrollado por el par mano/antebrazo[26] que junto al lenguaje y la cooperación, nos iría convirtiendo, en los “señores de la tierra[27] Artefactos exo y soportes mecánico/esqueléticos y neurocerebrales que  se habría mantenido con pocas modificaciones desde los primeros Homo erectus hasta su fijación actual en los sapiens probablemente desde los últimos 70.000 años. Olvidándonos de las consecuencias o aportes progresivos o, no tan progresivos, que la revolución agrícola ha desencadenado en los últimos milenios, tanto la revolución científica como muy especialmente la industrial, se han movido en la esfera del paradigma maquínico/energético o si se quiere de las prótesis físico/cultural/tecnológicas o socio/tecno/energéticas avecindadas o siendo acompañadas por la metáfora de las “Huellas en la playa de Rodas”[28]

Este paradigma en esencia, maquínico/energético/analógico, desde los artefactos y herramientas más simples hasta los más complejos de la cercana/superada actualidad posindustrial, habría presidido y protagonizado toda la evolución de las sociedades humanas hasta nuestros días. Sin embargo, desde las últimas décadas del pasado siglo se ha ido consolidando un nuevo paradigma tecnológico de estructura computacional/digital que yendo más allá de lo estrictamente socio/físico/maquínico supera los modelos de prótesis de prolongación energética para convertirlas en prótesis neuro/digitales o de prolongación cognitiva/neural. Asimismo, el cuerpo que parece otearse para un futuro probablemte, mucho más cercano de lo que pensamos, va a ser un cuerpo diferente; un cuerpo en el que se mezcle lo biológico con lo tecnomaquínico en trayectorias heredadas desde las miradas médicas de la Ilustración – sustentadas por la semiótica directa de los sentidos – hasta las nuevas miradas biotecnomédicas en las que el ojo endoscópico y la tomografía de emisión tocan/ven y, nos acercan a cuerpos de alguna manera diferentes a los visualizados a través de las herramientas del XVI y del XVII con el escalpelo de Vesalio el microscopio de Jansen y la anatomía microscópica de Malpighi más la superación de la fisiología galénica del equilibrio humoral. La clave significante reside en que esos cuerpos hasta ahora, cuerpos unitarios/tangibles se recrean en cuerpos “líquidos” en sociedades líquidas (Bauman, 1999) cuerpos dígito/virtuales. Las técnicas de imagen por muy perfeccionadas que sean, utilizadas en la actualidad, siguen trabajando sobre la misma estructura anatómica del hombre anterior al neolítico. En muy pocos años, no más de ciento cincuenta, esa estructura corporal y fundamentalmente su soporte societario puede que pueda dar paso al inicio de modificaciones estructurales que alumbren una corporeidad integrada por elementos y dispositivos híbridos en los que los saberes tradicionales de la modernidad sobre células, tejidos, órganos, aparatos y sistemas deban ser completados/liquidados a través de lo biotecnológico y la robótica, de modo que los cuerpos no van a ser unitarios, sino constituidos – en principio – por una mezcla de dispositivos tecnobiomaquínicos a medio camino, entre el humano sapiens y el robot[29] 

Estas posibles/seguras lecturas del cuerpo en el futuro próximo, quizá nos puedan permitir esbozar algunas interrogaciones sobre la posibilidad de estar en los umbrales de una nueva revolución cognitiva que transforme la hasta ahora, humanidad/sociedad de los sapiens en otra, en la que el linaje humano se iría disolviendo en un organismo tecnificado y particularmente asentado en un medio virtualizado[30]. En este horizonte teñido de premoniciones y dudas ya el lúcido Don Santiago Ramón y Cajal nos advertiría en su revelador prólogo a la Evolución super-orgánica que:

“Faltan datos anátomo-fisiológicos para averiguar cómo un órgano perfeccionado por adaptación a las condiciones del medio puede influir sobre el cerebro, para que éste, a su vez, modifique las células germinales” [31]

Sin entrar en los más cercanos – y probablemente discutibles –  antecedentes marcados por las aportaciones de la sociobiología de los años 70 de la pasada centuria[32]

A pesar, de los nuevos y sugestivos referentes epistémicos que sostienen el tronco basal de las neurociencias, puede que al final, nos  movamos en un campo discursivo  no excesivamente diferente – salvo en su asiento tecnológico – al que conmovería el mundo científico y cultural occidental desde las primeras décadas del XIX hasta las del bien entrado el novecientos. Esto es, la polémica y las controversias sobre creacionismo versus transformismo, más las relaciones/oposiciones entre lo biogenéticamente innato y lo adquirido/construido  socioculturalmente,  pergeñadas ya, desde la Ilustración por los posteriores ideólogos de la Convención[33] más los ingenuismos interesados/condicionados de Auguste Comte y Herbert Spencer que tendrán en lo obra de Charles Darwin – a pesar de su polisemia – referentes y cimentados científicos más robustos y hoy por hoy, indiscutibles en lo esencial – aunque posiblemente revisables en el futuro- En definitiva, una mezcla de constataciones, ilusiones, simplificaciones y convicciones  que irían depositando en la ciencia mitologías de progreso social indefinido, intentando proyectar hacia las sociologías – como lo hizo el positivismo – idénticas certitudes  y espejismos, que en las ciencias físico-naturales.

De cualquier manera, el asunto de fondo y, en particular para la sociología y los sociólogos, residiría en los aspectos exocerebrales[34] que han estado continuamente relacionados con la construcción y la arquitectura de la cognitividad/sociabilidad del Homo sapiens[35]. Lejos de cualquier ingenuismo unilineal/progresivo, lo cierto es que, desde un complejo rizoma histórico rellenado con semitonos lejanos y recientes, la sociedad de los humanos ha construido desde la Ilustración, por lo menos como relato, un corpus/canon ético/doctrinal asentado sobre valores que, modernamente se consolidan en los conceptos de solidaridad, democracia y ciudadanía, de tal manera, que no se trataría tanto de conocer y constatar los componentes o aspectos anatómico/neurocerebrales que puedan introducir nuevas lecturas o, sencillamente completar/enriquecer, comportamientos e instituciones sociales como pretenden – seguramente con toda legitimidad – algunos neurosociólogos sino de introducir y adecuar dispositivos reflexivos/operativos que asentados sobre esa herencia bio/socio/humanística, desde la que repetimos, se ha construido nuestra “sapiencia” y nuestra arquitectura cerebro/cultural desde hace miles de años, se puedan preservar, conservar y recrear en ese presente/futuro de perfeccionamientos bio/neuro/tecnológicos los valores y la ética de nuestra especie; el humanismo de lo humano. A pesar de plantearlo desde un tiempo socio/tecnológico diferente, ese puede ser el legado que Enrique LLuria nos deja en toda su obra y que, con las ilusiones/ingenuidades y probablemente, el fervor militante evolutivo/positivista de muchos intelectuales en los inicios del pasado siglo, condensaría en sus dos escritos protoneurosociológicos de 1905 y 1906: Evolución super-orgánica y la Humanidad del porvenir.

Y todavía más: en lo que se refiere a la salud de las gentes; las reflexiones de Lluria sobre la salud/enfermedades de los trabajadores vertidas en su primer escrito significativo de 1898, El medio social y La perfectibilidad de la salud como casi toda la bibliografía y la cultura de la industrialización sobre la salud de los trabajadores nos puede dar claves y rutas epistémicas para nuevas lecturas en la actualidad/futuro de la sociedad digital. Lecturas hasta hora efectuadas desde la máquina y la fábrica que necesitarán ser actualizadas desde las nuevas tarimas de la neurorealidad y las tecnologías líquidas de la producción y de la precariedad laboral y ciudadana.

En suma, se trataría de enfrentarnos al reto de la reconstrucción/preservación desde la decencia democrática de una ciudadanía digna, con bienestares compartidos que, aunque heredera de la asentada sobre soportes referenciales tecno analógicos, lo sea ahora desde referentes digitales.[36]

Una de las referencias neuronales a las que la neurosociología otorga una especial significación/derivación psicosocial son las neuronas espejo (1996)  relacionadas/relacionables con la imitación y la empatía humana que la mayoría de neurosociólogos la consideran como un significativo constructo de la solaridad y el apoyo mutuo/comunitario. Descubrimiento que siendo sin duda relevante, no nos parece un aspecto estructural lo suficientemente robusto para determinar un papel basal en los comportamientos y relaciones de los humanos entre sí. A medida que las tecnologías de visualización digital del cerebro humano (IRM, TMS, PET.) vayan siendo más finas y potentes tendremos con toda seguridad, acceso a una mayor información sobre el mapeo y funcionalidad neuronal. Pero esto, no será más que un conocimiento fisico/químico sobre la compleja activación de las redes neuronales que no supone otra cosa que un orden de funcionalidad exclusivamente bio/orgánico desde el que con toda seguridad vaya apareciendo multitud de nuevas evidencias sobre el tejido nervioso. Pero eso, es solamente carne, es función y vida biológica, es en suma, confundir cerebro con mente, laringe con lenguaje, repicando la simplicidad – no obstante iniciática – del enfoque cartográfico de Brodmann y Broca confundiendo la carne con la piedra[37] de la vida humana, que fundamentalmente es vida de/en la ciudad y la tierra; es vida social y humana. Nunca, aparte la plasticidad neuronal, no nos podemos olvidar que la modulación de lo humano no es solamente biológica, lo biológico es solamente soporte, soporte necesario y seminal, pero soporte cuerpo, diabólicamente complejo de activaciones e interacciones de sistemas orgánicos que son capaces de desarrollar mente, consciencia y lenguaje solamente en un singular linaje de antropoides, los humanos con sapiencia. Su construcción y evolución a partir de su azarosa complejidad se ha realizado durante millones de años en interrelación con sistemas exocerebrales. El lenguaje como la solidaridad/empatía de los sapiens es fundamentalmente el resultado de una historia humana conseguida en interacción con otros humanos, una increíble y relativamente rápida – y a la vez, lenta – construcción socio/humana imposible de entender y existir sin su cimentación biológica pero también de imposible comprensión sin su construcción histórico/social.

Por eso, el emergente enfoque neurosociológico, como probablemente la ya vieja biosociología, o los diseños lombrosianos y frenológicos pueden presentar trampas, bucles, cortocircuitos epistémicos, que camuflen lo social, posiblemente porque lo social remite siempre a la obscenidad e injusticias de la ciudad. Y a pesar de estas trampas y quizá por algo no pensado por los bruñidores de la disciplina, la mirada y la reflexión neurosociológica se nos presenta como algo más que la interconexión y la búsqueda de claves cerebro/bio/evolutivas en el comportamiento social. Puede que esto fuese lo pertinente hace 50 o 30 años cuando se fue pergeñando la disciplina, pero en el hoy/futuro de las primeras décadas de nuestro siglo, lo neuronal puede adquirir derivaciones que aunque oteadas, no presentaban las posibilidades y características actuales y especialmente, las que se constituyan en las cercanas/próximas décadas y que pueden dar a lugar modificaciones profundas no solo en la sociabilidad sinó en la misma estructura biológica. Para nosotros, la neurosociología no sería más – que no es poco – que una oportunidad para la reflexión por el cómo de nuestro futuro evolutivo al que irremediablemente nos veremos avocados en el transcurso de nuestro siglo y en donde presumiblemente se entrecruce un nuevo darwinismo social con las biopolíticas ansiosas de un neoliberalismo instalado como apuntaba Habermas (2001) únicamente en la moralidad de la oferta y la demanda que pueda incluso, ningunear nuestra herencia democrática. En suma, una nueva/sugestiva propuesta bio/naturalista que introduzca una vez más perspectivas reduccionistas en la comprensión del desarrollo ético/biogenético del linaje humano.

Abundando en el asunto, la cuestión estaría en que esta naciente neurosociología está soportada desde una estructura neuronal que desde su conformación filogenética en los 2 o 3 millones de años que marca el salto de los australopitecus a los humanos arcaicos habría   permanecido en lo estructural sin grandes cambios, salvo los aspectos cuantitativos relacionados con el número de neuronas y la funcionalidad sináptica. En general, podríamos decir que su desarrollo se ha producido – aparte los condicionantes e interrelación exocerebral – según pautas evolutivas endógenas en el sentido biológico. Desde un punto de vista tecnomaquínico nunca la mano del hombre había tocado el cerebro en su estructura profunda. Solamente con prácticas quirúrgicas más o menos groseras como las trepanaciones o la lobotomía. El acercamiento a la neurona y a su arquitectura funcional ha sido hecho solamente a través de la mirada. Inicialmente desde el microscopio, la EEG y últimamente con las tecnologías IRM TMS o PLT. Podríamos decir que la neurona y su sustrato genético se han mantenido sin tocar por la tecnología humana; solamente se la ha mirado. En la actualidad la investigación biogenética/embrionaria con la intervención sobre el genoma humano y las ya posibles utilizaciones de prótesis neuronales

Para nosotros, la reflexión neurosociológica es como una oportunidad para la comprensión de nuestro futuro cercano más, que como sapiens, como humanizados. Aristóteles, al que su potencia reflexiva se le escapaban pocas cosas, posiblemente alguna razón pudo tener con su enfoque cardiocéntrico como contrapunto a la frialdad/neutralidad fisico/química del cerebro humano, remitiendo emociones, temples y consciencias a un órgano caliente, como el corazón, enormemente sensible a pulsiones socioemocionales y psicosociales que curiosamente, responde precisamente a los tensionamientos de un sistema nervioso autónomo y de alguna forma exocerebral. El cerebro supone una gran neutralidad emocional; es más, el cerebro no tiene emociones. En el fondo no es más que un manual de gestión e instrucciones, un cuadro de mandos biológico a nivel celular y bioquímico, mientras que el corazón sufre. Inerva con el sistema limbo/simpático y éste a su vez, inerva con lo social, con lo humano. Las células espejo teniendo como toda urdimbre neuronal, una función bio/gestora nunca, por si solas, puede ser el único dispositivo para entender algo tan singular como puede ser la robustez/fragilidad emocional y psicosocial de la solidaridad/empatía humana. Su lugar en el proceso general de la teoría de la evolución es radicalmente diferente a los juegos empáticos de despiojamiento de los bonobos. La empatía de los simios y otros mamíferos es solamente una práctica de cohesión grupal congénita y evolutivamente eficiente. La empatía humana, con las mismas neuronas espejo, es por el contrario historia. Sin duda, un dispositivo evolutivo pero construido e implementado histórica y psicosocialmente desde hace miles de años.


[1] Por ejemplo, las tentaciones de las tecnologías DPI de diagnóstico de preimplatación en su modalidad reconstructiva o las fantasiosas perspectivas del Proyecto Gilgamesh que probablemente no entiende que conseguir la inmortalidad es matar la vida, y con ella toda la construcción de los valores que sustentan lo humano.

[2] Tiempo difícil de fijar para la paleoantropología actual pero que sería el resultado de un complejo recorrido rizomático – los especialistas dirían en mosaico – desde el que algunos autores sitúan sus orígenes más lejanos hace unos 3 o 2 ma cuando se inician las diversas rutas evolutivas de los homininos – como humanos arcaicos o presapiens – en el Pleistoceno medio, hasta las constataciones de recientes descubrimientos arqueológicos – en Marruecos, Etiopía e Israel, con dataciones entre los 300.000, 195.000 y 180.000 años – que aparecen apuntar a individuos muy cercanos al Homo sapiens del Holoceno. De cualquier manera, parece existir unanimidad en considerar la datación aproximada de los 150.000 años como una fecha modal probablemente segura para la existencia del Homo sapiens en África y sus futuras migraciones hacia Eurasia en diversas oleadas entre los 130 y 60.00 años

Vide, Roberto Sáez: Evolución humana, Prehistoria y origen de la compasión, E. Almuzara, 2019

Antonio Rosas: Los fósiles de nuestra evolución, Barcelona, Ariel, 2019

[3] Como envoltura semántica de la conciencia, de lo cognitivo y lo simbólico y como algo necesariamente soportado desde lo biológico/material por las estructuras neuronales y cultural/exocerebrales.

[4] Como el nebuloso Homo antecesor de Atapuerca (900.000 años) con un volumen craneal de unos 1.000 cm3 al que la seguirían en la escala temporal el Homo rhodesiensis (600.000 años) y un volumen craneal de cerca de 1.325 cm3 más el  hombre heidelbergensis (400.000 años) con una capacidad cerebral de entre 1.100 hasta 1400 cm3. Humanos arcaicos que desde los heidelbergensis darían lugar a los neandertales en Centroeuropa (150.000 años) y cerca de 1.600 cm3. Desde los rhodesiensis y en África, hace aproximadamente 200.000 años tendríamos a los primeros humanos totalmente modernos desde el punto de vista anatómico y posiblemente cognitivo, que darían lugar al linaje de los actuales sapiens sapiens.

Vide, T.J. Crow: La especiación del Homo sapiens moderno, Madrid, Triacastela, 2005

Sergio Ripoll López: Prehistoria I, Madrid UNED, 2010

Joaquín Rodriguez Álvarez: La civilización ausente, Gijón, Ed. Trea, 2016

Francisco Rodriguez del Valle: Orígenes del hombre, Madrid, Biblioteca Nueva, 2017

Peter Watson: Ideas, historia intelectual de la humanidad, Barcelona, Crítica, 2006

[5] Como los últimos descubrimientos proporcionadas por la Sima de los Huesos de Atapuerca, con numerosos restos fósiles prehumanos modernos  de más de 400.000 años de antigüedad

[6] Aunque en los últimos años van siendo muchos los científicos que consideran a los neandertales como parte del linaje de los sapiens

[7] Fijar fechas más o menos concretas y estables para establecer esta especie de tiempo cero a partir del cual somos Homo sapiens es un poco como intentar conocer los “Caminos del Señor”. Cada pocos años nos vemos sorprendidos por nuevos descubrimientos arqueológicos y novedosas herramientas de datación como la secuenciación molecular de la que no se escapan ni vivos ni muertos. En la actualidad la cifra de corte estaría aproximadamente entre los 300 y 150.000 años pero, probablemente de aquí a dentro de una década se hablará de medio millón de años.

[8] E. Lluria: El Medio Social y la Perfectibilidad de la salud, Madrid, Establecimiento Tipográfico de Fontanet, 1898, p.9

[9] Lluria en su primer e inacabado libro El medio social y la perfectibilidad de la salud (1898) parece diferenciar la obra divina de la creación con su adulteración por las instituciones religioso/eclesiales

“…La Religión proclama que el mundo es obra de Dios, y en vez de tratar de comprender su obra para honrarle y aprender nuestro destino, esa misma religión ha prohibido que se interpreten las leyes naturales, que para ella debían ser divinas; la lógica más elemental dice que la Divinidad no puede equivocarse y que los sentidos y la inteligencia se los ha dado al hombre porque en su obra, que es perfecta, está la solución de todos sus problemas…” (op. c. p. 66)

[10] op. c. p. 60.

[11] op. c. p. 73

[12] Johann Peter Frank (1745-1821) un médico austroalemán al que se puede considerar como el creador de la medicina público/social europea a partir de su voluminoso “System einer Medicinischen Polizey” (1779-1819) y su histórica conferencia de 1790 en la Escuela de Medicina de Pavía con el título “De populorum miseria, morborum genetrice

[13] Entre los trasterrados tendríamos – al hispano guatemalteco  Luis Recaséns Siches (1903-1977)  diputado en las Cortes constituyentes republicanas españolas o sociólogos de casta, afincados en el exilio mexicano como el gran maestro de sociólogos Medina Echavarría (1903-1977) o el prolífico Francisco Ayala (1906-2009) autor de un sustancioso/premonitor escrito sociocrítico sobre las ciencias/tecnologías (Tecnología y libertad, 1959) En términos semejantes estaría también otro olvidado de nuestra memoria sociológica como el hispano portorriqueño Eugenio María de Hostos (1839-1903) con su Tratado de Sociología (1904) de clarísimo contenido krausopositivista o, autores muy anteriores también trasterrados en su propia tierra como Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) con su Carta sobre el origen y costumbres de los vaqueiros de alzada (1782) el  informes sobre la Ley agraria (1787) el Estudio de las ciencias (1797)  o la Reforma de cárceles y hospitales (1768 y 1778) para continuar en el  tiempo del Trienio con el segoviano Toribio Núñez Sessé (1766-1834) introductor de Bentham Y Kant en España en sus escritos Sistemas de las ciencias sociales (1820) Principios de ciencias sociales (1821) y Ciencia social (1835) más Álvaro Flórez Estrada (1765-18539 que en 1814 publica un Plan para formar la estadística de la provincia de Sevilla que es todo un madrugador programa de sociodemografía o incluso, remontarnos al propio Juan Luis Vives (1492-1540) al que con la excepción de Joaquín Costa (1898) o Luis Saavedra (1991) no se le habría valorado como un antecedente excepcional en los recorridos de la sociología española y europea al que probablemente, habría también que añadir a otro pionero ya posterior y relacionable con el socialismo utópico como el paradójico Ramón de la Sagra (1798-1871) que alternaría estudios economicosociales con los sociodemográficos y demoscópicos en fechas tan tempranas como 1831 y 1840, acompañados de las primeras – quizá, exceptuando el Manual de Higiene (1831) del Dr. Ignacio Pusalgas –  observaciones – por cierto justificativas del orden y la estabilidad fabril – realizadas en España sobre las condiciones de trabajo en la industria textil catalana (1842) adelantándose a las aportaciones de los médicos higienistas como Pedro Felipe Monlau (1847 y 1856) Font i Mosella (1852) o Joaquín Salarisch (1858) El caso de La Sagra, que con toda seguridad haría sociología – mucha más sociología que su casi coetáneo Donoso Cortés – nos ratifica de sobra en nuestra opinión de que la mirada sociológica no es ni ha sido nunca, cosa de progresistas, liberales o revolucionarios. En fin, como me comentaría hace tiempo el profesor Lorenzo Navarrete (seguramente parafraseando al Carlos Moya, de Sociólogos y sociología (1970)  la sociología no sería otra cosa que: “lo que hacen los sociólogos”, de tal manera que, precisamente, por no considerarse como sociólogos se hayan velado figuras que incluso sin saberlo ni pretenderlo hicieron sociología desde la política, el periodismo, la literatura, el derecho, las ingenierías, la medicina e incluso la milicia y por supuesto, la militancia socialista y anarquista (Vera, Verdes Montenegro, Urales/Montseny, Gustavo/Mañé, Mella, Tarrida, Lorenzo…) A modo de pequeña minuta tendríamos como muestra al diputado Práxedes Zancada y Ruata (1879-1936) al general José Marvá y Mayer (1846-1937) el periodista Manuel Ciges Aparicio (1873-1936) o los ingenieros como Ildefonso Cerdá (1815-1876) que realiza uno de los primeros informes estadísticos sobre la alimentación y condiciones de vida de los obreros de la Barcelona de 1856 y  Cesar de Madariaga (1891-1961) que posteriormente, desde el INP desarrolla y fomenta, numerosos estudios sobre las condiciones de trabajo e higiene industrial.  Para terminar, esta mínima nota de la memoria sociológica española no podría concluir sin hacer mención a las aportaciones presentadas por los informantes que respondieron a las peticiones emanadas de la Comisión de Reformas Sociales (1883) publicadas entre 1889 y 1890; muestras también a menudo olvidadas, de esas sociologías fronterizas/olvidadas. Consideraciones sin embargo que no impedirían el consenso habitual sobre lo que estricta y profesionalmente se ha venido en considerar como sociología en cuanto mirada sobre acontecimientos fácticos – hechos y realidades – en las sociedades occidentales que se van consolidando – recordemos al Arboleya de la década de los 50 – a partir de las revoluciones de 1789 y 1848. De ahí incluso, una segunda derivada que nos puede llevar a pensar que esta primera sociología académica de la sociedad industrial/posindustrial centrada en el conflicto, el orden, la productividad y, por qué no, en la revolución, estaría en vías de agotamiento; abriendo caminos – como por ejemplo los posiblemente  representados por la sociología clínica y la neurosociología – a sociologías para una sociedad paradigmática trasformada por una nueva revolución cognitivo/tecnológica que, desgraciadamente se verá acompañada de nuevos formatos de exclusión.

[14] Op c. (2ª versión en español de 1972) pp 227 y ss. Alterando la versión original al cambiar filosofías por sociologías.

[15] Vide, Pedro de la Llosa: La alquimia y la química, lo sublime y lo terrenal Barcelona Ed del Serbal 2005

[16] Recuerdo mi acomplejamiento profesional cuando por allá en los primeros 70, comentaba que como sociólogo (formado en CEISA y la EHECS) no me dedicaba a diseñar encuestas ni dar clases de sociología sino que trabajaba con grupos de discusión y además, en ámbitos no santificados académicamente como eran los “del consumo y mercado” y para escarnio de progres a lo Marta Harnecker, en  una burguesísima y multinacional agencia de publicidad. Una práctica en esos años no muy conocida y valorada por los sociólogos académicos españoles, muchos de ellos – la mayoría- doctorados en económicas, derecho o filosofía y letras, sin mucho conocimiento de la obra de Dilthey, Weber o los interaccionistas de Chicago y no digamos del Deleuze de La lógica del sentido (1971) cuya magnífica y dificultada –casi clandestina – traducción al castellano realizada por Ángel Abad  en el penal de Soria fui testigo y seguidor entusiasmado.

[17] Y para ello, no era ni siquiera necesario situarse al margen del paradigma ortodoxo. La cuestión era atreverse a interrogar la realidad; mirar a la naturaleza o a las gentes y, fundamentalmente preguntar/inquirir, escuchar/mirar. En esta línea se situarían los incontables interrogatorios y relaciones que desde el descubrimiento de América desarrollaron misioneros y jurisconsultos españoles verdaderos adelantados de la etnología y posterior antropología social, como  Pedro Cieza de León (1520-1554) autor de una Crónica del Perú (1553) al que seguiría el interrogatorio/encuesta de Juan de Ovando y Godoy (1530.1575) de 1569 con un cuestionario de 37 preguntas, o las Informaciones “interesadas·”  del virrey del Perú  Francisco de Toledo en 1570 seguido de  Lope de Atienza (1537-1596) con un Compedio historial del estado de los  indios del Perú (1572), el franciscano Fr Bernardino de Sahagún(1499-1590) en  su Historia general de las cosas de Nueva España (1577) ejemplo pionero de un verdadero trabajo de campo socioetnológico. Todos ellos, en sus diferentes tonalidades, se pueden considerar como escrituras realmente protosociológicos promovidas unas veces desde la Corona ya en tiempos de los Reyes Católicos hasta Felipe II y otras, desde los intereses misioneros de las propias instituciones religiosas y que más tarde darían paso – en clave cameralista –  a las Relaciones topográficas (1574) de Felipe II, y los catastros y amillaramientos de Ensenada (1749) Aranda (1768) y Floridablanca (1785) en tiempos de Fernando VI y Carlos III.

[18] Incluso personajes poco – aunque no para la Inquisición en el caso de Hervás – sospechosos como el jesuita Lorenzo Hervás y Panduro (1735-1809) diseñaría en su voluminosa “Historia de la vida del hombre” (singularmente en el tomo V de 1798) – consideraciones desde las  que se atreve a criticar el determinismo climático de Montesquieu – o en su carta a Ponce de León “Sobre el tratado del hombre en sociedad” (1805) con algunos contenidos de discreto enfoque antropológico en los que parece introducir criterios  que se acercarían a la interconexión entre lo biológico y lo social así como su oposición – en el apuntado Tomo V –  al determinismo etio-patológico de la teoría de las constituciones como doctrina hegemónica del ambientalismo ilustrado. De cualquier manera, el asunto no respondería tanto al fondo ideo epistémico de la interrogación, ya que todos, incluido Darwin y, con la excepción de Lamarck y Haeckel, admitírían el finalismo/designio creacional, como a la estructura de la indagación y muy especialmente, a los epistemas de referencia utilizados desde la autoridad aristotélica/tomista o desde la mirada de la experiencia baconiana. Maneras de preguntar desde la teo/metafísica o desde la razón sobre la” carne y la piedra”– parafraseando otra vez más a Richard Sennett (1994)- que desde los erasmistas – pasando por los novatores –  a los naturalistas ilustrados de las Sociedades económicas de amigos del país  bordeaban los argumentos de autoridad y que lentamente ya, con los primeros antropólogos de la saga de 1865, y los posteriores krausopositivistas de 1876 constituirían el minoritario – muchas veces solo esbozado entre líneas –  pero también sólido abonado científico español. En estas trozas nos encontraremos con el paradójico y precartesiano Gómez Pereira (1500-1558) de la Antoniana Margarita (1554) u otro precartesiano como el desconocido filósofo hispanoportugués Francisco Sánchez (1551-1623) con su De multum nobiliet prima universali scentia (1580) el Miguel de Sabuco de la Nueva filosofía de la Naturaleza del hombre (1587) Pisando la mediana del XIX, tendríamos a los primeros antropólogos españoles como  Francisco Fabra Soldevilla (1778-1839) a partir de su – por otra parte correctamente conservadora –  Filosofía de la legislación natural fundada en la Antropología (1838) y con el Ensayo  sobre la perfección del hombre (1842) del Dr. José Jorge de la Peña (1805-1888) más, la Antropología (1844) de José Varela de Montes (1796-1868) en que citando a Bacon y Cabanis aboga por la construcción de una ciencia del hombre desde el estudio y conocimiento del Universo de modo “que las propiedades, las fuerzas y las leyes que todo lo armonizan  aparecieron al mismo tiempo que la materia de donde emanan …”(Op cit Tomo I pág. 8)

[19] Vide, cita de Spencer en su Sociología

[20] Enrique LLuria: Evolución super-orgánica, la naturaleza y el problema social. Barcelona Casa editorial Maucci, 1930 ¿? pp. 19-20. Aunque conocemos la primera edición de la Librería de Fernando Fe (Madrid 1905) hemos utilizado para nuestras citas y trabajo esta de Maucci de los años 30 por las notas editoriales que introduce a todo lo largo del texto de inspiración claramente libertaria como era la sensibilidad mayoritaria de esta editorial barcelonesa.

 

[21] O una neurosociología que en muchas ocasiones se puede convertir o simplemente entender como neuropolítica y que probablemente sea en los próximos años utilizada como un dispositivo de reconducción biopolítica.

[22] Más allá de lo que entienden los psicólogos cognitivos como superación del conductismo.

[23] Como los homos arcaicos de Atapuerca, aunque algunos autores como por ejemplo Noach Harari (2013) apuntarían a un proceso que se inició solamente hace 150.000 años para consolidarse tan solo hace unos 70 o 60.000 años.

[24] Nuestra impresión es que la denominada Revolución Agrícola como domesticación de animales y plantas estaba de alguna manera contemplada o iniciada desde algunos milenios atrás por las sociedades de cazadores recolectores. Tanto estas sociedades del paleolítico medio y superior como las del neolítico partían de un compartido andamiaje cognitivo/anatómico/cultural, basado en un lenguaje articulado y no solamente referencial sino enriquecido por complejos dispositivos sintácticos, lógicos y mítico/simbólicos expresados por un amplio surtido de comportamientos, ritos, expresiones, habilidades sociales y artístico/culturales a las que podemos considerar promovidas por una potente Revolución Cognitiva presumiblemente iniciada muchos miles de años antes de los 40.000 – 30.000 años que señalan los restos arqueológicos con que contamos en la actualidad. De cualquier manera, antes que hablar de dataciones fijas para la Revolución cognitiva habría que considerar siempre estos acontecimientos que tienen lugar en el tiempo prehistórico/arqueológico como un proceso. Así, Peter Watson considera la Revolución cognitiva como un acontecimiento de largo recorrido entre 250.000 y 60.000 años en donde la posesión de un verdadero comportamiento simbólico realmente desarrollado no se daría hasta los 60.000 o 40.000 años. Vide, Peter Watson: Ideas, Historia intelectual de la Humanidad, Barcelona, Crítica, 2006, 46-47.

[25] Aunque en los últimos años (David Reich, 2016) se estarían manifestando opiniones relativas a la consideración de los neandertales como una especie de sapiens cohabitantes y coencontrados con el sapiens africano

[26] Referencias en Frank R. Wilson (1998) Merlin Donald (1991) y Henry PLotkin (1993)

[27] Según la frase acuñada por el paleontólogo norteamericano Ian Tattersall (2012)

[28] Nos referimos a la obra homónima de Clarence J. Glacken (1967) una sugestiva reflexión sobre las relaciones e influencias entre naturaleza y sociedad cuyo conocimiento y lectura debo a uno de mis maestros Alfonso Ortí, otro más, de los sociólogos fronterizos españoles

[29] Reflexiones realizadas por nosotros al hilo de la lectura de un sugestivo artículo del profesor Antonio Campos Muñoz (2013) titulado: El Cuerpo humano entre la Ilustración y el Romanticismo contenido en la obra colectiva coordinada por Blanco Villero y García-Cubillana: Salud y enfermedad en las Cortes de Cádiz, Universidad de Cádiz, 2013

[30] Pensamos una vez más en la complejidad de las conexiones mano-antebrazo-cerebro-medio, y en las implicaciones que supondrían la sustitución de una mano analógica por previsibles manos/artefactos digitales en un espacio tiempo virtual y que previsiblemente puedan alterar la estructura neolítica del cabreado neuronal humano.

[31] Op. cit. Pág. 14

[32] Y muy especialmente reflejados en la obra de Edward Osborne Wilson: Sociobiology, The New Synthesis (Harvard 1975)

A propósito sobre la acuñación del término “sociobiología” últimamente, nos hemos visto gratamente sorprendidos a partir de nuestros inveterados rastreos bibliográficos por una cita del sociomédico catalán Ignacio Valentí Vivó (1841-1924) que cita el término biosociología en una memoria presentada a la Academia de Ciencias y Artes de Barcelona bajo el rótulo “Evolución histórica de la medicina”(1923,4)

 

[33] Junto a la obra de Buffón y Lamarck habría que señalar la aportación de Condorcet en su Bosquejo de los progresos del espíritu humano (1793) a propósito del potencial “realmente indefinido “en el perfeccionamiento de las facultades humanas e incluso el Cabanis de “Rapports de physique et du moral de l’homme” (1802) con la idea de la perfectibilidad del hombre y su consideración como parte de la unidad de la naturaleza

[34] Y en gran medida cerebrocentristas o últimamente genocentristas, olvidándonos de las complejas y potentes conectividades e interralaciones de lo biológico y lo cultural que parecen estar apuntando a la superación de la simple circuitería cerebral; lo que Frank R: Wilson (1998) denominaría “la perversión cefalocéntrica

[35] Vide, Roger Bartra: Antropología del cerebro, Valencia Pre-Textos, 2006

[36] Una lúcida contribución a los retos de las nuevas tecnologías de la comunicación/cognición en su relación con las ciencias sociales y la política la podemos encontrar en Franco Berardi: Fenomenología del fin, sensibilidad y mutación conectiva; Buenos Aires 2017.

[37] Seguimos citando a Sennett (1994); nos encanta su polisemia.

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