SOBRE SOCIOLOGÍAS DEL AYER, DEL HOY, Y DEL MAÑANA

SOBRE SOCIOLOGÍAS DEL AYER, DEL HOY, Y DEL MAÑANA

En ocasiones algunos sociólogos nos hemos preguntado, ¿para qué demonios sirve? esta espacie de saber, decir y escribir al que un abate metido a político acuñara a finales del XVIII con el rótulo de sociología…probablemente este cura sin confesionario, Enmanuel-Joseph Sieyès, nunca pensaría en construir ningún saber científico más allá de algo, que podía hacer entender el peculiar modelo de sociedad que se estaba instalando en Francia desde el protagonismo y el poder de un Tercer Estado que, en menos de un año, se estaba convirtiendo en un Primer Estado inaugurando, un modelo de socialidad sustentado realmente desde el dinero aunque sustituyera poderes y privilegios de sangre y clerecía. Casi 40 años más tarde un instruido politécnico Auguste Comte, posiblemente sin conocer o preocuparse por entonces que, un olvidado cura se le había adelantado, remachó e introdujo en la literatura de los saberes de la modernidad del Capital, el término sociología; saberes que, como buen politécnico no eran otros que, los de las ciencias físico-naturales …menudo enredo. Un saber/conocer, bamboleado entre la política de la vieja República de Platón, las heredades republicanas de 1789, y la necesaria matematización de las nuevas ciencias del positivismo…a continuación, unas pocas décadas más tarde, un caballero británico amparado por un naturalista intentaría biologizar la sociología al considerar ésta, como un saber sobre una sociedad que era, un organismo más, en toda la trama de la Naturaleza. En suma, un saber o una pretendida ciencia que interesadamente se quería olvidar, que esa sociedad mecanismo u organismo, estaba habitada por muchos, muchísimos hombres y mujeres que, solamente pretendían sobrevivir…por esos tiempos un filósofo y periodista alemán que nunca, ni en sueños se consideró sociólogo ni jamás, puso negro sobre blanco el neologismo sociología, hizo, desarrolló, una sociología sin sociología, sencillamente mirando y queriendo ver las realidades de una sociedad construida desde el poder, dominio y ciencia de unos pocos que, también a su vez, era un saber sociológico… por nuestros pagos y, como siempre, con nuestra particular excepcionalidad pero al mismo tiempo con ritmos no muy diferentes a los foráneos, se irían esbozando los senderos desde los que, ya, a finales del XIX, se iría construyendo la sociología española; una sociología que posiblemente nunca fue estrictamente española aunque, si lo sería otra sociología fronteriza y de barricada representada y expresada desde el militantismo anarquista e, incluso escrita en 1869 por un obrero del arte de imprimir barcelonés, Rafael Farga Pellicer y que, remacharía otro anarquista, Joan Montseny (Federico Urales) en 1896… Al hilo de las libertades de 1868, y de la mano del posterior krausopositivismo de la ILE, y de instituciones liberales como el Ateneo de Madrid y su Academia de CC. MM. y Políticas surgiría una cierta y titubeante -y, en ocasiones confusa-, sociología que, posiblemente se olvidaba que en España existían patentes diferencias, desigualdades e injusticias entre los que poseían todo y los que solamente poseían un poco de sus cuerpos.

Con Urbano G. Serrano, Vicente Colorado, Santamaria de Paredes y con Don Manuel Sales y Ferré seguido por Don Severino Aznar y Don Adolfo G. Posada se iniciaría la endeble institucionalización de la sociología en España. Una sociología que solamente era saber, y muy pocas veces práctica y singularmente sin que, el capital de fabricantes de trapos, dinero y mercaderías junto al poder de oligarquías y caciquismos se percatasen del poder “productivo” de esos saberes que, incluso inicialmente estuvieron bajo sospecha. Desde ahí, un recorrido más o menos académico, con las excepciones de la Comisión de Reformas Sociales (1883) y el posterior Instituto de Reformas Sociales (1903) que ya sabían que, en nuestro país existía una candente “cuestión social” y una posible sociología como herramienta y praxis operativa que, podía ser algo útil para agarrar de manera armónica científica y civilizada, la situación de las finamente llamadas clases jornaleras. Incluso desde la astuta clerecía, algún canónigo inteligente, plantearía – y, por qué no-, su particular diseño de una sociología cristiana. Mientras tanto, y entre Sales y Ferré y Echavarría, figuras imprescindibles para entender de dónde venimos: Costa, Posada y Ortega

Al final, un golpe de estado contra una República que, quizá no la dejaron o no la dieron tiempo para ser una verdadera Res-pública, cercenó todo un recorrido que iría perfilando una cierta sociología española. El Ortega semitransterrado los Echavarría, Recasens, José Gaos, Francisco Ayala junto a Germain y Mercedes Rodrigo o Madariaga, desde la psicología social, absolutamente transterrados y después olvidados en nuestras pomposas Facultades de Sociología.

Su reconstrucción sería un camino inundado de meandros, guadianas y arcos de ballesta surgidos desde las propias arpilleras del Régimen. El Instituto de Estudios Políticos, el Balmes e, incluso el inefable Centro de Estudios Sociales del llamado “Valle de los caídos” junto a los Sindicatos del Movimiento o instituciones en principio seguras como el Instituto Social de la Marina o el Instituto de Opinión Pública, fueron verdaderos coladeros en nuestro zafio fascismo de espuela y sacristía por donde se iría colando la sociología y otros saberes pausadamente apartados de la tutela eclesial y política. Puede que nuestro peculiar y alpargatero a la vez que, inmisericorde, fascismo a la española, no se había enterado de la productividad política de esa llamada sociología, que seguía siendo al final, algo de rojos, masones y antirégimen. La tozudez del Capital, la imparable dinámica del mercado haría que este saber y, a pesar de su continuada sospecha, se fuese normalizando y asentándose discretamente en las Universidades de Madrid, Barcelona, Bilbao y Granada. Fueron los tiempos de los profesores Arboleya, del Campo, Castillo, Legáz, Perpiñá, Jiménez Blanco, Seara, Galván, De Miguel, Moya, Diez Nicolás y algunos más como Cazorla, Marsal, M. Carmen Iglesias, Lamo de Espinosa, Gaviria, Murillo Ferrol más el sabio y humilde José Bugeda que nos enseñó eso de la “varianza” y el “análisis multifactorial,” más, Pinillos y José R. Torregrosa (seguido más tarde por Eduardo Crespo) en el campo de la psicología social.

Curiosamente los avispados entornos de la Iglesia ya, desde los años cincuenta comenzarían a realizar estudios de campo para auscultar las adhesiones de los fieles y sus comportamientos rituales como creyentes. Un tiempo, anterior a los sesenta, en que, parecía que solamente el Episcopado y algunos inteligentes burócratas del Movimiento, se habrían percatado que este asunto de la sociología podía servir para algo. Por entonces el nuevo capitalismo español, entre Dios y el Mercado, aún no se había percatado del papel reproductor de plusvalías de las sociologías en los escenarios de las productividades del mercado…en cuanto a las Administraciones, para qué, una sociología del mercado electoral en un país sin elecciones y, además los sociólogos falangistas del negociado de “auscultación”, para qué, realizar encuestas cuyos resultados eran (si se hacían bien) cada vez, más difíciles de maquillar.

Singularmente sería durante el largo tardofranquismo, cuando aparte su endeble asentamiento universitario, aparece una sociología operativa al calor de la Iglesia y desde metodologías heredadas y aprendidas en USA, por sociólogos, quizá hoy algo e injustamente olvidados, como Juan Linz o Amando de Miguel. Los famosos “foessas” fueron realmente la primera y vera sociología empírica que se empezó a realizar en España. En el marco educacional y parauniversitario, no podemos olvidar los nichos de acogida y de salida de las sombras, de los cursos de Sociología Política del Instituto de Estudios Políticos, de las llamadas Escuelas de Graduados Sociales y de la Escuela de Sociología de San Bernardo. Y en éstas ya, bien entrados los sesenta aparece CEISA, de la mano del inolvidable Pepín Vidal… un lugar en que quizá no aprendimos mucho de una vera sociología operativa, con la excepción de nuevas metodologías por la tríada de los maestros del análisis cualitativo, Ibáñez, de Lucas y Ortí. Pero lo que sí, captamos era la música de un sueño y una ilusión, la música del “il pensiero” de Verdi o el Fidelio de Beethoven; la ilusión de que otra sociología podía ser posible… ¡qué ingenuidad, pero al mismo tiempo, ¡qué, esperanzas!

Mientras tanto, y ya, en la frontera de los setenta, los fabricantes y empresarios de las multinacionales, comenzaron a husmear en el comportamiento de las gentes con el nuevo marketing de las emociones, el deseo y el consumo, asentado sobre los estudios de mercado y publicitarios. Y ahí fue cuando algunos sociólogos fronterizos aprendimos un poco a lo bestia, a hacer sociología sobre el terreno…incluso sociólogos filtrados por CEISA, Reading o la EPHE parisina, aprendimos que la sociología empírica, probablemente la vera sociología políticamente correcta y económicamente rentable, siempre, siempre, se compra y se vende…Qué curioso…antes que algunos profesores universitarios supieran confeccionar un cuestionario o siquiera conocer qué era eso de los “grupos de discusión” hubo en nuestro país humildes sociólogos que desde empresas de publicidad e institutos de investigación de mercados acumulaban a mediados de los setenta, cientos de estudios cualitativos y cuantitativos.

Estos remedos introductorios, son para nosotros el preámbulo a una pregunta si no, incómoda, a lo menos agarrada por una cierta ansiedad ¿Qué puede hacer la sociología no solo en nuestro aquí sino en el mañana, para hacer más entendible y vivible, la vida (la única) de los unos con los otros? Sorpresivamente y, a finales del XIX, un líder anarquista, Joan Montseny (Sociología anarquista,1896) manifestaba que la sociología al contrario que otras ciencias en sus campos específicos, no había conseguido nada, en cuanto a las mejoras de la vida cotidiana de la mayoría de las gentes y especialmente de las clases trabajadoras…y, este anarquista erudito no sé si de bomba o de idea que, ni en sueños necesitó pasar por Salamanca, claveteaba, hace más de un siglo el asunto de la productibilidad social de la sociología. Una productibilidad que para el capital se iría vislumbrando a partir de los setenta y para la política desde 1978. ¿Y, para los ciudadanos en y desde su vida cotidiana, cuándo?

Cada día, vamos teniendo más claro que la sociología como saber profesionalizado y, como siempre con escasas excepciones, es algo pagado y comprado; ya sea, por la Universidad, otras administraciones o, la rarísima empresa que lo haga no hace más que, reproducir plusvalías de los dineros o, los poderes. A lo más, las instituciones demoscópicas de todo el mundo y, por supuesto España, observan, miran, preguntan mediante sus estudios cuantitativos ( por cierto, nunca despreciables) a modo de periscopio o mirada desde la distancia, el comportamiento de las gentes desde presupuestos establecidos que, por otra parte, son absolutamente razonables y pertinentes (incluso defendibles) en una sociedad democrática…cuando se pregunta, se puede responder y eso, siempre, siempre, es un indicador de libertades aunque la pregunta sea, “con cebolla o sin cebolla” lo malo es cuando solamente se ausculta

Esta boutade, de lo de la cebolla, aparte de parecer una ocurrencia de un sociólogo irreverente supone algo más, apunta al hecho del qué se pregunta, y sobre todo, al escenario (desde donde se pregunta) para el que se hace la pregunta que, no es otro que, el del consumo comercial o el consumo político…probablemente la historia de la sociología no sea otra, que la búsqueda de un determinada manera de preguntar y en última forma de ver; ver “demoscópicamente” a pesar de Marx, Durkheim, Simmel, Weber o Benjamin, teniendo claro que ni Marx ni Weber ni W. Benjamin se consideraron a sí mismos como sociólogos, pero intentaron e hicieron algo más que preguntar y mirar desde la lejanía…intentaron comprender. Y no solo para saber, sino de alguna forma para hacer…De cualquier manera el nudo del asunto puede que, no sea otro, que el preguntarnos para qué sirve ahora la sociología más allá de fabricar catedráticos, TAEs o funcionarios de los Servicios Sociales. O, si puede servir para algo que atañe concretamente a las necesidades, sufrimientos, y vida real de las gentes. Preguntar por el cebolla o sin cebolla, no supone ni mucho menos, comprender el asunto del funcionamiento real de los modos de alimentarse una familia (y no digo con mil) con 1.500 euros al mes en una sociedad en la que, para tirar palante, opta por determinado tipo de comida…comprender realmente qué es ahora eso de lo crudo y lo cocido que escribiera un antropólogo francés allá por los años sesenta del siglo pasado y, al mismo tiempo agarrar los modelos de alimentación que, la actual sociedad del capital y la sociedad de las abundancias quiméricas, incluso la defendible siempre en principio, sociedad democrática, ha ido poco a poco insertando en nuestra vida cotidiana…Recuerdo con emoción lo que escribía con grito y rabia Joan Montseny (Federico Urales) en su Sociología anarquista de finales del XIX, defendiendo la imagen del hombre y la mujer anarquista, como seres humanos, solamente condicionados y atrapados en su circunstancia y nunca como lo intentase un funambulista antropólogo italiano, como criminales natos y continuaba, hablando de gentes que sufren, de trabajadores fabriles y jornaleros del campo con vidas trituradas por egoísmos e injusticias, de la situación de la mujer y la enfermedad, del exceso de trabajo, del amor y sexualidad, las clases sociales, de la solidaridad y la caridad, de la evolución, del pueblo, la sociedad y el Estado…recorriendo toda la trama de la vida como la vida misma…

A estas alturas de mi vida ni soy imbécil ni fanático de nada, incluso algo menos de ingenuo que muchos años atrás…defiendo la libertad de que, los sociólogos y la sociología hagan mercadotecnia o política de alpargata, o lo que puedan, pero a la vez, reivindico y aquí, quizá, vuelva a ser ingenuo, una sociología de lo cotidiano, esa sociología de la vida real de hombres y mujeres que algunos colegas están rotulando con alguna confusión del que no percibe si mata o espanta, como sociología clínica…pues bienvenida sea; al fin y al cabo toda sociología decente es una sociología clínica, si nos atenemos a una lectura correcta del significado de “lo clínico” ya, desde Hipócrates y no, de su posible apropiación por los dineros de las plusvalías del manejo de la salud. Menos mal que la estulticia de nuestros dueños del capital no ha pillado al vuelo, esto de la sociología clínica…menudo chollo se está perdiendo.
En fin, una sociedad que como también proclamaba Anselmo Lorenzo (1905) en su “Banquete de la vida” (otro escrito más de una sociología non dit) pueda participar en condiciones de igualdad toda la humanidad…

Y, para no ser más provocativo, me ajusto. Todas estas digresiones quiero reconducirlas a la consideración, a algo que está ocurriendo en el hoy de nuestros días, en una sociedad que aún conserva tejidos (aunque cada vez sean menos) nominalistas, tocables, vistos y encarnados desde la palabra y el cuerpo. ¿Pero qué puede ocurrir cuando la sociedad sea previsiblemente una sociedad sin la sociedad de la palabra, sin sociedad de cuerpos (virtual y digitalizada) deshabitándola de todo lo que tiene de miseria, obscenidad, goce, sacrificios, amores y excelencias…cuando nuestra sociedad del porvenir no sea la soñada por Enrique Lluria (1905) o Anselmo Lorenzo y tan solo sea una sociedad de espejismos infinitos, digitalizada y radicalmente descarnada y deshabitada? Qué regusto para las sociologías demoscópicas cuando puedan convertir el dato en algoritmo, cuando la sociedad del futuro no sea una sociedad – aunque mísera-, pero palpable, en la que incluso se puedan dar algunas patadas en el culo…cuando la sociedad no sea la sociedad que hemos construido desde la caverna, que como en la caverna de Platón había sombras…en ese futuro ya, oteable, no habrá sombras porque sencillamente, no habrá ni palabras ni cuerpos. La reflexión está servida.

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